La Democracia y los Partidos

Estamos acostumbrados a pensar que los partidos políticos son algo indispensable para una democracia. Ya sea que se evalúe que actúan bien o mal, la reflexión es que se requieren organizaciones que medien entre la población y el Estado.

Un tema interesante a este respecto es que en los orígenes de las instituciones republicanas existe un rechazo a la idea de la facción, como algo que atenta contra el buen funcionamiento de esos órdenes. De hecho, en las discusiones conceptuales originarias -la defensa de la democracia en Spinoza en el Tratado Teológico-Político o en las discusiones de Condorcet sobre votación- se da una conspicua ausencia de discusiones sobre la necesidad y los efectos de estos mediadores. La idea de soberanía popular originalmente es pensada sin mediadores. Lo cual tiene sentido porque si la idea es que en una democracia cada ciudadano gobierna funciona mejor en la medida en que no hay partidos.

Si pensamos en términos de las diferencias de opinión, si éstas no están organizadas -y los partidos son una herramienta que aumenta la probabilidad y se basa en que éstas lo estén- entonces para cada ciudadano es probable que en buena parte, si no la mayoría, de los asuntos su opinión sea coincidente con la voluntad mayoritaria. Si bien en varias casos la opinión general no corresponderá con la personal, la identidad de ambas tenderá a ocurrir en las ocasiones suficientes para que la persona se sienta ‘gobernante’. Pero si las diferencias están organizadas y correlacionadas, lo que con la existencia de partidos se transforma en casi una certeza, entonces es posible sistemáticamente estar derrotado y por lo tanto en ese caso difícilmente se dará la sensación de estar gobernando.

Si consideramos ahora estos temas desde el punto de vista de la deliberación encontramos algo similar. La oportunidad de ser parte de un proceso deliberativo y que la opinión propia se modifique en dicho proceso disminuye en la medida que las opiniones cristalizan. Y los partidos son, precisamente, herramientas de cristalizar opiniones. Luego, las oportunidades de sentirse parte del proceso deliberativo asociado al gobierno también disminuye.

Bien se puede plantear que los procesos asociados a los partidos, correlación y cristalización de opiniones, son procesos ineludibles: Procesos que siempre sucederán, más allá de la existencia de partidos. Conste que no hemos considerado dentro de estos procesos lo relativo a la existencia de liderazgos, porque la constitución de liderazgos no es un proceso que tenga que ver con partidos en primer lugar. En todo caso, si lo anterior es cierto, entonces se puede plantear que las críticas en torno a los partidos son hechos desde una idealidad democrática, y que nada de ello tiene que ver con sus prácticas. Aceptemos el argumento. Incluso en esa situación, esto implicaría que los partidos pueden ser parte inherente del funcionamiento de un sistema democrático, pero no por ello son un elemento que fortalece el desarrollo de la democracia, que sean parte de su buen funcionamiento.