De las expectativas. La revolución francesa y el ejemplo de EE.UU

En On Revolution Arendt insiste en varios momentos en cómo hemos olvidado (ahora quizás menos que en décadas recientes, sigue siendo común en todo caso) que para los contemporáneos la independencia de Estados Unidos fue una revolución; y que la revolución moderna nace ahí, que Francia no es la primera revolución. Es fácil para nosotros disminuir el impacto de lo sucedido en Estados Unidos (‘fue sólo una revuelta de independencia’, ‘había otras repúblicas’, ‘fue sólo un asunto político’) y -más allá de las correcciones de dichas reflexiones- vale la pena destacar lo que representó para sus contemporáneos.

Y ello no tan sólo por un asunto de realzar la novedad de los Estados Unidos, sino que la conexión entre ambas revoluciones permite comprender la actitud sobre la revolución en Francia.

Thomas Paine, publicista liberal que defendió tanto la revolución en Estados Unidos (Common Sense) y la revolución francesa (Rights of Man) servirá de ejemplo. Así al final de la primera parte de Rights of Man publicado en 1791 las menciona como parte del mismo proceso revolucionario.

From what we now see, nothing of reform in the political world ought to be held improbable. It is an age of Revolutions, in which every thing may be looked for. The intrigue of Courts, by which the system of war is kept up, may provoke a confederation of Nations to abolish it: and an European Congress, to patronize the progress of free Government, and promote the civilization of Nations with each other, is an event nearer in probability, than once were the revolutions and alliance of France and America

La comparación tiene, eso quiero insistir, sus efectos. La expectativa de Paine sobre una resolución relativamente sencilla de los temas constitucionales en Francia y en general de perspectivas exitosas para la revolución se basan en su experiencia en Estados Unidos. Allí una revolución había cumplido todos sus objetivos y había implantado de manera exitosa lo que para Paine constituía una total novedad (lo que constituía una revolución): un gobierno representativo, único basado en principios racionales y respetuoso de los derechos universales. A eso dedica el capítulo 3 de la segunda parte de Rights of Man, a poner la distinción basal entre los gobiernos hereditarios y representativos y a insistir en la novedad revolucionaria del gobierno representativo -lo que sucedía en Estados Unidos para Paine no tenía parangón alguno. Y, por lo tanto, ¿por qué no debiera funcionar en Francia?

La concepción universalista y ahistórica (ambas cosas no necesariamente van de la mano, pero en ese caso sí) de los revolucionarios facilitaba eso. Los derechos y los principios del gobierno son válidos siempre y en toda situación y el ejemplo de Estados Unidos mostraba que efectivamente eran posibles. Luego, ¿por qué no en todos los lugares?

En ese sentido, la experiencia de Estados Unidos -más allá de nuestra evaluación de su carácter- sí resulta crucial para comprender lo ocurrido en Francia. Al fin, sólo podía ser pensado como ejemplo (no necesariamente como modelo, pero sí como ejemplo que una revolución era posible y relativamente sencilla) sí es que se lo reconocía como una revolución.

Hobsbawm sobre los Sans Culottes. El populismo y la modernidad

Debemos la división básica de las opciones políticas entre ‘derecha’ e ‘izquierda’ a la revolución francesa. Con el tiempo las divisiones que se han articulado en torno a esos ejes (pro-mercado/pro-intervención; tradicionalismo/anti-tradicionalismo etc.) nos parecen casi evidentes, y de hecho ya existe una serie de estudios que mapean características sicológicas más bien universales a dicha distinción. Aquellas posiciones que no se articulan tan claramente en esa distinción parecen ‘extrañas’ y acaso contradictorias.

La siguiente cita de Hobsbawm en La Era de la Revolución (que se publica en 1962, cuando la izquierda tradicional marxista todavía era fuerte) resulta ilustrativa:

Through journalists like Marat and Hébert, through local spokesmen, they [los Sans Culottes] also formulated a policy, behind which lay a vaguely defined and contradictory social ideal, combining respecto for (small) private property with hostility to the rich, government-guaranteed work, wages and social security for the poor man, an extreme, egalitarian and libertarian democracy, localized and direct. In fact the Sansculottes were one branch of that universal and important political trend which sought to express the interests of the great mass of ‘little men’ who existed between the poles of the ‘bourgeois’ and the ‘proletarian’ […]

But Sansculottism provided no real alternative either. Its ideal, a golden age of villages and small craftsmen or a golden future of small farmers and artisans undisturbed by bankers and millionaires, was unrealizable. History moved dead against them. The most they could do -and this they achieved in 1793-4- was to erect roadblocks in its path, which have hampered French economic growth from that day almost to this (Hobsbawm, The Age of Revolution, Cap 3, I, p. 84-85, Abacus. Original de 1962)

Los sans culottes aparecen como defensores de la pequeña propiedad. Bajo esa perspectiva, ¿que tienen de ‘vagamente definido y contradictoria’ sus ideas? Son los ideales de artesanos y de pequeños comerciantes en múltiples partes, y de hecho en esa forma de vida los ideales de la revolución (igualdad, libertad, fraternidad) resultan efectivamente articulados -no se viven en contradicción como en el mundo de grandes corporaciones con masas de trabajadores que vino después. Para observarlos como contradictorios hay que salirse de esa forma de vida, pero en ella no parece ser más contradictorio que cualquiera otra forma política.

Hobsbawm se declara en contra porque ese ideal era ‘contra la historia’. Bajo una mirada en que la historia se mueve en una dirección entonces, claro, aquello que se dirigía hacia otra parece, a lo más, un escollo o algo sin importancia. Pero si no tenemos esa visión de una historia con trayectoria, y nosotros ahora ya no tenemos esa visión, entonces ¿basta con ello?

Al fin, el mismo Hobsbawm lo dice, la revolución hizo de Francia un país ‘seguro’ para todos esos pequeños burgueses. Y aunque el país nunca más estuvo entre los que luchaban por la hegemonía, el caso es que en términos de cómo se vive, no parece que los franceses hayan sufrido mucho por ello. Su estándar y calidad de vida no ha sido, al fin, tanto menor que el los países ‘ganadores’ en la competencia por el predominio (Hobsbawm hace la comparación entre clases trabajadores y dice que la vida de esas clases resultaba mejor en Francia que en Inglaterra).

El caso es que ese ideal es común y ha aparecido una y otra vez a lo largo de los siglos de la modernidad. Casi todos los populismos, desde el de EE.UU hasta los populistas rusos (e incluyendo también los variopintos movimientos populistas en nuestro continente), han tenido como base la idea que un mundo de artesanos, granjeros y pequeños comerciantes representa un buen mundo. Si se quiere, para hablar en términos marxistas, es el ideal del mundo del intercambio de mercancías, como distinto del mundo de la producción capitalista o del ‘comunismo’; uno que no parece haber sido un camino no tomado (o al menos, no totalmente).

Ahora bien, del hecho que no haya sido un camino común no se sigue que sea un camino contradictorio o no haya sido posible. En la actualidad, en la que vivimos un período en que las categorías heredadas del despliegue original de la modernidad entran en crisis, volver a recordar el hecho esas alternativas descartadas bien pudieron ser quizás resulte algo provechoso.

La ley contra el gobierno. Un mismo tema en contextos muy distintos (China durante los Qin, Revolución Francesa)

Leyendo la Historia de la China Imperial de Harvard University Press el volumen inicial (The Early Chinese Empires: Qin and Han, 2007) me encuentro con la siguiente discusión.

Se están presentando las técnicas administrativas de la dinastía Qin (la que unifica el imperio) y nos describe el Shang Jun shu (el libro de Lord Shang) como epítome de ellas (el libro fue elaborado después de la muerte del ministro Shang Yan, activo durante la mitad del siglo IV AC). Ahora bien: “Although the Book of Lord Shang is sometimes described as a program for a totalitarian bureaucracy, officialdom itself is an object of suspicion and critique” (p. 47). El tema que en toda estrategia que busca concentrar el poder en el gobernante la burocracia es motivo de sospecha es una que uno encuentra repetida en varios textos que discuten sobre regímenes totalitarios. No es eso lo que me interesa discutir aquí, sino más bien la técnica exacta que propone el Shang Jun shu.

However, if judgments are to be made in the households [usando la ley establecida por el emperador], then the ruler himself plays no active role in the administration of the state. Apart from the insistence that the ruler must make sure that the state is devoted to agriculture and war and must ward off assorted parasites, there is in fact no discussion of the techniques or character of the ruler. This is striking contrast to the Master Han Fei and works of political philosophy in most cultures. The only active role assigned to the ruler is as the source of law (p. 48)

La ley es la forma en que la voluntad del soberano aparece y ella, en lo ideal, no requiere de actos de gobierno. Es por ello entonces que el rey no necesita actuar ni tomar decisiones de gobierno. El dominio de la ley elimina la necesidad del gobierno (de la burocracia).

Esa idea me hizo recordar otra discusión, en un contexto muy distinto, sobre el mismo tema: sobre el dominio exclusivo de la ley, que elimina la acción (arbitraria) del gobierno. En este caso en las discusiones en la Francia revolucionaria al momento de crear la Constitución, que se basan en una concepción republicana y ‘liberal’ desarrollada por el iluminismo del siglo XVIII: “L’idée de loi a éclipsé dans ces conditions celle de bon gouvernement pour penser au XVIIIe siècle un ordre politique juste et efficace. Il suffit de peu des lois, pourvu qu’elles soient bonnes, pour régir la société’ (Rosanvallon, Le Bon Gouvernement, 2015, I, Cap 1, p 39). La acción de gobierno, del ejecutivo, siempre particular disminuye la primacía de la ley, que emergiendo de la voluntad colectiva, debe establecer las normas generales. En el ideal la buena ley general elimina la necesidad de gobierno. Rosanvallon procede a citar a Condorcet (De la nature des pouvoirs politiques dans une nation libre, que es de 1792)

Condorcet rêvait même de la mise en place d’un roi-machine, exploitant en politique les possibilités offertes par la nouvelle science des automates. «Il faut au peuple qui veut être libre et paisible, écrivait-il, des lois, des institutions qui réduisent à la moindre quantité possible l’action du gouvernement» . Il allait même jusqu’à parler d’une nécessaire «nullité du gouvernement» résultant «d’un système de lois profondément combiné » (Le Bon Gouvernement, I, Cap 1, p. 47)

Las razones son bien distintas, casi contrarias: En un caso garantizar el más completo dominio por parte del gobernante; en el segundo evitar cualquier posibilidad de poder arbitrario por parte del gobernante. Pero la técnica pensada es la misma: Que sólo exista la ley y con ella se limite el poder de la maquinaria del gobierno.

Hay algo más profundo que las une: En ambos casos lo que se quiere es la menor intermediación entre el soberano y el resultado. Es por ello que se quiere eliminar la máquina de gobierno, que actúa como intermediador, y que se realce la ley, que expresa al soberano. Las diferencias provienen de como se piensa al actor soberano: En el caso de Shang Yan es el rey el soberano y la disminución del gobierno es un aumento del poder real soberano. En el caso de Condorcet y los revolucionarios franceses es la nación la soberana y la disminución del gobierno es un aumento del poder del pueblo soberano.

La idea de soberanía, llevada a su extremo, intenta eliminar al gobierno. La existencia del aparato administrativo y burocrático nos muestra, entonces, la incapacidad que la idea de soberanía pueda llevarse a la práctica; y la mantención de esos aparatos, odiados e intentados superar casi siempre declara la imposibilidad de realización de una voluntad soberana que simplemente se manifiesta. La fricción de la realidad, el hecho que no importa cómo, no existe un soberano pleno, se expresa a través de la existencia de la administración. A milenios de distancia, en los extremos de Eurasia, se repite el intento, y el fracaso finalmente, de una sociedad transparente a los deseos de una voluntad.

NOTA.

La referencia a los libros citados es:

Mark Edward Lewis (2007) The Early Chinese Empires. Qin and Han. The Belkap Press of Harvard University Press.

Pierre Rosanvallon (2015) Le bon gouvernement. Éditions du Seuil. Points 809.