Del olvido de la demografía

La relación de la demografía con la sociología es algo extraña.

En varias de las mallas curriculares de sociología en Chile no hay nada de demografía. Por otra parte, en las más tradicionales hay por lo general un curso: la U de Chile Población y Sociedad, la U Católica tiene Sociología de la Población, la U de Concepción tiene Demografía y Migraciones. Ahora, si esos cursos se parecen al que yo tuve cuando estuve en la Universidad no es extraño que no sean tan comunes: la conexión con el resto de la disciplina es bien escasa.

Lo cual a su vez tiene que ver con el hecho que casi ninguna de nuestras teorías y modelos hace mucho caso de los factores demográficos. Creo que no hay mucho aparte de las excepciones  de Margeret Archer, que usa la estructura demográfica como el caso prototípico de una estructura que no es creada por las acciones actuales de los sujetos, o de Peter Blau que (hace ya sus cuantas décadas) usaba como parte de sus parámetros estructurales los demográficos.

Y el caso es que es extraña porque, a decir verdad, la demografía es útil. Tener claro los parámetros y tendencias demográficas es bastante interesante si uno quiero analizar tendencias en general. Al fin y al cabo, la demografía es efectivamente lo más cercano a un espejo del futuro que tenemos. Porque aunque las tendencias demográficas pueden cambiar, y de hecho lo hacen; y por lo tanto, puede cambiar la tasas de fecundidad; el caso es que las cosas que suceden ahí tienen efectos de largo plazo. Sabemos el número máximo de personas de 30 años para el 2042: son los que nacieron este año. No podemos producir más futuros adultos o futuros adolescentes. Puede que haya menos de lo que se espera (aumentos de mortalidad por razones varias), pero no puede haber más.

Sin embargo, más allá de lo anterior, si uno analiza con cuidado puede observar múltiples consecuencias de los cambios demográficos. Por ejemplo, la disminución de la fecundidad implica que, por definición, las personas no sólo tienen familias nucleares menos numerosas (menos hermanos) sino también familia extensas menos numerosas (menos hermanos implica en la siguiente generación menos tíos y primos). Eso cambia las dinámicas familiares. Como las familias reaccionan a ese cambio es algo que depende de las familias, pero he ahí una tensión a lo menos producto del cambio demográfico. También podemos observar que debido al aumento de esperanza de vida aparece como un período importante el de ser adulto con padres vivos. En tiempos romanos, por decir algo, una persona de 30-40 años probablemente ya tenía a sus padres muertos. En la actualidad, es fácil pensar en que los padres vivan hasta que la persona tenga alrededor de 55 años. Eso también puede afectar las dinámicas familiares. O también uno puede destacar el simple hecho que el aumento de esperanza de vida implica, casi automáticamente, un aumento de la memoria histórica: simplemente porque las personas para las cuales un evento determinado fue parte de su propio recuerdo tienden a vivir por más tiempo, y a influenciar por más tiempo a personas que quizás no lo vivieron. No seria difícil proseguir con consecuencias para diversas dinámicas sociales de los cambios demográficos.

Además que, en general, la demografía obliga a no olvidar cosas: por ejemplo, que los seres humanos son seres biológicos, animales que tienen un ciclo vital (y que nacen y se mueren en última instancia). Hay una cierta materialidad en la demografía que quizás no sea del gusto contemporáneo, pero que en realidad es relevante.

Pero para eso habría que leer la demografía desde la sociedad, y no quedarse solamente en los temas puramente demográficos. Ahora, si se hace esa lectura, efectivamente la demografía se transforma en algo muy interesante y relevante.

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