A propósito de la última CEP

Originalmente, este post se iba a llamar ‘si uno fuera Tironi’. Porque a propósito de los resultados de la encuesta CEP, donde Piñera y Lagos obtienen las más altas preferencias, suponía que tironianamente uno pudiera decir que hay un cambio en el país, que quiere liderazgos fuertes y que se aleja de la búsqueda de la empatía, y sacar múltiples consecuencias de lectura de país en torno a resultados de una encuesta política. La idea era hacer un post ironizando sobre cómo estas lecturas de país cambian tan rápido y ese tipo de cosas.

Pero, como siempre, la realidad se adelanta. Porque en La Nación Domingo, Tironi dijo exactamente eso: Que los resultados de la encuesta CEP indicaban un cambio en el animo del país y en fin. Citemos mejor:

-Cuando surgió la figura de Michelle Bachelet, usted dijo que los chilenos querían un liderazgo más cálido y maternal. Considerando que los candidatos con mayor respaldo son Ricardo Lagos y Sebastián Piñera, ¿se puede decir que hoy se busca un tipo de líder más eficiente y duro?
-Definitivamente. Las sociedades, así como las personas, somos cíclicos y vamos cambiando. Bachelet surge en un período de mucha confianza y optimismo, en el cual sentíamos que nos habíamos ganado el derecho de expresar deseos y aspiraciones reprimidas. Buscábamos una sociedad más abierta, cariñosa, horizontal y participativa, y Bachelet ha respondido bastante bien. La sociedad chilena necesitaba pasar por este período en el que se ha puesto la atención en los dos grupos más vulnerables: los niños y los ancianos. Se requería un respiro que le permitiera a la gente salir a la calle y hacer valer sus derechos. Probablemente, todo eso no hubiera ocurrido con un liderazgo más autoritario y centralista.

Ahora, puedo plantear que lo anterior no tiene el menor sentido. Al fin y al cabo, cuando Bachelet fue electa, sucedía que el líder duro Lagos tenía altísimos niveles de popularidad, y que Piñera estuvo cerca de ganar la elección. O sea, en el momento de la búsqueda del liderazgo maternal, dos de los principales y más populares líderes políticos no se ajustaban para nada a esa idea. En otras palabras, unos cuantos miles de votantes hubiera cambiado de idea (o se hubiera quedado en la casa) y toda la lectura de Tironi sobre la elección no habría funcionado.

La idea que todo cambio en el ámbito político, que todo cambio en los líderes políticos, tiene algo que ver con la sociedad, que implican cambios en la sociedad, no funciona. La política no refleja necesariamente, y menos en detalle, lo que sucede en la sociedad.

Pero, claro, si nos tomáramos en serio está ultima admonición, entonces los analistas tendrían menos trabajo y menos capacidad de hacer entrevistas.

Sobre la investigación de mercado

La paradoja central de los estudios de mercado es que una industria que ofrece a sus clientes cómo aumentar el valor de sus ofertas a sus consumidores, de hecho hace ofertas de muy poco valor a sus clientes (Y, por lo tanto, ¿cómo ofrecen que pueden aportar en generar valor a los consumidores de sus clientes?). Por qué si hay algo que es claro en los estudios de mercado es que todos encuentran que el nivel es bajo -tanto clientes como ofertantes.

Ahora, el tema es que la industria -por razones diversas- se encuentra atrapada en un ciclo de bajo valor. Dado que es un círculo, el punto de partida de su exposición es completamente arbitrario: Las empresas -que creen que los estudios nunca entregan nada muy valioso y que son demasiado simples sin análisis e insights de interés- piden entonces estudios al nivel que suponen las empresas pueden dar -o sea, estudios simples, de bajo costo, muy rápidos, sin mucho análisis. Las empresas de investigación a su vez -que creen que las empresas no están dispuestas al tiempo y el valor que requiere un estudio que entregue datos más valiosos, y que nunca confían mucho en la capacidad de las empresas para entender datos que vayan más allá de las salidas simples de poco valor- entregan entonces informes simples sin demasiado análisis. Por lo que las expectativas de ambos actores quedan plenamente validadas.

Y todos terminan, por ende, haciendo estudios en los que todos están de acuerdo que no representan un gran aporte.

Ahora, claro está, como cualquier círculo, representa un problema salir: Para las empresas, ¿cómo arriesgarse a los valores y tiempos que requiere un estudio de mayor calidad e interés cuando no es claro que las empresas de investigación puedan hacerlo? Y, ¿cómo confiar en análisis más complejos -ya sea cuantitativos multivariados o cualitativos- cuando a duras penas se confía en lo básico? Para las empresas de investigación de mercado, ¿cómo dedicarse a hacer un informe completo e interesante cuando no hay tiempo para eso ni se ha pagado por ello? ¿Y cómo dedicarse a hacer análisis complejos cuando de todas formas hay que gastar (el poco) tiempo y energía disponibles en las cosas simples?

Lo bonito de los círculos, aunque sean de poco valor, es que no es fácil salir de ellos.

Una nota sobre antigüedad y modernidad

A veces puede tener sentido revisar un poco lo que uno hace. Y al hacer eso, noté que entre mis posts de historia hay sólo dos temas que en realidad se repiten: Antigüedad y sociedades modernas.

Ahora, para un sociólogo puede no resultar extraño que su interés por la historia se centre en momentos de cambio social, y en particular en cambios de ‘tipo de sociedad’. Nos encanta pensar que la modernidad implica un nuevo tipo de sociedad y no debieran existir muchas dudas que el desarrollo de las ‘primeras civilizaciones’ es el proceso de desarrollo de un nuevo tipo de sociedad -digamos, las primeras a las que podemos aplicar el nombre de sociedades complejas sin demasiados problemas. or lo tanto, transformaciones en el nivel más básico de las sociedades. Un sociólogo bien podría interesarse en ello.

Más aún, Giddens dixit, la sociología es el análisis de las sociedades modernas. Y si uno adscribe a esa posición, entonces nada más natural que entender una de las transformaciones básicas que han experimentado las sociedades mediante un examen de otras de las transformaciones básicas de esas sociedades. O sea, usar el nacimiento de las ‘civilizaciones’ para entender el nacimiento de la modernidad.

El problema es que ninguno de esos argumentos sirve de mucho.

Lo primero es que la naturaleza de estos ‘tipos de sociedad’ no necesariamente se entiende usando sus procesos de nacimiento. El tipo de sociedad compleja pre-moderna que surge cuando nacen las ‘civilizaciones’ no agota sus posibilidades estructurales en sus primeros siglos. Lo que es, lo que puede hacer, entonces, una sociedad de ese tipo requiere un análisis de todas sus formaciones.

Lo segundo es más crucial, y tiene que ver con las desviaciones que un sociólogo tiende a hacer cuando se interesa por la historia, es que no se puede reducir el devenir a dos transformaciones de tipo de sociedad (primero, estuvieron las sociedades simples, luego las civilizaciones y luego las modernas(*)). Si, en un nivel muy general, puede tener sentido hablar así, pero sólo en ese nivel. Y la mitad de las cosas de interés, la mitad de lo que aporta para entender la vida social el examen de las sociedades históricas, ocurre en niveles mucho más específicos. Si, puede decirse que Sumeria, la China de los Tang, los bizantinos y los aztecas eran sociedades complejas pre-modernas, y ni siquiera es demasiado incorrecto. Pero hay mucho más que decir.

Y el interés y el aporte de la historia está precisamente en ese mucho más que decir. Que en los detalles, en todos esos procesos específicos que lleva a que existan ciudades-estado en Grecia, que los vikingos se expandan, que el tomate haya conquistado el mundo (y que el maíz no), que los ‘bárbaros’ que conquistan China terminen convirtiéndose en chinos etc, es donde se explica y se entiende no sólo la situación de las sociedades actuales. Sino, de hecho, incluso más: Nos permite entender todas las variedades de formas en que los seres humanos pueden vivir en sociedad y todas los diversos factores y dimensiones que entran en su conformación. Es por que, finalmente, es una lección en diversidad que se requiere entrar en todo ese detalle.

(*) Contar así las cosas no requiere pensar en un meta-relato de la historia, porque no hay necesidad de pensar que se tenía que pasar de un ‘estadio’ a otro. Sólo que ciertos tipos de sociedades aparecieron antes que otras. Del mismo modo que contar la historia de la vida diciendo ‘estuvieron los procariotas, luego los eucariotas y luego los multicelulares’ no requiere una teoría de la historia biológica.

Bauman y el consumo (II)

Cada día entiendo menos la sociología. Recientemente Zygmunt Bauman publicó Vida de Consumo (el título en inglés es mejor en todo caso, Consuming Life), y en realidad -para ser uno de los sociólogos más conocidos de la actualidad- el nivel no es tan alto.

Para decirlo más corto: Buena parte del texto es la discusión del sentido común sobre el consumo (y los males del consumismo) sólo que dicha con un lenguaje mucho más alambicado. Pero apenarse porque en la moderna vida de consumo las personas tienen relaciones de desecho, y se ven unas a otras como bienes de consumo, es decir -en complicado- lo que todas las viejas de la esquina dicen -en simple. Para criticar que estamos obligados a consumir, para mantener las apariencias de pertenecer a esta sociedad, nuevamente no es más que decir en complejo el sentido común más ramplón sobre el consumo.

Veamos un ejemplo -que muestra en concreto todo el texto. Bauman nos plantea que hemos llegado a tales niveles (si no usa la palabra depravación es porque los sociólogos nos cuidamos de usar ciertas palabras, pero en realidad eso es lo que piensa) que materializamos nuestras relaciones sociales, nuestras relaciones familiares. ‘Los políticos que claman por la resucitación de los agonizantes valores familiares, y que lo hacen con seriedad, deberían empezar a pensar concienzudamente en las raíces consumistas causantes del deterioro simultáneo de la solidaridad social en los lugares de trabajo y del impulso de ciudar y compartir en el contexto de la familia’ (página 165). O unas páginas más atrás: ‘Arlie Russell Hochschild resume el daño colateral fundamental causado en el curso de la invasión consumista en una expresión tan incisiva como sucinta: la materialización del amor’ (página 163). Cualquier reportaje en cualquier revista mediocre puede decir frases como esa. No negaré que Bauman es ingenioso al escribir, pero con ingeniosidades no se crea conocimiento.

Ahora, el tema es que ¿tiene sentido lo anterior? La idea que el consumismo moderno materializa el amor, y por ello -por ejemplo- las ideas de un Miller del consumo, la compra, como expresión de relaciones de amor no funciona, o al menos sólo funciona para mostrar el desastre que es el consumismo actual, parece ser interesante. Pero tiene el problema de ser falsa.

Siempre materializamos el amor. Como siempre materializamos todo. Porque los seres humanos -y cualquier curso de Arqueología 101 lo debiera dejar en claro- vivimos entre objetos y cualquier cosa que hacemos las hacemos con objetos. No es que (y para ello volvamos a Miller) por un lado están las cosas y por otro lado las relaciones humanas, y que cuando las mezclamos perdemos la autenticidad / profundidad / pureza de las relaciones. Hemos expresado nuestras identidades culturales, nuestros afectos, nuestros modos de vida a través de objetos, los ‘materializamos’. Eso es lo que hacemos.

Ahora, uno podria decir, bueno ‘lo central no es tanto que materializamos el amor sino que en el consumismo moderno mercantilizamos el amor’. Al fin y al cabo, es cierto que regalos -por ejemplo- se intercambian en todas partes, que suelen ser, en todas partes, parte de las relaciones sociales. Pero que todo eso pase por la compra, he ahí algo que es tipícamente moderno. Sea, pero que estamos en un mundo de mercancías es algo que sabemos desde el siglo XIX, y de hecho es consustancial al capitalismo. Así que es común tanto a la sociedad de productores como a la de consumidores, no sirve para identificar a esta última.

Es en relación al tema de identificar una nueva sociedad de consumidores, de identificar los cambios recientes como un cambio de tipo de sociedad de productores a consumidores, donde las tesis más interesantes de Bauman ocurren. Pero siguen sin convencer mucho, al menos a mí.

Una idea, que de hecho ya repite en otros textos, es que lo que nos transforma en sociedad de consumidores es que el deber social central es el de consumir. Y por ello, entonces somos una sociedad diferente. Suena bien, pero ¿por qué el deber central ya no es el de producir cuando la participación en el mundo monetario, tan central para el consumo, sigue estando mediado por la participación en el mundo del trabajo?

La otra idea, el ‘secreto mejor guardado de la sociedad de consumo’, es la idea que en la sociedad de consumo las personas se transforman en bienes de consumo. Para ser participantes de verdad en la sociedad, tenemos que transformarnos nosotros en bienes de consumo (y por tanto en seres que se pueden comprar, usar, desechar). La distinción entre personas que eligen y bienes elegidos nos dice Bauman se borra (página 25). La idea es poderosa, aunque uno podría discutir si es tan secreta.
Pero creo que la idea nos muestra que, finalmente, la sociedad de consumidores no es tan distinta de la anterior. Al fin y al cabo, en la sociedad de productores ya teníamos -en tanto fuerza de trabajo- que transformarnos en mercancías. Puede que la transformación sea más completa aún, en vez de requerir una cierta cantidad de tiempo (dejando el resto ‘libre’), en la sociedad actual se pediría esa transformación en mercancía, en bien de consumo, siempre.

Bauman hace notar que, en el paradigma ya tradicional del sentido común sobre el futuro que es Silicon Valley, se habla de lastre cero: El trabajador perfecto es aquel cuya vida fuera del trabajo no le pone ninguna demanda adicional (o sea, no tiene familia, no tiene otros intereses) y puede siempre tomar una tarea extra, ser re-asignado etc. Pero este cambio, ¿no tiene que ver con el mundo de la producción finalmente?

En otras palabras, son las modificaciones del mundo de la producción, que progresivamente se vuelven más exigentes, las que producen los cambios en el consumo del cual habla Bauman. Al fin y al cabo, desde el consumo, las personas con lastre tienen grandes ventajas: Las relaciones permanentes son mejores productoras de compras, y el hito central del mundo del consumo es Navidad, donde los regalos son tipícamente familiares. La vida de relaciones líquidas no es demandada por el consumo, sino por la producción (*).

Pero alguién puede decir, pero al final es por el consumo: porque la demanda de producción flexible viene dada por los cambios en el consumo, de la velocidad de los cambios de la demanda y de la continua exigencia de comprar. Pero esa exigencia uno bien pudiera decir proviene de otra parte.

Wallerstein cuando define el sistema-mundial contemporáneo hace ver que una de sus premisas es el crecimiento. La exigencia básica de toda empresa, de todo proceso de producción, es la de crecer. Y esa exigencia se podía satisfacer en la modernidad clásica de los ’50 sin la idea de cambiar perpetuamente de bienes -con la exigencia de desechar lo antiguo que Bauman enfatiza es característica de la nueva sociedad-: Digamos, cuando todavía quedan familias sin automóviles se puede crecer vendiendo a más familias, y cambiando los bienes en lógica de reemplazo. Pero cuando todos tienen automóviles, sólo se puede crecer si se instaura la idea que hay que cambiar regularmente de automóvil: que lo antiguo tiene que desecharse por el sólo hecho de ser viejo. Pero esa dinámica sólo se explica por esa demanda inicial, permanente del sistema, no algo que haya aparecido en las últimas décadas, de crecimiento en la producción.

En otras palabras, las dinámicas de consumo que describe Bauman no son tanto una nueva sociedad, sino la forma específica con la que se cumplen ciertas demandas tradicionales en una sociedad (que ya sea que queramos llamar moderna o capitalista) tiene al menos 200 años, si no ya casi 500. Pero claro, para decir eso, habría que quitar algo de ultra nuevo a lo que vivimos en la actualidad, habría que darse cuenta que la ‘nueva’ sociedad de consumidores es heredera directa, y no una contradicción de, la ‘vieja’ sociedad de productores.

Pero a los sociólogos nos encanta decir que el cambio que se vive ahora es el mayor cambio que se ha experimentado en ocasión alguna; que esta transformación es profundamente revolucionaria y diferente. De algún modo, la sociología no pasa de ser, en muchas ocasiones, más que el ropaje que toma el sentido común cuando el sentido común quiere ser grandilocuente.

Con lo que volvemos al punto de partida: Cada día entiendo menos. ¿De eso se trataba a final de cuentas la sociología?

(*) Algo que muestra perfectamente que Bauman se mueve en el sentido común es su idea que en la sociedad moderna la familia se rompe y todo se reemplaza por amor líquido. Bauman está siempre pensando en las relaciones de pareja. Pero centrar la vida de familia en las relaciones de pareja, en vez de por ejemplo las relaciones padres, madres – hijos, que no han perdido permanencia, es una muestra del sentido común de las sociedades en las que escribe Bauman.

Hubris

Días atrás estaba viendo un cuestionario, en el que se usaban preguntas similares a algunas que el PNUD ha usado en otros estudios y cuyas variantes aparecen en diversos estudios. Básicamente, se preguntaba si la persona creía que lo que sucede en su vida depende de sus propias acciones o de circunstancias externas. Y el supuesto es que la respuesta ‘correcta’ (la que muestra la actitud moderna que ayuda a un buen desarrollo de la sociedad*) es la que dice que lo que sucede en la vida de uno depende centralmente de uno.

Es un supuesto que no es solamente parte de las ciencias sociales, sino también corresponde a la modernidad en general: somos dueños de nuestro destino. En eso consiste la autonomía.

Ahora, he de reconocer que -al revés que la suposición dicha anteriormente, y como se puede colegir del título del post- creo que esa suposición es equivocada. Precisamente porque somos actores en un mundo de actores es que no podemos ser dueños de nuestro destino. Y, si efectivamente la modernidad está ligada a la autonomía (digamos, Wagner algo razón de tiene), entonces nos hemos convertido además progresivamente en actores en un mundo de actores.

Nuestro destino está formado también por situaciones y circunstancias que son producto de las acciones, independientes y autónomas, de otras personas. Y que precisamente porque son independientes y autónomos, van más allá de nuestro control. Para poder controlar nuestras circunstancias, para que lo único relevante en lo que nos sucede fueran nuestras acciones, entonces habría que negarles control y autonomía a los otros. Reconocerse autonómo dentro de un mundo lleno de otros seres autonómos es, al mismo tiempo, reconocer las limitaciones de la propia acción (**).

El sueño de la autonomía total es el sueño de negarles la autonomía a los otros. Es por ello que la pretensión que la vida depende centralmente de las propias acciones es hubris: No tanto porque representa un orgullo desmedido, sino más bien por lo que implica con respecto a los otros, una negación de su valer.

* Una de las mentiras más grandes de la investigación social es cuando uno le plantea a los pobres entrevistados que no hay respuestas correctas o incorrectas, y que todas son igualmente válidas. Por supuesto que no lo son. Los pobres entrevistados, en realidad, están siendo sometidos a una prueba, a un test que deben superar de lo posible, respondiendo de acuerdo a los valores, actitudes y comportamientos que se suponen son los adecuados para una buena sociedad (¿O alguien hace, por ejemplo, un estudio sobre tolerancia sin pensar en que determinadas respuestas son correctas y otras muestran una nauseabunda moral represiva?) En todo caso, una de las buenas cosas sobre la investigación, es que la gente -por mucho que se le mienta- se da cuenta de lo anterior, y responde a la encuesta como lo que finalmente es, una prueba con respuestas correctas.
** Debe haber pocas disciplinas que menos les guste la palabra limitación que la sociología. Siempre nos suena a engaño, porque -claro- sabemos que hay más de una forma en que la sociedad se puede organizar con respecto a cualquier tema. Por lo que, más que limitaciones, tenemos presentes las oportunidades. Pero, una cosa es que se puede hacer más de una cosa, y otra que se pueda hacer cualquier cosa.

A propósito de la innovación

He de reconocer que entre las innumerables cosas que nunca me han terminado de convencer está todo lo relacionado con lo innovación. ¿Por qué? Independiente de otras cosas, porque su uso en Chile me parece que no es más que la última versión de un deporte favorito de nuestra élite: mostrar cómo el pueblo no está a la altura de ‘los desafíos de la actualidad’, y que -al fin y al cabo- la culpa de todo (de que no seamos buenos ciudadanos modernos, desarrollados, ilustrados etc.) está en ellos.

Y así declaramos que tenemos un problema con que la población no es lo suficientemente innovadora, así como años atrás no era lo suficientemente emprendedora y antes quién sabe que cosa no era.

Ahora, el problema es que -por el contrario- creo que buena parte de nuestros problemas se debe a la élite, en parte a la actitud que su aproximación al tema de innovación muestra: Porque el principal problema para innovar, si se quiere, es precisamente esa visión negativa, menospreciadora, que la élite tiene sobre el resto de la población. La élite depende, al menos en su auto-conciencia, de pensarse mejor -de pensarse moderna, desarrollada, ilustrada, a la altura de la actualidad, globalizada, whatever- que el resto de la población. Y como es claramente mejor, entonces claramente se justifica la mirada y las acciones autoritarias, diariamente humillantes que realiza, porque ¿qué otra cosa se merece una población media bárbara al fin y al cabo?

Como una muestra de que el problema para la innovación (o para lo que sea en realidad), uno puede pensar en una reciente entrevista publicada en La Tercera de alguien cuyo nombre prefiero no recordar. Un ex-miembro de la Comite de Innovación crítica las acciones porque, claramente, no están los expertos, y porque -y he aquí lo crucial- no se hace lo que hay que hacer: enviar 20 o 30 personas al extranjero para que se conviertan en expertos en innovación.

Repitamoslo: La solución para la falta de innovación de la sociedad chilena es enviar 20 o 30 personas para convertirse en expertos. ¿Necesito decir porqué eso es el absurdo total? ¿Qué pensar que un problema social porque hay algunos expertos en la élite es no comprender nada de nada? ¿Qué es una muestra que nuestro problema central es la increíble limitación de las élites para pensar fuera de ellas?

Conste que la estrategia de enviar gente fuera para que estudie sistemas extranjeros en sí no es mala. Los japoneses la usaron extensivamente en la era Meiji y mal no les fue. Pero nosotros la hemos intentado muchas veces -no sería la primera vez que se envian personas a convertirse en expertos al extranjero- y no nos funciona (*).

(*) La excepción serían los Chicago Boys. Pero en ese caso los muchachos se dedicaron efectivamente al cambio estructural. Que creo es también lo que se necesitaría para el caso de innovación. Del mismo modo que, con todo el rechazo cultural al mundo del mercado, cuando estructuralmente las acciones requeridas fueron de mercado, bien terminamos en ese mundo; algo me dice que eso debiera pasar en el mundo de la innovación. Pero por algo entre las naciones más innovadoras se encuentran las nórdicas, y entre las innumerables cosas que nos diferencian no estará de más recordar que son sociedades más igualitarias que la nuestra. No es tán solo un asunto de diferencias en el índice de Gini, es una diferencia en la equiparidad de trato -a quienes se trata como iguales- que creo crucial.

La sociología en la locomoción colectiva

Algunas ventajas tiene detestar los automóviles, y de no tener ninguno (ahora por motivos económicos, pero anteriormente por gusto de hecho). Al menos creo que las tiene para sociólogos.

Porque hay que reconocer que escuchar las conversaciones y las situaciones en la locomoción colectiva no deja de ser interesante. Desde el Transantiago, hasta discusiones sobre segmentación de grupos juveniles (recuerdo una larga escucha en Tobalaba a un par de adolescentes sobre las ‘cuicas andinas’), pasando por músicos callejeros que lanzan peroratas y nos cuentan de su sitio web (desafortunadamente, no anote el nombre); hay mucho que observar y escuchar.

Sería bastante útil que alguna vez me hiciera caso y efectivamente me agenciara una grabadora para los viajes en micro y metro. Y quizás habría que analizar porqué la micro funciona mucho mejor para la escucha cotidiana que el metro, que es un medio de transporte silente.

La invisibilidad de la metodología

Una de las preguntas de la última prueba del curso de consumo implicaba comparar dos estudios que, a primera vista, tenían resultados que se contradecían. Joel Stillerman (*) estimaba que los hogares de clase trabajadora por él estudiados tenían una relación muy de cuidado con el crédito -limitando su uso todo lo posible. Un estudio de van Bavel y Sell-Trujillo (**), por el contrario, argumentaba que para los sectores bajos resultaba perfectamente sensato, razonable endeudarse -y de esta forma demostrar, de manera concreta, con bienes, que ya no es pobre. La pregunta era, bueno, ¿se pueden hacer compatibles ambos argumentos? Al fin y al cabo, ambos son sobre estudios cuyo campo es de finales de la década de los ’90, publicados con un año de diferencia, y trabajando sobre los mismos temas.

Varios alumnos intentaron solucionar la posible contradicción notando que, en principio, los grupos eran diferentes: Que los trabajadores de Stillerman -obreros especializados en una industria, obteniendo sueldos superiores a la norma del mercado- no eran el mismo grupo, ni económica ni socialmente al estudiado de van Bavel y Sell-Trujillo, que serían un grupo más pobre. Lo cual resulta medianamente razonable.

Pero lo que casi nadie comentó, y es la raíz de este post, fue la diferencia en metodologías. Stillerman es un estudio que se basa fundamentalmente en entrevistas en profundidad (a las mujeres de los trabajadores en buena parte), mientras que van Bavel y Sell-Trujillo usan técnicas grupales. Ahora, uno bien pudiera explorar las consecuencias de usar técnicas diferentes: Que resulta más fácil decir y explorar un tema ‘negativo’ cuando se habla en grupo -cuando no es necesario decir ‘hey, estoy super endeudado’ sino uno puede decir cosas ‘la gente se endeuda porque’. La entrevista individual nos lleva a lógicas diferentes de presentación -donde la lógica de exponer tácticas preferidas pueden ser lo más desarrollado. (***)

Ahora, la explicación anterior puede ser, probablemente lo es, bastante mala. Pero el caso es que defender la idea que usando técnicas distintas se obtienen resultados distintos no es demasiado difícil. Y que nuestros datos dependen de la forma en que hemos preguntado, porque cada técnica ilumina una parte del fenómeno, debiera ser parte de nuestro sentido común.

Pero el problema de los datos es que, una vez publicados, se olvida de donde y cómo se obtuvieron. Y pasan a ser ‘realidad’. Y entonces, como lo decía el título, la metodología se vuelve invisible.

(*) Joel Stillerman, Gender, Class and Generational Contexts for Consumption in Contemporary Chile. Journal of Consumer Culture, Vol. 4, No. 1, 51-78 (2004)
(**) Rene van Bavel y Lucía Sell-Trujillo, Understandings of Consumerism in Chile. Journal of Consumer Culture, Vol. 3, No. 3, 343-362 (2003)
(***) Miller, de hecho, hace una observación similar cuando diferencia sus resultados -de etnografía- de los obtenidos por otros que usan focus groups: No se puede esperar obtener lo mismo cuando se usan técnicas diferentes, cada una ilustra elementos que son diferentes.

Defender la Casen Redux

Tomando en cuenta que El Mercurio decidió el fin de semana seguir con la cantinela sobre la Casen, me imagino que sigue siendo necesario establecer porqué es importante defender el dato. Algunas de las críticas no tienen mucho sentido, a decir verdad. Se reclama que no se use la nueva canasta y se siga usando la del ’87. Pero lo mismo se pudo haber dicho en ocasiones anteriores y nadie reclamo (obvio, porque en esa ocasiones pasó que la pobreza no bajó). También se reclama que como cambió tanto la elasticidad crecimiento-reducción pobreza, porque ahora unos puntos de crecimiento hacen bajar mucho más la pobreza. Ahora, nadie reclamó (en el sentido de ‘los datos no sirven’) cuando a su vez la elasticidad cambió anteriormente -cuando pasó que el país crecía y no había disminución de la pobreza. En realidad, el tema es peor. Buena parte de las críticas mencionadas en El Mercurio habían sido, anteriormente, contra-argumentadas por Engel (el 24 de Junio en La Tercera). Pero en El Mercurio se opera como si eso no hubiera pasado.

Ahora, el caso es que esto es relevante. Conversando con un amigo, Rodrigo Márquez, me comentaba que lo que le parecía más negativo era el hecho que entre la discusión política se había perdido el hecho que había críticas más serias que hacer -por ejemplo sobre la definición de pobreza. Pero creo que eso es errado.

El tema importante es el político. Porque cuesta construir cifras confiables y en las que se confía. La confianza es fácil de destruir, y una vez rota cuesta mucho reconstruirla. Ahora podemos pensar, era lo que pensaba inicialmente, que da lo mismo -un poco de discusión y al mes vamos a estar todos usando y citando las citas como siempre. El gobierno usa las cifras políticamente -lanzando la encuesta de a pedazos-, la oposición replicadel mismo modo, pero a la larga nada importa. Pero así se empieza, y después quedará la encuesta CASEN como los datos del gobierno (así los llamó Larraín) y luego, sin darnos cuenta perdimos algo que teníamos, y que no dejaba de ser valioso.

Defender la Casen

En los últimos días hemos tenido que soportar que:

a) El gobierno, por asuntos más bien políticos supongo, se apresure a dar los datos de pobreza sin tener la encuesta lista.
b) Que presente datos que están, por decir lo menos, raros: ¿Vitacura con 3,7% de indigentes? Uno puede suponer que el problema estuvo con la expansión (que en la Casen usualmente es bastante compleja, y es lo que hace que -usualmente- los datos se demoren en salir)

Por el otro lado, se ha tenido que soportar que:
a) Hernán Larraín diciendo que No vamos a discutir su encuesta ¿Desde cuando se ha tratado la CASEN como una encuesta de ‘gobierno’?
b) Y para que decir lo de Allamand.

En otras palabras, alguna vez tuvimos una encuesta más que decente -con una muestra gigante, con un terreno de alta calidad, que podía llegar a tener resultados representativos a nivel de comuna para prácticamente todo el país, que permitían tener datos recientes sobre buena parte de los temas que son de interés para política pública. Y ahora, para tener cheap shots, ya empezamos a hacer un desastre con ella.

Uno podría decir que -bueno, que otra cosa se puede esperar y que pasado el tiempo quedará todo esto en nada. Por otro lado, esfuerzos como la CASEN son delicados y es mejor cuidarlos: si empezamos a politizar su uso y los datos, entonces vamos a dejar de tener lo que es, como investigación para política pública, prácticamente invaluable.