El Problema de Chile es Político

Que la ciudadanía declara diversas críticas a la situación de la sociedad chilena es algo sabido. Que uno de los aspectos más centrales de esa crítica es la relación con la política es también algo sabido, y existen múltiples indicadores de dicha crítica –manifestada como alejamiento. Usando los datos de la Encuesta de Desarrollo Humano 2013, pero que son fácilmente replicables en otros estudios, nos encontramos con que un 55% de la población no se ubica en el eje izquierda-derecha, que sólo un 20% de la población declara estar interesado en la política, y que un 22,5% estima que la política influye en su vida. Los estudios cualitativos del Informe 2015 entregan también una profunda mirada negativa al mundo político.

Pero al mismo tiempo, el Informe nos muestra que es una ciudadanía que está más interesada en los temas públicos: En la medida que se va de la política –criticada- a lo político – o sea la discusión de las cosas públicas en sí- el interés aumenta sostenidamente: De un 32% que conversa de política a un 45% que conversa de temas de actualidad, a cifras que varían entre un 50% y un 70% que conversa de temas públicos concretos. Una ciudadanía que, el mismo Informe nos plantea, quiere más democracia de la que encuentra existe: Un 68% de las personas tiene un déficit democrático –valora más la democracia de lo que perciben existe de democracia.

La escasa relación con la política no es simple alejamiento de ella, sino efectivamente representa un rechazo, una crítica. Entre las múltiples cosas que los chilenos quieren cambiar de nuestra sociedad se encuentra la política.

La dificultad aparece en el hecho que la política no es simplemente otro lugar sobre el cual se ejerce crítica. Porque siendo la política el lugar donde se toman las decisiones colectivas, ningún tema puede resolverse si es que no se resuelve la construcción del espacio de lo político. No hay ningún lugar fuera de la sociedad que nos asegure la capacidad de tomar esas decisiones, y luego no queda más que sea ella misma lo resuelva. No contamos con otro garante que nosotros mismos para tomar esas decisiones y buscar una resolución adecuada.

Es con relación a la construcción de ese espacio, un espacio político que permita resolver los problemas que Chile enfrenta, que se nos muestran algunas de las principales dificultades de la situación actual. A este respecto pareciera que faltaren los recursos, capacidades, conceptos o actores necesarios para ello. Esta dificultad se acrecienta porque la tentación de no resolver los problemas políticos es fuerte: Los temas que nos interesan resolver rebasan con creces el ámbito de la político: lo que se desea es soluciones para los temas colectivos concretos –educación, pensiones, economía etc.

La política es, entonces, al mismo tiempo el problema fundamental, porque es donde se puede construir el espacio para resolver cualquier tema colectivo; pero no es el problema que nos convoca como tal, son otros problemas los que queremos resolver. Eso genera una dificultad adicional para resolver los problemas políticos a los que nos enfrentamos.

 

Las dificultades de la constitución de lo político son, en parte importante, dificultades en torno a la constitución de la conversación pública. De algún modo, se genera un debate -porque múltiples actores defienden posturas- pero no es claro que efectivamente exista diálogo -disposición a efectivamente escuchar lo que los otros actores tienen que decir y plantear, y tomar dichos planteamientos en serio. Es fácil encontrar declaraciones de diversos actores involucrados en el ámbito público que asumen que la conversación ya ocurrió y se cerró, que la razón y la ciudadanía claramente está con ellos, y lo que resta a lo más es que se cumpla con su opinión. También es fácil observar declaraciones que llaman a dialogar, pero que entienden el diálogo como una escucha y aceptación por otros de la propia opinión, pero que no están dispuestos ellos mismos a escuchar y que devalúan cualquier opinión ajena. A quien está seguro de su propia verdad, quién la encuentra auto-evidente, le es difícil entrar en el juego de la persuasión que es indispensable a toda verdadera conversación.

Otro elemento relevante es lo que dice relación con la confianza. No es tan sólo que la ciudadanía ha dejado de confiar, y que de un nivel general de confianza ya bajo se ha experimentado una caída en el último tiempo. Es que todos los actores desconfían: Para unos no se puede confiar en la élite, para otros no se puede confiar en los ciudadanos. También es parte del problema la dificultad de reconocer que la desconfianza no es sólo un problema: En última instancia la democracia es una forma de control de los gobernantes y por lo tanto la desconfianza es parte de la democracia. La confianza total, bien se sabe, es vulnerable a ser abusada, y hay tal cosa como una sana desconfianza. El problema no es tanto la desconfianza como tal, sino que al parecer las desconfianzas existentes evitan que los actores puedan crear arreglos sustentables y crear un espacio político. Reconocer el riesgo es positivo, resguardarse frente a ellos también, pero no poder apostar para poder generar acciones conjuntas con otros sí se transforma en un problema.

Los problemas para generar un espacio político se muestran también en las dificultades para construir actores y sujetos colectivos. Lo que se muestra en un resultado como, tal como aparece en Encuesta de Desarrollo Humano, que cerca de un 45% de los chilenos y chilenas no acierta a pensar quién puede representarlo -aun cuando la pregunta se hizo insistiendo en la total apertura de las posibles respuestas. Incluso podemos plantear que la noción misma de líder está bajo sospecha ciudadana;  y que cuando todo quien intenta instalarse como tal está bajo la sospecha que se separa de los ciudadanos la construcción de actores aparece como especialmente compleja.

Parte de lo que subyace a varios de los problemas anteriores son diferencias de conceptos. Para seguir con el tema esbozado en el párrafo anterior se puede usar como ejemplo el concepto de representación. Por un lado,  tenemos nociones que enfatizan el carácter independiente del representante siguiendo en ello una idea cuyos inicios ya están en el Discurso a los Electores de Bristol de Burke en 1774: “Vuestro representante os debe, no sólo su industria, sino su juicio, y os traiciona, en vez de serviros, si lo sacrifica a vuestra opinión”. En esta visión, el representante tiene el derecho y el deber de no ser una simple caja de resonancia; y se observa críticamente el que abandonen ese deber. Por otro lado, observamos visiones que enfatizan más bien que el representante cumple una función de comunicación de las ideas de sus representados, que no tiene capacidad propia de negociación y acción, que cumple una función comunicativa (lo que de hecho es una forma bien antigua de entender el concepto). La mera idea que alguien pueda hablar por uno es inmediatamente algo sospechoso. La construcción de un espacio político no requiere quizás, un acuerdo en el lenguaje, pero sí requiere que se tenga claridad en las distintas posiciones en pugna.

 

Aquí podemos volver a nuestro punto de partida. El espacio político institucional no aparece tanto como un espacio de solución de problemas, sino como el lugar de un problema. Se rechaza la política y ese espacio, y es por ello entonces que la sociedad se politiza al buscar nuevas formas de solucionar el problema político de constitución de decisiones colectivas. Pero esa búsqueda se vuelve más compleja cuando se rechaza el espacio. El proceso de politización crece sobre unos fundamentos que son, al mismo tiempo, fuente de su fragilidad para su plena instalación. La sociedad chilena, se está planteando preguntas que no es claro que tenga la capacidad de responder.

El problema central de la situación actual es, si se quiere, estrictamente político: construir una institucionalidad que permita tomar decisiones colectivas legítimas y vinculantes. Aquí resulta crucial no confundir la necesidad de contar con instituciones fuertes con fortalecer las instituciones existentes. Hay que evitar, si se quiere, una concepción naturalizada de la política: Que las instituciones políticas son las que son, que los principios de esas instituciones son los únicos principios. Plantearse los problemas con la profundidad que se requiere implica, a su vez, discutir sobre el carácter de las instituciones políticas.

Estas discusiones son, necesariamente, tarea de todos los actores y no sólo de algunos. Parafraseando a Clemenceau, bien podríamos decir que la política es demasiado importante para dejársela sólo a los políticos. En una sociedad en la cual todos los temas están en discusión, sólo participar e involucrarse en esas discusiones aparece como un camino viable.

NOTA. Originalmente publicada en el sitio de Desarrollo Humano en Chile, aquí

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