La deslegitimización del votar. Una hipótesis

Años ha estaba leyendo un conjunto de cuentos sobre democracia (o derechos) para niños. El último de ellos era un cuento sobre la democracia y la votación. En él un conjunto de niños discutía sobre que juego iban a jugar juntos. Es importante enfatizar que ese enmarque obliga a una decisión colectiva -lo que los niños querían era jugar como grupo, y por lo tanto una salida individual (cada quien juega lo que quiera) no era válida. Dentro de la discusión, entonces alguien propone que se solucione mediante una votación. Pues bien, entonces se presentan alternativas y los niños votan.

Lo interesante es que el cuento no termina cuando los niños votan, eligen una decisión y se ponen a jugar. Ello resulta insuficiente: Puesto que quien promovía y quienes votaron por la opción derrotada no tenían solución a lo que querían, y dado que no habían hecho nada malo -y el cuento era claro en ello, que no tenían más culpa que su opinión no era mayoritaria, entonces un cuento infantil -que quiere un final feliz- no podía dejar la situación en ese momento. El cuento concluye cuando la opción minoritaria es reconocida e incorporada. La solución ideal es que la opción derrotada se juega en algunos días (menos que la mayoritaria).

¿Por qué esto es interesante? Porque muestra con claridad que la solución estándar de decisiones por votación es insatisfactoria como método, y esa insatisfacción es tan clara que un cuento que intenta enseñar a niños de las bondades de la votación no puede usarla. El modelo de decisión usual implica que hay quien pierde, y detrás de esa pérdida no hay ningún motivo superior (no es que su postura sea injusta o perversa, simplemente no es la mayoría).

De hecho, si uno busca las primeras defensas de la democracia observa cómo esa consecuencia es básicamente eliminada. Es la idea de unanimidad la que está detrás de las primeras justificaciones. Y ello es explicado y es coherente dada las nociones de la época.

No es por nada, por ejemplo, que el énfasis en que la democracia funciona en pequeñas sociedades (por ejemplo, en Rousseau): ahí la idea de unanimidad es más factible, o representa -al menos- una idealidad menos forzada. De hecho, en pequeños grupos y comisiones se puede observar la preferencia por la decisión unánime, que todos puedan sostener. La idea de Rousseau de voluntad general ha sido, en muchas ocasiones, vista como una noción totalitaria que impide el disenso. Eso es correcto mirado desde una lógica representativa; pero es precisamente esa lógica la que no usa Rousseau. La idea de voluntad general es distinta de la idea de voluntad de todos, agregación de las voluntades individuales, que entonces marcaría al disenso como negativo. La idea de Rousseau es que en todas las personas hay dos voluntades -una parte en que nos preocupamos de nuestra particular situación, y otra en que pensamos en términos generales y universales. Pues bien, la voluntad general representa la segunda mirada, y luego la idea de Rousseau es que estando puestos todos en este pensar en general, entonces arribaremos a la misma conclusión. Y luego, entonces habrá efectivamente unanimidad. La idea puede ser criticable por diversos motivos, pero nos muestra la importancia de justificar la unanimidad en las decisiones democráticas.

Tampoco es por nada el rechazo, común a buena parte de la teoría inicial, a la facción, al partido. Si no hay facciones, si no hay agrupación coherente de temas, entonces lo más probable es que una persona la mayor parte de las veces esté de acuerdo con la mayoría de la población. Si bien no lo estará siempre, si es probable que lo esté en buena parte de las decisiones, de modo que es fácil aceptar las derrotas particulares, porque en general es factible sostener que cuando el ‘pueblo gobierna’, se está en ese gobernar. Pero si hay facciones, entonces es posible que se esté sistemáticamente en minoría, y entonces claramente es más difícil sentirse representado por un gobierno que nunca toma las decisiones que uno acepta.

Al mismo tiempo, algo que Rosanvallón ha enfatizado recientemente (Le Bon Gouvernement, Seuil, 2015) también se explica por qué los discursos democráticos en sus inicios se concentran sólo en las leyes generales y en los principios básicos. Porque si las decisiones colectivas se limitan a las cosas más básicas y esenciales de la vida social, entonces es más esperable que se alcance la unanimidad. Estaremos, en general, todos de acuerdo en que el asesinato es malo, o que el fraude no se aceptable. En esas condiciones, el gobierno de la ley generada por decisiones democráticas parece más natural.

Las dificultades para mantener esas ideas en la práctica -la unanimidad no resultaba alcanzable, la facción era imposible de evitar, el limitar las decisiones colectivas a las más generales insostenible- llevó al uso del modelo estándar: Uno en que la mayoría impone su voluntad a la minoría, y donde -a cambio- se intentan salvaguardarse ante la posibilidad de una tiranía de la mayoría por diversos límites institucionales (derechos básicos, división de poderes etc.)

Sin embargo, todo ello no evita la insuficiencia basal de un modelo en que se establece por definición perdedores sin culpa alguna, que era lo que el cuento reclamaba al principio. Durante bastante tiempo esa insuficiencia no pareció tan grave, dada la comparación del régimen democrático con otros (mal que mal era superior a la tiranía o a la monarquía). Pero en la medida en que esas comparaciones pierden atingencia (porque ya prácticamente no quedan ejemplos ni reversiones), y en la medida que estamos ante sociedades cada vez más individualizadas (donde la noción misma de no poder satisfacer completamente lo que deseas se vuelve más inviable); entonces esa dificultad vuelve a aparecer en la palestra. ¿Qué hacemos cuando se requiere una decisión colectiva, cuando se desea una decisión colectiva, para que nadie se sienta perjudicado?

El cuento reseñado al inicio podía fácilmente alcanzar una solución feliz. Un grupo pequeño, donde en principio no había ni animosidad entre ellos, y donde existía la voluntad de dejar a todos bien, permitía entonces alcanzar una buen decisión. Ahora bien, esa decisión no era simplemente seguir la lógica real de las decisiones colectivas, y claramente la forma de la solución del cuento no es asequible fácilmente en sociedades con millones de ciudadanos. Entonces, ¿qué?

La Contradicción entre Deliberación y Votación

Hay dos principios básicos institucionales en las ‘democracias reales’: La primera es la deliberación -que la democracia consiste en el debate entre distintos puntos de vista, a partir de lo cual emerge la voluntad colectiva. El segundo es la votación-que la democracia consiste en que el gobierno de la mayoría. En las democracias reales el lugar en el cual se reúnen esos elementos es a través de la representación: se votan representantes que luego deliberan.

Ahora bien, si ello es así, entonces se puede concluir que en las democracias reales la deliberación y votación entran en contradicción. Los representantes sólo pueden deliberar si se separan de la votación. Esto porque las decisiones colectivas en esa imagen sólo pueden emerger después e independiente de la votación de representantes -que es el lugar que las democracias reales dejan a los ciudadanos. Y, si es una deliberación real -en el cual se debate de verdad y por lo tanto se genera una decisión a través de esa debate- entonces no queda más que a través de esa deliberación se produzca el espacio para que sea distinta al resultado de lo votado por los ciudadanos. Y si se enfatiza el resultado electoral de los votantes, entonces el debate y la deliberación de los representantes pierde sentido (las decisiones ya están establecidas antes del debate).

Ahora bien, si hay contradicción entre ambos principios, ¿cómo se resolvieron en la práctica en las democracias representativas con anterioridad? Estas democracias en diversas sociedades han podido mantenerse estables por tiempos considerables, por lo que de alguna forma estas tensiones efectivamente han podido resolverse. Hay varias posibles soluciones: Que lo que los representantes sean lo suficientemente equivalentes a sus representados de manera tal que su participación en la deliberación equivaldría a lo que los representados harían, que es lo que se supone en principio hacen los partidos. O que aquellos representantes que no cumplan adecuadamente con su labor entonces son reemplazados en el siguiente ciclo.

Más en general, se puede plantear que las tensiones entre deliberación y representación hacen que el debate político entre representantes opere más bien bajo la lógica de la negociación (i.e una en que yo entrego a cambio de lo que recibo y así se genera un acuerdo). En la negociación el tema que en la deliberación se pueden producir resultados distintos a lo querido por los ciudadanos se minimiza -existe distancia pero en principio ‘cuidé de tus intereses’. Pero eso elimina la posibilidad del diálogo, del proceso de convencimiento que es parte de la deliberación.

La votación y la deliberación, en todo caso, sólo operan en contradicción en el caso de representación. Porque en democracias directas el modelo de ‘primero se delibera y luego se procede a votar’ funciona sin problemas: Los distintos actores intentan convencer a los ciudadanos, quienes precisamente por ser ciudadanos no involucrados de forma permanente es probable que estén más dispuestos a convencerse de algo -tienen menos opiniones a firme sobre los temas públicos, y las opiniones que tienen las generan a partir de estos procesos. Si bien puede que muchos no tengan esa disposición, al menos las tendrán el número suficiente que hace sensato intentar hacer cambiar de opinión. Luego, en estos casos deliberación y votación efectivamente pueden reunirse.

Los mecanismos de representación, entonces, vuelven más probable que los principios de la democracia no sean compatibles entre sí. Habrá que recordar que los inventores de las modernas instituciones representativas no estaban muy interesados ni valoraban mucho la democracia. Intentaban crear una república, no una democracia -y siendo personas lúcidas y no presas de ilusiones- eso fue exactamente lo que crearon.