El rechazo al salariado. Trayectorias históricas del trabajo por cuenta propia en Chile

En nuestra imagen del desarrollo histórico de Chile los actores centrales no son trabajadores por cuenta propia. Sin embargo, se puede hacer notar que no sólo tienen una presencia relevante en el transcurso de la historia de nuestro país, sino que han sido relevantes en la conformación de la identidad de diversos sujetos históricos en Chile. De hecho, lo mismo se puede decir en general de América Latina. Sánchez-Albornoz (Historia Mínima de la Población de América Latina, FCE, 2014, ed, revisada 1994: p 88-89) hace notar que parte importante de la migración española a América en la colonia fue de artesanos, típicamente autónomos, y no de campesinos, lo que explica su carácter urbano, lo que a su vez tuvo consecuencias para la implantación de la cultura hispánica en América.

En primer lugar, se puede observar la presencia importante de sectores no-dependientes a lo largo de la historia en Chile (al menos a partir del siglo XVIII), y que se observa en ello también una cierta voluntad de escapar del trabajo dependiente.

En lo que concierna a los segmentos populares, Gabriel Salazar ha destacado la búsqueda de alejarse de la dominación de la élite hacendal o del patriciado comercial. A propósito de la situación del siglo XVIII nos plantea que:

Sin embargo, fueron los mismos colonos pobres y los mestizos quienes se opusieron a ello. Es que desde su perspectiva, las formas intermedias de apropiación laboral no constituían un real acceso a la tierra, ni un medio para reunir un mínimo de capital originario. Careciendo de mentalidad proletaria -puesto que eran, pese a todo, colonos- los vagabundos coloniales resistieron la presión patronal. Es por ello que el proceso de formación del campesinado y el peonaje chilenos incluyó los rasgos de una peculiar pre-lucha de clases (Salazar, Labradores, peones y proletarios, 2000, ed. orig. 1984, LOM: 30)

Salazar, incluso llega a enfatizar la voluntad empresarial de estos grupos, la voluntad de acumulación (páginas 75-98). Si bien podría plantearse que no son necesariamente proto-capitalistas, los ejemplos de Salazar sí muestran una capacidad de acumular entre estos grupos de trabajadores que estaban fuera de sistemas de trabajo dependiente (en el caso chileno rural ello no implica necesariamente asalariado por cierto).

A lo largo del siglo XVIII y XIX nos encontramos contra una resistencia del bajo pueblo, para usar la nomenclatura de Salazar, contra la incorporación al mundo dependiente. Algo que se hace más explicable como tendencia, y más difícil como resultado, si se observan las tendencias de intensificación del uso de la mano de obra a lo largo de ese tiempo. Salazar en la obra ya citada muestra como en las haciendas la situación del arrendatario, formalmente independiente, se vuelve progresivamente más gravosa, en particular a lo largo del siglo XVIII, al aumentar los requerimientos de trabajo. Con relación a los predios en el distrito de Puchacay, un distrito rural cerca de Concepción, hacia finales del siglo XVIII,  Lorenzo (De lo rural a lo Urbano, Ediciones Universitarias de Valparaíso, 2014: p 182-183) describe que si bien hay diferencias entre arrendatario e inquilino en relación con la prestación de trabajo para el hacendado, ya en los primeros se incluye el requisito de trabajar para éste cuando la estancia lo requiera. La diferencia ocurre entre trabajo esporádico y permanente, pero ya no se está en una pura relación comercial de arriendo. En algún sentido, guardando las proporciones y las distancias, un fenómeno similar a la segunda servidumbre en la modernidad temprana en la Europa Oriental. Las trabas a la actividad independiente del bajo pueblo por parte de las élites es un refrán, en cualquier caso, en la obra de Salazar: Es su análisis de la reacción del patriciado al comercio popular en las ciudades (en Mercaderes, Empresarios y Capitalistas, Sudamericana, 2008).

Con relación a los estratos medios también volvemos a encontrar una dinámica similar: De existencia, no reconocida, de un sector de cuenta propia. La visión tradicional de un estrato medio construido al alero del Estado durante el siglo XIX esconde la importancia previa de sectores artesanales. Las estadísticas de oficios muestran porcentajes relevantes de estos segmentos: Así, el censo de 1907 muestra un número en el mismo rango de magnitud de empleados privados que de comerciantes (91.758 los primeros y 78.490 los segundos, ver Gonzálz Le Saux, De empresarios a empleados, LOM, 2011: p 121). Habría sido la clase media artesanal tradicional la que se habría transformado en una clase media asalariada pública, serían esos actores los que habrían tenido los recursos y capitales para aprovechar la expansión educacional que permitió la generación del funcionario público de clase media. Frente a la emergencia de diversos procesos que dificultaron la reproducción del artesanado en el siglo XIX aparece el empleo público. En particular, el reemplazo de una cultura de consumo popular, que prefería los productos tradicionales producidos por esos artesanos, por una que abandonaba esos productos tradicionales y creada con tecnologías que no eran las que manejaban los artesanos tradicionales es parte importante del proceso que genera una crisis al interior de ella. Aunque la trayectoria no es similar, el hecho que la cultura de consumo y la relación entre técnicas tradicionales y nuevas técnicas de producción también resultan cruciales para entender lo que sucede con el artesanado, se repite en el análisis de Sergio Solano (Oficios. economía de mercado, hábitos de consumo y diferenciación social en Trabajo, trabajadores y Participación Popular, Anthropos, 2012) sobre el Caribe colombiano durante el siglo XIX. Resulta, en todo caso, más difícil plantear en estos casos una resistencia a la transformación en empleo asalariado: Frente a las dificultades de reproducción la ‘transmisión horizontal’ hacia clase media asalariado no parece haber sido demasiado problemática. Ahora bien, es posible preguntarse si la preferencia por el empleo público en vez del privado, muchas veces notada y criticada, no se debe a un cierto rechazo a las condiciones del empleo asalariado privado. Sin embargo, ello queda sólo como hipótesis, porque no hay evidencia clara al respecto.

En segundo lugar, podemos destacar que una de los rasgos constantes en esta evolución es la dificultad de poder darle dignidad a la condición del trabajo dependiente. Así, por ejemplo, analizando los discursos y disputas por el honor en el Santiago del siglo XVIII, Verónica Undurraga nos hace ver que:

En suma, la condición calificada como ‘vil’ no era el trabajo agrícola en sí mismo, sino que la sujeción a un patrón, es decir, la relación de dependencia y sumisión que ella entrañaba. De ahí las alusiones reiteradas al término ”servir” para aludir al tipo de trabajo que el peón realizaba (Verónica Undurraga, Los Rostros del Honor, Universitaria, 2012: p 96)

El trabajo asalariado estaba bajo un signo infamante -la sumisión que implica que no se es libre-, y luego es el artesano quien puede decir, como lo hace un sastre en 1819 que es ‘un pobre artesano pero tengo honor’ (p 21 en el citado estudio de Undurraga). De hecho, esta es una representación del honor que no necesariamente sigue los lineamientos del honor tradicional de linaje o del honor como civilidad, sino una construcción en cierto sentido propia de los sectores populares chilenos.

En sociedades donde el trabajo forzado ha tenido relevancia (o al menos, donde la imagen basal del trabajo dependiente no es necesariamente la del empleo asalariado libre), como lo es el caso chileno, no es extraño que entonces la imagen de la servidumbre no deja de cruzar la idea del trabajo asalariado. Esta misma dificultad de pensar que el asalariado es libre y de identificar la mera idea de trabajar para otro como no-libre se observa en la antigüedad griega donde trabajar para otros es algo sólo digno de esclavos (Cohen, Athenian Economy and Society, Princeton UP, 1992: p 70-73, ver también Arendt, The Human Condition, Chicago UP, 1958: Cap 2, § 8, n 60). En esas circunstancias y contextos, la situación e imagen del trabajo por cuenta propia no puede dejar de tener una positividad intrínseca.

Más aún, nos permite entender las razones históricas de por qué no corresponde identificar el deseo de independencia o autonomía con emprendimiento: Porque ese deseo es tradicional, y puede ser compatible con una ética económica muy tradicional (usando los términos weberianos de la Ética Protestante). Una anécdota personal. A principios de este siglo me tocó realizar un trabajo de consultoría en Pomaire, sector artesanal cerca de Santiago. Lo que era evidente era la combinación de una alta valoración del trabajo por cuenta propia (de no tener jefe) con una ética económica altamente tradicional y que rechazaba la acumulación. Depender de otro es, en esta visión, algo manifiestamente negativo, y es eso lo que le da al cuenta propia, más allá de sus problemas, una sensación que es inherentemente positiva.

En el proceso histórico chileno, el trabajo por cuenta propia no puede reducirse a una simple actor marginal y representa una tendencia constante (y valorada en ciertos aspectos por los sujetos que constituyen la sociedad chilena) que ha marcado la evolución histórica de Chile. Más aún, constituye una contra-opción a lo que ocurre en el trabajo dependiente. El trabajo por cuenta propia, de cierta forma, representa una posibilidad de escape (esto percibida ya sea negativa o positivamente) de las limitaciones de la relación salarial y, por lo tanto, en cierto modo una modalidad de resistencia frente a la inserción en un mundo donde otros toman las decisiones; y ello parece ser también una característica de largo plazo de nuestra sociedad.

Variaciones del Infierno. Dante, Levi y Auschwitz

En uno de los capítulos centrales de Si esto es un hombre de Primo Levi, el autor nos cuenta de una conversación con otra persona en el campo, Jean. Entre medio que comparten tareas, Levi le empieza a enseñar italiano. Y lo hace a través del Infierno de Dante, en particular el canto de Ulises.  En uno de esas traducciones, Levi recuerda un pasaje y transcribo su texto -porque Levi escribe mejor que yo y porque mejor es dejar a quienes viven las experiencias el contarlas:

‘Considerad’, seguí, ‘vuestra ascendencia:
para vida animal no habéis nacido
sino para adquirir virtud y ciencia’

Como si yo lo sintiese también por vez primera: como un toque de clarín, como la voz de Dios. Por un momento he olvidado quién soy y dónde estoy (Si esto es un Hombre, El Canto de Ulises, p 124)

No deja de llamar la atención que en su narración del infierno real Levi nos recuerde el infierno más famoso de la literatura. Es importante también que recuerde el infierno imaginado para salir del infierno real: Al realizar una actividad tan normal como enseñar a otro un idioma, al realizar una actividad como recordar un poema, y trabajar con el lenguaje; es cómo Levi puede recordar -entre medio del infierno- aquello que no es infierno. Y por ello le da las gracias a Jean.

Contraponer ambas situaciones, la real y la imaginada, nos servirá a nosotros (para quienes, por azar del destino, ambas nos son desconocidas) para comprender mejor lo que ocurrió en los campos.

Lo primero es sobre la ubicación de lo indecible, de lo inefable. Para Dante lo que es realmente inexpresable e incomprensible, y así lo declara varias veces  y mucho del texto está orientado a mostrarnos ello, es el paraíso (y en particular en el Canto 1 y el 33, el inicial y el final, del Paraíso). Y ello es más fuerte a medida que se avanza en él y el peregrino se acerca a la divinidad. El infierno, en cambio, es plenamente expresable -para contar los pecados y sus penas Dante no declara o muestra mayor dificultad. El infierno es humano. Pero en el infierno real sucede lo contrario: Es la degradación del campo lo que no se puede decir o expresar. La primera imagen de quienes están en el campo (de aquello en que se van a convertir) es la imagen de lo que se puede comprender o entender. El mostrar una situación que para quienes están lejanas a ella resulta difícil de imaginar siquiera es lo que el libro de Levi intenta, y el estremecedor poema inicial nos pone ante la pregunta de si aquellos que están en la vida normal pueden comprender a quien ha sufrido lo que ellos sufrieron, si puede ubicarlos como seres humanos siquiera. Y esto sin entrar siquiera en el tema de los hundidos (que ya fue tema de una entrada anterior a propósito del texto de Agamben) que representa el límite de ello. El problema de la dificultad de expresar la vivencia se muestra sin llegar a ese límite. Pero es el infierno, no el paraíso; la experiencia del mal, no la contemplación del divino bien; lo que resulta un límite para el decir y la comprensión.

Lo anterior se entiende de mejor forma si comparamos los males del Infierno. En Dante es sabido que las penalidades se acomodan a los pecados: A quienes cayeron en la lujuria y se dejaron mover por ella se les condena a una eternidad de ser movidos por vientos; a quienes cayeron en la glotonería a habitar en la podredumbre (que es el resultado final de lo que se ingiere). En la medida que avanzamos en el Infierno, y los pecados son mayores, las penas a su vez se vuelven más graves (y encontraremos personas que viven bajo una lluvia eterna de fuego, quienes son perpetuamente y renovadamente descuartizados y así). Pero en toda esa variación de penalidades nada se acerca al infierno real, nada se acerca a perder el ser persona, y a considerarse a sí como abandonado de la humanidad. Como nos dice Levi, cuando nos cuenta la reacción de ellos ante el ahorcamiento de uno que resistió:

Al pie de la horca, los SS nos veían pasar con miradas indiferentes: su obra estaba realizada y bien realizada. Los rusos pueden venir ya: ya no quedan hombres fuertes entre nosotros, el último pende ahora sobre nuestras cabezas,y para los demás, pocos cabestros han bastado. Pueden venir los rusos: no nos encontraran más que a los domados, a nosotros los acabados, dignos ahora de la muerte inerme que nos espera.

Destruir al hombre es difícil, casi tanto como crearlo: no ha sido fácil, no ha sido breve, pero lo habéis conseguido, alemanes. Henos aquí dóciles bajo vuestras miradas: de nuestra parte nada tenéis que temer: ni actos de rebeldía, ni palabras de desafío, ni siquiera una mirada que juzgue (Si esto es un hombre, El último, p 162-163)

Lo que produce el infierno es la extinción de lo humano, de ser persona. Lo más cercano en Dante a ello es la pérdida de identidad constante que experimentan los ladrones en el Canto 25 del Infierno (que característicamente no es para Dante el peor de los castigos, estando en el octavo círculo, no en el noveno y último, dedicado a los traidores). Pero ellos no dejan de ser personas que sufren. El sufrimiento particular de dejar de ser persona, ese Infierno, era imposible de ser siquiera pensado.

Y quizás un último punto, que nos sirve para volver al inicio: El infierno imaginado es un infierno hablado. Incluso en el momento más patético del Infierno, Ugolino royendo la nuca de Ruggieri (Infierno, Canto 33), al recordar al traidor que lo hizo morir abandonado con sus hijos, se habla y se narra. En el habla todavía está la persona. Pero el infierno real está más allá del habla, y en él nadie desea hablar, y nadie desea escuchar a los que se hunden en él. Y menos el hablar por hablar que es tan característico de lo humano, y tan característico del Infierno de Dante. Y es esa recuperación del habla, del lenguaje, lo que en parte recupera Levi al intentar enseñar italiano traduciendo el Canto de Ulises. El habla que permite salir del infierno.

Los hombres, así, fuimos capaces de crear realmente un mayor infierno que cualquiera que nos podíamos imaginar. El puro bien es realmente inaccesible, pero el mal sin mezcla sí ha existido.

Agamben sobre Auschwitz. El terror de la extinción de lo humano.

Algunos de los momentos más significativos en un texto es cuando la cadena de argumentación experimenta un quiebre, no llega a donde uno pudiera esperar que se dirige. Es allí donde se revela un texto.

El quiebre de la argumentación: Lo que no podemos aceptar como posible.

Al leer el magnífico texto de Giorgio Agamben sobre Auschwitz –Homo Sacer III, Lo que queda de Auschwitz: El archivo y el testigo (original en italiano de 1999, edición española de 2002- hay dos momentos, que además reproducen la misma tensión, en que Agamben evita seguir un determinado argumento por una consideración moral. Esto es relevante porque, en otros textos (en la serie del Homo Sacer) Agamben se caracteriza precisamente por dejar que sus argumentos lo llevan a cualquier parte, por más complejos que puedan ser desde un punto de vista de la ‘moral normal’. Será ilustrativo examinar esos momentos porque nos pueden ayudar a alumbrar el terror específico de Auschwitz.

Las citas entonces:

El musulmán ha penetrado hacia una región de lo humano -puesto que negarle simplemente la humanidad significaría aceptar el veredicto de la SS, repetir su gesto- donde, a la vez que la ayuda, la dignidad y el respeto de sí se han hecho inservibles (2.13, página 63)

Pero si conjugando lo que tiene de único y lo que tiene de indecible, hacen de Auschwitz una realidad absolutamente separada del lenguaje, si cancelan, en el musulmán, la relación entre imposibilidad y posibilidad de decir que constituye el testimonio, están repitiendo sin darse cuenta el gesto de los nazis, se están mostrando secretamente solidarios con el arcanum imperii. (4.9, página 154)

Dos veces el mismo gesto: Se prohíbe cierta posición porque de darla por verdadera implicaría que el nazismo hubiera tenido razón. Como ya dije es un tipo de argumento claramente no-Agambiano, que precisamente en textos anteriores no había tenido problemas en plantear una conclusión por más compleja que pudiera pensar para las mentes bienpensantes.

La situación del ‘musulmán’.

En ambos casos no sólo es el mismo gesto, la misma pulsión, es el mismo tema: La situación del ‘musulmán’. Esa palabra era usada por los prisioneros de los campos a algunos de ellos que parecían haber perdido toda voluntad, todo desear, habiendo quedado reducidos a algo que ni siquiera se podría decir animal porque precisamente habían perdido incluso lo que ellos conservan. Las referencias a muertos vivientes son comunes en los textos de sobrevivientes que reseña Agamben (en particular, los de Primo Levi, en algún sentido el texto de Agamben es una continua reflexión sobre la trilogía de Auschwitz del autor ya mencionado). La sensación que tras el musulmán no hay nada, que representa la pérdida de todo lo que en condiciones normales los seres humanos dado por valioso es recurrente, y no por nada el título del texto en que Levi atestigua de Auschwitz se llama Si esto es un hombre. Agamben recuerda que, en contraposición con los horrores de los muertos, el musulmán no es siquiera algo que se pueda ver (2.5).

Citemos algunas de las expresiones de los testimonios que cita Agamben:

‘No poseía ya un estado de conocimiento que le permitiera comparar entre bien y mal, nobleza y bajeza, espiritualidad y no espiritualidad- Era un cadáver ambulante, un haz de funciones físicas ya en agonía (Améry)

Ese ser idiotizado y sin voluntad (Ryn y Klodzinski)

Apagados en ellos el brillo divino, demasiados vacíos ya para sufrir verdaderamente (Levi)

Su disponibilidad para la muerte no era, empero, algo similar a un acto de voluntad, sino una destrucción de voluntad (Kogon)

Frente a este ser sin voluntad, que está más allá del habla y casi de la experiencia (al menos cómo los testigos lo plantean, veremos al final que esto tiene su relevancia), la pregunta es simple, ¿se puede considerar al musulmán humano o está más allá de la condición humana?

Es interesante, por eso los hemos destacado, que el lenguaje de varios de los testimonios haga referencia a una pérdida de los criterios éticos normales (‘brillo divino’, ‘bien y mal’, ‘nobleza y bajeza’). Uno de los puntos más fuertes del argumento de Agamben es que ninguna de las éticas que disponemos, nada del lenguaje ético tradicional (ninguna idea y experiencia de dignidad, de bien, de valor, de culpa) tiene sentido en el caso de Auschwitz. La crítica de Agamben a la ética comunicativa de Apel es, en ese sentido, devastadora. El problema no es que frente al Kapo de la SS sea imposible comunicar:

La objeción decisiva es otra. Es, una vez más, el musulmán. Imaginemos por un instante que, gracias a una prodigiosa máquina del tiempo, nos fuera introducir en un campo al profesor Apel y llevarle ante un musulmán, con el ruego de que también tratara de verificar en él su ética de la comunicación. Creo que más vale, desde cualquier punto de vista, apagar en este momento nuestra máquina del tiempo y no proseguir el experimento (2.14, página 65)

Frente a la tiranía tradicional siempre subsistió la idea que, pudiendo derrotar al ‘cuerpo’, siempre era posible mantener el propio valor: Que existe un fondo de resistencia que, en principio, uno puede mantener; y que en ello consiste la propia victoria. Podrán enviarme a los leones, pero podré testimoniar mi fe; y en ello puedo mostrar y defender mi valía. Agamben muestra que todo esa visión se vuelve imposible mantener en Auschwitz: Que frente al musulmán todo intento de mantener la propia decencia aparece como radicalmente indecente.

Ahora bien, de la falta de las éticas normales en Auschwitz Agamben concluye que están equivocadas. Toda ética debiera pasar esa prueba, y la prueba es que sean aplicables al musulmán. De no ser aplicables a éste último, entonces sucede que aceptamos el dictum del Kapo y lo expulsamos de la humanidad. Y ello no puede ser.

La capacidad de testimoniar. El argumento agambiano sobre la humanidad en Auschwitz.

En Agamben hay una pulsión, pero no sólo hay una pulsión. El argumento que desarrolla al respecto es el del testigo. Es un argumento complejo y aquí nos limitaremos a sus líneas generales -y a una crítica, también, general.

El punto de partida es, nuevamente, Levi: El verdadero testigo de los campos es el musulmán -aquellos que escriben memorias nunca llegaron, de verdad, al fondo de lo que pasaba allí. Pero el musulmán está más allá de la palabra, y luego no puede testimoniar. ¿Cómo resolver esa paradoja? En cierto sentido, lo que argumenta Agamben es que la diferencia entre el viviente y el hablante es constituyente de la condición humana: En los seres humanos el habla nunca puede coincidir cabalmente con la vida, o llega antes o llega después (y sólo por instantes, no necesariamente experimentados positivamente, como la epilepsia puede ser intra festum, ver 3.20).

Entonces, sí puede haber testimonio en Auschwitz -y al haber testimonio, entonces, no cabe eliminar completamente la humanidad: La figura que siempre es desdoblada, aquí lo es más radicalmente: El testigo es quien habla, y el musulmán queda sólo como viviente. A través de esa escisión es que se manifiesta lo humano, y luego el musulmán no puede ser excluido de lo humano:

La paradoja, en este punto, es que si el que testimonia verdaderamente de lo humano es aquel cuya humanidad ha sido destruida, eso significa que la identidad entre hombre y no-hombre no es nunca perfecta, que no es posible destruir íntegramente lo humano, que siempre resta algo. El testigo es ese resto (3.23, página 133)

Sin embargo, hay dos hebras que, creo, socavan el argumento -en precisamente el punto que siempre resta algo. El primero es que la diferencia entre hablante y viviente no opera ‘normalmente’ en la relación entre testigo-musulmán. Porque el testigo, Levi, vive él la misma escisión entre hablante y viviente que viven todos los seres humanos. Y esto nos muestra que el hecho mismo de dividir esos roles en dos cuerpos distintos quiebra lo que es universalmente humano: ‘Yo’ no soy esa habla que digo, pero eso lo vivo y experimento; del mismo modo que la vivencia ajena es siempre experimentada como vivencia ajena. El musulmán sería, precisamente, donde esa tensión entre hablante y viviente se pierde, y requeriría a otro para que ello se reprodujera, pero ya no sería una escisión vivida. Lo cual nos lleva la segundo punto, que es que, al parecer, los testigos no testimoniaron la experiencia del musulmán. Al final del texto de Agamben hay una serie de testimonios de los propios musulmanes (en años posteriores). Lo que ellos nos testimonian es muy diferente a lo que nos dicen los otros testigos, en particular la radical cosificación que describen esos otros desaparece. Ahora bien, si ello es así entonces la parecer la figura del testigo tal como la plantea Agamben no operó. Pero, entonces cabe la duda sobre ¿habla el musulmán a través de quién lo fue pero ahora puede testimoniar? ¿Se está testimoniando? Queda la sospecha que quienes pudieron ‘volver’ fueron también personas anómalas, y quizás el musulmán está más allá de ello. Porque el musulmán puede ser testimoniado desde afuera y después, pero no cerca a la vivencia. Recordemos: la vivencia no es decible en sí misma, pero se puede testimoniar a partir de la experiencia de esa diferencia. La pregunta queda todavía abierta, y la posibilidad negada por Agamben -que sí, es posible eliminar sin resto a lo humano- todavía no es eliminada.

Más allá del testimonio. El horror de la extinción de lo humano.

Ahora, y ¿si siguiéramos otro camino? Creo que con ello es que podemos adentrarnos más en el horror particular de Auschwitz. Supongamos que lo siguiente es cierto: Que en Auschwitz fue descubierta, y practicada, una acción que permite despojar a una persona de todo lo que damos por valioso en el ser, y dejarlo fuera de toda ética. No es que las éticas fallen en Auschwitz y por ello estén equivocadas, es que la posibilidad misma de una conducta ética es la que queda eliminada ahí. Los seres humanos somos, efectivamente, capaces de destruir toda la humanidad de alguien y dejarlo efectivamente convertido en algo que no nos queda más que verlo como objeto. El terror de eliminar lo humano (algo más profundo que simplemente asesinarlo), el horror de lo que plantea el Kapo, es precisamente que es posible.

Si uno examina algunos textos escritos en la inmediata posguerra podemos observar que lo que une a pensadores tan distintos como Orwell (en 1984) o Arendt (en Los Orígenes del Totalitarismo) es que resultaría posible una sociedad como esa, donde eternamente se produjeran musulmanes. De alguna manera, al insistir en que no es posible aceptar que en el musulmán se haya extinguido lo humano, Agamben está resistiéndose al horror específico que corresponde a los campos.

Vivir en una sociedad donde es posible tener una vida humana -en el sentido más básico de la palabra, una donde tiene sentido pensar preocuparse de la dignidad, de la decencia, de la verdad- es algo que tenemos que construir. Pero no es necesario que ello suceda, bien podemos construir lo contrario. Más aún, y he allí el terror específico, queda la pregunta de si podemos construir esa anti-humanidad sin que exista salida alguna.

Del simplicismo de la diferencia interno y externo. A propósito de la expansión Europea

Entre los innumerables seudo-debates que reinan en las ciencias sociales se encuentra uno sobre las causas de la expansión europea a partir del siglo XV. ¿Es un fenómeno cuyas causas son internas? Y entonces las causas debiéramos encontrarlos en sus actitudes sobre la economía, en sus procesos políticos, en su estructura de clases, en los intercambios comerciales en su interior etc. ¿O es un fenómeno externo? Y entonces las causas están en su dominación de otras sociedades, en el colonialismo etc. Estos argumentos, como suele suceder en Ciencias Sociales, terminan siendo finalmente discusiones con tintes políticos: ¿la expansión europea se debió a su mayor capacidad, y por lo tanto es merecida y muestra de su superioridad como civilización, o se debió al hecho que explotara a otros, y por lo tanto no es merecida ni muestra ninguna superioridad?

Ahora bien, puestas así las cosas es casi evidente que no tiene sentido la distinción. No se domina a otro por casualidad. Si Europa fue capaz de dominar otras sociedades fue debido a una serie de capacidades. Todas las condiciones que permitieron la dominación externa dicen y nos hablan de las estructuras internas; esas condiciones internas a su vez dicen relación con esas dominaciones externas.

Si el triunfo de la expansión europea se debió a los cañones, bueno entonces se debió a sociedades que, por ejemplo, fueron capaces de (a) poner una fuerte artillería en (b) barcos capaces de cruzar el mundo (c) usados para apoyar compañías de las Indias como la VOC o la EIC. Y todas esas son herramientas para la dominación que al mismo tiempo dependen de las capacidades internas europeas. O pensando en el Imperio Español  el tener las instituciones organizativas que permiten el control a larga distancia de un territorio gigantesco (en comparación con España, o en realidad, Castilla) no es cosa menor tampoco.  Por cierto, es la combinación de herramientas las que permite a Europa hacer ciertas cosas, la mayoría de ellas no era algo específico a Europa por sí sola: No era exclusivo de ellos la artillería o los barcos de alta mar, pero sí la combinación de cuantiosa artillería en barcos para ultramar. Y si bien en técnicas comerciales no eran lo suficientemente mejores para desplazar a los comerciantes indios en el Índico, el hecho de unir los cañones al comercio sí era algo distinto (nada parecido al estatus semi-oficial de las compañías de las Indias, ni a la defensa del comercio a través del poder político y militar pasado Cabo).

Por el otro lado,  argumentos del estilo que el monto (y las ganancias) del comercio local europeo eran mucho mayores que las de ultramar y, por lo tanto, lo externo no fue muy importante, olvida todas las formas en que las relaciones de ultramar afectaron la situación interna. Hay instituciones completas (por ejemplo, la ‘chartered company’, y el desarrollo de las bolsas) que dependieron de ella. Y, al fin y al cabo, aunque fuera menor bien pudiera ser el diferencial que permitió a Europa generar la acumulación base del despegue productivo de la Revolución Industrial. Al fin y al cabo, los sectores de la revolución industrial también fueron relativamente pequeños en un inicio, lo cual no quita que fueran los claves. Los recursos americanos que estuvieron disponibles para los Europeos pueden haber sido menores que los que generaba Europa internamente, pero sin ellos quizás Europa no podría haber realizado los desarrollos de esa producción interna (pensemos, para no usar el ejemplo obvio de los metales preciosos, en todas las hectáreas de madera y de bosques americanos usados en Europa, que de otro modo tuvieran que haber sido producidos en Europa).

Quizás la mejor forma de decir estas cosas sea recordar que las relaciones con lo externo no son algo separado de lo interno, son parte de ese mismo ser.

Una propuesta de periodización de la Historia de la Sociedad del Chile Central

Siguiendo las líneas de la entrada sobre delimitación de la historia de la sociedad chilena, que en realidad era la del Chile central, así que usaremos eso como nombre a partir de ahora, ahora un intento de periodización.

Primero, el prólogo. Aun cuando la delimitación que hicimos tiene como punto de inicio la llegada de los españoles, lo que sucede cuando estos llegan no se entiende sin una invasión previa: La incaica. Luego, el período que va desde la llegada de los Incas a la de los españoles representa la obertura de la obra. Es relevante recordar que la invasión incaica no forma el territorio sobre el cual versa la periodización (i.e no hay dominio incaico en Laja como sí lo hay en Santiago), pero el hecho que si hubiera una instalación del Estado Incaico en ciertas zonas es crucial para comprender lo que viene después.

1542-1598 Conquista. Este período se define por dos eventos claros. El primero es la fundación de Santiago. Con ello se inicia la instalación del poder español, y la presencia permanente de ellos. El segunda es la batalla de Curalaba -que, con la rebelión subsecuente. es la que efectivamente define y delimita le territorio del Chile tradicional. Los 54 años entre esos dos eventos son un período de lucha continua entre españoles y mapuche .que son los actores del período-; en el cual el centro de la actividad de los españoles se da al sur del Bío-Bío (es cosa de observar a los cronistas que poco tienen que decir que no sea en relación con la Guerra de Arauco); con una actividad económica basada en la explotación de los pueblos indígenas (para lavaderos de oro en una parte no menor).

1598-1740 Formación. Este período se inicia con una sociedad formada por españoles e indios, y termina con una sociedad en la cual las ‘castas’ (todos los grupos mestizos) son una parte central del ‘bajo pueblo’ del territorio. Es un período que parte todavía con intentos españoles de conquistar el territorio mapuche al sur del Bío-Bío (por ejemplo, repetidos intentos de re-fundar fuertes) y cuando termina la institución de los parlamentos ya está desarrollada y se funda Los Angeles (1739) como medida defensiva de esa frontera. Es el período en el cual se forma la ‘unidad’ de la cual vera el resto de la historia -cuando el territorio entre Copiapó y el Bío-Bío (y en particular entre el Aconcagua y este último río) es el centro de la actividad. Es un período en el cual todo la dominación se basa en Santiago -que adquiere un grado de concentración demográfico, económico y político que no va a volver a tener-; y donde aparte de Santiago existe una población muy dispersa que ocupa el territorio con una baja intensidad. La ausencia de otros centros de poder hace que las parroquias rurales se ubican al lado de la casa hacendal y que los corregidores (quienes representan el poder local). Una actividad económica relativamente menor

1740-1861 Haciendas y pueblos.  Quizás puede ponerse como punto de inicio del período el proceso de fundación de ciudades bajo Manso de Velasco (1739 Los Angeles, 1740 San Felipe). Aunque la política de fundación de ciudades era previa (Quillota 1717 y una Junta de Poblaciones se funda en 1711) es en ese período cuando aumenta en importancia y fuerza (refundandose la Junta de Poblaciones en 1745). Es un período cuando la economía agraria se orienta al trigo, cuando crece la población a lo largo de todo el territorio, cuando se desarrolla el proceso de ‘campesinización’. Un proceso central es la fundación de ciudades a lo largo del territorio y el crecimiento poblacional que lo acompañó.  Aun cuando las ciudades fundadas pueden no tener toda la importancia que el gobierno de la época quería, implican que el asentamiento puramente disperso no es lo único, y ello permite acumulación de ‘poder’ fuera del centro de Santiago. Esta mayor articulación y presencia del poder central, genera a su vez un mayor poder local. A lo largo de este siglo se experimenta un fuerte aumento poblacional en todas las provincias, y en ese sentido -comparado con el período previo y el posterior- el momento de mayor desconcentración.

En este sentido, el patriciado tiene enfrente a otro lugar de poder, que al ser al inicio ‘extraño’ es parte de su proceso de alejamiento del dominio español, y que luego intentará convertir en su propio poder. En cierto sentido, el proceso bajo el cual el patriciado se toma ese renovado poder estatal es lo que se puede considerar ya finalizado para 1861: Estando ya el poder seguro, se puede proceder a su liberalización política (i.e para una dominación directa por parte del patriciado).

1851-1967 La Era de la Concentración. Demográficamente es fácil identificar este período: Es aquel en que las provincias agrícolas del centro detienen su aumento poblacional, en el cual los centros urbanos principales (en un principio el binomio Santiago-Valparaíso, pero luego sólo la capital) concentran el crecimiento y la población. Es también un período en que la agricultura cede importancia frente a la minería (algo que ya se había iniciado con anterioridad, pero es en este período cuando Chile se transforma en país del salitre o del cobre), y la hacienda pierde importancia económica (Aun cuando en el territorio del cual estamos hablando, que no incluye el norte minero, sigue conservando poder social; pero para el Estado que tiene su centro en este territorio los ingresos se producen en otra parte). Es el período en el cual el poder territorial efectivo se expande. Si en el período anterior había sido intensivo ese aumento (de mayor control de lo que ya se poseía) aquí es extensivo (incorporando territorios). Las dinámicas de poder también cambian: Si en el período anterior frente a la hacienda existían diversos pueblos, aquí frente al poder del patriciado aparece el hecho urbano masivo concentrado y un Estado burocrático que opera efectivamente, y con ello entonces la expansión de nuevas clases medias (no que se funden o crean, pero si cambian de carácter y de relevancia). Los grupos urbanos medios (en particular, de las nuevas grandes ciudades) al inicio es la herramienta del patriciado, pero luego se independiza como poder. Sin embargo, a través de todo el período, si bien la importancia de la hacienda como base de poder disminuye, sigue siendo cierto que el patriciado mantiene el poder en la hacienda. En la idea de ‘Estado de compromiso’ el patriciado pierde el control del país y de la urbe pero mantiene en su poder el mundo rural. Es la pérdida del mundo rural tradicional, el fin de dos siglos de hacienda, lo que puede marcar el fin de este período. La Reforma Agraria, y en particular (por ello la fecha de 1967) con la sindicalización campesina, que muestra el final del control tradicional de la población rural. El período se inicia con un máximo de poder oligárquico y finaliza con la crisis final de esa oligarquía tradicional

1981-2015 La era neoliberal. El período se inicia con la eclosión y posterior destrucción de un intento revolucionario contra la dominación oligárquica, siguiendo las líneas del socialismo. Sin embargo ello se corta con el golpe de 1973 (y el gobierno de la UP y los años iniciales de la Dictadura pueden verse como el momento de crisis y transición entre eras).

Lo que emerge, y queda ya instalado a partir de 1981 cuando se terminan de producir las ‘siete modernizaciones’ (y por lo tanto es en realidad la fecha del inicio de esta nueva sociedad) es un proceso revolucionario y radical de instauración de una lógica de mercado en la sociedad. Este proceso no es uno de reinstauración de la vieja oligarquía: el viejo mundo rural, si se quiere, ya desapareció y el nuevo mundo rural no es uno de inquilinos sino de temporeros. El mundo urbano es, también, uno nuevo -con clases medias cuyos núcleos en ascenso y su centro simbólico están en los empleos privados y no en los públicos.  Es también una sociedad que experimenta el fin del proceso de creciente concentración del período anterior -si bien no se desconcentra el poder de la capital (como si se hizo en el siglo XVIII) si es cierto que su peso demográfico y económico no sigue creciendo -y el resto del país empieza entonces a volver a crecer. Es una sociedad que ha experimentado el crecimiento económico más importante de su historia (los años entre 1981 y 2010 bien podrían ser recordados a futuro como el equivalente a los treinta gloriosos de la postguerra en Francia, habiendo vivido el período, no es una perspectiva que me sea muy grata pero no me extrañaría que así quedara el recuerdo). Pero al mismo tiempo un fuerte aumento de su desigualdad.

Sin embargo, no habrá que olvidar que todas esas transformaciones lo son de una sociedad que mantiene continuamente varias de sus características  (i.e con grandes distancias entre élite y resto de la población, con una economía y una élite económica que sigue orientada a las ganancias más fáciles, con una economía que nunca ha sido muy competitiva en diversos ámbitos). Nada se construye sobre tabla rasa y todo lo que se desarrollo lo hace sobre un suelo; y las reacciones a los grandes cambios sólo se entienden si se entiende a qué se reacciona y quien es el que reacciona: La forma en que se experimentan esas tendencias y las prácticas que las realizan sólo se explican si recordamos que quienes lo experimentan y actúan son grupos formados por los períodos anteriores.

Algunas notas finales sobre temas que podrían ser discutibles:

(a) Muy tradicionalmente le hemos dado importancia a la hacienda como eje constructor del poder del patriciado. Salazar ha negado con fuerza esa afirmación, tanto en la medida que (a) es un patriciado que basa su poder en el comercio no en la producción y que (b) olvida al bajo pueblo que siempre intento escapar de esa hacienda. Ambas cosas podrán ser ciertas pero no quitan que la operación de poder de ese patriciado se basa en su dominio del espacio rural: Pueden vivir de las ventas de su comercio pero participan de ello en tanto hacendados (no se dedican ellos a la intermediación, y se comercia a través de los barcos de otros). Y si bien las clases populares intentan crear un espacio propio y separado es el poder hacendal el que evita el que puedan desarrollar ese proyecto.

(b) Para delimitar los momentos clave siempre he tenido a la vista los movimientos demográficos. Ello puede parecer ‘irrelevante’ o ‘superficial’, pero creo que (y en esto no hay nada original, es lo que se colige de leer a autores tan clásicos como Braudel) las dinámicas demográficas muestran, por el contrario, los movimientos más profundos de una sociedad: No es sólo, pero no hay que olvidar que es también, un tema de tamaño, sino también de disposición territorial y de forma de vida.

(c) Varias de las fronteras políticas de la historia han sido pasadas por alto (pero no todas). La independencia se ha visto como un cambio de momento al interior de una misma etapa. Pero antses y después de ella se vivía de exportar trigo, y los hacendados eran las figuras centrales, y el proceso de aumento poblacional provincial que venía de antes siguió desarrollándose. Lo mismo con el paso a la dominación mesocrática tras la crisis de 1925-1932: Los centros de poder (el estado burocrático urbano, la hacienda y el desarrollo de las clases trabajadores) eran los mismos -el cambio fue uno de poder al interior de ese juego. Por otro lado, otros cambios político-militares tradicionales si han sido centrales: La batalla de Curalaba en 1598 o el golpe de 1973 (aun cuando eso marca más el fin del período previo que el inicio del siguiente).

Para una delimitación temporal y espacial de la Sociedad Chilena

Algunas veces he pensado que un buen proyecto intelectual para mi vejez es escribir una historia de Chile (siguiendo el ejemplo de Braudel, hay que elegir bien los modelos aun cuando uno se encuentre tan lejos de su grandeza, que escribió la Identidad de Francia hacia el final de su vida). Ahora bien, para ello nunca está de más delimitar lo que se va a estudiar.

Muchas veces cuando se escribe la historia de X se asumen los límites espaciales actuales del Estado de X y se lo estudia desde el inicio (desde que hay personas). Pero eso implica (a) asumir que el agregado que llamamos sociedad sigue el mismo camino que el Estado y (b) pone como parte de la misma continuidad sociedades que en realidad no tienen demasiado en común. El Estado es importante y sus acciones tienen grandes efectos, pero no lo es todo; y es bueno reconocer las discontinuidades profundas.

Lo anterior simplemente para hacer algo más plausible la siguiente delimitación: Una historia de la sociedad chilena es una historia que se inicia en 1541 (particularmente, con la fundación de Santiago) y que llega a la actualidad, y que habla de la sociedad que se establece entre Copiapó y el Bío-Bío (en particular, entre el Aconcagua y el Bío-Bío. Primero aduciremos algunas razones para defender esta delimitación y luego la defenderemos de algunas posibles críticas.

(1) La llegada de los españoles constituye el inicio de una nueva sociedad, que se crea a través de una mezcla entre elementos españoles y pre-hispánicos (pero donde lo español es lo dominante). Dado que ese elemento es una irrupción completamente externa a las tendencias previas (y para entender ese elemento de nada nos sirve comprender lo que pasaba antes en esos terrenos), y dado que junto a esa irrupción se produce una catástrofe poblacional de proporciones, lo que surge a partir de ello no es continuo con lo que estaba antes. Y desde ahí se constituye una nueva continuidad que llega hasta hoy: con todos los cambios y transformaciones, que han sido de gran profundidad, la historia que se cuenta se inicia tras ese momento.

No sólo ello, sino que la unidad geográfica que se constituye a partir de esa llegada sólo se constituye a partir de esa irrupción. Tras la invasión incaica (que recordemos es otra invasión externa, aun cuando no sea desde ‘otro mundo’ completamente diferente) hay un espacio que llega hasta el Maipo o el Maule, y otro espacio desde el Maule al sur. Que los terrenos cerca de Chillán y cerca de La Serena fuera parte de ‘lo mismo’ (y estuvieran bajo la misma autoridad) es algo que se crea a partir de la irrupción española.

(2) Si hablamos de los espacios donde se constituyen algunas de las características básicas de la sociedad así llamada chilena (donde esas características son nativas) volveremos al espacio de Copiapó a Bío-Bío, que es además un espacio que desde hace 450 años está unido -desde la irrupción española. Todos los otros territorios son parte del Estado Chileno y han sido ‘chilenizados’ desde hace alrededor de 100-150 años, y cuando varias de las características de lo chileno ya estaban constituidas; y tienen, en parte por lo anterior, dinámicas más bien diferentes.

Si pensamos en, por ejemplo, Arica, observaremos un espacio que desde al menos la expansión Tiahuanaco ha sido parte del espacio andino; y ello subsistió la irrupción española y la Independencia. La sociedad que se conforma en ese espacio es distinta y diferente de la que se constituye en el Chile central. Lo mismo es válido para espacios como Chiloé (que tiene su propia sociedad, con estructura y cultura distinta y separada). El espacio mapuche existe con anterioridad a la irrupción española e incluso la incaica, y logra mantener su separación geográfica del espacio chileno. En 1770 no tendría sentido hablar, en relación a donde ahora se ubica Temuco, de estructura hacendal -por más que ella tuviera efectos en ese espacio. Más aún, durante el siglo XVIII el espacio mapuche experimenta una expansión en lo que ahora es Argentina que claramente es algo separado de las tendencias de la sociedad chilena.

Ahora pasemos a responder a posibles criticas.

(1) Esta delimitación esconde y minimiza la presencia de los grupos originarios en Chile, como si la sociedad chilena fuera una sociedad ‘blanca’ o europea. Esta crítica es incorrecta porque el hecho de la disrrupción española no implica una sociedad solamente española. La sociedad del Chile central es claramente mestiza; y esto se muestra no sólo en cosas como el lenguaje o la alimentación, sino ha tenido efectos en su estructura social. Pero es mestiza, lo cual implica una presencia hispana también muy importante. Esa mezcla sólo tiene sentido como historia a partir del siglo XVI no antes.

(2) Esta delimitación opera como si no hubiera una historia pre-hispánica profunda e importante, como si todo partiera sólo cuando los europeos irrumpen en la escena. La crítica es incorrecta porque no se niega esa historia, sino que plantea que es otra historia. Una historia que, claramente, es bastante relevante: La presencia incaica tiene efectos en, por ejemplo, como (y donde) irrumpen los españoles; y podemos pensar cuan diferente habría sido ese proceso de no existir la conquista incaica o de haber tenido más de un siglo. La historia mapuche, ya lo indicamos a propósito de su expansión en la Pampa en el siglo XVIII, también cuenta con procesos propios relevantes; pero ellos son otros procesos de los que constituyen el espacio chileno central.

(3) La delimitación espacial no toma en cuenta la expansión territorial del Estado chileno a partir de la independencia: del hecho que zonas que anteriormente no estaban bajo el mando efectivo de la autoridad central santiaguina sí pasan a estarlo. Esta crítica olvida que lo que intentaremos escribir años ha en el futuro es la historia de una ‘sociedad’, no la de un Estado. Los territorios donde el poder del Estado de Chile se extendió siguen siendo otras historias (en el sentido que sus estructuras y dinámicas son distintas).

(4) La delimitación dejaría como no-chilenos  a un buen número de personas que comparten la nacionalidad y ciudadanía chilena y que no son ‘menos’ chilenos en ese sentido (en particular, para varios de ellos que sí reclamarían para sí dicha identificación). Nada de ello se niega, pero esas son trayectorias históricas diferentes de aquella que nos interesaría analizar. Cierto es que una denominación diferente a ‘chilena’ sería útil y adecuada, pero no disponemos, o al menos a mí no se me ocurre, de otro nombre al respecto.

 

Más allá de los argumentos, en pro y en contra, el caso es que existe una trayectoria histórica distintiva que se inicia alrededor de 1540-1550 y que es común al espacio geográfico que se despliega entre Copiapó y el Bío-Bío. Y ese espacio es del cual me interesaría narrar su historia.

Evolución de la Población en el Valle Central. Auge, estancamiento y resurgimiento

Siguiendo con estas notas de demografía histórica, cuando se revisan los datos de los censos (y de los recuentos de la Colonia) no sólo es posible observar -como hicimos en la entrada anterior- el crecimiento de Santiago, y además que la generación de la hipertrofia es algo que pertenece centralmente al período 1920-1970, sino además hay varios elementos interesantes en relación al movimiento de la población del Valle Central.

En pocas palabras, y simplificando una historia que es más compleja, es posible distinguir tres períodos en esta historia: Un período de crecimiento (desde el siglo XVIII hasta mediados del siglo XIX), un período de estancamiento (desde mediados del siglo XIX hasta mediados del siglo XX) y período de resurgimiento desde alrededor de 1970 en adelante. Esto además ha cambiado de manera importante las proporciones poblacionales con respecto a Santiago.

1. El Crecimiento y desconcentración poblacional hasta 1865.

No hay muchos datos agregados en torno a los movimientos poblacionales hasta el primer intento de recuento de Jauregui en 1778, pero hay algunos indicios que nos podrían indicar un aumento importante de la población desde el siglo XVIII hasta mediados del siglo XIX para el Valle Central.

Recordemos que uno de los eventos centrales en la historia demográfica en América Latina es la disminución poblacional indígena a partir de la Conquista. Esto genera un territorio que en el siglo XVII tiene una población bastante menor. Un calculo de 1644 mencionado por De Ramón en su Historia de Santiago (2007, p 79) plantea alrededor de 3 mil vecinos en todo el territorio entre el Choapa al Maule. Además calculaba cerca de 960 hombres que podían tomar armas, de los cuales 500 vivían en Santiago (o sea alrededor de la mitad de toda la población). A esto hay que sumar la población indígena y negra que Zapater (1997) calcula en alrededor de 25 mil para todo el reino, y la población española entre el Maule y el Bío-Bío, pero claramente estamos hablando tanto de (a) un país muy poco habitado y (b) con una fuerte concentración en Santiago.

Durante el siglo XVIII hay varios estudios que indican importantes aumentos poblacionales en comarcas rurales. El clásico estudio de Borde y Góngora (1956) y sobre el Valle del Pangue, y el de Mellafe y Salinas (1987) sobre La Ligua (ambos disponibles en el magnífico Memoria Chilena aquí y aquí respectivamente) muestran importantes crecimientos en el período: Borde y Góngora plantean que, aunque no hay datos directos si los hay indirectos, el aumento de explotaciones de inquilinos (p 58). Mellafe y Salinas en la Tabla 1 del Anexo Estadístico muestran estimaciones que, con todos los problemas que tienen, indican fuertes crecimientos: el departamento de La Ligua pasa de 1.960 personas en 1766 a 14.833 en 1865 (p 261). Las cifras absolutas en ambos casos no son tan relevantes como la magnitud del crecimiento, que parece ser claramente fuera de disputa.

En cualquier caso si se comparan los datos del recuento de Jauregui de 1778 y el censo de 1865 (último que observa un aumento general de población en todas las provincias) se puede notar el crecimiento de la población del Valle Central. Los datos de 1778 son más inexactos que los de 1865, y los territorios no son exactamente los mismos as proporciones y el movimiento todavía tienen utilidad. Las unidades territoriales no son las mismas, pero los datos todavía son de utilidad para observar las dinámicas (y proporciones)

Población de algunas provincias del Valle Central comparadas con Santiago, 1778-1865

 

Provincia (o departamento) 1778 1865
Colchagua 30.745 142.456
Maule 29.731 288.563
Santiago 40.607 210.032
Melipilla 10.628 49.127
Rancagua 17.914 82.524
Aconcagua 10.584 124.828

Fuente: Censo de 1778 como aparece en la publicación del Censo de 1952 (link aquí), Censo de 1865 de acuerdo a la publicación de ese mismo censo (link aquí). Maule en 1865 considera provincias de Talca, Linares y Maule.

Claramente podemos observar en todas las provincias un fuerte aumento poblacional: Melipilla, Colchagua y Rancagua crecen 4,6 veces, el Maule crece 9,7 y Aconcagua 11,7 veces. No es sólo que la población de las provincias haya experimentado un fuerte aumento, es que de hecho su peso en relación con Santiago aumenta en el período considerado: En 1778 las provincias del cuadro son 2,45 veces la población del corregimiento de Santiago, en 1865 son 3,3 veces la población de la provincia de Santiago (sin considerar departamento de Meilipilla).

Pero de hecho el aumento de la proporción en relación con Santiago de las provincias del Valle Central es mayor. En el censo de 1865 no está incluida la provincia de Curicó (90 mil personas) porque no sé a que corregimiento correspondía en 1778. El corregimiento de Quillota de 1778 está incuido en la provincia de Valparaíso en 1865, y el crecimiento de la urbe del puerto no corresponde que se incluya en un examen de provincias rurales. Sin embargo,  también hay existe un aumento: El recuento de 1778 plantea que el corregimiento de Quillota tenía 15 mil personas y el departamento de Quillota (con una extensión menor de territorio) tenía 40 mil personas en 1865. Si se suman esas poblaciones, el aumento de la proporción poblacional de las provincias agrícolas del Centro aumenta y pasa de ser 2,8 veces Santiago en 1778 a 3,9 veces en 1865.

2. El Estancamiento Poblacional entre 1865 y 1970.

Esta situación de fuerte crecimiento poblacional del Valle Central, y de aumento de su proporción en relación con Santiago cambia en el siglo que media entre 1865 y 1970. Hay algunas provincias que tienen aumentos muy menores (Colchagua, Curicó, Aconcagua), una que disminuye su población (Maule), otras que se doblan en todo el siglo (Talca y Linares) y sólo O’higgins experimenta un aumento considerable -pero que sigue siendo bastante inferior al nacional. Por cierto, todas ellas viven un crecimiento claramente inferior al de Santiago. Si usamos la población de 1865 como base 100 obtenemos el siguiente gráfico:

Poblacion_Agraria_Estancamiento

 

En cifras absolutas esto se puede indicar de forma más clara. Para varias provincias es posible mostrar períodos de varias décadas en que no experimentan crecimiento alguno. En 1865 Aconcagua tenía 125 mil y Colchagua 142 mil habitantes. En 1952, casi 90 años después, tenían 128 y 140 mil habitantes respectivamente. Curicó alcanzó los 100 mil habitantes en el censo de 1885 y tenía 105 mil en el censo de 1960. Incluso provincias que durante el siglo crecieron también experimentaron períodos de nulo crecimiento: Linares entre 1875 y 1920, Talca entre 1885 y 1920. Incluso O’higgins -la única provincia que realmente experimentó crecimiento, lo hace desde 1920 en adelante.

El peso de estas provincias en relación con Santiago también disminuye de manera muy importante en el período considerado.

Proporción de población de provincias Valle Central en relación con Provincia de Santiago.

Provincias 1865 1920 1970
Aconcagua 48% 17% 5%
O’higgins 32% 17% 9%
Colchagua 55% 24% 5%
Curicó 35% 16% 4%
Talca 39% 20% 7%
Linares 33% 17% 6%
Maule 40% 17% 3%
Valle Central 281% 128% 39%

Si comparamos esa proporción en los censos que forman el extremo del período y el censo más intermedio podemos observar esta fuerte disminución: En 1865 todo el Valle Central representa 2,8 veces la población de la provincia de Santiago (la cifra es diferente del apartado anterior por que el departamento de Melipilla fue considerado parte de la provincia de Santiago, al no contar cifras por departamento en todos los censos considerados), en 1920 la cifra es 1,3 veces y en 1970 ya es sólo 0,4 veces. Mientras que en 1865 provincias como Colchagua o Aconcagua tenían cada una de ellas alrededor de la mitad de la población de la provincia de Santiago, ni siquiera el conjunto de las provincias del Valle Central se acerca a esa cifra en 1970.

Las cifras absolutas de población muestran que estas provincias experimentaron estancamientos absolutos de población a lo largo de varias décadas del período, la comparación con Santiago muestra su estancamiento relativo. Incluso si en varias provincias se observan aumentos absolutos de población (en particular a partir de 1920-1930) de todas formas ellos son inferiores al nacional y, en particular, al de Santiago -distanciándose de la capital. Esto contrasta fuertemente con el período anterior, de fuertes aumentos absolutos y relativos del Valle Central. Y también contrasta con lo que se observa en el tercer período a considerar.

3. Un resurgimiento poblacional: 1970-2002

Al comparar cifras en este período un problema es que se experimenta un cambio en la estructura administrativa del país. Se ha preferido tratar de re-constituir las provincias previas, esto tanto para comparar con el censo de 1970, que estamos usando como punto de inflexión, y para poder comparar con los censos anteriores. Así por ejemplo,  la comuna de Constitución se sumó en nuestras cifras a la provincia de Maule como era antes de 1970 -siendo este último la modificación probablemente más relevante para las cifras, porque dicha Comuna es cerca de la mitad de la población de lo que estamos considerando provincia de Maule y tiene un fuerte aumento poblacional, lo que no ocurre con el resto de las comunas.

Ahora bien, en cualquier caso, las cifras de los últimos censos muestran que la población del Valle Central vuelve a crecer. Incluso las provincias que se habían estancado absolutamente experimentan importantes crecimientos poblacionales en términos absolutos.  Por ejemplo Aconcagua pasa de 161 mil habitantes en 1970 a 294 mil el 2002, Colchagua pasa de 169 a 238 mil habitantes, Curicó de 115 a 244 mil habitantes. O’higgins pasa de 307 a 543 mil habitantes -continuando con la fuerte expansión territorial que se había iniciado anteriormente. Estos aumentos absolutos también implican una disminución de la caída del peso poblacional de estas provincias en relación con Santiago:

Proporción del Conjunto de Provincias Valle Central en relación con Santiago

Censo Proporción sobre Santiago
1970 39%
1982 36%
1992 33%
2002 32%

En 40 años (1970 a 2002) la proporción pasa de un 39% a un 32%. Si bien sigue existiendo una disminución, ella tiene una magnitud muy diferente a lo que ocurría con anterioridad. Se puede decir, con razón, que viendo la disminución a través de puntos porcentuales hay un momento en que no se puede continuar el mismo ritmo: La caída de 92 puntos porcentuales entre 1907 y 1940 no se puede volver a repetir. Pero si miramos en términos de proporción relativa nuevamente observamos una caída del ritmo: Esos 7 puntos de caída en 40 años representan una caída del 18% en relación a la proporción de 1970 (eso es 7 de 39), y esa cifra nuevamente es la más baja del período considerado.  En otras palabras, el Valle Central ha vuelto en general a crecer, y a tasas que no están muy distantes de las tasas de Santiago y la del crecimiento nacional.

Un tema importante es además son las diferencias que empiezan a adquirir estas provincias. Si usamos el año 1970 como base y observamos el crecimiento de estas provincias, y los graficamos ahora en relación con Santiago, observamos lo siguiente:

19702002

Podemos distinguir, entonces, al interior del Valle Central dos tipos de provincias: Por un lado, aquellas que tienen crecimientos altos, comparables (o superiores) al de Santiago: Curicó, la provincia que más crece en el período, Aconcagua y O’higgins. Por otro lado, provincias que si bien han adquirido una trayectoria de crecimiento sigue estando bajo Santiago: Colchagua, Talca, Linares y Maule. No deja de ser interesante que los dos valles más cercanos a Santiago (Aconcagua y O’higgins) sean los que acoplen su crecimiento, lo que bien podría indicar un aumento del radio de influencia de la capital.

En cualquier caso, y más allá de las diferencias, se observa un cambio en el comportamiento demográfico en la zona considerada. No sólo ya estamos lejos del período de estancamiento absoluto sino que la declinación relativa ha disminuido, y en algunos casos ya ha dejado prácticamente de existir.

4. En Resumen

Los análisis anteriores tienen varias limitaciones. Siendo un ejercicio preliminar claramente siguen teniendo problemas de comparabilidad: aunque mantuvieran el nombre las provincias han cambiado de límites, y la regionalización (aunque el decreto inicial habla de cómo distribuir las viejas provincias en regiones) fue algo más complejo que reunir provincias. La provincia de Maule en 1907, de acuerdo al documento de ese censo, incluía además de la actual provincia el departamento de Constitución y el departamento del Itata (con localidades como Quirihue). Y por cierto los departamentos no son iguales a una suma de comunas. En ese caso, como ya se mencionó, se sumo al menos la comuna de Constitución a la provincia del Maule en nuestras cifras estando seguro de que había sido parte de la provincia hasta 1970 (de otro modo no se explica el tamaño poblacional de la provincia), pero no se hizo lo mismo con Itata porque no tengo claro hasta que período fue parte de la provincia. Y así con otros cambios en la estructura. De todos modos, alguna comparabilidad todavía tienen y las cifras agregadas tienen menos de esos problemas. La periodificación quizás podría cambiarse (es cierto que en 1865 siguen creciendo todas las provincias, pero ya tienen un peso menor en relación con Santiago que en el censo anterior; podría discutirse de cuando poner el punto de inflexión en relación con el tercer período y así).

En cualquier caso, más allá de las debilidades de los datos, las líneas generales las tendencias parecen ser válidas: Un fuerte crecimiento de la población del Valle Central -absoluto y relativo- desde el siglo XVIII hasta mediados del siglo XIX; seguido de un período de estancamiento (en varias zonas incluso absoluto por períodos importantes) desde mediados del siglo XIX hasta tres cuartas partes del siglo XX, y luego un período de resurgimiento absoluto y (menos marcado) relativo.

Lo anterior no es sólo quizás interesante como ejercicio de tendencias demográficas sino para observar la historia general de Chile. Al fin y al cabo, las tendencias demográficas algo nos dicen de la sociedad: No es casual que el estancamiento demográfico del Valle termine cuando finaliza el viejo régimen agrario: tras la Reforma Agraria, tras la liberalización económica -tras el cambio del inquilino por el temporero para decirlo de alguna forma. Quizás tampoco sea casual que el período de aumento poblacional del Valle se corresponda con el período de la campesinización que mencionaba Salazar: que la forma de ‘poblar’ esas zonas, de llenar el vacío previo (vacío de ocupación permanente y vacío en general) fuera a través de esas formas. Y otras conexiones se podrían hacer.

Incluso la periodización mencionada puede ser útil para observar los ritmos globales de la historia de nuestra sociedad, más allá de la periodización ‘política’. Si los ritmos demográficos, finalmente, dicen relación con fenómenos muy profundos de la vida social (desde sus estructuras productivas a la vida doméstica y familiar) esos ritmos debieran ser, como mínimo, más conocidos.

 

Referencias.

Borde, Jean y Gongora, Mario (1956) Evolución de la propiedad rural en el Valle del Pangüe. Santiago: Universidad de Chile, Instituto de Sociología

Mellafe, Rolando y Salinas, René (1988) Sociedad y población rural en la formación del Chile Actual. La Ligua 1700-1850. Santiago: Ediciones de la Universidad de Chile

De Ramón, Armando (2007) Santiago de Chile. Historia de una sociedad urbana. Santiago: Catalonia

Zapater, Horacio (1997) Huincas y Mapuches 1550-1652. Historia 30: 441-504

Censos. Se consultaron las publicaciones del Censo de 1865, 1907, 1952, 1960, 1970, 1982. Para censo de 1992 se consultó la publicación de Ciudades, Pueblos y Aldeas del INE (1995) y para censo de 2002 se consultó la publicación de División Político Administrativa y Censal del INE (2007).

La Evolución de la Concentración Poblacional en Chile (1865-2002)

El próximo informe de Desarrollo Humano versará sobre lo que sucede en los territorios de nuestro país (y todo lo que dice relación con centralización y esas vainas). Ahora bien, una de las dimensiones más claras del nivel de concentración de un país es lo que sucede con la población de su centro (usualmente de su capital). Tiene la ventaja además de ser un fenómeno dinámico que es distinguible de la estructura política como tal.

Para ello se usaron los resultados de población de los distintos Censos entre 1865 y 2002 para observar el peso de Santiago para el país, pero además para observar cómo se relaciona Santiago con los otros dos principales centros urbanos: Valparaíso y Concepción.

Antes de presentar los datos un pequeño acápite sobre los datos: Un tema relevante aquí es la expansión física de la ciudad, que hace que incorpore centros urbanos que anteriormente eran distintos del núcleo central. El Gran Valparaíso de la actualidad incluye Villa Alemana, pero no lo hizo siempre, y luego ¿desde cuando tiene sentido incluir Villa Alemana? Lo mejor es acercarse a las fuentes contemporáneas, aunque tenemos el problema que no todos los censos desglosan sus resultados por ciudades (por ejemplo en el sitio del INE al respecto los datos del censo de 1970 sólo están a nivel provincial). Luego, se usaron los datos del censo de 1907 (que presenta las poblaciones por ciudad de los censos anteriores), el de 1950 (que hace lo mismo para sus censos anteriores) y el de 1960 para los de su misma época. Los datos tienden a ser relativamente coherentes entre sí, así que tiene sentido usarlos para construir una serie. Para 1970 en adelante se usó  la tabla del INE que aparece en este link, que aplica la definición actual de esas ciudades, y para que esa época ya empiezan a ser realidades también. Eso sí hemos unido Viña del Mar a Valparaíso desde que ella aparece mencionada, y lo mismo con Talcahuano a Concepción -estando tan cercanos geográficamente que tenía sentido tomarlos como una sola unidad–. Además se observa que el salto de expansión de Viña (y de Talcahuano), cuando dejan de ser poblaciones pequeñas, se produce cuando se empieza a agotar la expansión de Valparaíso (y de Concepción), y ergo, estamos hablando de conurbaciones.

Todo ello genera el siguiente gráfico, y en líneas generales no debiera variar demasiado si se hubieran tomado algunas otras decisiones metodológicas:

santiago_poblacion

Podemos observar entonces que:

(1) Aunque Chile ha sido un país centralizado políticamente desde todo el período considerado su peso poblacional ha variado sustancialmente. De hecho, durante el siglo XIX no se puede decir que abrumara al resto del país (estando de hecho abajo del 10% hasta cerca de 1907). Más aún, el peso del Gran Santiago detuvo su crecimiento desde 1982 en adelante -Santiago crece, pero más o menos al ritmo del país.

(2) Claramente el siglo XIX fue una época de bi-centralismo. Valparaíso alcanzó a ser cerca del 80% de Santiago en 1875. Más aún, en toda la primera parte del siglo XIX la expansión de Valparaíso es gigantesca mientras que Santiago crece al ritmo nacional. Valparaíso en 1813 es 5317 (de acuerdo al centro de la época, el de Egaña) y en 1875 cuenta con 99.055 habitantes. Santiago pasa de alrededor de 60.000 hab (interpolación entre los datos de otros censos y recuentos que estima De Ramón en su libro sobre Historia de Santiago) en 1813  a 129.807 en 1875. O sea, se dobló mientras que Valparaíso creció casi 20 veces. El siglo XIX muestra un país con una estructura donde se distingue claramente el centro político (Santiago) del centro económico (Valparaíso), lo que es una estructura que de hecho existe en otros países: Washington-Nueva York por ejemplo, pero también Beijing con Shanghai (o la zona de Cantón), y Rusia ha sido bi-centralizada (Moscú y San Petersburgo) ya varios siglos. El centralismo político no impidió ello.

(3) Concepción siempre ha sido, durante todo este período, claramente una ciudad en tercer lugar y nunca se acercó a Santiago. Pero, también ocurre que su era una proporción más alta de Santiago a finaels del siglo XIX, volviendo al punto que el centralismo político no implicaba poblacional en esa epóca. Ahora bien, esto en general representa una disminución de su peso poblacional con relación a la Colonia y primeros años de la Independencia. No tengo datos de la ciudad pero al menos en relación con sus territorios aledaños hay datos interesantes. En los recuentos realizados por Ambrosio O’higgins en las postrimerías del siglo XVIII el Obispado de Concepción (el territorio entre el Maule y el Bío-Bío) era la mitad del Obispado de Santiago (el territorio entre Copiapó y el Maule), y esa relación no se ha vuelto a lograr. El censo de 1813 manifiesta para la zona de Concepción 17.460 personas, que es un algo menos de la tercera parte de Santiago para la época. Concepción ha sido, entonces, el más perjudicado por el centralismo político en esta medida (al menos, entre los territorios que han tenido un peso relevante durante todo el período).

(4) Ahora bien, el caso es que si Chile no era centralizado en un sólo punto en el siglo XIX, Santiago y Valparaíso son bastante cercanos, a 115 kilómetros usando la ruta 5 (la distancia interna en la conurbación del Rin-Ruhr es del orden de 130 kilometros). En la perspectiva del censo de 1907 la discusión sobre centralismo se hace no con relación a Santiago, sino en relación con Santiago-Valparaíso (es de esas ciudades y la región circundante que se dice lo que nosotros decimos ahora del Gran Santiago). En algún sentido, es la Cordillera de la Costa -que en esa zona tiene sus mayores alturas y tiene mayor peso- el que obliga a diferenciar las zonas. Si fuera un terreno plano, la zona intermedia estaría ocupada por una gran cantidad de poblaciones (es cosa de observar el valle del Maipo con sus Talagantes, Peñaflores, Melipillas etc; y lo mismo con el valle del Aconcagua) y conformarían una sola unidad. La diferencia entre Santiago y Valparaíso se basa en un hecho geográfico elemental.

(5) No deja de ser interesante que Santiago efectivamente empieza a adquirir un peso muy fuerte poblacional, y además lo va aumentando sostenidamente, durante el siglo XX. El centralismo político en sí mismo no genera presiones para concentrar toda la vida social en la capital, pero es el centralismo político unido a un Estado más activo (con mayor peso en general en la vida social) lo que lo produce: es la combinación de los factores. Uno de nuestros primeros sociólogos, desde una perspectiva más bien crítica del peso del Estado, decía lo siguiente en 1957:

Las causas de esta hipertrofia capitalina están en el centralismo egoísta de los poderes públicos, en los mayores agrados que proporciona la capital para las gentes de dinero y en forma especialísima, en la omnipotencia creciente del gobierno, que hace necesaria su proximidad para obtener las cosas más elementales, en todo género de actividades. Centralismo egoísta y socialismo de Estado: he ahí las dos causas matrices que obligan a las provincias a vaciarse en Santiago donde residen los dispensadoras de los honores, de las fortunas; donde se reparten las canongías, donde se práctica el arte de enriquecerse sin trabajar (Jorge de la Cuadra, Prolegómenos a la Sociología y bosquejo de la evolución de Chile desde 1920, 1957, Editorial Jurídica de Chile, página 136)

No deja de ser interesante, a este respecto, que Santiago haya dejado de aumentar su presencia en relación con el resto del país a partir del censo de 1982 -o sea, a partir del cambio del modelo de desarrollo. Aunque este dato puede variar en años venideros (simplemente cuando la conurbación al seguir expandiéndose incluya varios centros urbanos intermedios en sus cercanías, como ya lo hizo con otros anteriormente), no deja de ser ilustrativo. En algún sentido, se puede decir que el aumento de la crítica regionalista se basa en el hecho que efectivamente las regiones recuperan su relevancia (i.e se ha detenido el proceso de concentración en Santiago y finalizado las grandes migraciones), y ahora -en una sociedad donde el Estado, incluso en el modelo actual, tiene un peso relevante en la vida social- exigen la descentralización política.

 

 

Chile, un caso de imperialismo frustrado

La Guerra del Pacífico se inició con la invasión de Antofagasta el 14 de febrero de 1879 por tropas chilenas antes de una declaración de guerra, lo que había sido precedido por la aparición del Blanco Encalada el 26 de diciembre de 1878. Lo interesante de esos actos es lo que implican sobre la actitud del gobierno Chileno en la época.

En el siglo XIX el uso de la fuerza sin declaración de guerra (y de ubicar fuerzas navales en el puerto de otros países como forma de amenaza) no era para nada común en la relación entre países pares, pero si cuando un país se pensaba superior a otro (no en poder, sino en su tipo): Las potencias europeas vivieron haciendo eso a otros países durante esos años, pero no entre ellos. En otras palabras, por el mero hecho de realizar ese acto Chile se ubicó  en relación con Bolivia como el Reino Unido se pensaba en relación con, digamos, Zanzíbar.

El transcurso de la guerra nos sigue mostrando esa actitud de no reconocer a los países contrincantes la posición de par. Chile ocupó militarmente el Perú (al menos su costa) entre 1881 y 1883. Ahora bien, ¿por qué? Simplemente, porque Chile no reconocía gobierno alguno en el Perú y mantuvo la ocupación hasta que apareciera un gobierno de su gusto. Nuevamente, no es el tipo de cosas que en la época se usaran entre países pares. Los prusianos humillaron completamente a Francia en la guerra franco-prusiana (1870-1871) y con ella el gobierno francés se desplomó, pero a Bismarck no se le ocurrió imponer un gobierno, simplemente negoció con el surgido tras la caída de Napoleón III (uso el ejemplo, porque el gobierno chileno defendería sus anexiones de provincias tras la guerra del Pacífico aduciendo el ejemplo de la anexión de Alsacia y Lorena).

Todo el comportamiento, entonces, de Chile indica un país que se relaciona con sus vecinos del norte como un país imperialista del siglo XIX se relacionaba con cualquiera de sus víctimas (o con cualquier país al cual no le reconocía igualdad de trato).

En realidad, Chile durante el siglo XIX experimenta un fuerte proceso de expansión territorial. Hay muchos que piensan en una historia de pérdidas de territorios (‘cesión de la Patagonia’) pero eso olvida las realidades. En 1810 quienquiera que gobernara en Santiago administraba efectivamente, sus órdenes podían ser cumplidas, el territorio entre Copiapó y el Bio-Bío. En 1820 Chile toma y se anexa Valdivia (que era dependencia del Virrey en Lima no de la Capitanía); en 1826 Freire anexa Chiloé (que también era dependencia del Virrey y donde los chilotes no tenían  ningún entusiasmo por ser parte de Chile, habiendo defendido las banderas del rey toda la Independencia). En 1843 se funda el Fuerte Bulnes (como colonia penal, siguiendo el ejemplo de varios Imperios en expansión), en un territorio en el cual nunca había sido sometido a los decretos de Santiago; a lo que sigue en la década de 1850 la colonización en Valdivia y Llanquihue. Finalmente, tenemos la conquista del territorio Mapuche y de las provincias de Iquique y Antofagasta. 1881 es el año de la fundación de Temuco y de las batallas de Chorrillos y Miraflores (en otras palabras, de un esfuerzo militar doble separado por 4 mil kilómetros). Y para completar la expansión, Chile en 1888 adquiere una colonia al incorporar Rapa Nui (haciendo el mismo tipo de operación que cualquier país imperialista Europeo realizaba en la época en la Polinesia). En 1890 quienquiera que gobernara en Santiago administraba efectivamente un territorio mucho mayor que su antecesor en 1810.

Este proceso de expansión territorial se realizó usando las diversas formas de expansión al uso entre potencias imperialistas en el siglo XIX: Conquista de provincias a países vecinos, colonias penales, conquista de pueblos no-estatales, instalación de colonias de ‘ultramar’. Por cierto, todo en pequeño -como corresponde a un país de imperialismo periférico (o semi-periferia para usar términos de Wallerstein).

El delirio de esa actitud es la expansión de la flota a finales del siglo XIX y principios del siglo XX. Por motivos de equilibrio de poder, y la mera idea que ese concepto era aplicable a las relaciones de ‘potencias sudamericanas’ ya es significativo, Chile decide contratar en astilleros británicos la construcción de dos acorazados del tipo dreadnought (Latorre y Cochrane). La construcción estaba inconclusa al iniciarse la 1a Guerra Mundial y los barcos son tomados por el gobierno inglés. El Latorre, rebautizado Canadá, participó en la batalla de Jutlandia (el Cochrane, más atrasado en su construcción, fue comprado por los ingleses en 1917, convertido en portaaviones, renombrado Eagle y luchó en la 2a Guerra Mundial). En otras palabras, Chile había contratado la construcción de un barco que estaba en condiciones de ser usado en primera línea por la mayor potencia naval del mundo en 1916.

Ahora bien, toda ese intento de constituirse en un país imperialista fracasaron. La razón de ello es obvia y evidente: no es posible constituirse en un país de ese tipo sin alguna capacidad industrial (y en particular, de industria pesada). El fracaso puso a esas intentonas imperialistas en su lugar: como un delirio de una élite dirigente que creyó ser más de lo que en realidad podía ser.

 

Una nota sobre las carreras funcionarias de la burocracia colonial en el Imperio Español

Es una costumbre algo diseminada el que cuando se escribe la historia de X normalmente se usan los límites territoriales actuales. Entonces operamos como si una Historia de Chile fuera una historia continua y común de los territorios que en la fecha en que se escribe esa historia son parte del territorio de ese Estado, y así sucesivamente. Pero esa costumbre tiende a hacernos perder de vista el que las unidades territoriales cambian con el tiempo y se constituyen a través  de esas relaciones. Charles Tilly recordaba en su Big Structures, Large Processes, Huge Comparisons (de 1984) que, por ejemplo, Suecia no era sólo un país contiguo a Dinamarca o Noruega, sino un Estado que a lo largo del tiempo había sido parte de una misma unidad territorial con dichos territorios o con otros (en el momento de su máxima expansión en el siglo XVII buena parte del litoral báltico era sueco).

En el caso chileno, esto tiene particular relevancia en relación a los tiempos coloniales. Desde el punto de vista del Imperio Español, y desde la óptica de sus administradores, no tenía mucho sentido separar como cosas distintas lo que sucedía en el Perú y en Chile. Esto es muy obvio en relación al período de la conquista, en que no se entiende nada de lo que sucede en Chile si no se entiende lo que sucedía en el Perú (todo el período de las guerras civiles, desde pizarristas hasta almagristas hasta la rebelión contra los primeros virreyes; y donde no estará de más recordar que el empeño del Imperio para continuar en Chile tenía directa relación con la voluntad de proteger el Perú y evitar que en estos territorios pudiera crearse una base que los amenazara).

Una forma sencilla de observar esta relación, y además de sus vaivenes, es examinar las carreras de los gobernadores (de Chile) y Virreyes (del Perú). En la siguiente tabla se muestran los nombres de quienes desempeñaron ambos cargos a lo largo de su carrera administrativa colonial:

Tabla de quienes fueron tanto Gobernadores de Chile como Virreyes del Perú

Nombre Período Gobernador de Chile Período Virrey del Perú
Melchor Bravo de Saravia 1568-1575 1553-1566
García Hurtado de Mendoza 1557-1561 1589-1596
José Antonio Manso de Velasco 1737-1744 1745-1761
Manuel de Amat y Juniet 1755-1761 1761-1776
Agustín de Jauregui y Aldecoa 1772-1780 1780-1784
Ambrosio O’Higgins 1788-1796 1796-1801
Gabriel de Avilés y del Fierro 1796-1799 1801-1806

Como se puede observar el total de los períodos en los que Chile y el Perú fueron gobernados por personas que gobernaron a ambos no es desdeñable: En 43 años de la colonia chilena y en 55 de la peruana experimentaron dicha situación.

Al mismo tiempo podemos observar que esta situación se concentra en dos períodos: en la conquista inicial (Bravo de Saravia y Hurtado de Mendoza) y en el período borbónico. En este último período además podemos observar que es bastante más regular y común -4 gobernadores pasan inmediatamente a virreyes, y en el caso de Avilés es un par de años de diferencia. En el período colonial, si bien esto ocurre es menos regular: Bravo de Saravia ejerce el cargo en tanto oidor más antiguo de las respectivas Reales Audiencias -y es por ello que es el único que primero ejerce el poder en Perú y luego en Chile. Y en el caso de Hurtado de Mendoza su virreinato opera a más de 20 años de su gobernación. La centralidad de la relación entre gobernador y Virrey en la segunda mitad del siglo XVIII se muestra además que desde 1745 hasta 1806, en un 74% del período el Virrey era alguien que había sido gobernador de Chile (Por cierto, el hecho que el Virreinato del Perú financiara parte relevante de los gastos de Chile puede haberse facilitado por la circunstancia que los virreyes fueran antes gobernadores).

Esta cierta regularidad posiblita que si uno piensa la situación desde la perspectiva de un administrador colonial, ¿cómo separar ambos territorios, cuando claramente parece que la carrera administrativa – el cursus honorum de la administración colonial en América del Sur implica que el ascenso de ser gobernador de Chile es ser Virrey del Perú? Ambos puestos son parte de la misma historia. Para decirlo de otra forma, son carrera funcionaria dentro de la misma organización.

Las posibilidades de carrera funcionaria en el período colonial por cierto eran bastante más amplias que la relación que hemos discutido. Así Alonso de Rivera en la primera mitad del siglo XVII entre sus períodos como gobernador, fue gobernador de Tucumán. Ortiz de Rosas fue gobernador del Río de la Plata entre 1742 y 1745 antes de hacerse cargo de la gobernación de Chile entre 1746 y 1755. Luis Muñoz de Guzmán fue presidente de la Real Audiencia de Quito entre 1791 7 1796 antes de ser gobernador entre 1802 y 1808. También se pueden observar ejemplos a niveles más bajos: De acuerdo al Diccionario Biográfico Colonial de Chile de José Toribio Medina (disponible en el magnífico Memoria Chilena aquí) alguien como Luis de Alava, gobernador de Valparaíso y de Concepción a finales del siglo XVIII continúo su carrera como gobernador de Yucatán. Alguien como Tomás Alvaréz de Acevedo fue, en distintos momentos también de finales del siglo XVIII, miembro de la Real Audiencia de Charcas, de Lima y de Santiago (y volvió como consejero de Indias a España). Dividir como historias separadas implica perder de vista lo que, para parte relevante del funcionariado, era parte de la misma unidad).

Algo que resulta interesante es que todos estos casos son de funcionarios españoles pasados a América. Luego, la mirada unitaria del Imperio bien puede ser reducida a ese grupo, y la facilidad con la cual el imperio se resquebrajó en la independencia vuelve más factible que la unidad estuviera reducida sólo a ese grupo. En todo caso, habría que preguntar por sobre si los funcionarios americanos, ¿tenían esas carreras? Puede ser interesante también observar las carreras eclesiásticas (otro de los centros de poder coloniales) para observar estas dinámicas.

El caso es que lo que nos recuerdan estos casos es algo muy simple: Separar las trayectorias y las sociedades en el período colonial a través de las delimitaciones nacionales posteriores esconde bastante. Por cierto que cierta idea de ‘Chile’ es previa a la existencia del estado chileno (es cosa de recordar todos los textos coloniales que hablan del reino de Chile), pero también lo es que la unidad imperial era algo también real. De hecho, también fiscalmente existente -como las múltiples transferencias al interior del Imperio lo muestran (ver The Spanish Empire and Its Legacy, Regina Grafe y Maria Alejandra Irigoin, 2006, Journal of Global History, 1, 2: 241-267). Pero al mismo tiempo pareciera que esa unidad fuera algo real sólo en el nivel de la burocracia imperial.