Anotaciones a Economía y Sociedad VII: Racionalidad, cálculo y el socialismo en Weber

No deja de ser notorio al leer el Capítulo II de Economía y Sociedad las repetidas referencias que realiza Weber al tema del socialismo. No sólo ello sino que en diversas ocasiones las distinciones conceptuales (y recordemos que el capítulo es un vasto catálogo de distinciones) se construyen, en parte, para poder dar cuenta de la distinción entre socialismo y capitalismo (ver por ejemplo el § 14 donde es con base en esa distinción que se realiza la discusión sobre la cobertura de necesidades). Pero quizás lo más crucial, que es bastante conocido, es que buena parte de los éxitos predictivos de Weber dicen relación con sus declaraciones sobre el socialismo. Lo cual habrá que decirlo no deja de ser relevante. Weber escribe las páginas de la primera parte de Economía y Sociedad al final de su vida, en 1920, o sea a pocos años de la Revolución Rusa (y, a decir verdad, cuando no era claro que el nuevo régimen pudiera sostenerse), y a pocos años de las oleadas revolucionarias de la Europa central y oriental. Lo cual explica lo atingente del tema en sus páginas, pero al mismo tiempo nos muestra que las tendencias que Weber estaba declarando no eran para nada obvias en ese momento.

Habiendo dado varias razones para fundamentar el interés en lo que Weber dice al respecto, no quedará más que -entonces- dedicarse a mostrar que es lo que dice.

1. La imposibilidad del cálculo racional sin precios.

Uno de los primeros temas que Weber menciona en relación con su análisis de la economía es la importancia del cálculo para la acción racional. En ese sentido, distingue el cálculo natural (lo que se puede hacer sin tener un equivalente universal de valor como el dinero), y el cálculo racional formal que se puede realizar cuando hay dinero. Sólo en este último caso se cuenta con la posibilidad de tener un cálculo racional puro (la necesidad del dinero para la acción racional con arreglo a fines lo discutimos en una entrada anterior). El bien conocido argumento de von Mises al respecto ya está en ciernes en Weber, y ambos son contemporáneos: Si el socialismo, como era entendido a principios del siglo XX, era un sistema económico que no usaba dinero, entonces la planificación racional -que era una de las promesas del socialismo- sería imposible:

No se arregla nada con la creencia de que, una vez se enfrente uno de un modo decidido con el problema de la economía sin dinero, “ya se encontrará” o se inventará el sistema de cálculo apropiado: el problema es fundamental de toda “socialización plena”, y no puede hablarse, en todo caso, de una “economía planificada” racional en tanto que no sea conocido en este punto decisivo un medio para la fijación racional de un “plan” (Economía y Sociedad, Primera Parte, Cap II, § 12)

Más aún, para poder aprovechar el potencial de racionalidad formal del dinero requiere además las condiciones de la economía capitalista (Cap II, § 13): la lucha de mercado de economías autónomas; la posibilidad del cálculo de capital y luego sobre la libertad de mercado lo más amplio; que sea el deseo con mayor poder adquisitivo el regulador material. El dinero permite el cálculo racional, pero sólo lo puede hacer plenamente bajo ciertas condiciones -que son las que el socialismo eliminaba.

En algún sentido, la práctica de los socialismos reales en las siguientes décadas mostró que sin dinero y sin precios efectivamente no se podía administrar una economía compleja: Todos ellos debieron ocupar dinero para sus operaciones (no entraré aquí como esto afecta a la versión von Mises del argumento, dado que aquí queremos comentar a Weber). Aunque el rol de los precios en las economías del socialismo real claramente no era el del capitalismo moderno, si al menos permitía los elementos mínimos para lograr una administración racional. Pero como el mismo argumento de Weber lo establecía, incluso si resultaba necesaria su re-inclusión para una planificación racional, no podía cumplir plenamente su papel. Se podría decir que la experiencia del socialismo real (las décadas de funcionamiento del sistema) mostraban al mismo tiempo (a) la necesidad del uso del dinero para planificar y (b) la imposibilidad de lograr el máximo de racionalidad fuera del contexto capitalista.

2. La necesidad de la burocracia.

Un segundo tema que Weber discute con relación al socialismo es en el de la burocracia; en la cual se repita la dinámica de presentar una afirmación que iba en contra de lo que se esperaba del socialismo que a su vez se cumplió posteriormente. La utopía socialista, en particular a principios del siglo XX, era una que pensaba en la disolución del Estado, o que -para usar una frase de Engels- se podría pasar de la administración de los hombres al de las cosas. El peso de la organización sería menor para permitir el desarrollo libre de las capacidades. La sociedad actuando y decidiendo sobre ella no era vista como una organización burocrática que actuara sobre otros.

A este respecto, lo primero que hay que recordar  es que Weber establece que la dominación burocrático-legal (o sea, tener organizaciones) es lo que permite la racionalidad en el capitalismo -véanse sus reflexiones sobre lo necesario del trabajo libre, y dispuesto libremente, para la actividad capitalista; y sobre la separación de propiedad y gestión-. Así concluye que:

De igual manera que el capitalismo en el estadio actual de su desarrollo exige la burocracia -aunque uno y otra provengan históricamente de distintas raíces- asimismo constituye el fundamento económico más racional sobre el que puede subsistir aquella en su forma también más racional porque desde el punto de vista fiscal aporta los necesarios medios en dinero (Economía y Sociedad, Primera Parte, Cap III, § 5)

La burocracia no es un elemento anti-capitalista (no estamos ante quien cree en la oposición de relaciones organizacionales y relaciones de mercado). Pero siendo algo plenamente establecido como capitalista, al mismo tiempo nos dice (y esto en el siguiente párrafo al que acabamos de citar) que:

En esto [está hablando de los requisitos técnicos de la burocracia] ninguna alteración podría introducir un orden socialista. El problema radicaría en si éste sería capaz de crear condiciones parecidas a una administración racional, que precisamente en este caso significaría una administración burocrática rígida, sometida a reglas aún más rigurosamente formales que las existentes en el orden capitalista (Economía y Sociedad, Primera Parte, Cap III, § 5)

Weber no sólo enfatiza la necesidad -recordemos no obvia en ese momento- de la burocracia para el socialismo; sino además insistirá en la necesidad de una administración autoritaria en el socialismo (Cap II, § 41). Porque hacerlo de otra forma haría que los intereses contrapuestos de las personas salieran a la luz, y esto produciría ‘violentas luchas de poder’. No es sólo una regulación burocrática, sino además una ajena a cualquier forma democrática, lo que Weber piensa en afinidad electiva con el socialismo.

Nuevamente, bien se puede insistir en el hecho que la experiencia de los socialismos reales puede tomarse como un éxito predictivo de Weber.

3. Racionalidad material y racionalidad formal.

En toda la discusión anterior nos hemos basado en una ambigüedad del concepto de racionalidad. En nuestra defensa bien podemos defender que es una ambigüedad existente en el propio Weber. Examinarla nos permitirá observar de mejor forma los fundamentos y límites del argumento weberiano.

Básicamente, hasta ahora hemos usado como equivalente lo racional con la racionalidad formal, la que se define solamente en términos del grado de cálculo. Pero Weber además distingue la racionalidad material, cuando el abastecimiento está orientado por ciertos postulados de valor (Cap II, § 9). Como ya dijimos, en cierto sentido es una trasposición de la división entre acción racional de acuerdo a fines y valores. Luego, plantear que algo no es plenamente racional formalmente no quiere decir que no sea racional, dado que hay otra forma de racionalidad. Sin embargo, el mismo Weber tiende a hacer equivalentes la idea de racionalidad con la idea de racionalidad formal, y luego lo que hace inviable la racionalidad formal como cercano a lo irracional.

Ahora bien, lo central de la diferencia entre ambas formas de racionalidad dice relación con la posibilidad del cálculo. Es la racionalidad formal la que requiere dinero, porque la racionalidad material bien puede usar un cálculo natural (ver Cap II, § 9). Éste último no operar de una forma sencilla como reducción a un simple estándar de valor formal, dado que eso es precisamente lo que le suelte faltar: Tiene que combinar diversas producciones heterógeneas  sin un marco único. Pero ello vuelve al cálculo natural algo difícil de realizar, más no imposible (toda gestión de hacienda se basa finalmente en cálculos naturales, y gestión de hacienda es algo que las familias siempre hacen con relación a su abastecimiento); y no por ello irracional.

No es sólo que ambas formas de racionalidad sean efectivamente formas de racionalidad distintas; sino además Weber enfatiza que están usualmente en conflicto. Lo que es racional formalmente suele no serlo materialmente; lo que es racional materialmente suele no serlo formalmente. Y ello constituye una irracionalidad irrebasable:

Las racionalidades material y formal (en el sentido de un cálculo exacto) se separan cabalmente entre sí en forma tan amplia como inevitable. Esta irracionalidad fundamental e insoluble de la economía es la fuente de toda “problemática social” y especialmente de todo socialismo (Economía y Sociedad, Primera Parte, Cap II, § 14)

Aunque Weber suele enfatizar, dada la equiparación común entre racionalidad formal y la racionalidad, el hecho de la irracionalidad de la racionalidad material, tampoco olvida lo contrario. En la siguiente crítica es desde un punto de vista de racionalidad material que se realiza una crítica al mundo racionalizado formalmente:

En conjunto todo el esfuerzo de una generación no ha consistido en otra cosa que en una crítica de los resultados que para la provisión natural de bienes ha tenido una orientación de la economía por la idea exclusiva de rentabilidad (Economía y Sociedad, Primera Parte, Cap II, § 12, 2)

Con lo cual entonces podemos volver al punto de inicio: ¿Cuán irracional tiene que ser el socialismo, en particular, cuan irracional tendría que ser la administración sin dinero? El carácter de irracional asignado al socialismo es válido para la racionalidad formal, más no necesariamente para la racionalidad material. Más aún,  sabemos que existen administración de hacienda bajo cálculo natural, o sea sin dinero; y que ella bien puede ser racionalizada. No permite llegar al cálculo formal, pero sabemos que esa forma de administración existe.

La asignación de irracionalidad requiere, entonces, algo más que la simple ausencia de cálculo forma de acuerdo a los planteamientos del mismo Weber. Para resolver este tema, podemos observar un argumento de Schumpeter (a quién supongo nadie acusaría de socialista) sobre la posibilidad de la planificación socialista.

NOTA: Al hablar de las diferencias del cálculo natural y el monetario, Weber hace mención que las estadísticas disponibles en su época suelen ser estadísticas naturales (por ejemplo, de producción). Lo que no existe es la operación que transforma toda la economía en algo monetario, que Weber dice sólo puede tomarse en serio para intereses fiscales (está pensando específicamente en la transformación del patrimonio en dinero, ver Cap II, § 12, 2). Las cuentas nacionales en la época de Weber sólo estaban en su infancia, y sólo en décadas posteriores se creó el PIB -o sea, el transformar toda la producción en una sola cifra determinada por el dinero. Y si bien no fueron estrictamente intereses fiscales lo que la crearon, fueron intereses estatales; y con ello la posibilidad de pensar en una gestión global de toda la economía bajo el canon de la racionalidad formal. El que los gobiernos, por ejemplo, se pongan como objetivo, y monitoreen, el crecimiento de la economía es, en ese sentido, una ampliación de la racionalidad formal que Weber no conoció.

Y, por cierto, las críticas al PIB como forma de medición de la economía siguen con exactitud la diferencia entre racionalidad formal y material. En algunos sentidos, todavía no hemos superado para nada a Weber.

4. El argumento de Schumpeter.

El argumento de von Mises, que como hemos dicho ya estaba en Weber, sobre la imposibilidad de la planificación racional en el socialismo, ha tenido una importante difusión al interior de quienes han seguido a la escuela austríaca. Pero no tuvo, uno podría decir, tanto impacto en la economía neoclásica; y también fue rechazado por integrantes de la escuela austríaca. En el caso de la economía neoclásica es clara la razón: Para esta última la racionalidad maximizadora es una condición universal del comportamiento humano, y luego ponerle una condición social (requiere dinero) no era conducente. Los argumentos anti-socialistas al interior de esa vertiente tienen otras figuras (enfatizando no que no se puede ser racional, sino que no es eficiente como arreglo). Más interesante es el argumento al interior de los austríacos.

Schumpeter escribiendo en 1942 Capitalismo, Socialismo y Democracia, declaraba no entender la idea (y recordemos que él escribe tras décadas de socialismo real, o sea sabiendo que era posible que se mantuviera, no era una entelequia). Para él si resultaba posible la planificación bajo el socialismo. El argumento de Schumpeter no es propio (sigue a Enrico Barone en esto), pero siendo conocido, parte del mismo medio en que aparece el argumento anti-racionalista del socialismo y partiendo de la base en que encuentra el carácter racional del socialismo evidente (así lo dice en Parte III, Cap XVI, 1) resulta de interés.

El argumento es alambicado (está en el Cap XVI) pero: (a) En una sociedad socialista sería necesario un mecanismo político para asignar un criterio de distribución (no sería posible el automático de una sociedad mercantil), pero aunque fuera arbitrario permitiría el cálculo de los agentes económicos, (b) la distribución a las personas de un resguardo de derecho al consumo de bienes, y ello permitiría formar precios (al menos, permite formar demanda y a que precios las personas estarían dispuestas a adquirir productos), (c) el problema de cuanto generar de cada producto, lo que estaba asumido en lo anterior, se puede resolver a través de generar condiciones, y ello permite que para cada industria se le genere el mismo tipo de decisión que resuelve en una sociedad capitalista (y si la última es racional, a fortiori la primera también lo es), (d) ello requiere establecer un precio por la junta central de planificación, pero ello es el mismo que ocurre en una sociedad capitalista: aquel que permite vaciar el mercado. En última instancia, una economía socialista planificada puede replicar todos los elementos que permiten la racionalidad de la acción capitalista.

En suma, aún sin mercados

tendría que haber una autoridad para hacer la evolución, esto es, para determinar los índices de significación para todos los bienes de consumo. Siéndole dado un sistema de valores dicha autoridad podría hacer esto de una manera perfectamente determinada, igual que puede hacerlo un Robinson Crusoe (Capitalismo, Socialismo y Democracia, Tercera Parte, Cap XVI, 6)

Pero he aquí entonces el punto central. La visión de Schumpeter podría refutar una argumentación à la von Mises, pero en el caso de Weber existe una contra-réplica importante: Robinson Crusoe puede hacer un cálculo natural (una administración de hacienda) pero no un cálculo formal, precisamente porque le falta un estándar común de valor. El dinero es precisamente ello (y el argumento de Schumpeter hace uso de equivalentes a dineros y precios, de transformar todas las demandas naturales de bienes en equivalentes); y a falta de dinero no se puede hacer un cálculo racional formal. Lo que explica, siguiendo a Weber, como ya dijimos porque las economías socialistas reales tuvieron que ocupar dinero finalmente.

Existe un argumento ulterior también basado en Weber: la necesidad de una burocracia autoritaria. Schumpeter observa la necesidad de una burocracia pero la ve más que nada como un equivalente a la función ‘cognitiva’ del mercado (à la Hayek): la de reunir información. En última instancia, es la personalización real del subastador de Walras. Pero en Weber una burocracia centralizada no puede limitarse a ello. El argumento de Schumpeter se basa en un alto grado de libertad de los agentes (i.e es cada industria la que toma decisiones, al igual que cada consumidor; la agencia de planificación lo que hace es reunir la información que generan esas decisiones y distribuirla a los agentes económicos), pero ello -en Weber- implicaria volver a recrear el conflicto de intereses, que eliminaría la posibilidad de una planificación efectiva.

En suma, aquí las dos hebras de la argumentación de Weber se reúnen El modelo que plantea Schumpeter, que permitiría evitar la imposibilidad de cálculo racional sin precios, sería imposible porque implicaría un modelo no-autoritario, y es ello lo que, finalmente, no resulta posible.

5. El carácter abierto de la vida social.

¿Es esa la conclusión final? En general, los textos de Weber son relativamente caústicos sobre las presunciones existentes sobre el socialismo, y plantea que -de mantenerse- requiere una motivación extra-económica, en particular, más allá de los intereses. Pero que ello, resulta difícil de esperar para la masa de la población (Cap II, § 41). Quien todavía desee socialismo por consideraciones de valores (de racionalidad material) nada tiene la ciencia, nos dice Weber, que decirle sobre ese deseo, pero al mismo tiempo que se haga sin ilusiones incorrectas.

Pero hay algo más. La dificultad se debe, en última instancia, a una ausencia: A la ausencia de un instrumento que permita un cálculo preciso en condiciones de racionalidad material. Weber mismo cree, como plantea la cita inicial, que buscar ese cálculo no es posible. Pero al mismo tiempo:

Pero tampoco debe olvidarse nunca que las formas de empresa y de explotación, como todo producto técnico, tienen que ser “inventadas” (Economía y Sociedad, Primera Parte, Cap II, § 39).

Tampoco debe olvidarse que no conocemos el límite de las capacidades de invención de los actores. Las posibilidades del mundo no están cerradas, sino que están abiertas. A estas alturas, toda la larga literatura sobre planificación socialista puede verse como un ejercicio en la futilidad, y plantear que nunca pudieron resolver los límites que planteaba Weber al principio (nunca pudieron resolver el tema de la racionalidad fuera del capitalismo). Pero la existencia de esa literatura mostraba que había mucho paño que cortar más allá de la simple declaración inicial de imposibilidad; y nos muestra, además, que los límites de esa literatura no necesariamente son los límites de lo que podría descubrirse. Que el mundo sea abierto no implica que todas lo pensable sea posible, pero sí implica que no sabemos plenamente que es lo posible.