Dos trampas del concepto de ideología

A propósito que hay, y estoy tomando, un seminario de ideología en el Doctorado -que a decir verdad, hasta ahora ha sido bastante decente con las clases de Larraín y Arditi-, no estará de más plantear algunas de las dudas y resquemores que el concepto de ideología me genera. Lo primero, en todo caso, es plantear que discutiremos el concepto negativo, crítico, de ideología. No abordaremos el concepto neutral de ideología. En última instancia, es el primero el que tiene algo de sentido, porque para conceptos neutrales del ámbito de las ideas ya tenemos varios (culturas, discursos etc.). Lo específico que trae ideología es una pretensión crítica. Si el concepto vale la pena, es por esa pretensión.

Pasando ahora a los resquemores como tales, que son básicamente dos:

1. Asimetría entre actor y analista. En muchos de los usos del concepto, su  función es básicamente distinguir entre unos actores que están insertos en una ideología y que no se dan cuenta de cuan distorsionada es su visión de la realidad, y unos analistas que sí son conscientes y superan los errores del vulgo. El problema es que los analistas son un tipo de actores, y sí ellos pueden darse cuenta, entonces los actores también (la versión contraria: que los analistas también pueden equivocarse, tal como los actores, lo reconoce todo el mundo: es lo que un analista le dice a otro cuando reclama que su visión es ideologizada). Entonces, si la distinción se plantea en términos muy absolutos, definitivamente no funciona.

Ahora, bien se podría decir que los analistas son un tipo especial de actores, y en ellos es simplemente más probable que ocurra la iluminación que identifique los errores de la ideología -pero no es una distinción absoluta. Esa respuesta estaría bien, si no fuera por dos elementos. El primero es que el hecho que los intelectuales digan que los intelectuales tienen un acceso especial (o más probable) al conocimiento verdadero, ¿no suena al tipo de cosas que el concepto de ideología describía en primer lugar? El segundo es que nunca queda clara la raíz de esa especial capacidad. En  muchas versiones del concepto esa capacidad de descubrir queda resuelta ‘de antemano’ (porque ya se descubrió la ciencia verdadera), pero nada que resuelva las dudas de un crítico resuelto.

En todo caso, a pesar de estos problemas, en principio el concepto puede tratar esta asimetría entre actor y analista. Es la segunda la que creo que es menos resoluble.

2. Asimetría en la discusión entre posiciones. Si una persona discute con otra de la cual piensa tiene una posición ideológica, la conversación entra en corto circuito. Porque al pensar que el otro es ideológico, ya presupongo no sólo que está equivocado (una presuposición que es inherente al hecho que yo creo que mi posición es la adecuada) sino que lo está por tener un paradigma que distorsiona su visión. En ese caso, puedo mostrar de donde aparece su posición ideológica, o puedo intentar convencerlo. La primera posibilidad implica discutir sobre el otro, no con el otro; lo cual no deja de ser algo arrogante, pero esa es un problema de actitud. La segunda posibilidad ya implica conversar con el otro. Sin embargo, y aquí entra la asimetría en juego, lo que no aparece muy posible es lo que efectivamente traduce la conversación en una real conversación con el otro: estar abierto a la posibilidad de ser convencido por el otro. Al declarar la posición contraria como ideológica, ya me cerré a la posibilidad de que sea correcta. En otras palabras, me negué a considerar de tratar en serio las pretensiones de validez de la otra posición. Puede que la idea de Habermas de la situación ideal de habla no funcione en términos empíricos o como telos inmanente a la comunicación, pero la idea que en una discusión ambos actores han de estar abiertos al mejor argumento creo que sigue siendo una buena posición normativa. Y el concepto de ideología no permite esa simetría básica de los participantes, le niega a los otros los derechos de un participante legítimo.

Una posibilidad frente a esta situación es que acusar al otro de ideológico es una postura que, como cualquier aseveración, podría estar equivocada. Y por lo tanto al discutir con otras posiciones uno bien pudiera estar abierto al hecho que ellos estuvieran en lo correcto. En última instancia, ¿por qué no? La acusación de ideológico es la postura inicial en la conversación, del mismo modo que más en general tengo la idea que esa postura está equivocada, pero no necesariamente la postura final. La razón está en que decir que alguien es ideológico no es solamente plantear que está equivocado (que es compatible con la simetría) sino que está obnubilado y que hay que corregirlo, que ve distorsionadamente; y por lo tanto lo que dice no se puede tomar completamente en serio. Es por ello que la noción de ideología atenta en general contra la simetría conversacional y con el hecho de estar abierto al otro.

Hay otro elemento que no creo en sí sea un problema pero no siempre se lo diferencia. La ideología como algo que está al servicio de ciertos intereses de clase o segmento (así lo define Giddens por ejemplo) y la ideología como algo que distorsiona la realidad (algo que Larraín enfatiza es central en el concepto original de Marx). Muchas veces se trata estos dos elementos como unidos indisolublemente, y que obviamente algo que defiende ciertos intereses es algo que distorsiona. Pero no creo que ello sea necesario: No veo porqué algo no podría al mismo tiempo tanto servir a los intereses de un segmento como ser una aseveración correcta (verdadera, útil, buena, lo que sea). A pesar que estas versiones suelen unirse, en realidad no es necesario.

Pero más allá de lo anterior, son estas dos asimetrías, una común pero en principio con alguna solución, aunque sea débil, y otra que creo insalvable, los elementos que me parecen más problemáticos del concepto.

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