Nueve tesis sobre la sociedad chilena y una nota final

Ninguna muy brillante, pero las tengo hace un tiempo y dado que estoy pensando en hacer un proyecto FONDECYT basado en estas ideas, mejor que las empiece a escribir de una buena vez:

  1. Que a los Chilenos les disgusta, profundamente, el actual modelo económico.
  2. Que, producto de ese disgusto, los chilenos se refugian en sus familias (que, por cierto, entran en crisis porque nada puede resistir todo lo que los chilenos demandan de sus propias familias)
  3. Que producto de ese refugio, y para que las familias puedan tener mejor ‘calidad de vida’, entonces los chilenos trabajan y consumen como brutos.
    Que es lo que el modelo, básicamente, demanda de ellos; que muestra que el modelo no requiere apoyo desde el mundo cultural. En otras palabras, que el modelo no requiere de refuerzo ideológico.
  4. Que lo anterior se nota por el tipo de defensa que aparece, cuando aparece, en la opinión pública. Los viejos modelos socialistas, que fueron inculcados a punta de escuelas de cuadros, de enseñanza popular y otros -que operaban en el modo de la discusión, la conversación, el convencimiento. Para decirlo de otro modo, el modo en que operan los evangélicos, que es finalmente lo que requieren las conversiones al parecer. Pero nada de eso resulta necesario aquí.
  5. Que el disgusto es un disgusto moral. Cuando los chilenos miran la economía en términos morales, de justicia, no les queda otra conclusión más que plantear que el sistema refuerza hábitos perversos.
  6. Que el disgusto se basa en una incompatibilidad con las exigencias demandadas de la persona (de la cantidad de trabajo, de relaciones que se viven como poco humanas). Lo que el chileno desea es que lo dejen tranquilo (i.e por eso el sueño es siempre vivir en provincia, donde uno puede almorzar con tiempo). Sus deseos de independencia, finalmente, son deseos de tranquilidad, no de emprendimiento (En otras palabras, de verdad son deseos de independencia: de poder rechazar las demandas de otros).
  7. Que los Chilenos, en todo caso, recogen la lógica del sistema cuando hablan en términos cognitivos. Y así dirán que en tal mercado no funciona porque no hay suficiente competencia.
  8. Que el peso de lo cognitivo/moral varía entre ámbitos, pero hay uno que por excelencia sólo se discute en términos morales. El discurso sobre el mundo del trabajo es siempre en términos de justicia (de los salarios se habla en términos de justos/injustos, del empleo como derecho, de las condiciones laborales como dignidad).
  9. Que ningún chileno común y silvestre jamás se ha sentido tocado por la idea del desarrollo o por las oportunidades históricas de convertir a Chile en un país desarrollado.

Ultima acotación: Que posiblemente varias de esas tesis tengan mucha mayor aplicación que solamente Chile.

(Y ahora esperemos que efectivamente funcione lo del Fondecyt y podamos ver cuanto de lo anterior queda en pie después del contacto con los datos. Que con las ideas debiera pasar lo mismo que Clausewitz decía con respecto a los planes militares, que ninguno sobrevivía el contacto con el enemigo. Espero que no sea necesario plantear que el enemigo de las hipótesis son los datos)

Acerca de lo conservador de los chilenos

Este fin de semana -de largas inauguraciones presidenciales- Carlos Peña publicó un artículo en El Mercurio acerca de lo conservador de los Chilenos. Para ser precisos, acerca de lo poco conservador que somos. Una ‘acusación’ de la que Peña quiere salvarnos (porque, claramente, ser conservador es mala fama, como nos dice Peña al final del artículo).

Y Peña nos dice que los chilenos no son conservadores porque: ‘Si nos atenemos a los datos -la tosca y fea realidad- la verdad es que de conservadores los chilenos tenemos poco. Por el contrario, la evidencia disponible muestra que hace tiempo dejamos de orientar nuestra vida por el ayer y por la tradición (que es, detalles más o menos, como la literatura define una actitud conservadora).’ Porque la familia es más pequeña, el matrimonio es menos estable, la sexualidad no está atada al matrimonio y muchas cosas más. Y todo ello ‘-hay que subrayarlo- se ha normalizado. Ya no merece repulsa social’

Supongo que nadie que piense que Chile es conservador -una opinión que no sólo es compartida por ‘foráneos’ a los que hay que explicarles como funciona nuestro país- no sabrá que esas cosas pasan en Chile. Y por tanto uno podría concluir prontamente que no es por ello que se plantea que Chile es un país conservador.

Veamos la siguiente cita -que me dice que Peña vive en otro país: ‘Ser gay ya no es una conducta vergonzante y hace poco vimos, sin ningún escándalo, a una madre lesbiana reclamar el derecho a educar a sus hijos’ He de decir que debe ser una novedad para muchos homosexuales saber que no es una conducta vergonzante, y que los chilenos dejamos de ser homofóbicos. No habrá que confundir el hecho que no es de rigor decir que son una abominación con el que sean aceptados como personas normales. Y recuerdo bastante bien que, incluso en ámbitos supuestamente ‘progresistas’ el tema de la madre lesbiana resultó bien complejo.

O nos dice que el parentesco es casi electivo. En lo que creo es una mala lectura de lo que pasa en las familias ‘quebradas’ con multitudes de parientes. Porque, desde el punto de vista de los hijos, lo que pasa es una expansión de la familia, no una elección: Ahora usted tiene dos conjuntos de tíos no uno. Peña nos dice que ‘el parentesco se hace casi electivo y en una vida humana no es raro encontrarse con dos o tres vínculos’ por lo que me parece que está pensando como figura central del parentesco en la pareja. Las familias chilenas nunca se han organizado en torno a la pareja, ese nunca ha sido el eje central. El tema central era (y es) la relación madre-hijo. Y desde ese punto de vista, siguen siendo tan poco electivas, y valoradas precisamente porque no lo son, como siempre.

Las dos disquisiciones anteriores lo que nos muestran es, fundamentalmente, el hecho que los liberales en Chile en realidad no tienen mucha idea de como funciona la sociedad (en lo que creo están acompañados por casi todo el mundo, porque a pesar de tener muchos sociólogos, la sociedad chilena no es muy conocida).

En cualquier caso, el tema central es que -sencillamente- los atributos de conservador y liberal que usa la discusión de la elite publica no tienen ninguna aplicación a la sociedad chilena. Los chilenos no son conservadores, tampoco son liberales, y menos están en el medio. Sencillamente la distinción no tiene sentido. Y eso es lo que se olvida, y muestra que no se conoce muy bien como funciona nuestra sociedad.

Pensemos en los homosexuales, en los embarazos adolescentes, en las parejas separadas. Todo estudio en el que he participado me indica que los chilenos (digamos, el pueblo al menos) siempre usan el mismo esquema mental:

  1. He aquí que tenemos un problema
  2. He aquí que dedicarnos a la monserga moral es una pérdida de tiempo, porque no nos soluciona el problema concreto
  3. Bueno, ¿que hacemos para solucionarlo?

Los chilenos, es cierto, puede que no usen la ‘tradición’ en la forma en que enfrentan estas situaciones. Lo cierto es que tampoco hablan de ‘derechos’ o de ‘libertades’. Usan una aproximación concreta de algo que ven como un problema.

Ahora, y con esto volvemos a porque los chilenos se ven a sí mismos y son vistos como conservadores, el esquema que hace que todas estas cosas sean problemas, el mundo que se asume como ‘ideal’ corresponde a una visión tradicional. Es cierto que los padres pueden llegar a asumir que su hijo sea homosexual. El caso es que claramente preferirían que no lo fuera. Es posible que los parentescos son ‘casi electivos’, el caso es que no se desea que sea así.

El modelo que tienen los chilenos de la buena vida sigue siendo tradicional, a pesar de que vean que el modelo no es muy asequible. No por nada, y esto es para mí una muestra muy clara de la fuerza del conservadurismo, los valores conservadores y tradicionales no son los valores tradicionales y conservadores, son ‘los valores’.

En cualquier caso, no debiera extrañar que, en una sociedad tan segregada como la chilena, las elites hablen en un idioma que es, francamente, inentendible para el resto de la población.