De la Administración del ‘Modelo’

La idea que los gobiernos de la Concertación (1990-2010) administraron al modelo de la dictadura generó, entre quienes defendían y defienden esos gobiernos, gran escozor; una forma de menosprecio de los logros de esos gobiernos. Sin embargo, aparece la forma más sucinta de referirse a lo que hicieron esos gobiernos -comparados con los cambios fundamentales implantados durante la dictadura, los gobiernos de la Concertación resultan menores (que, por cierto, cuando ganaban elecciones se mostraban a sí como gente moderada que hacía cambios moderados, en otras palabras continuaban el modelo).

Ahora bien, toda afirmación sobre la continuidad del modelo ha de basarse en una definición. Por ahora usaremos una que fue usada por parte del Gobierno de la época, más allá de cuan en serio se tomara, como resumen de los principales cambios realizados. Las famosas ‘siete modernizaciones’. Ellas pueden sintetizarse en el siguiente listado (siguiendo a Darío Menanteau-Horta, El rol del Estado en el desarrollo social y la Reforma de la previsión en Chile y EE.UU, Revista Austral de Ciencias Sociales 2006, 10: 5-22)

1. El Plan de Reforma Laboral.
2. La Reforma Previsional.
3. Cambios en los planes de la salud.
4. Municipalización de la Educación.
5. Modernización Judicial.
6. Cambios en la Agricultura.
7. Regionalización y Cambios en la Administración Pública.

En una entrevista realizada a José Piñera en 1979, quien diseñó en forma concreta parte de varias de ellas, usando el mismo listado, nos dice de sus principios:

El Plan laboral con la libertad sindical; la futura reforma previsional con un sistema de pensiones basada en la capitalización individual; la Directiva Educacional y la reforma de la salud a través de la descentralización operativa y la mayor flexibilidad de opciones individuales; la modernización judicial al hacer más efectivo y expedito el acceso de toda persona a la justicia; el reordenamiento agrícola al fortalecer la propiedad privada en el campo; y por último, la reforma administrativa al agilizar el sector estatal y permitir reducir su tamaño que abruma con su pesada carga a todo los chilenos

Definidas de esa forma, es claro que vivimos bajo la égida de esas transformaciones. Con los cambios posteriores, la Reforma Laboral sigue en vigencia; las pensiones operan bajo capitalización individual; en Salud siguen existiendo Isapres; en educación la municipalización, la pérdida de prerrogativas del MINEDUC y la expansión de la educación privada siguen operando; seguimos operando bajo una agricultura de exportación con fuertes derechos de propiedad (pensemos en el código de Aguas). Las reformas puramente estatales (Justicia y Administrativa) son menos claras, aun cuando se puede mencionar que continua el ordenamiento territorial con regiones.

Más en general, la orientación de la economía a las exportaciones, con bajos aranceles, libre cambio de divisas, menor presencia del Estado de forma directa (empresas) e indirecta (menos regulaciones, por ejemplo, queda muy poco de regulación de precios), centralidad del mercado y el sector privado, la orientación focalizada de las políticas públicas, siguen operando.

Los grandes cambios de la Concertación se centran, fundamentalmente, en dos tipos -y ninguno de ellos implica más que administrar. Uno de ellos es en términos de resultados: crecimiento, disminución de la inflación, disminución de la pobreza. Pero claramente no es parte del modelo como tal una alta pobreza. Lo que muestran esos resultados (y no es aquí la intención negar su magnitud o relevancia para la sociedad) es, literalmente, buena administración. Los segundos son todos ellos modificaciones en los margenes: Pensemos en pensiones, algunas de las modificaciones siguen los lineamientos puestos por Piñera (elección de tipo de fondo, entre A y E); otras operan de manera subsidiaria (pilar solidario para pensiones bajas). El núcleo del sistema se mantiene intacto (sistema de capitalización individual  administrado privadamente). Incluso aceptando que la intención fuera otra (estoy pensando que en varios casos las intenciones iniciales de reforma eran más amplias que en otros casos, como el AUGE, como lo ha investigado Garretón); el caso es que el resultado es del tipo administrativo: Realizar las modificaciones necesarias para que el sistema siga operando -una lógica tan conservadora que la frase clásica está en Burke en las Reflexiones sobre la Revolución en Francia.

En otras palabras, es tan obvio y evidente que es cierto que la Concertación administró el modelo (si se quiere, además, lo hizo exitosamente), que el resquemor sólo puede ser producto de una mala conciencia al respecto.

Las contradicciones derechistas sobre el 12 de Octubre de 1492

En la entrada anterior planteamos algunos mitos tipícamente progresistas en torno al 12 de Octubre. Corresponde entonces escribir otra entrada que sea su par sobre los problemas que aparecen en visiones del ‘ala derecha’. En este caso, no sé cuán dominantes sean estos problemas, pero son todos ellos afirmaciones con las que me he encontrado efectivamente.

La entrada anterior versaba sobre mitos, esta sobre contradicciones. Al final de la entrada discutiremos la importancia de la distinción. Otra nota: la palabra progresista tiene la ventaja de identificar a un grupo amplio sin especificarlo a una ideología en concreto; para el otro lado no haya palabra equivalente (aparte de ‘derechas’). Si pongo conservador, algunos dirían que no aplica a liberales; y lo mismo si uso liberal. La idea es usar una palabra genérica que aplica a un segmento de la discusión de un modo amplio, y por lo tanto, por ahora quedará en derechas. Dichas estas consideraciones, entremos en materia.

Contradicción 1. La conquista fue buena porque trajeron civilización, al mismo tiempo  se propugna el principio de no-agresión

Reaccionando a la crítica progresista, se enfatizará que la conquista nos trajo lenguaje, civilización, religión etc (lo que usted quiera). Al mismo tiempo, entre quienes declaran lo anterior aparece, en otras ocasiones, la defensa de la idea de no-agresión: Que lo que es invalido es el uso y amenaza de la fuerza, de la violencia, en las interacciones. Entendiendo al Estado como estructurado por la coerción y la fuerza, a partir de ese principio se critica la regulación (y llevando el argumento a su extremo lógico, a los impuestos).

La contradicción debiera ser evidente. La Conquista no fue un proceso pacífico de intercambio, fue un proceso violento de coerción. Resulta imposible defender, con buena fe, la preponderancia irrestricta de condenar la violencia (pensada de forma que incluya, digamos, el IVA o regulaciones laborales) y al mismo tiempo celebrar un proceso transido completamente de violencia. Porque si se va a justificar la máxima violencia por sus resultados (por ahora ni siquiera entraremos a discutir el error factual de ese ‘trajeron la civilización), entonces el famoso principio defendido nunca fue el tema.

Contradicción 2. No eran propietarios (Terra Nullius), al mismo tiempo la idea de propiedad es algo universal.

Entre las justificaciones de la apropiación europea del Nuevo Mundo, y esto es algo viejo, ya está en Locke por lo menos, es la idea que los habitantes no tenían propiedad alguna sobre esas tierras. Ya fuera porque se los declarara nómadas, y solo un pueblo sedentario puede tener propiedad; o incluso porque no tenían la idea de propiedad de la tierra, el caso es que su uso de esas tierras no constituía propiedad. Legalmente, entonces eran Terra Nullius -disponibles al primero que la proclamara. Al mismo tiempo, entre estas personas es común declarar que la idea de propiedad es universal -de validez universal y encontrada de hecho a través de las culturas: Lo mío y lo tuyo son cosas bien básicas.

Nuevamente, nos encontramos ante una contradicción evidente. Porque tendríamos a un largo y diverso grupos de cultura que no podrían reclamar que fueron desapropiadas, que se les robaron sus tierras, en ellos esas ideas no aplican. Y al mismo tiempo se declara que la propiedad es un fenómeno universal, sin excepciones. Si la propiedad es un fenómeno tan universal, y si es válido el principio que a nadie se le puede quitar su propiedad sin su consentimiento, entonces la Conquista claramente no es un proceso de respeto de la propiedad ajena, sino un proceso no sólo de apropiación sino de expropiación, algo que, entre estas gentes, es usualmente denostado de forma tajante.

Contradicción 3. Criticar la Conquista es aplicar principios de otras eras lo que no corresponde, al mismo tiempo los propios principios son de validez universal.

Una tercera contradicción es la insistencia en que todos los críticos de la llegada de los europeos están cometiendo el pecado de anacronismo: Criticar a personas del siglo XVI de acuerdo a cánones del siglo XXI. Y ello claramente no correspondería. Al mismo tiempo, es común en estas personas una rígida defensa de sus principios en la actualidad, bajo la idea que -finalmente- sus ideas son universalmente válidas, y que toda crítica es errónea. En más de un caso, esto lleva a preguntarse por los límites de la democracia, el viejo argumento de la tiranía de la mayoría, la vieja desconfianza por la muchedumbre, dado que una mayoría bien puede aprobar algo que es inmoral.

Entonces, se plantea que la opinión mayoritaria no es suficiente para validar algo moralmente, y al mismo tiempo se justifica algo porque correspondía a la opinión mayoritaria de su tiempo. La contradicción es menos flagrante que en ocasiones anteriores: Por ejemplo, alguien podría decir que que esta circunstancia no justifica, sino que aminora la culpa. Sin embargo, sigue siendo una tensión pragmática en el argumento.

En los asuntos anteriores, dado que el centro está en la contradicción, no entré mayormente en la corrección empírica del aserto. En este caso lo creo necesario, porque muestra un desconocimiento cabal del tema. Es bastante sabido, de hecho era uno de los temas recurrentes entre apologistas pro-hispánicos, que la conducta de los conquistadores fue un tema discutido en la época, en España. Está la Brevísima Relación de la Destrucción de las Indias, está la Junta de Valladolid, están las Leyes Nuevas. El tipo y naturaleza de la crítica son diversas, y van desde quienes en la época no creían en la justificación de la Conquista como tal, hasta quienes (como el propio emperador Carlos V) si bien creían en la validez de la Conquista estaban en contra de los excesos de los conquistadores contra los pueblos originarios. De hecho, estamos ante asuntos cuya disputa llegó al conflicto armado. El intento de implantar las Leyes Nuevas por el primer virrey en Perú generó una rebelión, el asesinato del virrey e incluso los conquistadores pensaron independizarse. Claramente, no estamos ante hechos que fueran claramente y fácilmente aceptados en la época.

Por cierto, planteada así la discusión se esconde a un grupo que resulta bastante importante: Cuando decimos que la Conquista era justificada o no en la época, habrá que recordar que quienes actuaron y vivieron en esos años no se reducen a los españoles, sino incluyen a los pueblos originarios. Y aquí claramente la conquista no era algo aceptado ni deseado.

Luego, ¿quienes eran esos de la época que aceptaban la conquista, y la conducta de los conquistadores? Eso no incluye a los pueblos indígenas, tampoco incluye una parte, de cierta influencia, de la opinión y autoridad de los españoles. Pero es la opinión de que era aceptable, la que queda como ‘lo que correspondía a la época’. Lo que no deja de ser una burda simplificación de una era que, como todas, era compleja.

 

Una nota final. Los problemas en la interpretación estándar del progresismo los puse como mitos: Usualmente parten de una constatación correcta, pero extralimitan y obtienen conclusiones equivocadas. Luego, el principal problema es usualmente empírico. En este caso, los problemas son de otro tipo (aunque, de hecho, también hay problemas empíricos): Hay un discurso específico sobre la Conquista que contradice el discurso general que aducen estas personas. En otras palabras, dado su deseo de justificar la Conquista (¿por qué los progresistas se oponen?) entonces no hay problema en caer en contradicción con lo que supuestamente dicen en general con tal de construir un discurso que la justifique. Si se quiere, hay un tema de buena fe que es algo más profundo, y al menos es diferente, de lo que ocurre entre progresistas.

Los mitos progresistas en torno a la irrupción europea en América

Desde el progresismo hay varias ideas, que a estas alturas ya son algo predominantes al interior de estos segmentos, sobre el significado del 12 de Octubre de 1492. Entre ellas hay algunas que tienen claramente problemas, y que esconden temas que son relevantes.

(1) No hubo descubrimiento.

El hecho inicial que es correcto es que eran tierras pobladas, y luego ya sabían dónde vivían. Lo cual es cierto, pero esconde un hecho fundamental: Que nadie más sabía ello. Los habitantes de la meseta de México bien sabían que vivían en sus tierras, y lo mismo es válido para quienes vivían en Cuzco, o en cualquiera de los muy distintos lugares que componen estas tierras. Ahora bien, los aztecas no sabían que existían los chinos, ni los europeos, ni los indios; ni ninguno de estos últimos tenía la más peregrina idea que existía un pueblo como los aztecas. De hecho que existe tal cosa como el conjunto de las tierras que va desde Alaska a Tierra del Fuego era también desconocido para los habitantes de esos lugares, los aztecas bien poco conocimiento tenían que existía un Imperio lejano al sur de ellos.

Lo anterior es relevante, y no mera pedantería, porque enfatizar que eso constituye descubrimiento implica observar una serie de circunstancias que son cruciales: La invasión del viejo mundo por la papa; la irrupción de muchos tipos de ganado en el nuevo; la conformación -por primera vez en la historia- de circulación global de bienes, y así con múltiples otras cosas que se pueden entender sólo si recordamos que en 1492 finaliza una separación prácticamente completa entre América y el Viejo Mundo. Es cierto que para los habitantes América no fue descubierta; pero para todo el resto sí fue un descubrimiento.

(2) Lo que se produce a partir de 1492 es un genocidio.

La afirmación inicial correcta aquí es que existió un desastre poblacional gigante -probablemente, el mayor de la historia. Además es correcto que en las Antillas y el Caribe las poblaciones indígenas fueron exterminadas; y en general, los españoles en sus combates fueron claramente brutales. Sin embargo, de ello no se sigue genocidio.

La voluntad clara y evidente de los españoles es la de subyugar y dominar a los pueblos originarios; claramente para eso querían conquistarlos. Ahora bien, la voluntad de subyugar y la voluntad de genocidio no son compatibles -ambas son formas de pasar por encima al otro, pero claramente son diferentes. Quien quiere subyugar a los pueblos originarios necesita que ellos sigan existiendo, y que se multipliquen -es la forma de poder continuar mi dominación. La disminución de la población originaria era un problema para los españoles (son múltiples los documentos en que, así funciona el colonialismo, acusan a los propios indígenas de su desaparición). Todo ello es distinto a la voluntad de exterminio que es parte de un genocidio.

Por cierto, lo anterior no implica que los españoles no fueran responsables del desastre poblacional. La argumentación de ‘fueron las enfermedades y epidemias’ es muy parcial: Es cierto que la mayoría de los muertos proviene de esas enfermedades, y es claro que no importa quienes fueron los primeros que se contactaran desde fuera con América, las epidemias hubieran sido de gran magnitud. El tema no es ése, sino la falta de recuperación demográfica -la caída es constante  y llega hasta cerca de 1650 (o sea, más de un siglo y medio de contacto). Una población explotada al nivel que fueron buena parte de las indígenas (la cantidad de muertos en el Potosí es seña suficiente de ello) no es una población donde se facilite el crecimiento de la población.

La brutalidad de los españoles al hacer la guerra tampoco tiene relación con genocidio. Y ello no porque la brutalidad sea falsa, sino por una circunstancia más general: Los españoles eran brutales y carniceros en la guerra en todas partes. La famosa leyenda negra no nace en América, nace en Europa: es el tratamiento de Amberes, de Roma, de las ciudades holandesas lo que hizo famosos a los soldados españoles como crueles. Las descripciones que los testigos hacían del destino de esas ciudades no es tan diferente a lo que uno puede leer que hacían por nuestras tierras. La repulsión que generaron esos actos en esos tiempos indica, por cierto, que no eran simplemente ‘diferentes tiempos con diferentes estándares’ (de hecho, en particular, las acciones de Colón en las Antillas fueron denunciadas al interior de la cultura española de ese tiempo). Sin embargo, todo ello es distinto del tema del genocidio.

Ahora bien, decir que genocidio no aplica no quiere negar la debacle demográfica ni la brutalidad de la conquista, ni menos condonar el hecho. Simplemente es recordar que los españoles querían efectivamente disponer de siervos, y eso es distinto de querer exterminarlos.

(3) Que la conquista fue algo que hicieron los españoles contra nosotros

Quienes en la actualidad se identifican y son parte de los pueblos originarios pueden decir, con toda propiedad, que todos estos europeos en sus tierras fueron una invasión de un foráneo. Quienes no somos parte de esos pueblos no podemos decir ello.

No me refiero aquí al tema biológico del mestizaje, al hecho que buena parte de las poblaciones de América Latina tienen entre sus antecesores personas de pueblos originarios y personas europeas (por cierto, ¿desde cuando al progresismo basa algo en un tema biológico?). Estoy hablando de un asunto cultural. Sucede que la lengua materna de buena parte de la población es el castellano, sucede que la religión que las personas aprenden en su infancia (o rechazan después, o por último, tienen que referirse a) es el catolicismo. Y así. Los españoles fueron, más allá de lo que se opine al respecto, extremadamente exitosos en diseminar su cultura y transformar a esas poblaciones en su impronta. No se puede tratar esto como algo simplemente externo que nos hicieron, porque ese ellos que hizo cosas es parte fundamental del nosotros (a 500 años de la conquista de las Galias, al momento de las invasiones germánicas, la cultura romana no era extraña a los habitantes de la actual Francia).

Esto no dice nada en relación con la postura sobre las luchas actuales de los pueblos originarios. Sin embargo, hay que reconocer que son, para buena parte de quienes vivimos por estas tierras, las luchas de ellos. Dudo mucho que un mapuche podría aceptar, por ejemplo, que alguien como yo diga que soy uno de ellos; y habría que asumirse como winka. Esto independiente, nuevamente, del hecho que -como también la mayoría de los que vivimos por estas tierras- parte de mi herencia cultural es también indígena (desde muchas palabras, al uso masivo del maíz, choclo por estos lugares. en la alimentación, pasando por la ubicación de la ciudad donde nací -Santiago); pero el núcleo cultural es producto de la expansión de los españoles. En otras palabras, 500 años de dominación no pasan sin consecuencias profundas.

 

En todos estos casos hay un origen en la afirmación tipícamente progresista que es correcto, pero la elaboración posterior -las implicancias que se obtienen de ella- no lo son (Por si acaso fuera necesario, que en estos tiempos al parecer este tipo de aclaraciones son requeridas: Todo ello no quita nada en torno al criticar o deplorar los hechos sucedidos). Y ellas suelen, más bien, obstaculizar y simplificar la comprensión de esos asuntos.

Una nota sobre la idea de gobierno y la democracia

Hace pocos días estaba leyendo un texto de Rosanvallon (Le bon gouvernement, 2015) en que menciona que, efectivamente, no tenemos una noción de lo que implica el gobierno democrático. Las ideas de democracia tienen que ver con otras dimensiones (ciudadanía, legislación, participación) pero la idea de democracia en el gobierno está ausente. El poder ejecutivo ha aumentado de importancia en las modernas democracias, pero la operación misma de ese poder está fuera de la conceptualización democrática. Como dice en las primeras líneas del libro:

Nos régimes peuvent être dits démocratiques, mais nous ne sommes pas gouvernés démocratiquement (p 9)

Ello tiene consecuencias: Parte no menor de los problemas actuales de la democracia dicen relación con el estatuto del gobierno democrático. Pero la ausencia de una delimitación clara de lo que es un gobierno democrático cambia las cosas. La idea de la democracia participativa -y Rosanvallón recuerda que mucho de ello ya está desde el siglo XIX- sigue en el mismo espacio de la democracia representativa, como un perfeccionamiento o superación (p 19). Pero el problema real está en otra parte: en el gobierno, en el ejecutivo más que en el parlamento, si se quiere.

Esto tiene raíces históricas. Las estructuras políticas que constituyen la democracia fueron pensadas originalmente bajo teorías que lo que querían hacer era limitar el gobierno. Es el pueblo como legislador, bajo la idea de un gobierno que se limite a seguir una ley (que es a su vez una ley clara y estable) era el objetivo e idea central, es por algo que se llama poder ejecutivo (Castoriadis hace notar que en el nombre hay ya una mistificación: El poder ejecutivo no se limita a ejecutar una ley, el gobierno no es ello -el gobierno puede hacerse en el marco de las leyes, pero sus decisiones no son simple y mera ejecución).

La culte du droit d’un côte et celui-ce du marché de l’autre, régi, par la loi naturelle d’une main invisible, conduiront de la sorte les hommes des Lumières à réduire l’espace du politique comme sphère de la décision (p 39)

El desarrollo del Estado y de los regímenes representativos durante el siglo XIX y XX ha llevado a mayor democratización y al mismo tiempo a un crecimiento de la dimensión de gobierno de la sociedad. Pero esa dimensión queda fuera de toda lógica democrática (uno puede recordar aquí que Weber, pensando desde la burocracia, pensaba que la democracia era solamente poner una cabeza no burocrática en el ápice; pero eso no cambiaba mayormente el funcionamiento burocrático).

Rosanvallón tiene una serie de sugerencias e ideas para pensar un gobierno democrático (lo que él llama la democracia de apropiación en vez de la democracia de autorización -y al leer ello recordé la idea de O’Donnell de democracia delegativa), de como cambiar la relación entre gobernantes y gobernados; pero eso sería tema de otro día (*)

Quería finalizar con otra observación: En la actualidad, en nuestro país hay una parte importante de las fuerzas políticas que, en última instancia, lo que desean y postulan es mayor gobierno (un Estado más activo y relevante en la vida de las personas). Ahora bien, no he visto mucha reflexión sobre lo que ello implica. Esto tiene varias dimensiones, pero al menos una de ellas, es que entonces el carácter del gobierno adquiere más relevancia, y las preguntas por la gestión ejecutiva (el lado burocrático del asunto) y el gobierno democrático (lo que aquí hemos destacado) aumentan de importancia; y no sé, si en realidad, ellas están siendo preguntadas.

 

(*) Tradicionalmente, en este blog he terminado siempre haciendo entradas más o menos largas (alrededor de mil palabras). Y no están mal. Pero definitivamente disminuyen el número de entradas que escribo, así que veremos que cambia con esta nueva política.

 

Una brevísima nota sobre el Sacro Imperio Romano

Los últimos años del Sacro Imperio Romano, desde 1648 con el Tratado de Westfalia, hasta 1806, con la disolución final, en general tienen mala prensa. Básicamente, el Imperio deja de existir para todos los propósitos prácticos, al dejar de tener el emperador casi cualquier noción de dominio sobre los territorios que lo conforman. El siglo XVIII cada estado al interior del Imperio lucha sus guerras de forma separada (Bavaria y Prusia en particular).

En ese sentido, aparte de la existencia de un nombre uno bien puede decir que ya había dejado de existir, a lo más cosas de protocolo (como que el margrave de Brandenburgo para convertirse en rey debe serlo en Prusia -fuera del Sacro Imperio- pero no puede decirse a sí rey al interior del Imperio) Y sin embargo, si se escarba se encuentran todavía algunas señales de existencia. En 1681, en el caso del segundo sitio de Viena, participa un ejército imperial en la defensa. Los Hohenzollern durante mucho tiempo tuvieron que soportar que sus dominios todavía estaban afectos parcialmente a la jurisdicción en términos legales del imperio (algo que me sorprendió bastante leyendo Iron Kingdom de Clark 2009, una historia de Prusia).

Pero quizás lo más importante sea otro asunto. Todos los pequeños estados al interior de Alemania sobrevivieron sin mayores problemas durante el período en que existió el Sacro Imperio. Una vez disuelto este, todos esos estados desaparecieron prontamente (la unificación es de 1871). Usualmente decimos que eso se debe al nacionalismo del siglo XIX, pero algo me dice que hay un efecto de poder mantener la independencia de un estado pequeño cuando se está bajo un paraguas mayor. Desde el punto de vista de un gobernante de esos estados -Sajonia, Hamburgo, el obispado de Münster- un imperio débil, o sea incapaz de tener mucho dominio sobre ellos, pero existente y con algún tipo de coordinación, o sea capaz de evitar demasiadas intrusiones externas, quizás era la mejor situación.

Uno bien puede observar la situación y dinámicas de la actual Comunidad Europea desde ese prisma: Como una instancia de poder bien lejana de un estado-nación pero lo suficientemente fuerte como para proteger a los pequeños estados europeos. Y desde una óptica de las primeras décadas del siglo XXI, los países europeos de forma individual son en relación al mundo, lo que Bavaria, Sajonia o Prusia eran en el marco europeo.

De la homogeneidad de Chile

El_nucleo_de_Chile¿La homogeneidad de Chile? Pero, cómo, ¿acaso no es evidente lo diferente que son, por ejemplo, Arica de Temuco, y ambos de Punta Arenas? Y sí, pero no es a eso que me refiero.

La zona que resulta bastante homogénea es el viejo Chile, el que va aproximadamente del Aconcagua hasta la ribera norte del Bío-Bío, que es que aparece en la imagen satelital de GoogleMaps en la izquierda. Es lo que ha sido Chile de forma continua desde algo menos de 500 años (descontando el Norte Chico que, aunque también ha sido gobernado desde Santiago desde esos tiempos constituye  efectivamente una zona distinta). Lo que, en cierto sentido, es el núcleo de Chile.

Algo que resulta claramente visible en la imagen es que este núcleo es además uno bastante lineal. La mayoría de las poblaciones importantes (las zonas grises en la imagen) se encuentran en una sola línea. No es tan sólo que estamos ante una zona muy específica donde se concentra el país, sino que al interior de esa zona también podemos observar una fuerte concentración en una sola línea de asentamientos (en particular, desde Santiago a Chillán este fenómeno es muy visible).

Ahora, el caso es que no deja de ser una zona de una extensión (y población) relativamente considerable, como lo muestra la tabla:

Región Superficie Población Densidad
Valparaíso – 11.644 1.803.443 154,9
Metropolitana 15.403 7.314.176 474,9
O’higgins 16.387 918.751 56,1
Maule 30.269 1.042.989 34,5
Bio-Bio – 31.605 1.809.471 57,3
Total 105.308 12.888.830 122,4

Fuente: Wikipedia (sí, decidí no quebrarme la cabeza). Valparaíso sin Petorca e Isla de Pascua, Bio-Bio sin la provincia de Arauco.

100 mil kilómetros cuadrados  y casi 13 millones de personas (un 71% de la población del país en un 14% de su superficie continental, cuando decimos que es el núcleo es porque es el núcleo). En otras palabras, efectivamente bien pudiera tener en su interior una heterogeneidad bastante importante, porque representa una población y una extensión nada menor, y ha alcanzado densidad en general -en particular tomando en cuenta que una parte no menor de esa extensión es alta cordillera- que resulta relativamente apreciable. Es una zona poblada y ocupada.

Pensemos en Europa. Bélgica o Cataluña tienen el tamaño del Maule. La región del Bio-Bio (incluso sin Arauco) es mayor que Bretaña o Sicilia. Entre San Felipe y San Fernando se ocupa un territorio algo mayor que Dinamarca. Toda la zona central es mayor que la República Checa o que Hungría (o que Baviera que es el estado más extenso de Alemania). Y así uno podría continuar. De hecho, la zona central tiene la extensión de Corea del Sur.

En otras palabras, al interior de la zona central tenemos en esas latitudes cambios de idiomas, arraigados particularismos políticos, y todo lo que usted quiera en términos de identidad específica. Extensiones para las que fue necesaria una larga trayectoria histórica que permitiera su unidad política y administrativa. Por dar un ejemplo cualquiera, unir administrativamente Flandes y Brabante (cada uno alrededor de 10 mil kilómetros cuadrados, o sea menos extensos que Ñuble, de acuerdo a The Promised Lands, Blockmans y Prevenier, Tabla 4) les costó a los duques de Borgoña décadas de conflictos, sitios de ciudades, revocación y re-entrega de fueros y así. Cataluña perdió sus especificidades legales y administrativas sólo en 1716 (con los Decretos de Nueva Planta). Bretaña solo en 1488 perdió su última guerra con Francia y sólo en 1532 se unió legalmente al reino francés. Y uno bien podría continuar con otros ejemplos.

De hecho, cada una de las regiones que hemos mencionado requirió también todo un proceso histórico de larga data para construirlas como regiones con cierta unidad: El condado de Flandes, el de Holanda y así sucesivamente no eran unidades, cada ciudad mantenía sus propia jurisdicción y autonomía.

En cada caso fue necesario superar importantes resistencias locales para construir una unidad administrativa. Y en cada caso las diferencias culturales son bastante relevantes (son algo más que una diferencia en ciertos alimentos y ropas), y si todavía hay diferencias culturales habrá que pensar cuan relevantes ellas eran siglos atrás.

Nada de eso sucede en el caso de Chile. Al interior del territorio que analizamos siempre ha existido unidad administrativa y cultural. Es cierto que hay diferencias (la zona más cercana al Bio-Bio está menos marcada por la cultura de la hacienda tradicional, y en cierto sentido Chillán es el centro de la cultura campesina chilena), pero resultan bastante menores en comparación con las anteriormente mencionadas. Santiago no ha tenido mayores problemas en gobernar  de forma unificada toda esta extensión. Los particularismos (pensemos en Concepción a principios de la República) dicen más bien con contiendas de primacía más que defensas de autonomía.

Para tener heterogeneidad, conflictos contra el poder central, más importantes y más fuertes hay que salirse de esa zona. Desde el conflicto mapuche a las movilizaciones en Magallanes o en Tocopilla, los movimientos territoriales más relevantes ocurren fuera de esta zona. En cierto sentido, en lo que es ‘nuevo Chile’ -lo que se integra a esa unidad política entre la década de 1840 (Magallanes) y la de 1880 (el Norte, la Araucanía). Pero con respecto al Chile central, al ‘viejo Chile’, del cual estamos hablando, se puede incluso llegar a decir que toda la mitología de la unidad era real.

Dos Revoluciones en 1917 (o de por qué los bolcheviques, incluso desde una perspectiva ‘revolucionaria’ estaban equivocados)

No deja de ser llamativo que en un año en que se conmemoran 100 años de la revolución rusa, la revolución de febrero -que es el inicio de la revolución, el momento que marca la caída del zarismo- no haya sido muy comentada. La discusión será claramente con relación a la revolución de octubre -a la toma del poder por los bolcheviques. Y sin embargo, en el hecho de separar y llamar a esto dos revoluciones ya hay algo de interés.

Comparemos con la revolución francesa, y pensemos en los jacobinos como equivalente a los bolcheviques. La adquisición del poder por los jacobinos es un momento crucial en la evolución de la revolución francesa, pero a nadie se le ha ocurrido ponerlo como una segunda revolución. Y es claro, su poder emerge de los pasos anteriores, y no se basa en un quiebre -hay intervenciones pero, finalmente, es la Asamblea la que convoca la Convención, es al interior de la Convención como van adquiriendo poder, y es la Convención la que determina, por ejemplo, crear el Comité de Salud Pública. Pero la toma de poder de los bolcheviques es una ruptura contra el gobierno existente.

Lo cual nos lleva al primero de los puntos. En realidad, no hay revolución de octubre, hay golpe de octubre. Los bolcheviques se toman el poder no luchando contra el zarismo y la reacción, sino contra el gobierno revolucionario existente. Existe cierta tendencia a ver en los bolcheviques no la culminación de la revolución sino su traición: Que el poder de los soviets es capturado, y en cierto sentido destruido, por el partido. La tradición marxista, defendiendo al partido que era su representante en 1917, por cierto plantea más bien que la verdadera revolución es la de octubre. Que mientras lo de febrero no era más que una ‘revolución burguesa’, una clase que en la Rusia de 1917 no estaba a la altura de su tarea histórica,  por lo tanto era necesaria la revolución proletaria de octubre. Por cierto eso requiere la mistificación de reemplazar la sede del poder proletario desde los Soviets, que era donde ellos se habían organizado, a la vanguardia del partido.

Sin embargo, aquí podemos pasar al segundo punto, que dice relación con el tema básico de hacer la revolución para instaurar el comunismo en octubre. La tradición marxista del siglo XX ha tenido uno de sus puntos comunes en declarar la genialidad de Lenin en superar el dogma marxista clásico, que primero es necesario una revolución burguesa que establezca el capitalismo, y sólo luego puede producirse una revolución proletaria posteriormente -una vez que la burguesía ha producido una sociedad capitalista desarrollada. Pero Lenin habría pensado y ejecutado algo distinto: la posibilidad de saltarse las fases y pasar directamente a construir el comunismo. El hecho que los bolcheviques se tomaran el poder mostraría, entonces, la corrección basal de esa estrategia.

Y sin embargo… El carácter de una revolución, bien se puede decir, no se lo da las opiniones de quienes la llevan, sino sus resultados. Los holandeses estaban luchando por su independencia contra España, pero lo que hicieron fue instaurar la primera república burguesa y capitalista de la historia. Y algo similar se puede decir de la Guerra Civil Inglesa (la revolución francesa, y en general el período revolucionario atlántico de finales del siglo XVIII, es la última, en cierto sentido, de las revoluciones burguesas). Si aplicamos entonces ese baremo al caso de los bolcheviques hay que decir que, al fin y al cabo, lo que instauraron no fue el comunismo. Medido bajo el baremo de avanzar a lo que se quería habrá que decir que el putsch de octubre fue un fracaso total. Fue un éxito total en lo que concierne a tomarse el poder, pero eso es otra cosa.

Más aún, y si se quiere abundar en el asunto, podemos decir que el triunfo del putsch de octubre fue la causa de la derrota de la revolución obrera en países desarrollados. Sabido es que la situación en Alemania al final de la Primera Guerra Mundial era revolucionaria, y que había posibilidades relevantes de una revolución de izquierda (los espartaquistas de Luxemburgo y Liebknecht). Pero dado lo ocurrido en Rusia, entonces la reacción resultó mucho más fuerte, y condenó a la revolución al aislamiento y a la derrota. Y ello no es menor porque, volvamos a la idea inicial, Alemania era un lugar bastante más adecuado para la tarea de hacer una revolución comunista que Rusia.

La idea de Marx no era un simple tema de fases. Era basal: El comunismo sólo podía desarrollarse en situaciones de abundancia. Y luego, entonces requiere el capitalismo de forma previa, porque (y esto es claro en todos los escritos de Marx) el capitalismo es una máquina que produce abundancia. La cornucopia de las mercancías debe ser transformada en algo que libere a la humanidad de la explotación, pero primero hay que tener cornucopia. O sí se quiere, en Marx la idea es que esa cornucopia deje de ser de mercancías, pero no que deje de ser cornucopia. Si se parte de la ausencia, entonces el comunismo resulta imposible.

Y Alemania a principios del siglo XX quizás no era una sociedad de la abundancia (de hecho, seguía siendo más pobre que Inglaterra durante los ’30), pero claramente ya no era una sociedad de la miseria como lo era Rusia. Los soldados soviéticos a finales de la Segunda Guerra Mundial, invadiendo Prusia, o sea un territorio que bajo los estándares alemanes no era de los más ricos, se sorprendían de lo que para ellos era abundancia y lujos de los campesinos alemanes (lo cual, por cierto, aumentaba su ira, al ver que un país rico los invadía a ellos, que claramente sufrían bastante más pobreza). Era además parte del centro de la economía capitalista, o sea de tecnología ‘de punta’, de gran capital humano y cultural etc. En otras palabras, como lugar para el posible experimento resultaba bastante más ventajoso que Rusia, del cual en teoría no se podía esperar ningún resultado positivo, y al final efectivamente eso fue lo que sucedió.

En otras palabras, el asalto al Palacio de Invierno no es más que un golpe que derroca a la revolución existente (y recordemos que sabemos cuál es la organización que se dan a sí las revoluciones obreras, tanto la Comuna de 1871 como len 1917 replican lo de construir consejos locales, o sea cualquier cosa menos ser dirigido por el partido); y la idea en sí de instaurar el comunismo en un país atrasado, pobre y campesino mostró que era tan ilusa como siempre se lo había pensado. En cierto sentido, octubre es la derrota de la revolución.

 

NOTA. Alguien podría retrucar que los bolcheviques sí representaban la voluntad del pueblo y de la clase proletaria y campesina, porque -más allá de cualquier otra cosa- en la Guerra Civil fue claro por quien finalmente tomaron partido. Y sí, pero eso olvida cuales eran las alternativas para ese momento. Dado que todos los ejércitos blancos tenían como objetivo la contra-revolución total, o sea volver al zarismo tanto como se pudiera, y olvidarse de todo lo formado desde febrero en adelante; entonces era claro que para defender la revolución como tal (y defender, por ejemplo, que los campesinos se quedaran con sus tierras, que era la principal demanda del campesinado ruso, que pudieran quedarse con sus tierras y los dejaran en paz) sólo quedaban los bolcheviques. En otras palabras, el apoyo a los bolcheviques en ese momento era porque el bando contrario luchaba contra toda la revolución. No estará de más recordar que, finalmente, los bolcheviques terminaron destruyendo lo que para los campesinos había sido uno de los principales logros de la revolución, quedar en propiedad de sus tierras, pero eso es materia de otra nota.

Una nota a 200 años de Chacabuco

El 12 de Febrero de 1817 es una de las fechas clave de la historia nacional. El cruce de los Andes, la victoria de Chacabuco ese día, y el inicio de lo que llamamos la Patria Nueva son eventos decisivos. Ahora bien, ese bicentenario, y en general los bicentenarios próximos (2018 es el bicentenario de la declaración de Independencia y de la Batalla de Maipú, que es el evento de cierre), han tenido una menor repercusión pública que lo ocurrido con el bicentenario celebrado el 2010. Y esto nos algo nuevo, ya que la discusión sobre el centenario también ocurrió en 1910, y por lo tanto en relación con 1810.

La pregunta central es ¿a qué se debe ello? Al fin y al cabo, estos son los eventos que en términos concretos generan la independencia. Un fallido cruce de los Andes (ya sea en el propio cruce o en la batalla posterior) hubieran cambiado la historia posterior de forma bastante clara. Pero se prefiere recordar y celebrar la Primera Junta de Gobierno, la cual -recordemos- ni siquiera tiene la independencia entre sus objetivos (incluso pasando por alto el carácter ostensible a favor del rey del acto del 18, es auto-gobierno local pero no independencia lo que está en juego al decidir crear una Junta al interior de Chile en vez de seguir las instrucciones desde Lima).

La respuesta es relativamente sencilla. Baradit por estos días ha insistido en el hecho que el Ejército de los Andres y Chacabuco son fundamentalmente empresas argentinas (en realidad, cuyanas, mendocinas). El Ejército usó los refugiados desde Chile para crear unidades, y le dio mando a O’higgins, pero es claro cuál es el núcleo del ejército, y de donde venían las tropas y los suministros.  En última instancia, se usa todo lo que esté disponible, pero si no hubiera venido ningún chileno a sumarse al Ejército de los Andes, la expedición se manda igual -y probablemente hubiera tenido el mismo éxito. Enfatizar los hechos de 1817-1818 es obligar a los chilenos a recordar que la independencia se le debemos a nuestros vecinos.

Pero incluso hay algo más. Porque el hecho es que todo el drama local entre 1810 y 1814, e incluso el drama local hasta 1817, se demuestra a partir de la expedición de San Martín como irrelevante. Si no hubieran existido la Primera Junta, el Primer Congreso Nacional, ni hubieran actuado Carrera u O’higgins o Rodríguez, el caso es que en 1817 San Martín de todas formas cruza los Andes, derrota a los realistas en Chacabuco y obliga a Chile a independizarse. El drama de 1810-1817 puede haber servido para convencer a la población local de la necesidad de la independencia, pero no sabemos cuán necesario esto hubiera sido este proceso (es cosa de comparar lo fácil que la población de Perú se adapta a la idea de independencia, aun cuando el proceso no parte de ahí); pero en todo caso es por completo intrascendente en relación al hecho de la independencia.

La irrelevancia de los procesos locales se muestra con mayor claridad si recordamos por qué San Martín cruza los Andes. Hacia 1817 es claro que en el Alto Perú se está en una situación de tablas. Las ofensivas desde el Río de la Plata hacia el Perú fracasan, las ofensivas desde Perú hacia el Río de la Plata también. Pero claramente en Buenos Aires están interesados en que el núcleo de poder realista en Lima sea derrotado. Luego, Chile es simplemente otro camino, uno que no se había pensado previamente, para solucionar ese dilema. Y luego, Chile es liberado no por sí, sino como un asunto incidental en un drama mayor.

Lo que sólo muestra que, y no es la primera vez, que algunas de las decisiones claves que afectan lo que sucede en Chile no se toman en relación con este territorio -que es algo más fuerte, incluso, a que las tomen personas de fuera del territorio. Lo que ocurre en 1817 tiene su antecedente en la decisión española de no abandonar Chile luego de la rebelión de 1598 para defender al Perú (y al Potosí), que un posible abandono dejaría vulnerable a una intervención europea (la misma razón por la cual se decide repoblar Valdivia más adelante). La nula importancia de Chile dentro del mundo colonial queda muy de manifiesto cuando incluso el cierre del período se debe a consideraciones que no tienen que ver con Chile.

 

PS. Una nota adicional. Durante un tiempo circulaba la idea de un ejército jamás vencido. Lo que es claro es que el ejército chileno sufre una derrota total en 1814 -hasta la desaparición completa del ejército organizado. La ‘victoria’ de 1817 no es una victoria del ejército chileno, que simplemente no existe a la fecha. El hecho que chilenos combatieran en el ejército de Los Andes no cambia el hecho base que es un ejército del otro lado de los Andes. Quizás para mantener ese mito es que resulta útil centrar la discusión de la independencia en 1810, y transformar entonces el asunto en un drama local en tres actos. Pero en realidad, estamos ante dos obras separadas.

De las sociedades seculares

Sabido es que Newton le dedicó un buen tiempo a la alquimia, que para nosotros es algo sin sentido, en comparación con el desarrollo de la física clásica en los Principia, que es para nosotros su obra fundamental. Ello es una de las señales más claras del cambio de visión de mundo desde mediados del siglo XVII a la actualidad.

Del mismo modo, si uno se decide a leer el Leviatán, una de las obras fundantes del moderno pensamiento político y social (por más que buena parte de ese pensamiento se escriba contra Hobbes) uno encuentra una larga discusión sobre una ‘Common wealth’ cristiana; y largas disquisiciones acerca del poder espiritual y su control (es el material de la Parte 3, y el capítulo XLII sobre el poder eclesiástico debe ser el más largo del libro). Y uno podría recordar que Spinoza escribió un Tratado Teológico-Político. ¿Quién haría algo así ahora? Incluso para quienes sus creencias religiosas influencian de manera importante sus posturas políticas, no gastarían muchas páginas en discutir sobre la relación entre el poder civil y el poder eclesial (e incluso la mera idea de un poder eclesial que determine para todos lo que deben pensar al respecto suena extraña). Para Hobbes y Spinoza (y para sus detractores en ese tiempo)resulta, por el contrario, obvio que no puede haber fundamento para un poder civil si es que no es superior al eclesial.

The maintenance of Civill Society, depending on Justice; and Justice on the power of Life and Death, and other lesse Rewards and Punishments, residing in them that have the Soveraignty of the Common-wealth; It is impossible a Common-wealth should stand, where any other than the Sovereign, hath a power og giving greater rewards than Life; and of inflicting greater punishments, than Death (Hobbesn Leviathan, Chap XXXVIII)

Hobbes continua planteando que, obviamente, la vida y la muerte eterna son asuntos mayores que la vida y la muerte, y que luego los temas religiosos no pueden desentenderse de los civiles. Si se quiere la paz civil, entonces, se requiere que el soberano también lo sea en religión (Spinoza concluye exactamente lo mismo). Sus detractores de la época no atacan la relación sino que, más bien, intentan poner el poder civil bajo el eclesiástico.

Ahora bien, para nosotros eso no tiene sentido. Para nosotros evitar que el poder civil quede bajo el eclesiástico, la situación de facto y de jure en todas las entidades políticas del ‘occidente’ moderno, implica la separación de ambos, no que el poder eclesiástico quede bajo el civil. ¿Que es lo que hace eso posible?

Que el fundamento de la argumentación de Hobbes, que es compartida por todos en la época, es que las creencias religiosas sobre lo bueno y lo malo, sobre lo justo y lo injusto, tienen influencia en lo que se aspira en la vida social. Sólo si se quiebra esa relación, que planteemos que las creencias religiosas no tienen mayor relevancia en el ámbito social, es que resulta posible entonces nuestra situación. Lo cual implica, entonces, que estructuralmente nuestras sociedades son seculares.

Normalmente en sociologías la tesis de la secularización se observa como una tesis de las creencias de las personas: ¿Son religiosas las personas? ¿Influencia la religión sus vidas personales? Y otros elementos. Mirado así entonces se puede concluir que es una tesis falsa que extrapola lo que ha sucedido en ciertas sociedades a otras donde claramente las personas todavía son religiosas.

Lo cual sólo muestra con claridad lo que no queda más que llamar desviación individualista (o quizás mejor desviación de las creencias individuales). El caso es que en buena parte de nuestras vidas la religión está en general ausente: Que para entender el ámbito económico o científico no hace falta recurrir a la religión. Digamos, que para entender porque la empresa X ofrece un nuevo producto o cambia el precio de un determinado producto la religión sea indiferente. Conste que si la empresa decide ofrecer un nuevo producto para un grupo religioso determinado (‘los X consumen esto y no otro’) desde el punto de vista de la empresa es una decisión como cualquier otra, y se satisface un nicho de mercado como cualquier otro. Son sociedades seculares porque nadie anda preocupado en demasía (aparte de quizás su influencia personal) de si la Iglesia lo excomulga o no -siendo que en sociedades donde la religión sí era importante la excomunión era causa de desobediencia civil y militar.

Todo ello es cierto considerando que para muchas personas de forma individual su religión es un tema relevante. Esto puede llevar a que las autoridades eclesiásticas tengan influencia en la vida política y social; pero lo hacen como cualquier grupo de presión o influencia, y por el mismo motivo (son líderes de opinión). Lo que desaparece es la influencia directa del poder eclesiástico en tanto poder eclesiástico.

En resumen, la secularización -entendida como una característica estructural de las sociedades modernas- es una tesis correcta. Y la prueba está en que, precisamente, se puede hablar de múltiples temas, del poder político en particular, sin hacer referencia a asuntos divinos. Y eso es algo que es estrictamente imposible cuando la religión era la fuerza viva de la sociedad.

Sobre la antigüedad de Chile

En una novela (Echeverría de Martín Caparrós) que leí hace poco, se cuenta la historia de Estebán Echeverría, que a principios del siglo XIX, desea producir para su nuevo país, su propia literatura: Crear la literatura argentina. Y pensaba que, pace Lastarria, ese esfuerzo no tuvo mucho sentido en relación a Chile.

Y ello por un motivo muy claro: la literatura chilena es muy anterior al nacimiento de la república. La Araucana construye el mito de Chile, y por más que en el poema no haya chilenos (hay españoles y mapuches), y por más que el poeta no sea chileno (y su intento sea cantar las hazañas de sus connacionales, o sea de los españoles), el caso es que funda una literatura y una idea (es cosa de observar como se refieren a él diferentes escritores chilenos posteriormente). Y si se negara el carácter de parte de la literatura nacional a Ercilla, es innegable que con la Histórica Relación de Ovalle ya se cuenta con una obra mayor escrita por alguien nacido en estos lares (dado que Ovalle alcanza a aparecer en el Diccionario de Autoridades de la RAE, uno puede decir que lo de obra mayor no es antojadizo). Se puede plantear, y sería correcto, que no existe una tradición continua, que los casos mencionados (y otros que se podrían sumar, Lacunza, Molina, de Oña etc.) son siempre aislados entre sí. Se podría aducir entonces que efectivamente hay que esperar a la República para tener un ‘campo’ literario (con movimientos, disputas y otros elementos). Todo ello sería cierto, pero el caso es que la literatura chilena, con todas sus debilidades, existía desde antes del siglo XIX. Cierto que nuestro caso no es el de México, donde supongo que a nadie se le ocurriría hacer nacer la literatura con la Independencia, pero el caso es que existe tal cosa como la literatura chilena colonial.

Muchas veces se tiene la tentación de pensar a Chile (y esto es válido también para otros países en nuestra parte del mundo) como si naciera en la Independencia, y la idea de ‘naciones jóvenes’ se usaba (y todavía en ocasiones se escucha). Sin embargo, en realidad Chile tiene una trayectoria histórica de mayor data. Como mínimo habrá que decir que no falta mucho para contar 500 años desde la irrupción española. Y más aún habrá que notar que Chile, al menos el Chile central, existe desde antes. Una cosa que varios cronistas de la conquista señalan es la unicidad de la lengua entre, al menos, Aconcagua y Chiloé. Esa unidad de la lengua de Chile no deja de ser curiosa: Es un territorio bastante extenso que se constituye como una sola lengua sin participación de un Estado u otra institución. Esa unidad de lengua constituye per se una unidad cultural, y en ese sentido Chile (o al menos el núcleo central) es pre-existente a la llegada de los españoles.

Si bien la irrupción de los españoles constituye un hito que produce una discontinuidad abrupta en la historia de este territorio: Lo que sucede en el siglo XVII o XVIII no es una continuación de lo sucedido anteriormente, y no se entiende sin algo que es -desde el punto de vista de los pueblos originarios- algo completamente exógeno. Pero, con todo, hay algo que si se mantiene -la unidad como tal que constituyen esos territorios.

En ese sentido, Chile es antiguo.