Globalización y eurocentrismo. Una nota sobre comercio en el este asiático en la modernidad temprana

The demand for Chinese silk thread and fabric in Japan (and Japanese copper in China), for example, encouraged creative commercial practices among Chinese, Japanese and Dutch merchants and mariners, regularly sidestepping the Tokugawa regulatory apparatus (Beverly Lemire, Global Trade and the Transformation of Consumer Cultures, Cambridge University Press, 2018, Cap. 4, p. 164)

El libro del cual proviene la cita argumenta, para la modernidad temprana (1500-1800) la emergencia no sólo de cadenas globales de comercio, sino la emergencia de culturas de consumo relativamente cosmopolitas (por ejemplo, el uso del tabaco o textiles). Más en general, su argumento es que no sólo Europa experimentó un cambio y renovación en su cultura material, sino que eso afectó al resto de las sociedades -que también, entonces, participaron, digamos, en igualdad de condiciones en esa ‘transformación del mundo material’ (el subtítulo del libro). Al inicio del texto, Lemire critica a Braudel que reducía el mundo de la moda a Europa; enfatizando que éste era más bien común. Se acerca explícitamente a Pomeranz indicando lo similar que eran otras zonas a Europa en la modernidad temprana (como en la China de los Qing también se observa una ‘revolución del consumo’).

En este sentido, el texto se une a varios que quieren alejarse del eurocentrismo y enfatizar el carácter global del mundo ya en esta época. Y donde los procesos y dinámicas que forman la naciente modernidad, no son exclusivos de Europa.

Y sin embargo… La cita nos muestra que hay algo particular de Europa en esa configuración. Son los holandeses introduciéndose y participando en los flujos comerciales entre China y Japón. Pero no hay comerciantes chinos o indios participando de los flujos comerciales entre, digamos, Hamburgo e Inglaterra. Si hay un mundo globalizado en esa época, hay un actor que hace que los flujos sean globales -que permite que el tabaco se transforme en un producto global, que las pieles de los pueblos de América del Norte se consuman en muchos otros textos, que los habitantes de muchas zonas costeras puedan regularmente aprovechar los bienes que toman de naufragios de naves interoceánicas-. Son los europeos los que generan esas rutas, los que están en todas partes. Que Europa no fuera todavía una zona dominante (que en el comercio de la India ocuparan una posición más bien subordinada), que los procesos que generan las dinámicas de la modernidad participen otros actores (así para mantener estas rutas globales usar el capital financiero de Asia es relevante e involucrar a otros actores), no quita otro hecho fundamental: Que en todos esos flujos, el nodo que articula esa red como una red global es precisamente Europa.

Criticar y dejar el eurocentrismo no debiera implicar dejar de ver lo que es realmente obvio: Si la modernidad temprana ya es una era de globalización incipiente, esa globalización se organiza a partir de Europa.

Contacto, conexión e integración. Sobre la constitución de una esfera ‘global’ de interacción

Emperor Hongwu, fundador de la dinastía Ming, se proclamó emperador en 1368. En 1372 envío una carta al emperador bizantino anunciando esa proclamación. Un ejemplo del mundo de conexiones un poco antes de la modernidad temprana.

El imperio romano y la dinastía Han en China (entre los dos tomando una proporción bastante importante de la población de principios de nuestra era) tenían una muy ligera idea que al otro lado de Eurasia existía un imperio de una magnitud similar al suyo. Hay algunos reportes de embajadas y unas referencias (muy imprecisas por cierto) en algunos textos. En 1372 el emperador Hongwu, fundador de la dinastía Ming, envío una carta al emperador bizantino anunciando su acceso a la dignidad imperial (la misiva disponible en este link). Para el siglo XVII y XVIII se habían establecido varias rutas comerciales directas entre China y Europa, y los bienes intercambiados (para dar sólo ejemplos básicos -el té hacia Europa, la plata hacia China) ya estaban cambiando algunas de las prácticas de cultura material en ambos lados. Sólo para completar la idea, porque es bien obvio, el impacto de la producción y la demanda de China en las economías de muchos países es notorio e importante.

Los ejemplos todos ellos nos hablan de ciertas interacciones. Y al mismo tiempo claramente nos hablan de intensidades bien distintas. Ahora, ¿qué lenguaje podemos usar para clasificar esa intensidad? Siempre podemos construir un índice y dar así una imagen de la intensidad. Y sin embargo, nunca escapamos a la clasificación (además de poder cuantificar el ingreso dividimos a los países en categorías de altos ingresos, medianos, bajos etc.). Al fin hay diferencias en el tipo de procesos que está en juego, en sus consecuencias, que podemos comprender mejor con categorías.

En el nivel más básico podemos pensar en el contacto. Hay ciertas interacciones -alguna embajada, algún viajero, algún comerciante no muy regular; pero no alcanzan a configurar nada que genere expectativas (que se seguirán intercambiando embajadas o que puedo repetir la ruta comercial y así planifico mis actividades). A través de ello se pueden transmitir ciertas ideas y diseminar ciertos bienes (desde artículos de lujo hasta transmitir quizás ciertos alimentos). Sé que existes, pero hay mucho más.

El siguiente nivel se puede denominar conexión. Las interacciones son recurrentes y, por lo tanto, se establecen expectativas por parte de los actores. Un Estado tomará en cuenta la existencia de otro al pensar en posibles alianzas o conflictos; los viajes comerciales serán los suficientes para que tenga sentido tener un agente en cada extremo de la ruta. Habrá influencias intelectuales directas (e incluso tendrá sentido viajar al otro lugar a buscar conocimiento). Sin embargo, de todas formas se los puede ver como entidades separadas: A la luz del intercambio comercial, por ejemplo, habrá cierta influencia de precios, pero las dinámicas de las economías estarán separadas (auge y crisis) -las rutas comerciales en los siglos XVI al XVIII permiten usar la diferencia de precios por parte de las diversas ‘Compañías de Indias Comerciales’, el impacto de la demanda europea modifica escala de producción en Asia; pero no se puede decir que el auge o crisis de la economía Europea afectara de manera directa las dinámicas de las economías asiáticas. Los Estados podrán a veces pensar en planes conjuntos, pero eso no es sistemático (ni en el tiempo ni en términos de pensar en el conjunto). El Imperio Otomano consideraba la posibilidad que algunos de sus enemigos europeos coordinara con los persas (y algunas naciones islámicas en el Índico se comunicaron con la Sublime Puerta en relación con los ataques portugueses); pero el imperio persa de los Sáfavidos no es parte del sistema de alianzas y de conflictos europeos (ni se instalan embajadas permanentes). Las conexiones en el Mediterraneo en el medioevo son lo suficientemente relevantes para permitir la recuperación de Aristóteles en Europa a partir del mundo islámico (y Averroes es conocido como el comentarista), pero estos antecedentes no implican que el mundo islámico y el cristiano sean parte de la misma discusión (los debates y conceptos de la filosofía escolástica se desarrollan al interior de la cristiandad, si se quiere).

Más allá de ello tenemos ya la integración. Las interacciones son lo suficientemente recurrentes e intensas para que los actores se orienten por un todo en el cual son parte esos diversos lugares que están integrados. ‘Cuando Francia estornuda, toda Europa se resfría’ implica una unión de los procesos políticos entre diversos espacios que permite tomarlo como un conjunto. Hay efectivamente economía global cuando las crisis económicas son globales (y por ello la crisis de los 1870’s -que efectivamente afecta a diversas economías a lo largo del mundo- es usado como una primera marca de una economía ya efectivamente globalizada). Tiene sentido hablar de una cultura global (al menos parcialmente) cuando algunos fenómenos -digamos, el MCU, para decir algo muy reciente- no sólo se distribuyen y son populares en todas partes, sino cuando incluso ya en su elaboración esa situación global ya se toma en cuenta.

La división entre contacto / conexión / integración también puede observarse en la forma de las interacciones. Bajo contacto resulta muy común el contacto indirecto. El comerciante romano se conecta con el Indio, pero no va más allá. Y las monedas romanas que aparecen en Indonesia (o en China) a principios de nuestra era llegan más bien a través de varios intermediarios. En la conexión aparecen contactos más directos (Marco Polo en China, Ibn Battuta yendo desde Marruecos a la India en el medioevo), aunque sigue siendo habitual el paso de diversos intermediarios. La constitución en la modernidad temprana de interacciones directas de las diversas economías con el mundo europeo es un paso relevante, ahora se puede hacer notar que ese contacto directo existe sólo para los europeos. La red comercial puede incluir desde tribus en América del Norte (que venden pieles a cambio de ciertos productos textilos), grupos en África (que venden esclavos o cambio de mosquetes u otros), China (que vende muchos productos a cambio de plata), pero si para los europeos es ya relación directo, para los otros grupos su relación con los otros nodos de la red mayor sigue siendo indirecta. En la integración ya se tienen contactos directos entre todas las partes del conjunto: la red de exportaciones/importaciones en la actualidad; o el hecho que en la esfera cultural -incluso dominada por la industria cultural estadounidense- existan interacciones directas entre el resto (teleseries latinoamericanas en múltiples países, la expansión del K-pop).

Con esta entrada, y con estas clasificaciones, no estoy diciendo nada muy nuevo. Sin embargo, estas categorías (u otras) resultan útiles para tener una imagen diferenciada de la intensidad y carácter de las interacciones. En particular, sirven para identificar más claramente las circunstancias de lo que llamamos globalización en la historia. Cuando las dinámicas de globalización son más claras, como en la actualidad, y donde además se quiere evitar caer en miradas eurocéntricas tradicionales, se puede caer en la tentación de observar cualquier nivel de interacción como constituyendo globalización. Y como, al menos, el Viejo Mundo tiene niveles de contacto desde hace mucho tiempo se puede construir un relato de una globalización casi milenaria.

Con una clasificación del tipo que hemos intentando desarrollar aquí se pueden realizar descripciones más precisas. El Viejo Mundo está a principios de nuestra era, en al menos entre sus núcleos ‘civilizados’, ya en contacto. Con el desarrollo y expansión del Islam se puede plantear que se empieza a generar un nivel de conexión en el Viejo Mundo; y en la modernidad temprana esa red de conexiones incluye al Nuevo Mundo y aparece un actor (Europa) que está en contacto directo con toda la red, aunque son ellos los únicos con esa posibilidad. Esos niveles de conexiones se expanden y durante la modernidad temprana se puede decir que la economía atlántica ya alcanza el nivel de integración. Es durante el siglo XIX, y en particular hacia fines de éste, que se puede plantear que la economía está ya integrada a un nivel global. Esa globalización se intensificará pero ya está presente a partir de ese momento.

El breve relato que hemos realizado en el párrafo anterior es, como todos esos relatos breves, incompleto e impreciso. Sin embargo, es diferenciando estos niveles que se pueden captar esas líneas generales y esas diferencias. En ello tendrá su utilidad.

La libertad de pensamiento en Spinoza. El Tratado Teológico-Político (1670)

De donde resulta que se tiene por violento aquel Estado que impera sobre las almas, y que la suprema majestad parece injuriar a los súbditos y usurpar sus derechos, cuando quiere prescribir a cada cual qué debe aceptar como verdadero y rechazar como falso y qué opiniones deben despertar en cada uno la devoción de Dios. Estas cosas, en efecto, son del derecho de cada cual, al que nadie, aunque quiera, puede renunciar (Capítulo XX, p. 239 de la edición crítica de Gebhardt)

Spinoza publicó el Tratado Teológico-Político sin usar su nombre y de forma algo clandestina (como muestra la portada de la primera edición en la imagen usada en esta entrada). Sabía que su defensa de la libertad de pensamiento y su crítica de la pretensión de la teología de ser un saber fundante que determina qué es lo que puede decirse (y pensarse) sería un escándalo. En lo cual no estaba equivocado, y los dirigentes religiosos de las Provincias Unidas (la Iglesia Reformada oficial) respondería intentando censurar el texto. A nosotros la defensa de la libertad de filosofar y la crítica a que todo saber deba ser aceptado por la teología nos parece adecuado, y el polémico texto de Spinoza es visto ahora como fundante de cosas básicas en la modernidad.

Ahora, cuando uno continúa con el argumento no es claro que realmente aceptemos la libertad de pensamiento como lo plantea Spinoza.

Uno de los puntos esenciales del argumento de Spinoza es que no se puede evitar que cada quien piense lo que quiera. El poder político no puede afectar lo que las personas piensan; y uno puede efectivamente traspasar derechos sobre las acciones, pero no sobre el pensar. En última instancia, los seres humanos no pueden evitar pensar.

Por consiguiente, si nadie puede renunciar a su libertad de opinar y pensar lo que quiera, sino que cada uno es, por el supremo derecho de la naturaleza, dueño de sus pensamientos, se sigue que nunca se puede intentar en un Estado, sin condenarse a un rotundo fracaso, que los hombres sólo hablen por prescripción de las supremas potestades, aunque tengan opiniones distintas y aun contrarias (Cap. XX, p. 240)

Más adelante:

Cada individuo sólo renunció, pues, al derecho de actuar por propia decisión, pero no de razonar y de juzgar (Cap. XX, p. 241)

Dado eso, dada la imposibilidad de dejar de pensar, entonces el intento de cercenar dicha libertad incluso de llegar a funcionar (lo que Spinoza niega, porque argumenta que en realidad los seres humanos no saben callar, no pueden evitar opinar lo que quieren y todo intento de represión es siempre infructuoso, ¿toda la historia de las herejías no da cuenta de ello?) no lograría más que el reino de la hipocresía

Pero supongamos que esta libertad es oprimida y que se logra sujetar a los hombres hasta el punto de que no osen decir palabra sin permiso de las supremas potestades. Nunca se conseguirá con eso que tampoco piensen más de lo que ellas quieren. La consecuencia necesaria sería, pues, que los hombres pensaran a diario algo distinto de lo que dicen y que, por tanto, la fidelidad, imprescindible en el Estado, quedara desvirtuada y que se fomentara la detestable adulación y la perfidia, que son la fuente del engaño y la corrupción de los buenos modales (Cap. XX, p. 243)

Hará notar Spinoza que incluso si de esta libertad ilimitada resultaren problemas, ello no obsta para otorgarla:

Reconozco, por supuesto, que de dicha libertad se derivan a veces ciertos inconvenientes. Pero ¿qué institución ha sido jamás tan bien organizada que no pudiera surgir de ella inconveniente alguno? (Cap. XX, p. 243)

La libertad de pensar y decir debiera ser entonces sin límites -porque las personas no pueden evitar pensar lo que quieren.

Spinoza no es un liberal (es algo que Popper recordaba en La Miseria del Historicismo cuando hacía notar su doctrina en torno a la libertad de expresión) y, de hecho, las limitaciones que pone a la acción son bastante amplias. De todas formas, es parte de la tradición liberal diferenciar entre la libertad para decir X y la libertad de acción en torno a X (y eso incluso puede afectar ciertos decires, una declaración que es parte de una conspiración para asesinar no puede refugiarse en la libertad de expresión). Ahora bien, una vez delimitado el espacio del decir entonces su conclusión es, como dije, amplia. En el prefacio de la obra nos dice Spinoza, al resumir el argumento

Concluyo, finalmente, que los poderes públicos pueden muy bien conservar ese derecho [el de determinar y obligar a seguir la ley*], a condición que se conceda a cada uno pensar lo que quiera y decir lo que piensa (Prefacio, p. 12)

Nosotros parecía que creemos en ello. Sin embargo, no es así. Se defiende la idea que hay ciertas opiniones que deben prohibirse, que su expresión debe ser castigada por la ley, y luego ser sujeto a la coerción del Estado. Ideas que, por cierto, diremos -y en general, no disiento de ese juicio-, que son aberrantes y espantosas.

Ahora bien, si de ese hecho (que alguien dice cosas horribles) concluimos que lo justo es el castigo, sólo cabrá decir que tan distintos no se es de los dirigentes calvinistas que -en el siglo XVII- intentaron prohibir la obra que comentamos (y que castigaron con cárcel a otras personas en el círculo de Spinoza). Esa persecución nos parece horrible a nosotros.

La diferencia radica en que a nosotros aquellas verdades y cosas innegables (que solo alguien aborrecible podía decir) que mantenían los círculos calvinistas no nos parecen relevantes. Pero de las verdades y cosas innegables (que sólo alguien aborrecible puede decir) que nosotros mantenemos, parece que sí se obtiene la conclusión que es justo y meritorio la persecución. El problema de esos círculos calvinistas, para estas personas, no está en que persiguieran el pensamiento; es que sólo ellos estaban equivocados en que era la verdad y la falsedad.

El llamado de Spinoza por la libertad de pensamiento sigue vigente. Sigue vigente en particular cuando se trata de aceptar que otros digan cosas abominables. Eso era lo que Spinoza exigía y demandaba de su época al fin (que aceptaran que él podía decir las cosas que sus contemporáneos juzgaban abominables).

El argumento que es tiránico intentar que las personas pierdan una libertad que no pueden evitar tener -la de pensar- y de obligarlos a no proceder a continuar el acto natural producto de ella -el de decir lo que piensan- sigue siendo correcto.

* Spinoza dice ‘lo justo y lo injusto’. En capítulos previos establece que lo justo y lo injusto se deriva y corresponde a la ley. Como dijimos, con su defensa de una libertad de pensamiento total, Spinoza no es liberal.

NOTA. Citamos de acuerdo a la traducción de Atiliano Domínguez, en la edición de Alianza Editorial (del año 2017). Usamos la paginación de la edición crítica de Gebhardt, siguiendo la decisión de la edición que estamos usando.

La Baburnama. Entre la vida no imperial y la imperial

Babur (1483-1530) es el fundador de lo que la posteridad ha conocido como la dinastía Mogol, y es conocido por su conquista de la India, al menos del norte de la India (desde la zona de Kabul). La batalla de Panipat (1526) en particular es recordada como uno de los casos más relevantes del desplazamiento de la guerra tradicional por la guerra moderna basada en las armas de fuego. La expansión europea en el Nuevo Mundo es contemporánea con la implantación de varios nuevos imperios islámicos que se basan, ambos, en su dominio de esta herramienta (Marruecos también hace lo mismo en el Norte de África en los mismos momentos).

Es además conocido por escribir su autobiografía, la Baburnama, uno de los pocos casos de este género en el mundo del Islam. La lectura de esa obra nos permite recordar además otro elemento relevante: La conquista de la India es algo que hace después de varios años como participante (no demasiado exitoso a decir verdad) en los distintos conflictos y disputas en Asia Central por la época. Tierras que, por cierto, Babur siempre prefirió a sus conquistas. Buena parte del texto se dedica efectivamente a narrar esas disputas.

Esto permite entonces contrastar dos modalidades de ejercer el poder. Una en una situación no imperial -en competencia entre poderes- y otra en una situación imperial. Lo que procederé a destacar no es particularmente novedoso, sólo que la Baburnama lo ilustra con claridad: la cotidianeidad de la violencia.

Para personas que habitamos en sociedades modernas resulta posible imaginarse vidas alejadas en general de la posibilidad del conflicto bélico. Incluso en sociedades (como Estados Unidos) que está regularmente en guerra resulta posible para buena parte de su población imaginar su vida sin pensar en esa participación (como participante militar o víctima civil). Por cierto, no es la única experiencia de la modernidad. No sólo en la actualidad los habitantes de varias sociedades claramente tienen esa experiencia y en ocasiones (la primera mitad del siglo XX) ella ha resultado extremadamente común -y extremadamente violenta. El caso es que, aunque no sea la única, sí es una recurrencia relativamente común.

En sociedades premodernas esa presunción sólo es operativa para un habitante de una formación imperial. y en particular, de sus zonas centrales. Sólo ahí la idea de la guerra como algo lejano (que le ocurre a otros) y donde la posibilidad de ella no es algo que afecte la propia vida resulta posible. Ese contraste es lo que aparece en la Baburnama. Ello quizás no tanto directamente a través de la vida del propio Babur, porque como líder político la guerra y la conquista no dejan de operar, y lo que narra una vez triunfante es una seguidilla de rebeliones y conquistas. La diferencia que nos importa es lo que implica para la vida en general en sociedad.

La vida de Babur en sus años pre-Panipat es un continuo batallar, intentos de conquistar ciertas tierras, ataques y repliegues. Samarcanda y Andiyán son tomadas y perdidas en más de una ocasión. Babur pasa de ser un gobernante, a ser uno de tantos líderes en un conflicto a -en una de las escenas más dramáticas- a huir solo, después de perder una batalla, y estar a punto de ser enviado a manos de sus enemigos cuando aparecen algunos fieles seguidores y lo salvan (después que él ha soñado con que recibirá un reino) antes de recibir a sus amigos:

I readied myself to death. There was running water in the orchard. I made my ablutions and performed two cycles of prayer. I put my head down for intimate conversation with God and was making my requests when I dozed off. I dreamed that Khwaja Ya’qub, son Khwaja Yahya and grandson of Khwaja Ubaydullah, was coming straight toward me on a dappled horse, surrounded by a group also mounted on dappled horses.

Luego de ello observa al grupo que está buscando apresarlo (para llevarlo probablemente a su muerte) y entonces:

When I heard this, my trepidation increased and i did not know what to do. At the very instant the horsemen, without waiting to break down the gate, crashed through a hole they made in a crumbling place in the wall […] I felt as though God had granted me a new lease of life (Eventos del año 908 [1502-3], p. 138)

La anécdota nos muestra un mundo de violencia continua, de cambios abruptos de suerte. Cuando Babur ha sido perseguido sólo ya era un comandante importante, ya había tomado (y pérdido) Samarkanda. Ese es el mundo de la violencia no-imperial. Un mundo en el cual cuando Babur nos hace una reseña de algún gobernante o líder nos tiene que decir de las batallas que ha realizado y de muchos de ellos su muerte ocurre en torno a una situación de combate (o asociada a conflictos políticos) -donde cada cambio de gobernante es ocasión de oportunidad y peligros (ambo vitales). En que los habitantes de un pueblo saben que es probable que sea sitiado (y cambie de gobernante) en varias ocasiones.

Esta violencia continua y permanente no implica una situación de tierra arrasada: Esos mismos líderes tienen tiempo para desarrollar sus habilidades en poesía (que Babur se encargará de evaluar en cada caso, y nos contará de sus propios esfuerzos) y las ciudades no parecen sufrir demasiado. Sin embargo, estamos ante una violencia normalizada y cotidiana. La violencia no es algo que aniquile la ciudad, pero es parte continua de lo que sucede: Sufren algunas cabezas recortadas como nos dice Babur al tomar Kabul (Eventos del año 910 [1504-5], p. 151), y el mismo se vanagloria de no abusar del comerciante -lo cual implica que era algo que sucedía.

Babur, al realizar una reseña del sultán Husayn Mirza (1438-1506) dice lo siguiente, y en ello está una mecánica esencial detrás de ese mundo:

He abandoned the toil and trouble of conquest and military leadership. Consequently, as time passed, his retainers and realm dwindled instead of increasing (Eventos del año 911 [1505-6], p. 197)

En una formación imperial las cosas cambian (y de hecho, la narrativa también experimenta un cambio). La violencia y la guerra no desaparecen, y de hecho los hechos bélicos y las batallas aumentan en magnitud y en intensidad (la batalla de Panipat en 1526 y o Khanua en 1527 son batallas de gran magnitud). La invasión de la India se hace con repetidas referencias a ‘montañas de cráneos’. Lo que sucede es que la guerra cambia de modalidad: Ella se traslada a las ‘fronteras’ y deja de ser algo cotidiano para quienes habitan en el centro una vez conquistadas Delhi y Agra desaparecen de la operación militar. Eso es lo que implica el cambio

La diferencia es precisamente entre una presencia permanente y continua de una guerra, quizás de menor magnitud contra una situación en la cual la batalla no es permanente, puede ser mayor en sus efectos, pero aparece la posibilidad de un espacio libre de violencia y de guerra. No es casual que sea sólo después de conquistar la India que Babur nos menciona algunas decisiones de gobierno civil (sobre alcohol, sobre impuestos, sobre rutas de correos): He ahí el contraste.

La Baburnama, crónica de la vida de un gobernante que pasa de una modalidad a otra, es uno de los textos donde ese contraste entre la violencia no imperial y la violencia imperial se puede apreciar, quizás, de mejor forma.

NOTA. O al menos, uno de los textos que haya leído donde ello queda más claro. En el gigantesco universo de crónicas e historias no deben faltar los que narran algo similar. De todas formas, el Baburnama siendo escrito por un conquistador de imperios no deja de ser un buen caso.

Cito de acuerdo a la edición de The Modern Library, traducción de Wheeler M. Thackston

Dos trampas del PGB como medición: El olvido de la materialidad y el olvido de la institucionalidad

El producto geográfico bruto, la idea de medir la economía a través de ese instrumento, ha sido criticado múltiples veces. Lo más común es argüir que no da cuenta del bienestar. Sin embargo, también hay críticas que se orientan al tema de su insuficiencia en relación a su objeto: Que no mide realmente la producción de la economía, dado que deja buena parte de ella fuera (el caso más emblemático de ello siendo el trabajo doméstico).

Aquí quiero abundar en un par de problemas de la medición del PGB que me aparecieron en diversas lecturas (bueno, relecturas, son textos que ya tienen sus años) de historia económica.

El primero es una variación sobre el tema de las insuficiencias para medir la producción: la falla que implica el olvido del carácter material de la economía. Convertir la producción en su equivalente monetario, que es lo que hace el PGB, tiene -como todas las cosas- sus usos, pero resulta insuficiente.

La economía nazi durante la Segunda Guerra Mundial, tal como la describe Tooze en el magnífico The Wages of Destruction (2006) ilustra ello. Tomarse en serio el componente material implica recordar que no es cierto que la equivalencia monetaria lo es todo. Alemania una vez que conquistó, y tuvo a disposición la producción de buena parte de Europa (y recordemos, buena parte de sus zonas industrializadas) tenía ‘en papel’ una producción medida en términos de PGB bastante apreciable. Sin embargo, claramente su capacidad productiva era inferior a los de su competencia.

Ello se explica por las limitaciones del PGB. Así, en una guerra total la producción de acero resulta crucial. Para producir acero se requiere carbón (hulla). Para producir hulla se requiere, dadas las condiciones de su producción en la época, un gran esfuerzo de trabajo que, requiere a su vez una alta ingesta calórica. La producción de los alimentos necesaria para ello requería o fertilizantes o si ellos faltaban de un alto número de personas en la agricultura. Esas cosas, entonces, ponían un límite en la capacidad de producción acerera, y por lo tanto en la producción militar (porque los tanques y cañones se hacían con acero).

Lo anterior está simplificado. Lo que evitaba ‘llenar’ a los trabajadores del carbón con calorías no era solamente un tema de producción absoluta sino de cómo distribuirla (entre toda la población), y ahí existieron varios problemas políticos en juego. De todas formas la cadena productiva material operaba y tenía consecuencias. Y ella se basa en que no toda la producción es equivalente y que 100 millones en valor monetario en producción de ropa no puede sustituirse por 100 millones en producción de tanques. No al menos si uno está en medio de un conflicto bélico global y total.

El segundo olvido aborda la insuficiencia desde otra perspectiva: Que al centrarse en el PGB como forma de comparar economías se pasa por alto la estructura institucional. Y para comprender y entender una economía (digamos, para poder moverse en ella) lo institucional es relevante -afecta lo que pueden hacer los agentes económicos.

En las últimas décadas se desarrolló una discusión sobre la ‘gran divergencia’: ¿cuándo las economías europeas se convirtieron en mucho más ricas que el resto? Es un debate antiguo y la publicación el año 2000 de The Great Divergence (K. Pomeranz) abrió una nueva etapa. En ese libro, Pomeranz argumentó que en la modernidad temprana, entre el siglo XVI y el XVIII, Europa (particularmente Occidental), China y Japón podían -a grandes rasgos- verse como aproximadamente similares: economías relativamente comercializadas, prósperas para parámetros pre-industriales y estando cerca de sus límites en términos de la explotación de sus recursos. La divergencia profunda se manifiesta en el siglo XIX, no antes.

Como suele suceder con libro que plantea una tesis que renueva el discurso, las tesis fueron primero recibidas con entusiasmo. Sin embargo, posteriormente apareció una reacción. Está mostró que usando estimaciones de PGB per cápita, Europa (o al menos sus países líderes en su desarrollo capitalista, los Países Bajos e Inglaterra) ya se había despegado del resto del mundo durante la modernidad temprana. Si bien la diferencia era menor comparado con el salto del siglo XIX, ya existía y era medible (‘apreciable’ en ese sentido) durante los siglos anteriores.

Al revisar de nuevo el texto de Pomeranz hace un tiempo atrás algo me llamó mucho la atención: el amplio espacio que Pomeranz le dedica a aspectos institucionales, de funcionamiento de la economía: A su nivel de comercialización, al nivel de trabas y barreras en la actividad económica, la seguridad de la propiedad y los contratos, de participación y esfuerzo laboral. Todos ellos son temas relevantes para comparar y describir economías. Para Pomeranz decir que las economías de Europa Occidental, China y Japón eran más o menos comparables no era sólo (o tanto) un tema de medir su PGB per cápita sino de mostrar sus equivalencias institucionales: Al nivel de la descripción que hice en mi resumen una ligera diferencia en PGB puede ser menos relevante que, por ejemplo, mostrar que en los tres casos había una amplia participación en una economía comercial y monetaria.

En los dos casos el PGB muestra algo que, por cierto, es común a toda medición: Que muestra ciertos aspectos de la realidad, pero no puede dar cuenta de ellos. Lo que muestra el PGB es relevante -el hecho que es durante el último par de siglos que se observa una importante curva de aumento del ingreso (frente a lo cual todos los cambios en economías preindustriales, que por cierto existieron, son más bien menores) es un hecho crucial. El tema es que no es el único hecho crucial y hay varias preguntas sobre el funcionamiento de las economías para los cuales otros hechos son más relevantes.

Las trampas a que me refiero en el título no son trampas de la medida, son trampas de nuestro uso de ella. Es nuestra obnubilación con una sola forma de observación lo que representa un problema.

Una brevísima nota sobre el Sacro Imperio Romano

Los últimos años del Sacro Imperio Romano, desde 1648 con el Tratado de Westfalia, hasta 1806, con la disolución final, en general tienen mala prensa. Básicamente, el Imperio deja de existir para todos los propósitos prácticos, al dejar de tener el emperador casi cualquier noción de dominio sobre los territorios que lo conforman. El siglo XVIII cada estado al interior del Imperio lucha sus guerras de forma separada (Bavaria y Prusia en particular).

En ese sentido, aparte de la existencia de un nombre uno bien puede decir que ya había dejado de existir, a lo más cosas de protocolo (como que el margrave de Brandenburgo para convertirse en rey debe serlo en Prusia -fuera del Sacro Imperio- pero no puede decirse a sí rey al interior del Imperio) Y sin embargo, si se escarba se encuentran todavía algunas señales de existencia. En 1681, en el caso del segundo sitio de Viena, participa un ejército imperial en la defensa. Los Hohenzollern durante mucho tiempo tuvieron que soportar que sus dominios todavía estaban afectos parcialmente a la jurisdicción en términos legales del imperio (algo que me sorprendió bastante leyendo Iron Kingdom de Clark 2009, una historia de Prusia).

Pero quizás lo más importante sea otro asunto. Todos los pequeños estados al interior de Alemania sobrevivieron sin mayores problemas durante el período en que existió el Sacro Imperio. Una vez disuelto este, todos esos estados desaparecieron prontamente (la unificación es de 1871). Usualmente decimos que eso se debe al nacionalismo del siglo XIX, pero algo me dice que hay un efecto de poder mantener la independencia de un estado pequeño cuando se está bajo un paraguas mayor. Desde el punto de vista de un gobernante de esos estados -Sajonia, Hamburgo, el obispado de Münster- un imperio débil, o sea incapaz de tener mucho dominio sobre ellos, pero existente y con algún tipo de coordinación, o sea capaz de evitar demasiadas intrusiones externas, quizás era la mejor situación.

Uno bien puede observar la situación y dinámicas de la actual Comunidad Europea desde ese prisma: Como una instancia de poder bien lejana de un estado-nación pero lo suficientemente fuerte como para proteger a los pequeños estados europeos. Y desde una óptica de las primeras décadas del siglo XXI, los países europeos de forma individual son en relación al mundo, lo que Bavaria, Sajonia o Prusia eran en el marco europeo.

Del simplicismo de la diferencia interno y externo. A propósito de la expansión Europea

Entre los innumerables seudo-debates que reinan en las ciencias sociales se encuentra uno sobre las causas de la expansión europea a partir del siglo XV. ¿Es un fenómeno cuyas causas son internas? Y entonces las causas debiéramos encontrarlos en sus actitudes sobre la economía, en sus procesos políticos, en su estructura de clases, en los intercambios comerciales en su interior etc. ¿O es un fenómeno externo? Y entonces las causas están en su dominación de otras sociedades, en el colonialismo etc. Estos argumentos, como suele suceder en Ciencias Sociales, terminan siendo finalmente discusiones con tintes políticos: ¿la expansión europea se debió a su mayor capacidad, y por lo tanto es merecida y muestra de su superioridad como civilización, o se debió al hecho que explotara a otros, y por lo tanto no es merecida ni muestra ninguna superioridad?

Ahora bien, puestas así las cosas es casi evidente que no tiene sentido la distinción. No se domina a otro por casualidad. Si Europa fue capaz de dominar otras sociedades fue debido a una serie de capacidades. Todas las condiciones que permitieron la dominación externa dicen y nos hablan de las estructuras internas; esas condiciones internas a su vez dicen relación con esas dominaciones externas.

Si el triunfo de la expansión europea se debió a los cañones, bueno entonces se debió a sociedades que, por ejemplo, fueron capaces de (a) poner una fuerte artillería en (b) barcos capaces de cruzar el mundo (c) usados para apoyar compañías de las Indias como la VOC o la EIC. Y todas esas son herramientas para la dominación que al mismo tiempo dependen de las capacidades internas europeas. O pensando en el Imperio Español  el tener las instituciones organizativas que permiten el control a larga distancia de un territorio gigantesco (en comparación con España, o en realidad, Castilla) no es cosa menor tampoco.  Por cierto, es la combinación de herramientas las que permite a Europa hacer ciertas cosas, la mayoría de ellas no era algo específico a Europa por sí sola: No era exclusivo de ellos la artillería o los barcos de alta mar, pero sí la combinación de cuantiosa artillería en barcos para ultramar. Y si bien en técnicas comerciales no eran lo suficientemente mejores para desplazar a los comerciantes indios en el Índico, el hecho de unir los cañones al comercio sí era algo distinto (nada parecido al estatus semi-oficial de las compañías de las Indias, ni a la defensa del comercio a través del poder político y militar pasado Cabo).

Por el otro lado,  argumentos del estilo que el monto (y las ganancias) del comercio local europeo eran mucho mayores que las de ultramar y, por lo tanto, lo externo no fue muy importante, olvida todas las formas en que las relaciones de ultramar afectaron la situación interna. Hay instituciones completas (por ejemplo, la ‘chartered company’, y el desarrollo de las bolsas) que dependieron de ella. Y, al fin y al cabo, aunque fuera menor bien pudiera ser el diferencial que permitió a Europa generar la acumulación base del despegue productivo de la Revolución Industrial. Al fin y al cabo, los sectores de la revolución industrial también fueron relativamente pequeños en un inicio, lo cual no quita que fueran los claves. Los recursos americanos que estuvieron disponibles para los Europeos pueden haber sido menores que los que generaba Europa internamente, pero sin ellos quizás Europa no podría haber realizado los desarrollos de esa producción interna (pensemos, para no usar el ejemplo obvio de los metales preciosos, en todas las hectáreas de madera y de bosques americanos usados en Europa, que de otro modo tuvieran que haber sido producidos en Europa).

Quizás la mejor forma de decir estas cosas sea recordar que las relaciones con lo externo no son algo separado de lo interno, son parte de ese mismo ser.

Una nota sobre las carreras funcionarias de la burocracia colonial en el Imperio Español

Es una costumbre algo diseminada el que cuando se escribe la historia de X normalmente se usan los límites territoriales actuales. Entonces operamos como si una Historia de Chile fuera una historia continua y común de los territorios que en la fecha en que se escribe esa historia son parte del territorio de ese Estado, y así sucesivamente. Pero esa costumbre tiende a hacernos perder de vista el que las unidades territoriales cambian con el tiempo y se constituyen a través  de esas relaciones. Charles Tilly recordaba en su Big Structures, Large Processes, Huge Comparisons (de 1984) que, por ejemplo, Suecia no era sólo un país contiguo a Dinamarca o Noruega, sino un Estado que a lo largo del tiempo había sido parte de una misma unidad territorial con dichos territorios o con otros (en el momento de su máxima expansión en el siglo XVII buena parte del litoral báltico era sueco).

En el caso chileno, esto tiene particular relevancia en relación a los tiempos coloniales. Desde el punto de vista del Imperio Español, y desde la óptica de sus administradores, no tenía mucho sentido separar como cosas distintas lo que sucedía en el Perú y en Chile. Esto es muy obvio en relación al período de la conquista, en que no se entiende nada de lo que sucede en Chile si no se entiende lo que sucedía en el Perú (todo el período de las guerras civiles, desde pizarristas hasta almagristas hasta la rebelión contra los primeros virreyes; y donde no estará de más recordar que el empeño del Imperio para continuar en Chile tenía directa relación con la voluntad de proteger el Perú y evitar que en estos territorios pudiera crearse una base que los amenazara).

Una forma sencilla de observar esta relación, y además de sus vaivenes, es examinar las carreras de los gobernadores (de Chile) y Virreyes (del Perú). En la siguiente tabla se muestran los nombres de quienes desempeñaron ambos cargos a lo largo de su carrera administrativa colonial:

Tabla de quienes fueron tanto Gobernadores de Chile como Virreyes del Perú

Nombre Período Gobernador de Chile Período Virrey del Perú
Melchor Bravo de Saravia 1568-1575 1553-1566
García Hurtado de Mendoza 1557-1561 1589-1596
José Antonio Manso de Velasco 1737-1744 1745-1761
Manuel de Amat y Juniet 1755-1761 1761-1776
Agustín de Jauregui y Aldecoa 1772-1780 1780-1784
Ambrosio O’Higgins 1788-1796 1796-1801
Gabriel de Avilés y del Fierro 1796-1799 1801-1806

Como se puede observar el total de los períodos en los que Chile y el Perú fueron gobernados por personas que gobernaron a ambos no es desdeñable: En 43 años de la colonia chilena y en 55 de la peruana experimentaron dicha situación.

Al mismo tiempo podemos observar que esta situación se concentra en dos períodos: en la conquista inicial (Bravo de Saravia y Hurtado de Mendoza) y en el período borbónico. En este último período además podemos observar que es bastante más regular y común -4 gobernadores pasan inmediatamente a virreyes, y en el caso de Avilés es un par de años de diferencia. En el período colonial, si bien esto ocurre es menos regular: Bravo de Saravia ejerce el cargo en tanto oidor más antiguo de las respectivas Reales Audiencias -y es por ello que es el único que primero ejerce el poder en Perú y luego en Chile. Y en el caso de Hurtado de Mendoza su virreinato opera a más de 20 años de su gobernación. La centralidad de la relación entre gobernador y Virrey en la segunda mitad del siglo XVIII se muestra además que desde 1745 hasta 1806, en un 74% del período el Virrey era alguien que había sido gobernador de Chile (Por cierto, el hecho que el Virreinato del Perú financiara parte relevante de los gastos de Chile puede haberse facilitado por la circunstancia que los virreyes fueran antes gobernadores).

Esta cierta regularidad posiblita que si uno piensa la situación desde la perspectiva de un administrador colonial, ¿cómo separar ambos territorios, cuando claramente parece que la carrera administrativa – el cursus honorum de la administración colonial en América del Sur implica que el ascenso de ser gobernador de Chile es ser Virrey del Perú? Ambos puestos son parte de la misma historia. Para decirlo de otra forma, son carrera funcionaria dentro de la misma organización.

Las posibilidades de carrera funcionaria en el período colonial por cierto eran bastante más amplias que la relación que hemos discutido. Así Alonso de Rivera en la primera mitad del siglo XVII entre sus períodos como gobernador, fue gobernador de Tucumán. Ortiz de Rosas fue gobernador del Río de la Plata entre 1742 y 1745 antes de hacerse cargo de la gobernación de Chile entre 1746 y 1755. Luis Muñoz de Guzmán fue presidente de la Real Audiencia de Quito entre 1791 7 1796 antes de ser gobernador entre 1802 y 1808. También se pueden observar ejemplos a niveles más bajos: De acuerdo al Diccionario Biográfico Colonial de Chile de José Toribio Medina (disponible en el magnífico Memoria Chilena aquí) alguien como Luis de Alava, gobernador de Valparaíso y de Concepción a finales del siglo XVIII continúo su carrera como gobernador de Yucatán. Alguien como Tomás Alvaréz de Acevedo fue, en distintos momentos también de finales del siglo XVIII, miembro de la Real Audiencia de Charcas, de Lima y de Santiago (y volvió como consejero de Indias a España). Dividir como historias separadas implica perder de vista lo que, para parte relevante del funcionariado, era parte de la misma unidad).

Algo que resulta interesante es que todos estos casos son de funcionarios españoles pasados a América. Luego, la mirada unitaria del Imperio bien puede ser reducida a ese grupo, y la facilidad con la cual el imperio se resquebrajó en la independencia vuelve más factible que la unidad estuviera reducida sólo a ese grupo. En todo caso, habría que preguntar por sobre si los funcionarios americanos, ¿tenían esas carreras? Puede ser interesante también observar las carreras eclesiásticas (otro de los centros de poder coloniales) para observar estas dinámicas.

El caso es que lo que nos recuerdan estos casos es algo muy simple: Separar las trayectorias y las sociedades en el período colonial a través de las delimitaciones nacionales posteriores esconde bastante. Por cierto que cierta idea de ‘Chile’ es previa a la existencia del estado chileno (es cosa de recordar todos los textos coloniales que hablan del reino de Chile), pero también lo es que la unidad imperial era algo también real. De hecho, también fiscalmente existente -como las múltiples transferencias al interior del Imperio lo muestran (ver The Spanish Empire and Its Legacy, Regina Grafe y Maria Alejandra Irigoin, 2006, Journal of Global History, 1, 2: 241-267). Pero al mismo tiempo pareciera que esa unidad fuera algo real sólo en el nivel de la burocracia imperial.

Modos de Colonización. Algunas Notas Preliminares.

La entrada no es sobre todas las formas posibles de colonización, sino simplemente comparar en líneas muy generales los modos usados por los Europeos en la modernidad temprana (en particular en América, pero no en exclusiva)

Una forma (modo 1) es el de ‘expulsemos a los habitantes y nos hacemos con el terreno’, la así llamada colonia de poblamiento. En última instancia, usada por los Ingleses en territorios de clima templado (o sea, relativamente cercanos a Inglaterra), con habitantes originales relativamente débiles y definitivamente sin Estados organizados. En América, los franceses ocuparon ello en Quebec.

Otra alternativa (modo 2) es el de ‘subyuguemos a los habitantes y nos convertimos en señores del territorio’, que es el caso normal de los españoles. Aunque esa era su modo estándar, en particular fue más intenso en aquellas regiones en que existían poblaciones organizadas en Estados y con niveles altos de población. Lo último tiene su importancia porque el modo español exige que las poblaciones indígenas sigan existiendo: la idea es explotarlos, no eliminarlos. Luego, tomando en cuenta la debacle poblacional de los pueblos indígenas tras 1492, sólo podía funcionar en poblaciones que incluso después de una fuerte disminución eran relativamente numerosas para sostener a una clase dominante de españoles.

Finalmente tenemos la modalidad (modo 3) de ‘explotemos a los habitantes a través de comercio’ que aunque no fue el único método usado por ellos, era relativamente común entre portugueses y holandeses. Ya sea porque los territorios resultaban imposibles de conquistar por la relativa fuerza de los habitantes (la situación típica en la India en el siglo XVI-XVII para todos) o por la orientación comercial en general de la economía colonizadora (por ejemplo los holandeses en América del Norte) o por las características del territorio (Bahía del Hudson o como los franceses operaron en el Mississippi si no me equivoco), se estimaba que la forma más lucrativa de relacionarse con esos territorios era a través del comercio.

Uno de los temas relevantes es que sólo los dos primeros resultaron, al menos en América, duraderos. Y eso se debe, en parte, a las dinámicas poblacionales. La colonia de poblamiento genera mayor población que la colonia de subyugación, y ambas claramente mayores poblaciones que la comercial. Lo cual implica, por ejemplo, que las colonias comerciales fueron más fácilmente tomadas por otros poderes (Nueva Holanda a manos de los ingleses en 1665 por ejemplo) mientras que eso no sucede en los dos primeros casos. Pensemos que, de hecho, la única colonia de poblamiento conquistada subsecuentemente fue Quebec, y todavía ella cuenta con una cultura francófona a más de 2 siglos de su conquista por el Reino Unido.

Veamos algunos datos y estimaciones de población. En la década de 1660-1670 la población en Nueva Inglaterra paso de 32.600 a 52.200 (Heines y Steckel 2000: 150), mientras que la población de Nueva Holanda para 1665, su conquista, se calcula en alrededor de 7.000-8.000 (Jacobs 2005: 95, y esa estimación es relativamente alta, existiendo varias que la calculan en alrededor de la mitad). En el caso de las colonias españolas, podemos usar el ejemplo chileno que es una de las menos pobladas. A su vez, los datos para el territorio de Santiago (que podemos usar como equivalente a Nueva Inglaterra o Nueva Holanda) nos indican que para 1644 entre Choapa y el Maule alrededor de 3.000 vecinos, o sea, españoles (De Ramón 2007: 79), pero a eso hay que sumar la población indígena y población negra. Al parecer, todo Chile tendría cerca 22.500 indios encomendados  y 2.000 esclavos negros (Zapater 1997: 492 usando estimaciones contemporáneas de la Real Audiencia), pero si consideramos la mitad de esa población para el territorio de Santiago alcanzaríamos alrededor de 15.000 personas para ese territorio. La población de la potencia colonizadora es menor que en el caso de Nueva Holanda (aunque recordemos, estamos hablando de una colonia pobre dentro del Imperio Español y usando una estimación alta para Nueva Holanda), pero la población total de la colonia resulta claramente mayor.

¿Cuál es la importancia de todo esto? Que las potencias europeas disponían de un abanico de posibilidades cuando decidían dominar un territorio. Un abanico que dependía de factores asociados al territorio dominado (las características de su población) y de la sociedad dominadora (Nueva Holanda pasó del modo 3 al 2 al cambiar de potencia colonial). Y que esos modos tienen consecuencias relevantes para la historia posterior. Aquí nos hemos dedicado a mencionar sólo las demográficas -porque ellas claramente influencian historias posteriores.

De hecho, es posible mostrar que esas evoluciones demográficas afectan el comportamiento de los salarios y las economías (Arroyo Abad et al 2012 y Allen et al 2012) Aunque ambos tienen más bien conclusiones distintas en torno a la situación de las economías de las colonias españolas, sigue el tema general: Que esas estrategias de colonización fueron relevantes en producir situaciones históricas diferentes.

Referencias Bibliográficas.

Allen, Robert, Murphy, Tommy y Schneider, Eric (2012) The Colonial Origins of the Divergence in the Americas. The Journal of Economic History 72: 863-894
Arroyo Abad, Leticia, Davies, Elwyin y van Zanden, Jan Luiten (2012) Between Conquest and Independence: Real wages and demographic change in Spanish America, 1530-1820. Explorations in Economic History 49: 149-166
Haines, Michael y Steckel, Richard (2000) A Population History of North America. Cambridge: Cambridge University Press.
Jacops, Jaap (2005) New Netherland: A Dutch Colony in Seventeenth Century America. Leiden: Brill.
de Ramón, Armando (2007) Santiago de Chile, Historia de una Sociedad Urbana. Santiago: Catalonia
Zapater, Horacio (1997) Huincas y Mapuches. Historia 30: 441-504

Los Defensores de la Ética Protestante

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Una investigación sobre el debate de la Ética.

El año 2013 el Fondo de Cultura Económica publicó un texto al cual no queda más que otorgarle la cualidad de monumental: Max Weber y la guerra académica de los cien años de Francisco Gil Villegas. 1,424 páginas en las cuales se comenta e identifican una multitud de textos en torno a la polémica que generaron el texto sobre la ética protestante (EP). El hecho que una tesis de carácter empírico, aunque ya veremos que eso es parte de la discusión, sea capaz de generar una discusión de un siglo no deja de ser muy llamativo. Son los textos teóricos, en general, los que tienden a esa longevidad crítica más que las investigaciones. El hecho que la EP lo haya logrado es ya una gran fortaleza.

Al mismo tiempo el carácter inabarcable del debate no deja de sorprender. Gil Villegas insiste, en sus conclusiones, en que esta investigación muestra que no es cierto que no se pueda cubrir toda la discusión. Pero, y con toda la gigantesca revisión que el texto implica, el hecho es que no queda cubierto todo el espacio. Quedan fuera, entre los que yo conozco, textos como la crítica de James Coleman a la EP en términos de lógica de explicación, y los usos de la tesis como modelo -del cual se recogen algunos en el libro de Gil Villegas- como el de Hirschman sobre Las Pasiones y los Intereses o el de Campbell sobre The Romantic Ethic and the Spirit of Modern Consumerism. Pero además Gil Villegas menciona que, por ejemplo, existe un largo campo de estudios usando a Weber en Japón, pero de ello no aparece mucho en el estudio. Dentro del español, es México, España y algo menos Argentina donde aparecen textos reseñados, lo que muestra su mayor relevancia, pero uno asume que la discusión ha operado en otros lugares. Si bien es posible aceptar que todos los tipos de argumento en contra y a favor están en la investigación, el caso es que la exhaustividad resulta imposible.

La investigación realizada por Gil Villegas nos permite a su vez observar algunas características de la polémica. El elemento central que nos interesa aquí desarrollar son las reacciones de los defensores de la tesis frente a las críticas a esta.

La primera defensa: De la tesis fuerte a la tesis debilitada

Una de las tendencias permanentes en la discusión es la facilidad con la que tanto críticos como defensores leen la tesis como una directa en la cual la reforma protestante causa el capitalismo moderno. Gil Villegas usualmente le achaca esta interpretación simple a los críticos, pero su propio texto tiene múltiples defensores que hacen la misma lectura. Esto no deja de ser notable porque, de hecho, las frases finales de la EP son un llamado a evitar toda lectura unilateral sobre el desarrollo de los fenómenos del mundo social. En todo caso, es un hecho que existe una lectura fuerte, dura de la tesis que es muy común.

Ahora bien, presentados frente a lecturas críticas que siguen esa línea, una de las variantes más importantes es la de presentar diversas matizaciones, que lo que hacen es debilitar esa tesis:

  • Primero, que no es una tesis sobre la relación entre la ética protestante y el capitalismo, sino sobre la ética protestante y el espíritu del capitalismo moderno, que es algo más específico.
  • Segundo, que no es una tesis que plantee que existe solo una causa del capitalismo, sino que éste tiene múltiples causas, una de las cuales es el espíritu del capitalismo
  • Tercero, que no es una tesis que plantee una causalidad fuerte, sino que se basa en la noción de afinidades electivas -que es algo mucho más flexible
  • Cuarto, que no es una tesis universal del surgimiento del capitalismo, sino una históricamente situada, válida para la Europa de los siglos XVII-XVIII pero no en otros contextos.
  • Quinto, que metodológicamente se basa en los recursos de la sociología comprensiva y de los tipos ideales, que se resisten a una visión empirista.

En conjunto, todas estas afirmaciones transforman la tesis de una dura (la EP produce el capitalismo) en una bastante más limitada (es una tesis de cómo se relaciona la EP, en un contexto histórico específico, y a través de un tipo ideal, con un aspecto que fue una de múltiples causas del capitalismo moderno). Esta operación puede ser correcta como lectura de Weber y como interpretación de la realidad histórica, pero esta doble lectura nos explica en parte la popularidad de la tesis: Una tesis fuerte, de gran interés, provocativa pero que en la discusión se transforma en una tesis mucho más matizada y débil (otras discusiones, como sobre acción racional también muestran este movimiento entre grandes declaraciones simplistas -pero que son las que generan interés en la teoría- y defensas que limitan a la tesis).

En el límite estos movimientos lo que hacen es inmunizar a la tesis de toda evaluación empírica:

Al introducir el modelo heurístico del dogma calvinista, Weber no tiene que defender que todos los individuos creían, de hecho, en él, o actuaban de acuerdo a él. Por el contrario, Weber introduce inmediatamente un segundo tipo ideal para captar una reacción probable a los dilemas planteados por la predestinación, una reacción que es “comprensible” en los términos psicológicos del sentido común. Nótese que este segundo tipo ideal puede ser “adecuado en el nivel de significado”, incluso al margen de cualquier evidencia empírica sobre las acciones y creencias de los agentes históricos reales (Fritz Ringer, Max Weber’s Methodology p 166-167, citado en Gil Villegas p 1029-1030).

La metodología de Weber evita que sea necesario revisar la empiria. No importa lo que pasara o lo que pensaran los calvinistas y puritanos del siglo XVII, en tanto parezca razonable todo esta bien. No hay necesidad de preguntarse si Weber interpretó bien los sermones puritanos (Baxter que es el que más cita) o a Franklin en relación al espíritu capitalista. Una cosa es que Weber mismo no haya sentido esa necesidad (y por ello procede a seguir investigando analizando la ética económica de otras religiones más que profundizar en lo que dijo de los puritanos), y otra cosa que los sucesores en el debate lo hagan. Aunque este límite es alcanzado por pocos, la tendencia a eliminar evidencias del debate (‘estos datos no corresponden ni sirven para evaluar la tesis’) es muy clara, y no siempre quienes plantean ello proceden a postular a su vez que datos serían de interés.

No todos los defensores caen en esta tendencia, y hay varios casos (Gordon Marshall buscando evidencia en Escocia de las actitudes económicas de los empresarios calvinistas, la discusión en los ’50 y ’60 de historiadores ingleses -Tawney, Hill etc.-) que muestran como es posible usar estas puntualizaciones y al mismo tiempo defender empíricamente la tesis buscando nuevos datos.

Una segunda defensa: De la empiria a la exégesis.

Otra forma que ha tomado la defensa de la tesis de Weber,  y esto en particular es muy fuerte en el debate alemán a partir de los ’70 en los textos que reseña Gil Villegas, es la tendencia a declarar que la tesis de la EP no se entiende sino en el contexto general de la obra de Weber. La siguiente cita es ilustrativa de este parecer:

En otras palabras, una obra particular, como por ejemplo, la “Ética protestante”, no puede ser entendida adecuada e integralmente si:

  1. Las obras de Weber sobre las condiciones y efectos jurídicos, históricos, sociales, económicos y políticos del capitalismo moderno, escritas antes y después de 1904, no son incluidas;

  2. Los conceptos metodológicos de Verstehen, Erklären y “aplicación de los tipos ideales” no son conocidos

  3. Las obras posteriores sobre “La ética económica de las religiones mundiales” tampoco son conocidas

  4. La (auto) comprensión que como científico tenía Weber de las tareas y posibilidades del trabajo científico, según se encuentran en sus postulados de la “neutralidad valorativa” y la “relación a valores”, no se toman en cuenta como base de la interpretación (Dirk Käsler, Einführung in das Studium Max Webers, 1995, p 227-228, citado en Gil Villegas, p 992).

Estas exigencias resultan muy razonables cuando se refieren a que entendamos bien que fue lo que quiso decir Weber, dado que sus conceptos no son siempre los actuales (en particular, en relación a su metodología); pero como recomendación general no deja de ser algo extraña. Porque, en principio, una tesis empírica específica debiera comprenderse en el propio texto que la presenta. Imaginemos que usamos esa exigencia para evaluar cualquier tesis empírica, y nos daríamos cuenta de su imposibilidad. Una cosa es comprender que es lo que dice Weber cuando dice tipo ideal, otra cosa que para poder evaluar una tesis sea necesario usar textos distintos de donde ella se plantea. Al fin y al cabo, todas las matizaciones que -por ejemplo, se plantean en la primera forma de defensa- aparecen en el mismo texto de la EP.

Pero más allá de lo anterior, en última instancia es una insistencia en leer con cuidado. Sin embargo, al igual que en la anterior, de esta forma también se deriva una forma extrema -que lo que hace es eliminar la importancia de cualquier evaluación empírica.

En este sentido, se confirmó de cierto modo [en el Seminario de Heidelberg del 2003] la orgullosa afirmación de Hennis, en 1987, con respecto a que ya nadie discute en Alemania la tesis weberiana sobre el protestantismo de manera aislada y fuera de contexto, o centrando la atención en la cuestión de la validez empírica de su nexo de causalidad’ (Gil Villegas, p 1157)

Por otro lado, el texto tampoco se reduce a una tesis histórica particular susceptible de confirmarse o refutarse mediante la verificación empírica tal y como se ha querido ver, especialmente en la sociología estadounidense, a lo largo de tantos años (Gil Villegas p 1201, reseñando Martin Riesebrodt, Dimensions of the Protestant Ethic, en Swatos y Kaelber Protestant Ethic turns 100, 2005)

‘Orgullosa’ para hablar de declaraciones que plantean el desinterés en el aspecto empírico, el desdén hacia los intentos de contrastación empírica: La defensa del contexto pasa a ser, finalmente, un movimiento desde la discusión de la realidad a la exégesis de la lectura: Lo que interesa más que comprender cuál es la relación entre la ética protestante y el mundo capitalista moderno, es comprender lo que dice Weber -y entonces debatir sobre cuáles son los principales intereses de la obra general de Weber. Esto en parte resulta necesario -simplemente para no adjudicar tesis a quienes no las han planteado- pero no deja de ser curioso, y en el límite improcedente: Una mala lectura puede ser más correcta empíricamente, y establecer que fue lo que dijo Weber no avanza nada en la comprensión de la propia realidad. Por cierto que, al igual que en la versión anterior, hay defensores que critican esa visión, por ejemplo David Chalcraft critica el 2001 a Hennis precisamente por olvidar el carácter empírico de la tesis, ver Gil Villegas, p 1113)

Los defectos de una defensa, y la importancia del debate.

En ambas formas de la defensa existe un movimiento relevante (aunque no necesario) es el de disminuir el carácter empírico de la tesis, y usar esas defensas como formas de inmunización. Pero, la tesis es -finalmente- una tesis empíricamente concreta e históricamente situada. Plantear frente a una tesis de ese tipo, una defensa que (y Gil Villegas, lamentablemente, también cae en ello en sus conclusiones) como si fueran las tablas de la ley y los críticos unos impertinentes que deben ser tratados con arrogancia, es un error.

De hecho, los críticos -y esto pasa incluso en las respuestas de Weber a los iniciales, que son por cierto claramente despreciativas- han sido lo que han obligado a mejorar y clarificar la tesis, y a lograr una mejor fundamentación de nuestra comprensión del nacimiento del mundo moderno. De hecho, los mejores defensores han sido, al fin, los que han asumido la empiria de la tesis como un tema a desarrollar y que se han tomado en serio los problemas y posibles críticas a ella. En ese sentido, si la tesis ha resultado ser relevante ha sido también por el conocimiento que se ha generado a partir de ella; y en ese proceso la crítica ha sido también parte fundamental.