A veces creo que mi formación en metodología no fue tan mala

Leyendo por asuntos laborales un texto llamado “New Qualitative Research -is there a need?” se plantea que se requieren grandes cambios en las aproximaciones cualitativas, para superar los problemas de las aproximaciones tradicionales.

Por ejemplo: ‘Even worse, the process of market research, both quantitative and qualitative, forces respondents to create these reasons on the spot, In spite of our question and answer format, most consumers do not have a ready logical viewpoint on cotton balls, detergent or even the car they drive’

Y nos plantean que, como toda la moderna (’90) investigación neurobiológica ha mostrado hay que superar eso, y el cerebro izquierdo, y la visión racionalizante y de preguntas de la investigación cualitativa.

¿Cual es la solución? ‘It is our belief that a good moderator is one who answers all of the questions of the brief, not the one who asks them all. The overall objectives of a discussion guide must be to direct the interview, not to constitute the entire session’ Que la pauta no puede diseñar preguntas de antemano y que super-nuevas técnicas (programación neuro-lingüística, juegos de rol y sico-drama y otras muchas) serían necesarios.

Ahora, he de reconocer que eso no parece tan nuevo. En 1992, si mal no me acuerdo, cuando tuve mis primeras clases de técnicas cualitativas esa era toda la idea. Que toda la idea es no ser directivo y precisamente dejar hablar, que lo que se hace es sondear más que preguntar como tal. Parece ser que el ya viejo comentario de Canales sobre la superioridad de los enfoques españoles (y franceses, dada la proveniencia teórica de Ibáñez) sobre los norteamericanos en técnicas cualitativas era toda la verdad. Porque que sean anunciadas, con todo tipo de palabras grandilocuentes, cosas que son a decir verdad lugares comunes, sí indica cierto retraso.

El sesgo no existe

Una de las preocupaciones normales de los sociólogos y otras personas que se dedican a la investigación social es la de evitar el sesgo en las preguntas. Una pregunta sesgada, una que en su elaboración impele a responder de determinado modo, sería engañosa al no presentarnos la verdadera opinión del encuestado.

Ahora, la preocupación descansa en dos supuestos que, si bien no son exactamente incorrectos, son al menos -digamos- sesgados:

El primero es el más evidente: Que la principal y única función de una encuesta es obtener las opiniones sinceras del encuestado. Pero en realidad, una encuesta puede darnos información de otras cosas. Si hay un proceso que produce un sesgo ese proceso es, a final de cuentas, parte de la vida social.

En ese sentido, hay que reconocer que el sesgo es dato. Supongamos que una pregunta es sesgada porque, por ejemplo, tal alternativa es socialmente deseada y todo el mundo va a responder eso. La respuesta no será muy informativa de la opinión sincera de las personas, pero si será muy informativa de algo que también es real, y que es quizás más importante para la operación social: que tal cosa es la respuesta socialmente deseable. Bourdieu en La Distinción saca varias conclusiones analíticamente importantes a partir del hecho que en las respuestas a una encuesta de gustos y consumo cultural hay sesgo (hay respuestas socialmente válidas). De hecho, parte del análisis se basa en ver temas de mala atribución por decirlo (que lo que A piensa es socialmente válido no lo es).

La segunda premisa de la postura anti-sesgo es que existe tal cosa como la opinión verdadera y sincera de una persona sobre un tema. El problema con la frase anterior no es con que las personas no tengan de hecho opiniones que dan por válidas en un tema, el tema es que no tiene la opinión sobre un tema. No tienen la opinión sobre el aborto, sobre las AFP, sobre tal político. Tienen varias consideraciones que elaboran para producir una opinión.

Las opiniones tienen siempre contexto, y entonces bien podemos decir que el sesgo es contexto. Pensemos en uno de los casos más famosos de efecto de contexto en una encuesta. En plena guerra fría, se les pregunta a estadounidenses sobre si un reportero soviético debiera poder visitar EEE.UU y escribir lo que se le viniera en gana sobre el país en un periódico ruso. Pocos declararon estar a favor. Pero cuando se hizo la pregunta después de un equivalente sobre un reportero norteamericano en Rusia, la mayoría estuvo de acuerdo. Puro sesgo uno pudiera pensar, hay contaminación de las preguntas. Pero cada una de estas situaciones es real en términos sociales: Una es la opinión sola (cuando lo único a lo que las personas reaccionaban era frente a su imagen de los rusos) y otra cuando la norma de reciprocidad era activada. Ambos datos son interesantes, ambos datos dicen cosas de interés (para alguien que quisiera defender una política, para alguien que quisiera saber sobre las normas de los estadounidenses). En última instancia, en ambos casos la opinión era real: Ambas eran la opinión efectivamente mantenida por la persona en dos contextos diferentes.

Ahora, claro está, para analizar una pregunta sesgada hay que reconocer que está sesgada. Y cómo eso no siempre sucede, entonces en términos prácticos la búsqueda por eliminar el sesgo tiene sentido. Al final de cuentas, analizar una pregunta sesgada requiere ir más allá de decir X personas dijeron que Y. Lo que, hay que reconocerlo, a veces parece ir más allá de lo que hacen los analistas.

De la belleza y la ética

En alguna parte, me imagino que en el caso de los sociólogos mediante influencia de Max Weber, decidimos que la verdad, el bien y la belleza son cosas diferentes y que cada una va por su lado. Y, entrando en el tema que nos interesa, que la belleza y el bien son -al menos- claramente mundos separados.

Pero creo que, en realidad, eso no corresponde a la experiencia de la belleza. En particular, el disociar la belleza del bien nos lleva, al fin y al cabo, a no darle importancia a la belleza.

Recordemos el célebre dictum de Adorno sobre la imposibilidad de escribir poesía después de Auschwitz. O pensemos en la tendencia a tomar la belleza como un análogo a la idea de Marx del opio del pueblo. En ambos casos, el tema es que los aspectos estéticos nos desvían de lo importante, y específicamente de los aspectos éticamente relevantes. La belleza nos adormecería en última instancia (y la única capacidad ética del arte sería la capacidad de sacudirnos en ese sentido).

A este respecto, quizás sería bueno decir que cuando estamos hablando de belleza, estamos hablando de belleza. No estamos hablando solamente (aunque tampoco estamos excluyendo) de lo que es agradable o placentero. La belleza va más alla de lo bonito, aunque tampoco habría que menospreciar el agrado.

Lo anterior tiene su importancia, porque creo vuelve algo más plausible la idea central, por lo que creo que la belleza tiene importancia estética. Porque la belleza no es algo que haga aceptable el mundo, algo que sencillamente lo vuelva agradable -y nos haga ver como ‘bueno’ lo que éticamente no lo es. Cuando efectivamente se siente la belleza, la experiencia es, en verdad, intolerable. Porque nada en el mundo da la talla de lo que es propiamente bello.

Para decirlo en palabras algo burdas: No nos merecemos a Bach. El mundo que se nos ofrece en esa música (y el lector puede pensar en cualquier música que le haya producido ese efecto) es incomparablemente mejor que el que nos toca vivir. Y esto no es solamente válido para, usando vieja terminología del siglo XVIII, lo que tiene que ver con lo sublime, sino también con lo simplemente plancentero. Para abusar de imágenes que no son muy correctas, tampoco nos merecemos a Bocherini para el caso. Las cosas que son bellas no justifican el mundo, lo que hacen es mostrarnos lo que hay más allá de él.

En ese sentido, la belleza sí tiene una importancia puramente ética: la de mostrarnos un mundo más allá de las miserias del que vivimos. Y por el otro, por el hecho de que efectivamente la belleza existe, un mundo al que se puede aspirar, o por lo menos al que uno se puede acercar.

La envidia no será sana, pero difícil resulta negar que envidiar a los físicos a veces tiene sentido

De la edición del 25 de Enero recién pasado del Economist:

Hablando de físicos intentando revisar las ideas de gravitación de Einstein, y que tienen la idea que podrían tener algunas limitaciones, entonces entra a discutir el principio de equivalencia (o sea, la idea que todos los cuerpos aceleran a la misma tasa, sin importar su masa). Y más precisamente dice lo siguiente:

According to general relativity, because the Earth and the moon orbit the sun, they should “fall” towards it at the same rate, in the same way as Galileo’s balls fell to the ground. By repeatedly measuring the distance between them, scientists can calculate the orbits of the Earth and the moon around the sun relative to each other.

If the equivalence principle were violated, the moon’s orbit around the Earth would appear skewed, either towards or away from the sun. So far, Dr Murphy told the conference, these experiments have merely confirmed the equivalence principle to one part in 10 trillion. Dr Murphy and his colleagues hope that even more precise measurements could ultimately show general relativity to be only approximately correct. This would usher in a new revolution in physics.

Una teoría que se ve confirmada hasta una parte en 10 trillones. Está bien que la sociológica, por el tema que discute, no pueda -no deba- tener ese tipo de teorías; que seguir el camino de la física no sea un buen camino para la sociología (no vamos a entrar ahora en toda la discusión sobre el carácter de las teorías en nuestra disciplina). Pero si a alguien no le entra algo de envidia por el tipo de teorías que son posibles en otras disciplinas, por un trabajo que pueda llegar a esa precisión y a ese éxito, entonces -bueno, en mi humilde opinión- no tiene mucho interés por la sociología, por el conocimiento de los asuntos sociales (*).

(*) La humildad de las opiniones no tiene nada que ver, en mi nuevamente humilde opinión, con lo rotundo con que se las afirme. Lo primero tiene que ver con el reconocimiento de la posibilidad de equivocarse, lo segundo tiene que ver con que cuando uno afirma algo, efectivamente lo está afirmando.

Para citarle a Luciano

Y a los defensores de la construcción de baja altura (y en particular, a quienes quieren conservar a Ñuñoa como la peor de las posibles alternativas urbanas -con un carácter de suburbio). The Greenness of cities publicado recién ayer por Edward Glaesser.

Y citemos algunos de sus mejores párrafos:

New York’s biggest environmental contribution lies in the fact that less than one-third of New Yorkers drive to work. Nationwide, more than seven out of eight commuters drive. More than one-third of all the public transportation commuters in America live in the five boroughs. The absence of cars leads Matthew Kahn, in his fascinating book, “Green Cities,” to estimate that New York has by a wide margin the least gas usage per capita of all American metropolitan areas. The Department of Energy data confirm that New York State’s energy consumption is next to last in the country because of New York City.

Is there any reason beyond civic pride to care that New Yorkers are true friends of the environment? I think so. Environmental benefits are one of the many good reasons that New York should grow. When Manhattan builds up, instead ofLas Vegas building out, we are saving gas and protecting land. Every new skyscraper in Manhattan is a strike against global warming.

Bauman sobre consumismo y trabajo y las transformaciones sociales

La sociología no tiene futuro.

Zygmunt Bauman es uno de los sociólogos más conocidos e influyentes de los últimos años. Y dado que tiene un texto sobre consumo, y dado que tengo que hacer un curso de consumo el próximo semestre, entonces la conclusión era obvia: Lo que resultaba necesario era leerlo y ver que se podía aprovechar. Y por lo tanto, procedimos a leer ‘Trabajo, consumismo y nuevos pobres’ (Gedisa, 1999; original de 1998)

Y nos encontramos con que, en realidad, no es demasiado lo que se puede hacer. La tesis de Bauman resulta algo interesante y puede resultar correcta, pero aparte de algunas declaraciones de que ‘esto era así y esto es ahora así’ no hay mucho. Supongamos que, y parece una observación inteligente sobre la vida cotidiana, que hemos pasado de la ética del trabajo a un mundo en que la obligación central es el consumo, y el consumo se basa en la estética.

Ahora, el problema es que la tesis es del nivel de conversación de café. No tanto la tesis como tal -al fin y al cabo, la mayoría de las ideas lo son- sino en la construcción y en el argumento.

‘Por eso, cuando decimos que la nuestra es una sociedad de consumo debemos considerar algo más que el hecho trivial, común y poco diferenciador de que todos consumismos. La nuestra es una comunidad de consumidores en el mismo sentido que la sociedad de nuestros abuelos […] merecía el nombre de sociedad de productores. Aunque la humanidad venga produciendo desde la lejana prehistoria y vaha a hacerlo siempre, la razón para llamar comunidad de productores a la primera forma de la sociedad moderna se basa en el hecho de que sus miembros se dedicaron principalmente a la producción; el modo como la sociedad formaba a sus integrantes estaba determinado por la necesidad de desempeñar el papel de productores, y la norma impuesta a sus miembros era la de adquirir la capacidad y la voluntad de producir. En su etapa presente de modernidad tardía -esta segunda modernidad, o posmodernidad-, la sociedad humana impone a sus miembros (otra vez, principalmente) la obligación de ser consumidores. La forma en que esta sociedad moldea a sus integrantes está regida, ante todo, y en primer lugar, por la necesidad de desempeñar ese papel; la norma que les impone, la de tener capacidad y voluntad de consumir’ (p 44)

Nuevamente, la tesis puede parecer interesante pero para defenderla -o sea, para defender cada una de sus afirmaciones, por ejemplo mostrar que efectivamente la sociedad moldea a sus integrantes a través del deber del consumo- se requiere un estudio detallado y bien hecho. Pero, claro, para estudios detallados y bien hechos no están los sociólogos que interpretan el cambio social y la vida moderna. Para ellos solo basta con dar afirmaciones plausibles e ingeniosas. En otras palabras, basta con parecer inteligente en el equivalente a una conversación de café.

Ahora, la idea es efectivamente interesante. Es una buena definición de sociedad de consumo, que evita los problemas de la trivialidad que menciona Bauman que ‘todos consumismos siempre’ o evita simplificar las sociedades previas a la modernidad. Pero eso no quiere decir que sea una respuesta adecuada. Es una propuesta. Pero las propuestas son eso, propuestas. Hay que pasar a su ejecución para ver si funcionan.

Y podríamos seguir -y de hecho lo haremos- con afirmaciones parecidas -con frases dichas al pasar cuya única necesidad es la de parecer correctas. Aunque, de hecho, no siempre lo logran:

‘La esencia de toda moral es el impulso a sentirse responsable por el bienestar de los débiles, infortunados y sufrientes’ (p. 120). No estará de más recordar que existen innumerables morales y éticas basados en otros puntos (i.e excelencia, virtud etc.). Pero bueno, si uno quiere reducir todas las éticas a las que fundamentan el estado de bienestar, siempre uno puede hacer esos trucos.

Se pregunta Bauman cómo es posible que la mayoría de los votantes apoye el aumento de la desigualdad. Al fin y al cabo, la expansión del voto no debiera tener la conecuencia contraria. Más aún, nos dice que ‘los que votaban en favor de la red de contención (sostenida por el Estado) deben haber sido quienes no tenían intención de usarla en lo inmediato; gente que, incluso, esperaba sinceramente no tener que usarla jamás’ (p. 88). La explicación es la falta de seguridad: ‘Hasta entonces se las habían arreglado solos; pero, ¿cómo saber si la suerte (puesto que era una cuestión de suerte) les duraría siempre?’ (p. 89). Pero ahora las clases medias ‘parecen sentirse más seguros si ellos mismos administran sus asuntos’ (p. 89). No sentirían que necesitan el estado de bienestar, y entonces podrían desmantelarlo.

Pasemos por encima solamente el tema que las clases medias se sentirían seguras en un mundo en que, se supone, está lleno de inseguridad y riesgos. Y pasemos por encima también el hecho que explicaciones alternativas existen: Los estados de bienestar han tenido ‘crisis’ de crecimiento -en el sentido que no parecen garantizar altos niveles de éste- y en sociedades donde la gente está imbuida del espíritu del capitalismo, y entiende que las cosas están bien cuando crecen, eso produce un movimiento de conflicto. Y pasemos también por alto el que el estado de bienestar, con todos los cambios que ha sufrido, no ha sido desmantelado al fin y al cabo. O pasemos también por alto el hecho que, cuando el Estado de bienestar incluye la administración pública de la salud, una de las premisas del argumento de Bauman no funciona (i.e todo el mundo sabe que por el hospital se pasa alguna vez). Al fin y al cabo, estas críticas están al nivel de Bauman -cosas que uno descubre al minuto de leer un texto y con el cual uno puede desarrollar una conversación con amigos si es que a éstos les interesan esos temas.

Pero el caso es que ese tipo de disquisiciones -el ver si efectivamente eso es lo que está detrás del abandono del estado de bienestar- requieren un estudio. Pero ya lo hemos dicho, hacer estudios parece que está por debajo de los intereses de la sociología contemporánea.

En fin, que más puedo decir, aparte que cada día me gusta más Bourdieu.

Un proyecto a un plazo gigante

Originalmente, mi idea de escribir una historia de las sociedades humanas era un proyecto a 20 años plazo. Parecía una duración razonable al fin y al cabo para reunir material, para pensar material y para -entre medio- desarrollar una carrera académica que permitiera que el libro tuviera algún impacto más allá de mi pobre persona.

Ahora, tuve la mala ocurrencia de leer hace poco El Moderno Sistema Mundial. v.1. La agricultura capitalista y los orígenes de la economía-mundo europea en el siglo XVI de Wallerstein. Y me deprimí.

No por el libro, obviamente -que es una maravilla. Sino por lo que implicaba para el proyecto. Porque claramente, tomando en cuenta el nivel de agregación y lectura que implica un libro como el de Wallerstein (centenares de citas para un sólo siglo y una sola área), 20 años no resulta suficiente. Obviamente, escribir un libro sobre una historia de las sociedades no puede llegar al nivel de detalle y de revisión de lo de Wallerstein. Sí, obviamente no puedo leer decenas de textos sobre la evolución de la encomienda en América Latina para escribir el texto que quiero hacer. Pero, claro está, hay que leer más de uno, y pensemos entonces en la repetición de lo anterior -centenares de temas en centenares de sociedades. Y pensemos en la necesidad de ir cotejando con toda la gran variedad de estudios históricos comparados y de largo alcance.

En otras palabras, requiero 50 años (*). Y si 20 años ya parecía que esta iba a ser el trabajo de mi vida; ahora pensando en 50 años de metáfora pasa a ser de verdad. Tiene la ventaja que, si el cliché es cierto y mientras uno tenga proyecto y razones para continuar respirando, uno continua respirand, tendría asegurada la supervivencia hasta los 80 años y algo. Tiene la desventaja que, si el cliché es cierto y luego de terminar el trabajo de toda una vida uno desaparece, que las perspectivas de continuar luego de los 80 años y algo serían minúsculas. En fin, nada es perfecto.

(*) Ahora, un proyecto de 50 años tiene otra consecuencia. Inicialmente, la idea era terminar cerca de los ’90-2000 (con el fin del siglo XX corto y sus consecuencias inmediatas). Pero si estaríamos terminando cerca del 2050, entonces habría que terminar después. Quizás además necesito empezar a escribir una crónica de principios del siglo XXI (obviamente, el libro no va a terminar el 2050, sino en un hito que parezca importante antes de eso, pero dudo que sea suficiente con terminar con la caída de los regímenes comunistas con una pequeña coda sobre los ’90). En fin, nada es perfecto -para continuar con la misma conclusión.

A propósito de la encuesta Bicentenario (I) Del orgullo nacional

Entre todo el anuncio que los Chilenos están orgullosos de ser chilenos en la encuesta bicentenario (83% declara estar orgulloso, notas 6 y 7 en escala 1 a 7) -que presuntamente implicaría una fuerte identidad al parecer- aparecen algunos datos interesantes algo olvidados:

1. El orgullo por ser Chileno no implica una fuerte preferencia ‘cultural’ por Chile: la mitad piensa que es mejor mirar hacia fuera que preocuparse de lo chileno para desarrollarnos.

2. La mitad está dispuesto a irse del país por mejores condiciones de vida -específicamente el doble (un cuarto estaría dispuesto inmediatamente a irse). En las generaciones jóvenes alcanzamos a un 75%.

En otras palabras, el orgullo por Chile no implica un orgullo por la chilenidad, por una defensa de una identidad cultural específica. Alguien pudiera decir que la mitad no está dispuesta a irse a otro país incluso si le ofrecen una vida mucho mejor pero recordemos los costos de la migración y en realidad es el otro 50% el que se muestra más interesante. Parece más bien un orgullo que proviene de otras cosas (digamos, al parecer, más centrado en una visión que Chile es lo mejor del vecindario: 75% de acuerdo). En otras palabras, el orgullo no dice demasiado sobre la identificación cultural o simbólica con la nación

La seudo-sociología de la seudo-complejidad

A pesar de todos mis intentos, definitivamente tengo que declarar que no puedo con Luhmann. Durante algún tiempo, pensé que podía ser un asunto más de reacción negativa al estilo más que a los contenidos.

Así que traté de leer La Ciencia de la Sociedad. Puede que lo que me parece esteríl en términos generales, se muestre interesante en lo más específico. Y no resultó. Las mismas grandiosas declaraciones, los mismos anuncios sobre la gigantesca complejidad del pensamiento que terminan con aplicaciones banales, la misma capacidad para discutir fundamentalmente lo que se dice de un tema más que del tema mismo (i.e el análisis social de la ciencia es fundamentalmente un análisis de la auto-comprensión de la ciencia, escasas son las referencias y análisis del proceso social en que opera la ciencia a decir verdad).

De hecho, encontré que el problema de Luhmann -y de toda su teoría de sistemas- es que efectivamente trabaja sólo en el marco de la auto-comprensión. No que es deje de ser relevante, pero las operaciones de los sistemas, si se quiere, no son sus auto-comprensiones: el sistema económico no opera como la economía se ve. En uno de sus textos, Luhmann -frente a toda la evidencia de la importancia de los lazos y las redes en las economías modernas- no puede más que verlos como resabios de otros elementos, como ‘problemas’ (su discusión los trata como equivalentes a la corrupción). En otras palabras, ve la auto-imagen de la operación del mercado como efectivamente la operación del mercado. Y así no se puede.

Lo que nos lleva, en realidad, al problema más crucial -y al título de esta entrada- que en realidad, por todo lo que Luhmann habla de la complejidad de los sistemas, y de cómo los sistemas sociales operan con, limitan a la complejidad; Luhmann no tiene elementos analíticos para trabajar con la complejidad. Tiene muchas palabras para hablar de ella, y muchas formas de decir cuan relevantes son, pero instrumental para trabajar con sistemas complejos no tiene. Es cosa de comparar con, para decir cualquier cosa, el instrumental que se usa en Santa Fe para trabajar con complejidad en sistemas (de todo tipo, incluyendo sociales), para ver que Luhmann sólo posee un concepto de complejidad, no una analítica de la complejidad. Su instrumental analítico no es para trabajar la complejidad, sino para trabajar el sujeto (no es por nada que cita constantemente a Husserl) y lo que hace es trasladar ese instrumental a los ‘sistemas’: El sistema en Luhmann es un sujeto, sólo que abstraído de su base inicial y la gran innovación es decir que todas las cosas que decíamos de los sujetos las podemos decir de otras cosas.

En otras palabras, tiene una seudo-sociología (limitada a hablar de lo que en términos antiguos se llamaba ideología, y que a Luhmann le gusta re-denominar como semántica) de la seudo-complejdad (dado que no tiene herramientas teóricas, conceptuales o empíricas para trabajar efectivamente con las operaciones de sistemas complejos). Pero en fin, hay cosas peores en la disciplina para el caso.

Sociología como categoría de software

Ahora, buena parte de esos programas (hacer click en el título del post para ver el vínculo) no son de sociología (sino relacionados con aspectos sociales -programas para genealogías o software colaborativo). Lo importante e interesantes es que para eso se usa el nombre de nuestra vieja disciplina.

La sociología aparece en lugares muy extraños de cuando en cuando