La crisis de la idea de representación

A veces es necesario recordar que la democracia y la idea de representación no estuvieron asociados en su nacimiento. No me refiero solamente a la idea de democracia directa en la antigüedad. Ya durante los siglos XVII-XVIII cuando la idea de democracia reaparece, no necesariamente se lo asocia a representación. Es sabido que Rousseau se opone claramente a la idea de representar la voluntad general (la elección puede a lo más mostrar la voluntad de todos, pero el esquema teórico de Rousseau en El Contrato Social consiste en diferenciar ambas nociones). Se puede hacer notar también que Spinoza, que declara a la democracia la forma de gobierno más cercana a la idea misma de un Estado, tampoco piensa en términos de representación.

Thomas Paine, publicista del siglo XVIII, defensor de las dos revoluciones que inician la modernidad en el modelo tradicional (EE.UU. y Francia), plantea que la gran revolución política de sus tiempos, el cambio fundamental es el gobierno representativo. No es la idea de democracia como tal, sino la representación (y la idea de la novedad del gobierno representativo aparece también en varios textos de nuestros tiempos de la independencia), lo que es visto como lo fundamental. Son los mismos años en que la idea misma de la representación política moderna (la Carta a los electores de Bristol de Burke, el mismo Burke contra quien escribirá Paine su defensa de la revolución en Francia), la idea que el representante desarrolla su propia opinión, y no es meramente un mandatado por sus representados (que es como funcionan varios cuerpos colegiados previamente), aparece y se desarrolla.

Veamos entonces como entiende Paine la mecánica de la representación. Porque la representación, la elección de representantes, funciona y da cuenta de la voluntad popular. Porque al principio ello no era evidente (no era algo obvio como lo fue durante un buen tiempo) y había que explicarlo. Y el tema central e inmediato es ¿qué pasa con la voluntad de los que ‘pierden’ la elección? Porque la representación funciona mediante una elección, y por definición el representante no da cuenta de las opiniones de quienes fueron derrotados.

Frente a ello Paine observa lo siguiente:

He may happen to be in a majority upon some questions, and in a minority upon others; and by the same rule that he expects obedience in the one case, he must yield it in the other (Paine, Dissertation on First Principles of Government, p. 404)

A eso podemos agregar que en general si bien nadie está con la mayoría en todas las ocasiones, es muy probable que en buena parte de las ocasiones sí esté en la mayoría (la posición de quien sistemáticamente se encuentra en la minoría será a su vez muy poco común). Lo cual quiere decir que ese juego de ‘permitid que mi voz mayoritaria mande y acepto entonces que cuando sea minoritaria no lo haga’ tiene sentido para casi todos, puesto que casi todos se encuentran buena parte de las veces en la posición mayoritaria.

El modelo funciona relativamente bien como argumento bajo condiciones en que no existe un grupo importante que sistemáticamente pierde. Puesto que de ser así entonces la idea que la representación da cuenta de la voluntad (o las preferencias) de la sociedad se pierde. En condiciones de representación esa condición es, además, doble: Que en la elección no suceda que una parte importante de la población sienta que siempre pierde; que una vez elegidos los representados no suceda que ellos voten usualmente distinto de las opiniones de sus representados. Bajo ambas situaciones entonces sucede que se rompe la idea inicial (el contrato que Paine expone y que sonaba tan razonable). Si siempre pierdo, o si mis representantes no responden a sus electores, ¿en que queda ello?

El desarrollo del sistema de partidos, hijo de la lógica representativa, fue algo no previsto por los impulsores del sistema (sabido es que, por ejemplo, los líderes de la independencia de EE.UU. desconfiaban del espíritu de facción). Y uno puede observar que los partidos pueden magnificar los peligros anteriores. Lo que hacen los partidos cuando funcionan como se supone deben hacerlo es articulando diversas ideas e intereses.

Ahora bien, como esa articulación siempre deja partidos en competencia (siempre son varios partidos en democracias reales) entonces cabe la posibilidad de un partido que pierda sistemáticamente. Puede decirse que eso no ha sido un problema tan grave, de alguna u otra forma -ya sea a través de alternancia efectiva o a través de algún nivel de poder de partidos minoritarios- eso se ha evitado. Ahora bien, sigue siendo una posibilidad inherente en el hecho de organizar y articular.

La otra posibilidad que genera es la distancia entre representantes y representados, que está inscrita en el sistema. Ahora bien, es cierto que (del mismo modo que como con la sociedad en general) nadie puede pretender que un partido sea una copia exacta de sus opiniones y preferencias. Por el mero hecho de amalgamar ha de existir cierta distancia. Ahora bien, mientras ocurra que el partido más o menos en buena parte de sus posiciones esté de acuerdo con uno todavía puede funcionar esa lógica. Esta distancia se acrecienta por el mero hecho que los representantes en su lógica moderna son agentes con voluntad propia (y esa es toda la idea: que dado que uno no tiene más que ideas muy generales, porque no se dedica a esos temas; entonces el representante que sí se dedica a ello es el encargado de traducir las orientaciones generales en votación particular) aparece un segundo momento de posible diferencia, puesto que el representante bien puede votar de manera diferente a como lo pensaba el representado.

Mientras esas dinámicas estuvieran bajo ciertos límites, entonces los procesos políticos bajo representación de partidos están dentro de lo que permite que el juego de Paine funcione: Que tenga sentido ese demandar que como soy mayoría gobierne, dado que acepto que cuando no lo soy, son otros. Todo ello permite que casi toda la población sienta que, finalmente, ‘gobierna’ la mayor (o buena) parte del tiempo.

Ahora bien, esas son condiciones que se dan empíricamente. Se puede argumentar que esas condiciones están en crisis y que, por ende, la lógica del contrato de Paine pierde su validez.

Un dato básico, creo, es el hecho que estamos ante sociedades más individualizadas y además con individuos con mayores confianzas en sus propias capacidades. Esto implica que tanto la tolerancia al hecho mismo de la diferencia de opinión (que siempre tiene que tener frente a un partido que organiza diversas opiniones) es menor, y la sensación que delegar el juicio tiene sentido también es menor. Ambas cosas hacen que se genere una sensación de distancia más fuerte, y esa distancia es vista de manera más negativa. Luego, no me representan.

Del mismo modo, como la molestia por la divergencia entre mi opinión y la del partido aumenta, entonces la sensación que se gobierna cuando el partido por el que se ha votado gobierna (que es lo que permite entonces justificar obedecer cuando se esté en minoría) disminuye. Las personas entonces empiezan a suponer que nunca gobiernan. Más aún, disminuye la sensación que la mayoría se ve representada (‘votamos por ellos, pero de todas formas no hacen lo que nosotros queremos’). La articulación y unión de intereses que debe hacerse en toda representación colectiva es en sí misma vista con desconfianza, y como muestra que no se me representa.

Si se quiere: Hay un problema estructural con la idea en sí de representación en las sociedades contemporáneas. Las lógicas que lo fundamentaban, las instituciones que la representación hizo aparecer, empiezan a perder sentido y legitimidad entre quienes viven en sociedades que son diferentes a las que la vieron nacer.

Del mismo modo que en la época de Paine la mera idea de un gobierno por herencia empezó a perder sentido (y que un gobierno de ese tipo fuera compatible con la libertad, algo que para Montesquieu aparecía como claro, para él la Inglaterra del siglo XVIII era ya una sociedad libre, resultaba poco plausible); la representación empieza a perder su sentido entre nosotros.

Si algo pueda reemplazarla, y qué lo hiciera de ocurrir ello, sería asunto de otra reflexión; y ahora no tengo -a decir verdad- ideas muy claras al respecto. El que la crisis de representación es un tema estructural, y no solamente al nivel del desempeño de roles y funciones, es algo que me resulta cada día más plausible.

De las expectativas. La revolución francesa y el ejemplo de EE.UU

En On Revolution Arendt insiste en varios momentos en cómo hemos olvidado (ahora quizás menos que en décadas recientes, sigue siendo común en todo caso) que para los contemporáneos la independencia de Estados Unidos fue una revolución; y que la revolución moderna nace ahí, que Francia no es la primera revolución. Es fácil para nosotros disminuir el impacto de lo sucedido en Estados Unidos (‘fue sólo una revuelta de independencia’, ‘había otras repúblicas’, ‘fue sólo un asunto político’) y -más allá de las correcciones de dichas reflexiones- vale la pena destacar lo que representó para sus contemporáneos.

Y ello no tan sólo por un asunto de realzar la novedad de los Estados Unidos, sino que la conexión entre ambas revoluciones permite comprender la actitud sobre la revolución en Francia.

Thomas Paine, publicista liberal que defendió tanto la revolución en Estados Unidos (Common Sense) y la revolución francesa (Rights of Man) servirá de ejemplo. Así al final de la primera parte de Rights of Man publicado en 1791 las menciona como parte del mismo proceso revolucionario.

From what we now see, nothing of reform in the political world ought to be held improbable. It is an age of Revolutions, in which every thing may be looked for. The intrigue of Courts, by which the system of war is kept up, may provoke a confederation of Nations to abolish it: and an European Congress, to patronize the progress of free Government, and promote the civilization of Nations with each other, is an event nearer in probability, than once were the revolutions and alliance of France and America

La comparación tiene, eso quiero insistir, sus efectos. La expectativa de Paine sobre una resolución relativamente sencilla de los temas constitucionales en Francia y en general de perspectivas exitosas para la revolución se basan en su experiencia en Estados Unidos. Allí una revolución había cumplido todos sus objetivos y había implantado de manera exitosa lo que para Paine constituía una total novedad (lo que constituía una revolución): un gobierno representativo, único basado en principios racionales y respetuoso de los derechos universales. A eso dedica el capítulo 3 de la segunda parte de Rights of Man, a poner la distinción basal entre los gobiernos hereditarios y representativos y a insistir en la novedad revolucionaria del gobierno representativo -lo que sucedía en Estados Unidos para Paine no tenía parangón alguno. Y, por lo tanto, ¿por qué no debiera funcionar en Francia?

La concepción universalista y ahistórica (ambas cosas no necesariamente van de la mano, pero en ese caso sí) de los revolucionarios facilitaba eso. Los derechos y los principios del gobierno son válidos siempre y en toda situación y el ejemplo de Estados Unidos mostraba que efectivamente eran posibles. Luego, ¿por qué no en todos los lugares?

En ese sentido, la experiencia de Estados Unidos -más allá de nuestra evaluación de su carácter- sí resulta crucial para comprender lo ocurrido en Francia. Al fin, sólo podía ser pensado como ejemplo (no necesariamente como modelo, pero sí como ejemplo que una revolución era posible y relativamente sencilla) sí es que se lo reconocía como una revolución.