Dos trampas del concepto de ideología

A propósito que hay, y estoy tomando, un seminario de ideología en el Doctorado -que a decir verdad, hasta ahora ha sido bastante decente con las clases de Larraín y Arditi-, no estará de más plantear algunas de las dudas y resquemores que el concepto de ideología me genera. Lo primero, en todo caso, es plantear que discutiremos el concepto negativo, crítico, de ideología. No abordaremos el concepto neutral de ideología. En última instancia, es el primero el que tiene algo de sentido, porque para conceptos neutrales del ámbito de las ideas ya tenemos varios (culturas, discursos etc.). Lo específico que trae ideología es una pretensión crítica. Si el concepto vale la pena, es por esa pretensión.

Pasando ahora a los resquemores como tales, que son básicamente dos:

1. Asimetría entre actor y analista. En muchos de los usos del concepto, su  función es básicamente distinguir entre unos actores que están insertos en una ideología y que no se dan cuenta de cuan distorsionada es su visión de la realidad, y unos analistas que sí son conscientes y superan los errores del vulgo. El problema es que los analistas son un tipo de actores, y sí ellos pueden darse cuenta, entonces los actores también (la versión contraria: que los analistas también pueden equivocarse, tal como los actores, lo reconoce todo el mundo: es lo que un analista le dice a otro cuando reclama que su visión es ideologizada). Entonces, si la distinción se plantea en términos muy absolutos, definitivamente no funciona.

Ahora, bien se podría decir que los analistas son un tipo especial de actores, y en ellos es simplemente más probable que ocurra la iluminación que identifique los errores de la ideología -pero no es una distinción absoluta. Esa respuesta estaría bien, si no fuera por dos elementos. El primero es que el hecho que los intelectuales digan que los intelectuales tienen un acceso especial (o más probable) al conocimiento verdadero, ¿no suena al tipo de cosas que el concepto de ideología describía en primer lugar? El segundo es que nunca queda clara la raíz de esa especial capacidad. En  muchas versiones del concepto esa capacidad de descubrir queda resuelta ‘de antemano’ (porque ya se descubrió la ciencia verdadera), pero nada que resuelva las dudas de un crítico resuelto.

En todo caso, a pesar de estos problemas, en principio el concepto puede tratar esta asimetría entre actor y analista. Es la segunda la que creo que es menos resoluble.

2. Asimetría en la discusión entre posiciones. Si una persona discute con otra de la cual piensa tiene una posición ideológica, la conversación entra en corto circuito. Porque al pensar que el otro es ideológico, ya presupongo no sólo que está equivocado (una presuposición que es inherente al hecho que yo creo que mi posición es la adecuada) sino que lo está por tener un paradigma que distorsiona su visión. En ese caso, puedo mostrar de donde aparece su posición ideológica, o puedo intentar convencerlo. La primera posibilidad implica discutir sobre el otro, no con el otro; lo cual no deja de ser algo arrogante, pero esa es un problema de actitud. La segunda posibilidad ya implica conversar con el otro. Sin embargo, y aquí entra la asimetría en juego, lo que no aparece muy posible es lo que efectivamente traduce la conversación en una real conversación con el otro: estar abierto a la posibilidad de ser convencido por el otro. Al declarar la posición contraria como ideológica, ya me cerré a la posibilidad de que sea correcta. En otras palabras, me negué a considerar de tratar en serio las pretensiones de validez de la otra posición. Puede que la idea de Habermas de la situación ideal de habla no funcione en términos empíricos o como telos inmanente a la comunicación, pero la idea que en una discusión ambos actores han de estar abiertos al mejor argumento creo que sigue siendo una buena posición normativa. Y el concepto de ideología no permite esa simetría básica de los participantes, le niega a los otros los derechos de un participante legítimo.

Una posibilidad frente a esta situación es que acusar al otro de ideológico es una postura que, como cualquier aseveración, podría estar equivocada. Y por lo tanto al discutir con otras posiciones uno bien pudiera estar abierto al hecho que ellos estuvieran en lo correcto. En última instancia, ¿por qué no? La acusación de ideológico es la postura inicial en la conversación, del mismo modo que más en general tengo la idea que esa postura está equivocada, pero no necesariamente la postura final. La razón está en que decir que alguien es ideológico no es solamente plantear que está equivocado (que es compatible con la simetría) sino que está obnubilado y que hay que corregirlo, que ve distorsionadamente; y por lo tanto lo que dice no se puede tomar completamente en serio. Es por ello que la noción de ideología atenta en general contra la simetría conversacional y con el hecho de estar abierto al otro.

Hay otro elemento que no creo en sí sea un problema pero no siempre se lo diferencia. La ideología como algo que está al servicio de ciertos intereses de clase o segmento (así lo define Giddens por ejemplo) y la ideología como algo que distorsiona la realidad (algo que Larraín enfatiza es central en el concepto original de Marx). Muchas veces se trata estos dos elementos como unidos indisolublemente, y que obviamente algo que defiende ciertos intereses es algo que distorsiona. Pero no creo que ello sea necesario: No veo porqué algo no podría al mismo tiempo tanto servir a los intereses de un segmento como ser una aseveración correcta (verdadera, útil, buena, lo que sea). A pesar que estas versiones suelen unirse, en realidad no es necesario.

Pero más allá de lo anterior, son estas dos asimetrías, una común pero en principio con alguna solución, aunque sea débil, y otra que creo insalvable, los elementos que me parecen más problemáticos del concepto.

A propósito de la noción de reificación

La idea de reificación, resumida a sus aspectos más fundamentales, es sencillamente que ciertos patrones sociales, una vez establecidos, son percibidos por los actores como algo natural y dejan de ser percibidos como algo producto de un proceso social. Por lo tanto, esto favorece la legitimación de ese patrón: es como son las cosas, no podría ser de otra forma. Que la dinámica como tal es algo que ocurre no es lo que discutiremos aquí.

Lo que nos preguntaremos es la relación entre esa dinámica y la legitimación. La idea que ser visto como algo natural legitima se basa en la idea que entonces es la única alternativa posible. Ahora, ¿es cierto que percibir otras posibilidades deslegitima? Porque creo que esa última situación no se da. Las personas no pierden confianza en sus propias creencias cuando saben que hay personas que tienen otras creencias (los católicos españoles de la Reconquista no perdieron intensidad en sus creencias por observar que otros tenían creencias distintas y así hay muchos ejemplos). La mera aparición de alternativas no cambia la legitimidad de la propia práctica.

Para afectar la legitimidad se requieren otros factores que hacen que esas otras prácticas puedan presentarse como alternativas viables. Al fin y al cabo, el concepto de realidad es lo suficientemente dúctil para que las personas se digan que la propia práctica está en consonancia con la realidad (con la naturaleza humana) y que las otras prácticas no lo son (y por eso mismo están destinadas a desaparecer o a no tener relevancia). En última instancia, ‘nosotros estamos en lo correcto y ellos están equivocados’ no es algo muy difícil de creer.

Lo cual quiere decir, en suma, que para entender la relación entre la reificación y la legitimidad tenemos que entender con mayor profundidad las dinámicas que hacen que una práctica diferente a la propia se traduzca efectivamente en una práctica alternativa.

Del olvido de la demografía

La relación de la demografía con la sociología es algo extraña.

En varias de las mallas curriculares de sociología en Chile no hay nada de demografía. Por otra parte, en las más tradicionales hay por lo general un curso: la U de Chile Población y Sociedad, la U Católica tiene Sociología de la Población, la U de Concepción tiene Demografía y Migraciones. Ahora, si esos cursos se parecen al que yo tuve cuando estuve en la Universidad no es extraño que no sean tan comunes: la conexión con el resto de la disciplina es bien escasa.

Lo cual a su vez tiene que ver con el hecho que casi ninguna de nuestras teorías y modelos hace mucho caso de los factores demográficos. Creo que no hay mucho aparte de las excepciones  de Margeret Archer, que usa la estructura demográfica como el caso prototípico de una estructura que no es creada por las acciones actuales de los sujetos, o de Peter Blau que (hace ya sus cuantas décadas) usaba como parte de sus parámetros estructurales los demográficos.

Y el caso es que es extraña porque, a decir verdad, la demografía es útil. Tener claro los parámetros y tendencias demográficas es bastante interesante si uno quiero analizar tendencias en general. Al fin y al cabo, la demografía es efectivamente lo más cercano a un espejo del futuro que tenemos. Porque aunque las tendencias demográficas pueden cambiar, y de hecho lo hacen; y por lo tanto, puede cambiar la tasas de fecundidad; el caso es que las cosas que suceden ahí tienen efectos de largo plazo. Sabemos el número máximo de personas de 30 años para el 2042: son los que nacieron este año. No podemos producir más futuros adultos o futuros adolescentes. Puede que haya menos de lo que se espera (aumentos de mortalidad por razones varias), pero no puede haber más.

Sin embargo, más allá de lo anterior, si uno analiza con cuidado puede observar múltiples consecuencias de los cambios demográficos. Por ejemplo, la disminución de la fecundidad implica que, por definición, las personas no sólo tienen familias nucleares menos numerosas (menos hermanos) sino también familia extensas menos numerosas (menos hermanos implica en la siguiente generación menos tíos y primos). Eso cambia las dinámicas familiares. Como las familias reaccionan a ese cambio es algo que depende de las familias, pero he ahí una tensión a lo menos producto del cambio demográfico. También podemos observar que debido al aumento de esperanza de vida aparece como un período importante el de ser adulto con padres vivos. En tiempos romanos, por decir algo, una persona de 30-40 años probablemente ya tenía a sus padres muertos. En la actualidad, es fácil pensar en que los padres vivan hasta que la persona tenga alrededor de 55 años. Eso también puede afectar las dinámicas familiares. O también uno puede destacar el simple hecho que el aumento de esperanza de vida implica, casi automáticamente, un aumento de la memoria histórica: simplemente porque las personas para las cuales un evento determinado fue parte de su propio recuerdo tienden a vivir por más tiempo, y a influenciar por más tiempo a personas que quizás no lo vivieron. No seria difícil proseguir con consecuencias para diversas dinámicas sociales de los cambios demográficos.

Además que, en general, la demografía obliga a no olvidar cosas: por ejemplo, que los seres humanos son seres biológicos, animales que tienen un ciclo vital (y que nacen y se mueren en última instancia). Hay una cierta materialidad en la demografía que quizás no sea del gusto contemporáneo, pero que en realidad es relevante.

Pero para eso habría que leer la demografía desde la sociedad, y no quedarse solamente en los temas puramente demográficos. Ahora, si se hace esa lectura, efectivamente la demografía se transforma en algo muy interesante y relevante.

Más allá de lo Cuantitativo y lo Cualitativo

La distinción más tradicional en Metodología es la que separa entre técnicas cualitativas y técnicas cuantitativas. Es la distinción que basa la estructura de los manuales y las técnicas.

Pero esa no es la única división importante. Esa es una distinción en relación a las formas en que recogemos / producimos la información (el cómo de la recolección) Pero por ejemplo podemos distinguir además en torno a las dimensiones que recogemos del tema de nuestro interés (el qué de la recolección).

Así podemos distinguir cuando recolectamos registros, comportamientos y creencias. En el primer caso, el registro, usamos como dato algo que es producido en un proceso social existente. Por ejemplo, la práctica electoral produce votos. Si usamos los votos como base del análisis estamos usando registros. Lo mismo si usamos editoriales de periódicos. O si usamos los registros de contabilidad de empresas para analizar este tipo de prácticas. Esto es distinto de usar datos sobre comportamientos o situaciones de las personas que es producido por el investigador: una encuesta de empleo, sobre situación de pobreza, análisis de biografías, sobre uso del tiempo u otros. Y finalmente, todos ellos son distintos a su vez de cuando usamos datos sobre creencias o significados: Una encuesta de actitud o de conocimientos, las entrevistas en profundidad, los grupos de discusión o focus groups.

En la siguiente tabla mezclamos esas dos distinciones y ocupamos algunos ejemplos en cada celda.

Dimensión Cuantitativo Cualitativo
Registros Votaciones Discurso de editoriales
Comportamiento Encuesta Empleo Historia de Vida
Creencias Encuesta Actitud Grupo Discusión

Lo importante de esta distinción es darnos cuenta de las limitaciones de las aproximaciones usuales de manual, que suelen reducir esta complejidad al tema de creencias. Y así analizamos encuestas y como se diseñan cuestionarios centrados en temas relevantes para analizar actitudes (por ejemplo escalas), que de nada sirven para analizar comportamientos (¿o se resuelve mediante escalas por ejemplo cómo preguntar sobre trabajo o ingresos). Los temas metodológicos a resolver en el caso de indagaciones sobre comportamientos o registros son distintos de los que ocurren en creencias.

Además el uso de esta distinción nos sirve para ver los temas paralelos cuando analizamos la misma dimensión: La observación puede darse tanto en formas cuantitativas como cualitativas -y cada una representa desafíos diferentes-, pero en tanto observación también tienen algunos elementos en común (por ejemplo, en torno a lo que se presenta públicamente y que puede ser observado por un tercero y aquello que no).

En última instancia, la distinción sobre dimensiones nos deja patente la diversidad de aproximaciones metodológicas, y que nuestros discursos y enseñanza sobre metodología usualmente no da cuenta de esa diversidad.

Un proyecto. Manual Práctico de Metodología Cuantativa

Pensándolo bien, o quizás no tan bien, creo que tiene sentido escribir un (pequeño) texto a nombrar como ‘Manual Práctico de Metodología Cuantitativa’. Hasta ahora los capítulos que se me ocurren son los siguientes -con la idea, obvio, de empezar a escribirlos como entradas en el blog:

  1. Para tomar buenas decisiones metodológicas, lo que se necesita es saber del tema, no de metodología 
  2. Cuando mide de forma distinta un objeto, de hecho no está midiendo el mismo objeto
  3. No se preocupe de la validez, preocúpese de la fiabilidad 
  4. Las únicas mediciones con sentido son las que cuentan objetos; los índices complejos no sirven para nada
  5. El sesgo no existe, sólo los malos análisis 
  6. Los únicos resultados que pueden ser de verdad son los que salen a la primera. Los análisis complejos sólo sirven para desechar ideas, nunca para fundamentarlas 
  7. Piense en lo que las personas pueden contestar, no en lo que a usted le interesaría saber 
  8. Las preguntas de alta precisión suelen ser poco fiables 
  9. Los datos requieren interpretación y sus datos siempre serán mal interpretados

Eso es lo que hay por ahora. Mañana habría que empezar a escribir.

Una nota sobre el concepto de modernidad

(Se previene al lector que esto es más bien largo)
La modernidad es siempre uno de los conceptos cruciales de la sociología. Se puede plantear que el nacimiento de la disciplina dice relación con tratar de explicarse los cambios sociales que hemos venido en denominar modernidad, y que la sociología como disciplina es la ciencia social que intenta entender la modernidad (Giddens, 1977 [1973]). Pero una preocupación por la modernidad y por su desarrollo también se puede observar en varias de las síntesis teóricas más recientes: En el análisis de Habermas sobre una colonización del mundo de la vida desde los sistemas (Habermas, 1987 [1981]), o en la discusión luhmanniana sobre la sociedad de sistemas diferenciados (Luhmann, 2007 [1997]); claramente estamos ante perspectivas que intentan dar cuenta de la modernidad. De hecho, en general podemos plantear que una característica importante de la teoría social en los últimos años ha sido un movimiento desde las síntesis teóricas generales a una preocupación por el cambio social contemporáneo (Joas & Knöbl, 2009 [2004], pág. 463). En todo caso, es claro que en las ideas de Beck sobre sociedad del riesgo (Beck, 2006) o de Bauman sobre la transformación a una sociedad líquida (Bauman, 1999), estamos ante una preocupación por elaborar un diagnóstico sociológico de las sociedades contemporáneas.

La modernidad ha sido también parte relevante de la discusión en la sociología latinoamericana, y en particular en la chilena. Los conceptos de Morandé (1984) sobre una identidad no moderna, o al menos no en torno a una modernidad ilustrada; y la respuesta de Larraín sobre la relevancia de la modernidad para la identidad en nuestras sociedades (Larraín, 2001) son una muestra de la presencia de la modernidad en el debate sociológico. De hecho, perspectivas que en primera instancia podrían no estar asociadas a una discusión de la modernidad –como la perspectiva de la matriz sociopolítica (Garretón, Cavarozzi, Cleaves, Gereffy, & Hartlyn, 2004)- también están imbricadas en esta discusión. Una idea central en esta perspectiva es la idea de proyecto, y actores con proyectos se puede plantear es parte constitutiva de lo que es la sociedad moderna. Finalmente, está discusión también está asociada a las transformaciones del estado-nación (Garretón, 2008), que es una de las instituciones claves de la modernidad.

Es interesante a este respecto una característica que se repite varias veces en las discusiones de la modernidad, una además que en el debate local ha tenido una importancia incluso mayor: La modernidad entendida en términos culturales y subjetivos. En una discusión de la modernidad bajo la capacidad de auto-creación de los actores, claramente estos aspectos son los centrales para entender la modernidad. La discusión de Habermas sobre el proyecto de la modernidad (Habermas, 1989) no es un estudio solamente filosófico, los análisis de Taylor sobre los imaginarios de la modernidad (Taylor, 2006) también pueden entenderse como parte de esta visión de la modernidad. Los estudios de Inglehart sobre valores se entienden, finalmente, en torno a una concepción de la modernidad en que esta dimensión es crucial (Inglehart, 1997). Wagner (1997 [1993]) ha sido uno de los representantes actuales más claros de esta postura: La modernidad para él se centra en términos del proyecto de la modernidad –y en particular, la creación de sujetos libres y autónomos-, y la dialéctica entre libertad y disciplina organiza las etapas de la modernidad que diferencia: liberal restringida, estructurada y liberal ampliada. Como ya mencionamos, la discusión de Morandé (1984) y de Larraín (2001)es explícitamente una discusión de la modernidad en términos culturales. En última instancia, muchos sociológicos suscribirían a la siguiente declaración de Wagner: ‘hace más de dos siglos se registró en el nivel histórico y sociológico un cambio radical en los discursos sobre los hombres y las sociedades. Esta ruptura discursiva estableció las ideas modernas como significados imaginarios para los individuos y las sociedades e instituyó así nuevos tipos de temas y de conflictos sociales y políticos’ (Wagner, 1997 [1993], pág. 30).

Ahora, claramente esa no es la única forma de referirse a la modernidad. Hay otras dimensiones y otros procesos sobre los cuales también se puede discutir sobre modernidad. Uno de los argumentos más claros de por qué los aspectos discursivos debieran tener prioridad en un análisis de la modernidad lo entrega el mismo Wagner. En primer lugar, el cambio es más radical –más revolucionario y más rápido- en lo que concierne a las ideas que en lo que concierne a las estructuras. En segundo lugar, los cambios más estructurales no fueron experimentados por las personas hasta mucho tiempo más tarde: por ejemplo, los medios de comunicación de masas no entraron en la experiencia cotidiana de las personas hasta muy desarrollado el siglo XIX o incluso principios del XX (dado que dependen de procesos de larga duración como la escolaridad).

Ninguno de esos argumentos parece muy crucial. Aunque los cambios estructurales pueden ser muy lentos no dejan de ser ‘revolucionarios’ en sus efectos. Y no hay que olvidar que los cambios discursivos también lo fueron: la aparición de nuevos discursos modernos puede haber sido una ruptura radical, pero los discursos tradicionales no desaparecieron abruptamente. Y en relación al segundo es crucial reconocer que una estructura puede afectar la vida cotidiana de las personas sin necesariamente estar presentes en su experiencia: el desarrollo de los mercados mundiales puede afectar comunidades relativamente aisladas; y la industrialización produce efectos en sociedades que no la experimentan. La guerra industrial, y no hay que olvidar la importancia del conflicto militar como una de las dimensiones de la modernidad (Giddens, 1985), es uno de los casos más claros: las armas modernas y sus municiones requieren de procesos industriales, aun cuando sean usadas en contextos ‘no modernos’. En última instancia, en sociedades que experimentaron la conscripción y la escolarización masiva –ambos cambios asociados a la modernidad- no se puede decir que la experiencia no haya afectado a las personas comunes y corrientes. Como bien lo plantea Hobsbawm, si uno exige que para que un cambio estructural sea revolucionario sea un cambio que afecte de manera simultánea a todos los sectores de la sociedad, entonces prácticamente uno ha planteado que esos cambios son imposibles (Hobsbawm, 1997, pág. 117): El crecimiento en la Revolución Industrial fue modesto, y las industrias con cambios radicales ocultadas por aquellas que seguían siendo más tradicionales, pero esto no obsta para observar que esos sectores que estaban sufriendo cambios fundamentales estaban produciendo efectos de gran importancia. Fernand Braudel iniciaba su obra sobre Vida Material, Economía y Capitalismo (Braudel, 1979), con una visita imaginaria a Voltaire. Su principal intención es mostrarnos que si bien al discutir con Voltaire nos encontraríamos un mundo muy familiar; al pasar a la vida cotidiana y a los bienes materiales, nos encontraríamos con un mundo muy extraño. O para usar otro ejemplo, cuando De Vries y Van der Woude defienden la idea que la economía de la República de las Provincias Unidas era ya una economía moderna son estos los aspectos que enfatizan por ejemplo en relación a la población: ‘In a Europe where population change still revolved around some combination of land, food prices, mortality crisis, and peasant norms,. The relevant factors in the Republic had become: jobs, urbanization, migration, marriage age, a modern experience’ (De Vries & Van der Woude, 1997, pág. 689). Algunos de los factores son culturales, pero no todos lo son.

Estas son transformaciones cruciales que diferencian nuestro mundo del mundo pre-moderno, y no son transformaciones capturadas en esta centralidad de la discusión sobre la cultura. Y parece que una discusión que no diera cuenta de ellas está abandonando algunos aspectos centrales de la experiencia de la modernidad. Por cierto que la discusión discursiva y subjetiva en torno a la modernidad se refiere a procesos muy reales en relación a ella: Existe tal cosa como el proyecto moderno, y hay tal cosa como la aparición de sociedades donde aparecen sujetos, y sujetos históricos en particular. Estos representan cambios cruciales para entender las sociedades contemporáneas y no pueden ser olvidadas. Pero no son los únicos.

Hay otras dos dimensiones que también sufren transformaciones que parecen ser relevantes en torno a la discusión de la modernidad. Al menos son coetáneas con la ruptura discursiva y subjetiva mencionada anteriormente: una dimensión institucional y una dimensión ‘material’.

En relación a la primera, se puede decir que las sociedades modernas son sociedades en las que ocurren cambios como los siguientes: con alta urbanización, que son afectadas en su vida cotidiana (aun cuando ellas no participen activamente) por la industrialización, son sociedades con medios de comunicación (que permiten desacoplar la participación en actividades sociales de la información sobre ellas), son sociedades donde amplios espacios de la vida social operan a través de organizaciones, y en particular sociedades donde el trabajo asalariado se transforma en una de las bases de la organización del trabajo y donde la vida económica se organiza en torno a ‘firmas’ y ‘compañías’, sociedades donde existe y la vida social se ve afectada por el desarrollo de la ciencia (y en particular, de esa mezcla de matemática y empiria que caracteriza a las ciencias naturales desde el siglo XVII en adelante).

Y estos corresponden a cambios que también son rupturas radicales. En lo que se refiere a la urbanización, no existen sociedades con niveles de urbanización cercanos al 80% en sociedades pre-modernas. El hecho que recientemente el nivel de urbanización global haya superado al 50% representa un nivel de urbanización más alto que el de cualquier sociedad pre-moderna. Los medios de comunicación como tales son prácticamente una invención de la modernidad: el periódico, y todos sus descendientes, son una invención de estas sociedades (Thompson, 1998 [1997]). Es interesante el hecho que no se puede simplemente decir que los medios impresos son una consecuencia de la impresa: China y Japón –que conocieron la imprenta, y que conocieron una industria editorial relativamente masiva (Matsunosuke, 1997)- no conocieron los medios de comunicación. La organización como forma social no es un invento de la modernidad, las primeras organizaciones aparecen con el desarrollo de las primeras sociedades complejas, pero el hecho que gran parte de la vida social se experimente a través de organizaciones, que gran parte de los ‘problemas sociales’ se resuelvan institucionalmente a través de organizaciones sí se puede plantear es una característica de las sociedades modernas (Coleman, 1990). Y de hecho, la corporación como estructura organizativa –con la creación de una estructura divisional, con la creación de directorios etc.- sí se puede plantear fue una creación de la modernidad (Ekelund & Tollison, 1997; Pomeranz, 2000), creadas por los requerimientos del comercio colonial, la compañía holandesa (la VOC) con sus propietarios accionistas, sus directores (los Heeren XVII) y su dirección general (su CEO si se quiere) en Batavia tiene varias similitudes con sus descendientes contemporáneos (Adams, 1996) Y estas transformaciones a su vez han tenido profundas influencias y han estado muy imbricadas entre sí. La formación de los mercados modernos –donde el mercado ya no se refiere a un espacio concreto donde se realizan transacciones económicas, sino a un espacio abstracto- requiere de las comunicaciones ‘modernas’: sin ellas no sería posible disociar lugares del mercado. De hecho, en la ‘modernidad temprana’ esa ligazón era crucial: la función de un Amsterdam como entrêpot del comercio mundial se basaba en la cercanía física entre todos los lugares centrales que organizaban el mercado, desde la Bolsa hasta los lugares de almacenamiento, que era lo que permitía la existencia de un mercado coordinado (De Vries & Van der Woude, 1997). Del mismo modo, uno podría pensar que la relación de la ciencia con los medios ha sido crucial en el desarrollo de la ciencia como institución: los resultados científicos se diseminan a través de esa institución que es la revista científica –que es un tipo de medio finalmente. Es la publicidad de la ciencia, si se recuerdan las concepciones de Merton al respecto, una parte esencial de lo que constituye la organización social de ella; y el paso del secreto a la comunicación por carta a la revista científica uno de los pasos cruciales.

Los cambios que hemos mencionado son todos ellos cambios institucionales, referidos a las formas que sigue y que tiene la vida social. Y estos cambios operan a través de distintos contextos de cultura y de sentido: el hecho de vivir en contextos urbanos y con una presencia constante de medios es algo que caracteriza a casi todas las sociedades actuales, independiente de si en sus aspectos discursivos o culturales se pueda discutir si son modernos. En relación a sus pautas culturales se puede discutir si Chile o Latinoamérica sean modernas, pero en relación a los aspectos recién discutidos sencillamente no se puede. En todos esos aspectos, se asemejan más a los Estados Unidos o Francia de lo que se podrían asemejar a una sociedad del siglo XV.

En este sentido, esta dimensión institucional puede entenderse como una forma de ‘tecnología social’ de la modernidad, Pensada de esa forma, la modernidad es equivalente, en cierto sentido, a la formación de las primeras sociedades complejas, en las que el nacimiento del Estado, la escritura y las ciudades también implicaron un cambio en la formas básicas de organización social (Maisels, 1999). En cierto sentido, si uno recuerda el análisis de Marvin Harris, son sociedades que el lenguaje del parentesco como organizador básico de la vida social (Harris, 1979). Y en ese caso también estábamos ante un cambio que cruzaba a través de diversos contextos culturales, y que se resiste a ser explicado solamente a través de los discursos y de los sujetos.

En relación a la segunda dimensión, que hemos denominado ‘material’ podemos establecer algo similar a lo dicho anteriormente. Bajo estas perspectiva, las sociedades modernas son sociedades donde se experimentan aumentos gigantescos en el uso energético por parte de la sociedad, con aumentos de la productividad que son de una escala mucho mayor que antes de ella (Voth, 2001), en que el aumento de la población es también notable, y donde el aumento de la calidad de vida, medida en indicadores físicos tales como la esperanza de vida y la estatura media de las personas, ha sido también de una gran envergadura. En última instancia estamos hablando de sociedades en las que, por vez primera, la mayoría de la población no trabaja directamente en la consecución de alimentos (de hecho, esto no es sólo una novedad en las sociedades humanas, sino en la vida biológica general). Este es un cambio que, por decirlo de alguna forma, futuros arqueólogos y futuros paleontólogos podrían descubrir, es un cambio que está en nuestros ‘huesos’ (tanto en lo que se refiere al número de ellos como a sus características como la estatura). Cuando pensamos en los efectos ecológicos de la sociedad moderna estamos pensando en estas dimensiones. Aquí la diferencia no es que las sociedades pre-modernas no sufrieran catástrofes ecológicas producidas por ellas mismas, dado que sí lo experimentaban y producían (Diamond, 2005); sino nuevamente en su escala; ninguna otra sociedad había tenido la capacidad para afectar la concentración de elementos en la atmósfera. El ejemplo de sociedades pre-modernas que produjeron catástrofes ecológicas también servirá para criticar a quienes sostengan que son atributos de los discursos y conceptos modernos los que producirían problemas ecológicos, y que eso no ocurría en sociedades pre-modernas más adaptadas y más cercanas a la naturaleza. Eso sólo ocurre, si se quiere en el discurso del ‘buen salvaje’, pero ese es un discurso típicamente moderno.

Nuevamente nos encontramos aquí con un cambio fundamental. En relación a este cambio aquí la modernidad es equivalente al neolítico: también un cambio básico en la materialidad de la vida social: el paso a un régimen productor de alimentos (a la agricultura y la ganadería) desde un régimen recolector también produjo cambios centrales en la demografía de las sociedades y en el uso de recursos. Es interesante hacer notar que no necesariamente este cambio implicó un cambio en la tecnología social –sociedades basadas en pequeños grupos podían vivir en ambos regímenes-, por lo que la relación entre cambios de esta dimensión y cambios en la dimensión institucional no necesariamente están asociados. En todo caso, lo que es claro es que tampoco son estos cambios que tengan una relación necesaria con la dimensión discursiva y subjetiva. Nuevamente, el aumento de la población cruza diversas culturas, y el aumento de la esperanza de vida ha ocurrido en contextos culturales muy distintos.

Las dimensiones anteriores también son aspectos de la modernidad, y una discusión de la modernidad que no las aborde es necesariamente una discusión incompleta. Por cierto, ninguna discusión requiere abordar todas las dimensiones de un tema, y probablemente abordar todas las dimensiones sea una expectativa irrazonable; pero es relevante de todas formas tener conciencia de que dimensiones no se abordan.
Quizás más que de la modernidad, lo que se puede decir es que son transformaciones que ocurren al mismo tiempo que los cambios del proyecto de la modernidad. Son cambios que claramente se desarrollan en los siglos XIX y XX, y que tienen sus raíces en la ‘modernidad temprana’ (los siglos XV al XVIII). Es interesante plantearse la pregunta de si esta ocurrencia contemporánea implica una asociación necesaria de estas dimensiones o si fue una situación contingente que llevo a tres cambios no conectados a ocurrir en el mismo momento. No es imposible que estas transformaciones se dieran conjuntamente debido a una serie de circunstancias históricas específicas y no a una necesidad de los procesos como tales (que tendrían como requisitos la ocurrencia mutua de ellos).

Podemos observar entonces lo siguiente. Estos cambios inicialmente ocurrieron en Europa (Hobsbawm, 1997). La asociación entre la modernidad y una cultura, y toda la discusión en torno a ello, se debe a esa circunstancia. Si la modernidad, como hemos visto, supera las características específicas de una cultura, entonces esa asociación no es necesaria: culturas distintas pueden tener instituciones modernas. Pero quizás se podría argumentar que para que las instituciones y la materialidad moderna emergieran, independiente de su expansión posterior, fue necesario la existencia de una cultura y subjetividad particular. En ese sentido, uno puede entender una tesis ‘weberiana’ sobre la modernidad (i.e su relación con un proceso de racionalización, que sería culturalmente específico al Occidente) como una tesis específicamente histórica, pero no estructural. Por cierto que es discutible si fueron características culturales las que diferencian a Occidente, otras hipótesis se han desarrollado al respecto; y recientemente la idea que lo crucial para el desarrollo de las formaciones sociales actuales fue el hecho que no surgiera en Occidente una formación imperial ha adquirido cierta relevancia (Giddens, 1985; Wallerstein, 2004). Sin embargo, esta discusión nos muestra la importancia que puede tener el distinguir y tomar en cuenta todas las dimensiones del cambio moderno que hemos analizado.

En cualquier caso, no hay que olvidar algunas de las razones del énfasis en los aspectos subjetivos y de proyecto. No es tan sólo que esos hayan sido también cambios que ocurrieron en la modernidad, sino que son cambios que tienen implicancias de suma relevancia. En particular, nos referimos a su impacto para entender el tema de la política: Porque las dimensiones discursivas de la modernidad, en tanto auto-creación de los actores, son dimensiones que afectan el funcionamiento de la política y que dicen relación directa con ella. Pero las otras dimensiones que hemos mencionado, la institucional y la material, si bien pueden ser (y regularmente lo son) afectados por la política, no son creados en ella y por ella. Los cambios que permiten que en una sociedad sólo pocos se dediquen a la producción de alimentos, o que permiten el desarrollo de medios de comunicación, pueden ser promovidos o detenidos por la política, pero no son creados a través de procesos políticos. En última instancia, regímenes políticos de diverso tipo y con diversos objetivos y propuestas han existido en el siglo XX y XXI y el proceso de urbanización se dio a través de estos distintos proyectos: incluso aunque existieron proyectos anti-urbanos (pensemos en Pol Pot) el hecho que estas sociedades están asociadas a la urbanización emergió incluso a pesar de ellos. En otras palabras, si uno quiere enfatizar y entender los aspectos políticos de la modernidad es la dimensión cultural la central. Las otras dimensiones representan elementos sobre los cuales la política juega y opera, pero no son dimensiones que se entiendan primariamente a través de la política.

La discusión sobre la modernidad, como hemos visto, es finalmente una discusión histórica. Y en este sentido, la comparación histórica es siempre crucial. Para entender lo que es específico de las sociedades modernas, es necesario comparar con otras sociedades. De hecho, pensemos en la antigüedad clásica. Se puede argumentar, Castoriadis en cierto sentido lo hace (Castoriadis, 1975), que la idea de sujetos autónomos –que se crean a sí mismos- es parte de la civilización griega clásica, y por lo tanto un atributo que no diferenciaría a las sociedades de los últimos siglos. Al fin y al cabo, sabemos que la discusión sobre la buena constitución –o sea, sobre la forma en que debemos organizarnos- era parte de la discusión política y filosófica de esas sociedades. Si asociamos la modernidad a sociedades con mercados desarrollados –donde la gente adquiere los bienes que consume comprándolos- uno puede mencionar que mercados desarrollados, llegando al nivel de algunos bienes básicos, eran conocidos en el imperio romano y que sabemos que existían ‘marcas’, o al menos, una versión muy básica de ellas) en torno a la alfarería (Dyson, 1992; Ward-Perkins, 2005). La asociación entre secularización y modernidad no sólo muestra sus límites con la discusión de casos contemporáneos como la experiencia de Estados Unidos: Uno puede encontrar sociedades pre-modernas relativamente seculares. La sociedad tradicional china basada alrededor de un pensamiento ‘confuciano’ que no es sobrenatural, o la situación de las élites de antigüedad clásica, donde la religión tenía una presencia relativamente menor también nos muestra que la secularización y la modernidad no necesariamente van de la mano. Incluso más allá de lo anterior, podemos plantear que algunos de los cambios de las sociedades contemporáneas, que incluyen crisis de las instituciones de la modernidad clásica (Beck & Lau, 2005), en varias circunstancias implican un renacimiento de formas institucionales que habían ocurrido en otros contextos previos. Por ejemplo, no deja de ser interesante que para ilustrar la estructura de los ejércitos medievales un autor haga la siguiente comparación con organizaciones contemporáneas: ‘The situation of medieval states varied between that of the United Nations and NATO in the late twentieth century. The UN has no operational forces of its own but has to rely on voluntary efforts from its member to enforce decisions, while NATO as an organization controls part of the armed forces of its members but has to rely on a broad political agreement if they are to be used operationally under NATO control’ (Glete, 2002, pág. 12). La creación de una familia donde la mayoría de sus miembros trabaja, y donde una parte relevante de las ‘tareas domésticas’ se consigue en el mercado en vez de ser producidas en el hogar no es un desarrollo de las sociedades contemporáneas, es un desarrollo de la modernidad temprana y precede al invento moderno del hogar del ‘ganador de pan y de la ama de casa’ (De Vries, 2009 [2008]).

Estos ejemplos también nos hacen ver otro de los problemas clásicos de la sociología para entender la modernidad: Al reducir todas las sociedades no modernas al molde limitado de la ‘sociedad tradicional’ no se puede observar la diversidad y especificidad de esas otras formaciones sociales, que es lo que a su vez permitiría una comprensión más adecuada de la modernidad. El par tradicional-moderno, heredero del Gemeinschaft – Gesselschaft de Tönnies, siempre ha resultado insuficiente para entender ya sea la sociedad ‘tradicional’ como la sociedad ‘moderna’.

Bibliografía

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Crítica de la Razón Sociológica

Algunas veces uno decide recuperar viejos textos.

Entre los años 2000 y 2002, en un sitio ya desaparecido El Francotirador, escribí una serie de reseñas sobre diversos textos de sociología (Moulián, Tironi, los del PNUD y otros más). Entonces decidí, hace un tiempo atrás, reunir esos textos, escribir un post-scriptum de por qué el feble estado de la sociología que esas reseñas mostraban todavía sigue siendo relevantes y subirlos aquí. Por lo tanto, anunciamos el texto -con título rimbombante, pero en fin que se le va a hacer- Crítica de la Razón Sociológica, que está en la página de escritos y esas cosas).

De los sistemas como metáfora

Uno de los pasatiempos habituales de este blog es criticar a Luhmann. Y algo que hemos dicho en varias ocasiones es que, finalmente, no hay tal cosa como la teoría de sistemas luhmanniana, hay la metáfora de sistemas luhmanniana.

Y usaremos como prueba una cita de un texto reciente de Aldo Mascareño (Diferenciación y Contingencia en América Latina). La cita a continuación:

El 19 de mayo de 1981 es publicada en el Diario Oficial la Ley Orgánica Constitucional del Tribunal Constitucional. Un pasaje de su historia en los años ochenta parece de particular importancia para observar cómo la clausura operativa del derecho se refuerza a sí misma ante las pretensiones políticas de control. Se trata de la sentencia del Tribunal Constitucional del 24 de septiembre de 1985 acerca del Tribunal Calificador de Elecciones [que determinó que el plebiscito se hiciera con Tribunal Calificador]

¿Por qué esto muestra que esto es pura metáfora? Porque la clausura, finalmente, es producida por unos actores concretos. Lo del ‘clausura operativa del derecho se refuerza a sí misma’ es pura metáfora: no hay un proceso autónomo del derecho que realiza esa clausura, sino una decisión tomada por personas específicas -que bien podrían haber decidido de otra forma. Es porque esos actores tomaron esa decisión, usando temas individuales como su propia valoración de la autonomía del derecho, que se produce eso. En otras palabras, la autonomía de un sistema no es producida por el propio sistema. No suena, en realidad, mucho a autopoiesis.

NOTA: En el libro también aparecen algunas cosas típicas de lecturas latinoamericanas de estas cosas: Descubre Mascareño que en América Latina los sistemas no están tan separados ni autónomos como debiera: El poder político afecta al derecho, a la economía etc. Pero, claro, eso sería particular de esta zona de la sociedad mundial, pero no en Europa -donde claro la autonomía ahí si funciona.

El ejemplo más claro es cuando se habla de la no-autonomía de la economía. Esto se debería al estado desarrollista que, claro está, intervenía y no dejaba a la economía ser. Pero la intervención estatal de la economía era bien popular en las economías del centro en los años del desarrollismo. El dirigismo de los Franceses era lo mismo. En otras palabras, la no aplicación de la idea de sistemas plenamente autónomos no es particular a América Latina, también aplica a las zonas centrales del mundo. No es que Luhmann describiera bien a los países del ‘centro’, pero que esto no se aplicara totalmente en otras partes. Es que no describía adecuadamente a ninguna zona de la sociedad mundial.

Sobre los lamentos de la situación en sociología y la construcción del saber disciplinar

La sociología es, entre tantas otras cosas, una disciplina que periódicamente se plantea a sí misma en una crisis,  o con una necesidad de renovación total, y con una sensación de no haber producido mucho de interés. Se podrían hacer muchas citas al respecto (y este pobre blog ajeno no fue a ello en sus inicios). Pero creo que todo ello está profundamente equivocado -y dado que estamos en un doctorado, defender eso sería la tarea de la tesis.

En última instancia, el único consenso alcanzado es que una parte importante de la discusión sobre temas generales en estas disciplinas –ya sea en metodología o en teoría- se caracteriza por un diagnóstico de una situación crítica de la disciplina y la necesidad de su superación por la aproximación que ese texto defiende. Al mismo tiempo la repetición de las polémicas y debates se muestra que nada se supera. En 1937 Parsons iniciaba La Estructura de la Acción Social preguntándose quién lee ahora a Spencer pensando que el utilitarismo y el evolucionismo habían desaparecido de las ciencias sociales. Nadie podría partir un texto con esa alocución ahora: bien sabemos que hay quien lee a Spencer, y el utilitarismo y el evolucionismo retornaron, y que eso es cierto de casi cualquier tradición conceptual. Los mismos debates, y casi los mismos argumentos, se tienden a repetir. No es raro que esa situación lleve a esos textos genéricos a la desesperación. Esa desesperación está, en todo caso, mal planteada.

O para decirlo de manera más preciso: mal especificada. Porque no se aplica a la sociología en general, sino a esas discusiones generales: a la teoría general y a la metodología general. En relación a ellos bien podemos plantear que efectivamente los participantes de esos debates comparten –aunque por razones muy distintas- un diagnóstico de una ciencia social, y de una sociología, que se encuentra en crisis y que en general no ha realizado grandes aportes al conocimiento social. Y en ese sentido, la labor del conocimiento general es una labor de Sísifo: los mismos debates (sobre el positivismo o sobre la relación acción-estructura) se repiten y muchos de los argumentos específicos también lo hacen.

Pero lo que es cierto en relación a esos conocimientos generales el diagnóstico de un fracaso funciona, no lo hace cuando lo aplicamos a la praxis de investigación, porque en ella si podemos encontrar adquisición de conocimiento que es valioso. Dicho de otra manera, si uno se preguntara ¿han valido la pena las ciencias sociales? ¿nos ha aportado algo todo ese esfuerzo y todos esos estudios? Si la respuesta es sobre teoría y metodología general, la respuesta es –a confesión de quienes se dedican a ello- que no mucho se ha alcanzado. Pero si respondemos sobre los estudios específicos si encontraremos conocimiento sustancioso.

El tema, ahora, no es solamente plantear que en la práctica de investigación concreta se alcanza conocimiento. No es solamente una vindicación del viejo Robert K. Merton y las teorías de alcance medio.

Es pasar más bien al siguiente paso: ¿Y si construimos nuestro saber general a partir de lo que ha funcionado? (i.e la investigación concreta). Elucidar entonces la metodología y la teoría desde la investigación, no a partir de consideraciones epistemológicas, ontológicas u otras de ese tenor –que ha sido lo habitual entre nosotros. Que además tendría la ventaja no menor de conectar la metodología y la teoría general con la investigación específica, que es de hecho la separación más relevante en sociología -y mucho mayor que la usualmente mencionada de separación de teoría y método: ambas están separadas de la investigación.

Lo cual implica, finalmente, recuperar nuestra propia tradición disciplinar. Al fin y al cabo, lo más interesante de los clásicos no ocurre en las declaraciones metodológicas o teóricas, sino en los estudios concretos. No en las Reglas del Método Sociológico, sino en la División del Trabajo Social; no en los conceptos generales de Economía y Sociedad sino en la Ética Protestante.

El trabajo, entonces, es desarrollar una propuesta de saber general a partir de la práctica de investigación.

Acción y estructura. Un ejemplo de la falsa contraposición ente acción racional y estructura.

En los interminables debates que suele tener la sociología sobre acción y estructura, solemos poner la perspectiva de la acción racional como parte de la perspectiva de la acción y opuesta a la estructura. La acción racional es sobre como las personas eligen y la estructura sobre como las personas no eligen (parafraseando a frase de Duesenberry sobre economía y sociología).

Ahora, esa relación no tienen ningún sentido. Si todas las personas son racionales (y, a la Becker, comparten sus preferencias básicas), entonces ¿qué es lo que genera comportamientos distintos? Situaciones distintas, estructuras de intercambio distintas etc. La diferencia en el comportamiento entre mercados competitivos y mercados monopolicos sólo tiene que ver con la diferencia en el número de oferentes, lo que diferencia el comportamiento de las personas en distintos juegos son los distintos payoffs, si es repetido o no, si es cooperativo o no. En otras palabras, las diferencias las causan las diferencias en estructura.

Por otro lado, una explicación estructural requiere que los actores sean racionales. ¿Por qué? Porque sólo para un actor racional sería posible pasar de la estructura a la acción sin intermedición: el actor lee la estructura, obtiene la acción correcta dada ella y la realiza. Dado que todos hacen lo mismo, entonces puedo olvidarme del actor y pasar de la estructura a los resultados. Si los actores no fueran racionales, entonces requiero analizar el nivel del actor (dado que no lee la acción a realizar desde la estructura, sino que tiene que desarrollarla a partir de él mismo).

Pensemos en un caso concreto: la delincuencia. Entonces tendremos a quienes nos dicen que la acción de los delincuentes es racional -y por lo tanto, se ve afectada si cambiamos los incentivos y los costos, así que subamos las penas- o que es efecto de factores sociales -y por lo tanto, tenemos que cambiar las estructuras sociales y culturales. Pero si observamos las explicaciones, veremos que -de hecho- son traducibles.

Pensemos la explicación de factores sociales. Puedo plantearla de la siguiente forma: Dada las condiciones sociales que enfrenta esta persona (los posibles resultados de sus acciones, los costos de ellas, sus preferencias) entonces tomará acciones delincuentes. O sea, de hecho podría decir que es racional en esas condiciones tomar acciones delincuentes.

Pensemos la explicación de actor racional. Puedo plantearla de la siguiente forma: Para un actor dado es racional tomar acciones delincuentes. ¿Por qué? Porque dadas las condiciones sociales que enfrenta (los posibles resultados de sus acciones, los costos de ellas, sus preferencias) es racional hacerlo.

La diferencia crucial entre ambas no es teórica, sino puramente ideológica. El defensor de la actor racional postulará que lo crucial es aumentar los costos de la acción delincuencial en relación a otras (aumentar las penas). El defensor de los factores sociales nos dirá que lo crucial es aumentar los beneficios y disminuir los costos de las acciones alternativas. En ambos casos, lo que modifico es la situación estructural (el contexto) y luego espero que los actores se comportan racionalmente.