De porqué la expansión del consumo a nuevos productos es inútil para definir la sociedad del consumo

El titulo de todo esto salió algo largo, pero bueno -siempre hay imperfecciones.

Leyendo la tesis de doctorado de Gerard van der Ree (*) sobre Contesting Modernities me encontré con la siguiente cita de una entrevista que realizó a José Joaquín Brunner (mantengo la cita en inglés, tal como está en el original)

If you talk of a revolution in consumption, you would be wrong to think that it is taking place in the highest classes of society, among the people who take their holidays in the Fiji Islands. In reality, the revolution is taking place in the other corner of society, among a large sector which is now able, for the first time, to go on vacation in Chile. They have never been able to leave their población, and now they go, at the weekends, in an old 1978 Renault maybe, but they take their children and go to the beach. That is the true revolution’ (Entrevista realizada el 21 de Marzo del 2002)

Aquí vamos a hacer algo de trampa. Vamos a usar la cita para ilustrar un punto sobre el cual la cita no trata directamente: sobre cuando podemos hablar de sociedad de consumo. No vamos a decir que no ha existido un cambio de largo alcance en el consumo por cierto.

Pero porque el hecho de una transformación tan extensa no sirve para decir que estamos hablando de una sociedad de consumo. Porque supongamos que la versión 2020 (o 2040 la fecha no es relevante) de Brunner dijera en otra entrevista:

If you talk of a revolution in consumption, you would be wrong to think that it is taking place in the highest classes of society, among the people who take their holidays on the Moon. In reality, the revolution is taking place in the other corner of society, among a large sector which is now able, for the first time, to go on vacation in the Fiji Islands. They have never been able to leave their country and now they go, at the weekends, in an old 2007 Boeing maybe, but they take their children and go to the beach. That is the true revolution

El nivel de consumo que se considera en un momento dado como integración en el mundo del consumo es claramente diferente del nivel que se considera en otro momento.

Bueno, alguien podría retrucar que en eso consiste la revolución: En ingresar, por primera vez, en este proceso de cambio constante de los estándares de lo que se considera integración en el consumo.

Pero, si eso fuera así entonces en eso estamos desde hace mucho tiempo. No todos los pobres por cierto, pero un buen número va a Cartagena desde hace mucho tiempo -y ya desplazó a los ricos de ahí desde hace mucho tiempo. Los grupos urbanos han visto que su mundo de consumo cambia de bienes (y antes agregaron radios del mismo modo que ahora agregan reproductores de DVD) de manera permanente desde sus buenos años.

Pero alguien podría retrucar que esa dinámica sólo era parte de ciertos grupos (las clases medias urbanas por ejemplo) y excluía a buena parte de la población (los campesinos no habían visto cambiar su estándar de vida en un buen tiempo). Lo cual es entendible, pero la sociedad actual excluye del nivel de consumo aceptable también a cierta parte de la población -un nivel que, digamos en la perspectiva del Brunner del 2040 mostraría con gran claridad que la sociedad de principios del siglo XXI claramente no estaba en el mundo del consumo.

En otras palabras, del mismo modo que el nivel de consumo no sirve para diferenciar mucho; el nivel de exclusión tampoco es tan relevante: Ambos parámetros son cambiantes. Al fin y al cabo, se habla de sociedad de consumo -o para decirlo de otra manera, de sociedades donde las dinámicas del consumo son relevantes e importantes para entender la sociedad- para sociedades que eran menos ricas y con menos consumo que la sociedad chilena de mediados del siglo XX (digamos, la Inglaterra del siglo XVIII) (**)

(*) ¿Y quién es este sujeto? Doctor por la Universidad de Leiden, Amigo de Rodrigo Márquez, prohombre del PNUD, que me prestó la tesis por otros lados. Por esas cosas de la vida, este holandés decidió que estudiar Chile podía ser cosa de interés y logro financiarse trabajo de campo en Chile. La tesis resulta bastante interesante en cualquier caso

(**) Pero alguien podría decir, pero la Inglaterra del siglo XVIII era sociedad de consumo porque era la sociedad con mayor consumo de la época, claramente distinta de otras sociedades. Mientras que el Chile de 1950 no era tal, porque sus niveles de consumo eran claramente inferiores para lo que la época era sociedad de consumo. Argumento bastante atendible. Pero si eso es cierto, en realidad sociedad de consumo no sería más que otro nombre para hablar de nivel de desarrollo. Y, luego, ¿para qué multiplicar las palabras y los conceptos que no aportan nada específicamente nuevo?

(***) Yo sé que es un compositor del montón y sin demasiada profundidad, pero hay que reconocer que escucharlo es un agrado. O al menos eso pienso hoy de Boccherini -y en particular de sus quintetos para piano.

 

(La necesidad de) Un nuevo diagnóstico

Conversando ayer sobre, bueno que otro tema cuando se reúnen personas del área, posibles estudios y cosas interesantes a explorar, llegamos a la conclusión que estamos faltos de diagnóstico sobre la sociedad chilena.

En los ’90 teníamos un diagnóstico. Quizás no muy bueno, quizás no muy bien fundamentado, pero todo el mundo (desde Moulián hasta Tironi) compartía la idea que lo que había pasado en la sociedad chilena era la incorporación de una sociedad de mercado. Que el eje interpretativo para entender el país era ese cambio y las reacciones de la sociedad a ese cambio.

Sin embargo, ese diagnóstico está ya agotado. Porque en lo que ya no estamos es en la transformación a una sociedad de mercado (sea lo que eso pueda significar). Si ese diagnóstico era correcto, en cualquier caso ya estamos en esa sociedad -y lo estamos desde hace un buen tiempo. El mundo de la transición, en ese sentido, es ya un mundo pasado.

Entonces, ¿qué? ¿Tenemos algo que decir con respecto a la situación y transformaciones actuales de la sociedad chilena? Porque, claro, siempre podemos hablar de las transformaciones globales -y hablar de posmodernismo, de sociedad de la información, de globalización y de lo que sea. Pero eso es lo que nuestra sociedad tendría en común con cualquier otra formación social en la actualidad.

Lo que teníamos antes era, al menos, una cierta idea de los cambios y de la situación específica de nuestra sociedad. Pero ahora, y aparte quizás de Tironi y sus disquisiciones sobre el sueño del chileno y esas cosas, no hay demasiado.

Por cierto, todo camino más o menos serio de eso necesita de un estudio. Pero concluir diciendo que se requiere un estudio es, hay que reconocerlo, una salida demasiado fácil. Pensemos entonces en, aunque sean solamente hipótesis burdas, algunas posibilidades de diagnóstico:

  1. Todo diagnóstico debiera tomar en cuenta que la miseria no es un problema en la actualidad. Los pobres en Chile son numerosos y viven vidas llenas de problemas, pero las imágenes de miseria absoluta no son parte de sus vidas (*)
  2. Un aumento de la legitimidad de la desigualdad. Probablemente es demasiado lejano, pero las preferencias de las familias en educación me hacen pensar que la preocupación no es tanto por la calidad general (o que todos tengan la mejor educación posible); sino la preocupación es -directamente- tener mejor educación que los otros (**)
  3. Cómo el sistema ‘venció pero no convenció’, para usar tan tañida frase, los comportamientos de ‘cumplir lo mínimo’ aumentarán. Para usar otra frase muy gastada, haremos como que trabajamos (***). Aprovecharse de un sistema injusto nunca suena muy ilegítimo.
  4. Tenemos una visión del mundo en que ‘todos quieren aprovecharse (de uno)’. Y por lo tanto, el rechazo va a seguir sin transformarse en un rechazo colectivo (dado que los dirigentes son sospechosos por definición). Ahora, de eso no se va a seguir que el aprovechamiento sea legítimo: es esperado pero negativo.
  5. Pero el aprovechamiento que uno hace es legítimo. Una separación entre la esfera personal / social debiera volverse aún más importante. Todo el mundo de la confianza en lo personal, todo el mundo negativo en lo social. O usando otras palabras, todos son ‘naturalmente’ habermasianos y creen en la distinción mundo de la vida / sistema. El aprovechamiento del sistema sobre uno muestra lo perverso del sistema, el aprovechamiento de uno sobre el sistema es una reacción de supervivencia, es responder con la mano que nos dan. (****)
  6. Y en parte eso refuerza el vencer sin convencer. Porque la gente desea la libertad personal -la libertad para desarrollar tu vida como quisieras- pero nadie cree que eso tenga que ver, o mejor dicho la gente cree que eso se ve agredido, por la libertad ‘económica’ en el mercado. Por otro lado, nadie cree en la libertad ‘política’ colectiva.
  7. Y esto porque la libertad es, fundamentalmente, la capacidad de hacer lo que uno quiera. Por algo, al final de cuentas, nuestros héroes mediáticos son gente ‘sin pelos en la lengua’. La imagen de la honestidad y de la persona independiente es quién no acepta las restricciones sociales. Básicamente, es la libertad de a quién no le importa al resto.

Es altamente probable que la mayor parte de esas disquisiciones no sea correcta. A final de cuentas, se parecen mucho a un diagnóstico de ‘invidualismo’ (*****) o de ‘sociedad anómica’, que no reconoce mayor bien colectivo. Y uno puede estar casi cierto que ese diagnóstico es errado. La visión de ‘anomia’ es la de quién ve el desmoronamiento de ciertas prácticas, pero no acierta ver las que se crean.

Pero bueno, equivocadas o no, de alguna forma hay que empezar. Y mejor un mal inicio que ninguno.

(*) Obviamente hay quienes viven en la miseria. Pero para decirlo de otra forma, la mera existencia de un programa social que consiste en tener monitores profesionales para cada una de las familias de extrema pobreza en Chile implica que la pobreza usual en Chile ya no es miseria.

(**) Al fin y al cabo, la revolución pinguina fue una lucha por el acceso a las posiciones privilegiadas: fue que mi tipo de colegio tenía pocas posibilidades de permitirme llegar arriba. Luchar por tener acceso al privilegio es una lucha distinta que la pelea contra el privilegio.

(***) De hecho, la parte de la frase ‘ellos hacen como si nos pagaran’ es, en principio, aplicable a Chile: La mediana del sueldo es relativamente baja (ahora, relativamente baja para lograr el estándar de vida que se desea)

(****) Por así decirlo: Vemos que las instituciones no nos tratan como personas, sino de cualquier otra forma, como recursos. Entonces, no nos pidan que tratemos a las instituciones como otra cosa que recursos. Al final, la gente tiene un sentido ético kantiano uno podría decir, la idea de la vida buena subyacente -aquella que resulta imposible- es la idea que las personas debieran ser tratadas como fines, no como medios.

(*****) La condición familiar de la sociedad chilena no quita ni pone al diagnóstico anterior. El individuo se puede identificar con su familia, y vivir para ella; el tema es que el hogar, y sólo el propio hogar, importa. El resto no tiene mayor relevancia.

A propósito del Centenario

Sí, el Centenario. No compararse con 1810 sino con 1910 (bueno, 1907 para ser exactos).

¿Por qué? Porque el país es muy parecido en algunos elementos:

1. Una clase política dividida por asuntos del pasado pero que tiene un fuerte consenso con respecto al presente (de hecho, el mismo consenso: liberalismo económico)

2. Una elite dedicada al consumo bien conspicuo, bien segura en su dominación, cuando crece la disconformidad (digamos, los estallidos de violencia) y que cuya única respuesta es la represión. Digamos que aquí hay un pequeño avance porque ya no se ametrallan obreros, pero la primera reacción es la carcelaria.

3. Buenos precios de nuestra riqueza minera, finanzas públicas saneadas y un gasto militar lo suficientemente alto para tener una de las armadas, por ejemplo, mas poderosas del subcontinente.

4. Una oportunidad relativamente decente para desarrollarse que nos farreamos (en 1910) y que nos vamos a farrear (ahora).

En fin, nada del otro mundo, pero no dejan de ser semejanzas de algún interés

Una nota sobre la Concertación

Esto se me ocurrió a partir de un artículo de Edwards en la edición del 1º de Abril de La Tercera. Edwards discutía acerca del cambio de gabinete y mencionaba las disputas al interior de la coalición entre los que estaban a favor del mercado y los que, en realidad, están en contra. Y entonces, al hablar de estos últimos, hablaba de quienes reclaman por la felicidad -extraña cosa que se ponga a Tironi entonces en los contrarios- y a quienes reclaman contra el consumismo -reducidos estos últimos a quienes no les gusta que las masas compren viajes a Miami.

Y entonces pensé que estamos fritos.

Porque si la mirada de la elite ‘complaciente’ es que la crítica al consumismo, por ejemplo, es una crítica de una elite que mira en menos a los felices consumidores, entonces la elite ‘complaciente’ no es mucho lo que entiende. Porque la crítica al consumismo es universal, es parte también de lo que piensan las masas que compran viajes a Miami. El miedo a perder la convivencia, a que la nueva vida no sea vivible, a que perdamos de vista la felicidad, no es un miedo de Tironi, es una crítica a estas alturas antigua de parte de la misma ciudadanía.

Una ciudadanía que, al mismo tiempo, es parte del juego, y a la que le gustan los viajes a Miami. Que, en otras palabras, no ve el tema del consumo, como incompatible per se con la felicidad y la convivencia. El acto supremo de la convivencia con los amigos y la familia es, al fin y al cabo, un acto de consumo: Digamos, para usar el paradigma más claro, el asado.

Por mucho tiempo pensé que una de las razones para las continuas victorias de la Concertación era la forma en que replicaba una de las visiones básicas de los chilenos sobre Chile y sobre el ‘sistema’: Que, al mismo tiempo, es lo único que funciona -la mejor oportunidad para superar la abyecta pobreza- y, también, es un sistema inhumano que nos obliga a dejar de lado las mejores cosas de la vida. Es lo que correponde hacer y, a mismo tiempo, algo que no es bueno ni gusta. Entonces, de alguna forma hay que arreglárselas para lograr una vida buena y decente. La Concertación era, entonces, la única coalición que decía ambas cosas y que, por ende, podía acompañar ese camino para encontrar esas formas.

Pero el artículo de Edwards (podría haber escogido otra cosa del otro ‘lado’ para ilustrar el punto) lo que muestra es que, finalmente, la Concertación no es eso. No es una coalición de personas que piensen -como lo hace la población- ambas cosas; es una coalición de personas que piensan una cosa y de personas que piensan la otra. Pero la combinación es ausente.

No hay nadie, entonces, que refleje la ambigüedad de como piensa la población.

Para citarle a Luciano

Y a los defensores de la construcción de baja altura (y en particular, a quienes quieren conservar a Ñuñoa como la peor de las posibles alternativas urbanas -con un carácter de suburbio). The Greenness of cities publicado recién ayer por Edward Glaesser.

Y citemos algunos de sus mejores párrafos:

New York’s biggest environmental contribution lies in the fact that less than one-third of New Yorkers drive to work. Nationwide, more than seven out of eight commuters drive. More than one-third of all the public transportation commuters in America live in the five boroughs. The absence of cars leads Matthew Kahn, in his fascinating book, “Green Cities,” to estimate that New York has by a wide margin the least gas usage per capita of all American metropolitan areas. The Department of Energy data confirm that New York State’s energy consumption is next to last in the country because of New York City.

Is there any reason beyond civic pride to care that New Yorkers are true friends of the environment? I think so. Environmental benefits are one of the many good reasons that New York should grow. When Manhattan builds up, instead ofLas Vegas building out, we are saving gas and protecting land. Every new skyscraper in Manhattan is a strike against global warming.

A propósito de la encuesta Bicentenario (I) Del orgullo nacional

Entre todo el anuncio que los Chilenos están orgullosos de ser chilenos en la encuesta bicentenario (83% declara estar orgulloso, notas 6 y 7 en escala 1 a 7) -que presuntamente implicaría una fuerte identidad al parecer- aparecen algunos datos interesantes algo olvidados:

1. El orgullo por ser Chileno no implica una fuerte preferencia ‘cultural’ por Chile: la mitad piensa que es mejor mirar hacia fuera que preocuparse de lo chileno para desarrollarnos.

2. La mitad está dispuesto a irse del país por mejores condiciones de vida -específicamente el doble (un cuarto estaría dispuesto inmediatamente a irse). En las generaciones jóvenes alcanzamos a un 75%.

En otras palabras, el orgullo por Chile no implica un orgullo por la chilenidad, por una defensa de una identidad cultural específica. Alguien pudiera decir que la mitad no está dispuesta a irse a otro país incluso si le ofrecen una vida mucho mejor pero recordemos los costos de la migración y en realidad es el otro 50% el que se muestra más interesante. Parece más bien un orgullo que proviene de otras cosas (digamos, al parecer, más centrado en una visión que Chile es lo mejor del vecindario: 75% de acuerdo). En otras palabras, el orgullo no dice demasiado sobre la identificación cultural o simbólica con la nación

Otra nota sobre el consumismo en Chile

La tesis es bien sencilla: Las percepciones sobre consumismo en Chile están basadas en un mismatch entre las realidades actuales del país y expectativas basadas en una realidad muy diferente.

Y esto se basa en una tesis aún más sencilla: El Chile de los ’80 ( y antes) como país era derechamente pobre. El país de los ’90 (y posterior) ya no lo es. Para decirlo de otra forma: El equipamiento audiovisual en 10 años subió un quintil completo. El quintil V de más bajos ingresos tiene mejor equipamiento que el quintil IV de hace 10 años, y lo mismo para los otros quintiles. Lo mismo en, por ejemplo, educación superior (la cobertura del quintil V es mayor que lo que era anteriormente el quintil IV). En otras palabras, el grupo D actual vive como hace 15-20 años lo hacía la clase media.

Pero nuestras imágenes y percepciones sobre que es ‘consumo normal’ o ‘sobre-consumo’ están basadas en una realidad bastante más pobre. Y por tanto, por un lado, tenemos que lo que consideramos normal ya no lo es; y que -sin nuevas expectativas sobre lo que es normal para la nueva situación, sólo sabiendo que ‘más es posible’, resulta fácil consumir más de la cuenta (Porque el tema importante del consumismo es que las gentes opinan que sus propios consumos, no sólo los del vecino, son excesivos).

Sobre la diferencia de expectativas, es cosa de fijarse en niños (de hasta 15 años, digamos la gente que nació desde que existe el Plaza Vespucio*). Lo que para ellos resulta normal, siempre será excesivo para quienes tienen la experiencia del país de los ’80 y los ’70.

* El nacimiento de la sociedad de consumo, si uno creyera en el concepto de sociedad de consumo y le gustara poner hitos en los desarrollos sociales, puede ponerse en el Plaza Vespucio: primera vez que el consumo ‘moderno’ sale fuera del barrio alto.

Sobre la desigualdad en Chile, o de cómo usar los números para esconder las realidades

Hace un par de días decidí efectivamente leer el cuerpo de Economía y Negocios de El Mercurio del domingo recién pasado (5 de noviembre).

Y entonces leo un artículo intitulado ‘El enigma de las diferencias’ con el sub-título de ‘Si todos naciéramos en hogares parecidos y tuviéramos los mismos niveles de escolaridad, la desigualdad del ingreso en Chile se reduciría en menos del 20%’ No suena a mucho. Y por cierto el artículo se inicia con: ‘Se ve hasta entre los hermanos. Comparten no sólo los mismos padres, sino que también el tipo de educación, el entorno social y hasta el entorno físico. Sin embargo, una vez que llegan a adultos, no necesariamente ganarán sueldos parecidos. Es más, las diferencias pueden ser notables’.

Así que ya saben, las diferencias se deben centralmente al talento (o a la suerte), pero esos molestos factores sociales no son tan relevantes. Debe ser muy agradable, cuando uno se encuentra entre los grupos de altos ingresos, que eso se deba al muy alto talento personal.

El caso es que la presentación es, por decir lo menos, algo engañosa. El Indice de Gini (que mide la diferencia de la distribución del ingreso con respecto a una situación de total igualdad) es de alrededor de 0,57 en Chile. Y que si igualamos los hogares y las circunstancias el estudio (realizado por la U de Chile) indicaría que bajaría un 0,17 . O sea un 20% de baja. Nada tan relevante.

Ahora, referirse de esa forma al dato es engañoso. Por ejemplo , siendo el Indice Gini de Chile cerca de 0,57, una disminución a 0 sería ‘sólo’ un 50% Como si quedara otro 50% a bajar todavía. O sea, no siendo posible el 100% decir que el 0, 17 es algo menos de un 20% no sirve.

La disminución del 0,17 es una disminución del 30% de la desigualdad en Chile (eso es 0,17 con respecto a 0,57). Por una parte, los efectos sociales tienen algo más de importancia -y cuando decimos un 30% ya estamos hablando de cosas que tienen relevancia al fin y al cabo. Por otra parte, la disminución del 0,17 no deja de ser importante en términos de la situación de desigualdad.

El artículo del Mercurio (y al parecer el estudio) plantean que ‘Si igualáramos circunstancias, sigue existiendo una varianza en los ingresos sorprendentemente alta, incluso para estándares internacionales’ observa Javier Nuñez. Otra forma de mostrar lo poco relevante de estas cosas.

Ahora, un Gini de 0,4 (el equivalente a una baja de 0,17 partiendo de 0,57) es algo alto, pero no ‘sorprendentemente alto’. Inglaterra e Italia tienen índices de 0,36; Francia 0,327. Estados Unidos -de hecho- tiene uno mayor: 0,46. O sea, dejaríamos de estar entre los países de mayor desigualdad. La igualación de oportunidades no deja de ser relevante.

 

Si la derecha sigue así, no va a ganar nunca una elección

¿La cita importante?

‘De dónde van a conseguir el casi 4% de los votos que les falta para llegar al Gobierno?

-Baldo Prokurica (RN):

“La oposición ha estado, ya en dos oportunidades, muy cerca de ser gobierno. Éste es un elemento que, a pesar de ser tan evidente, no lo es para la opinión pública ni para el gobierno. Somos casi la mitad del país; sin embargo, a la izquierda que gobierna pareciera no importarle lo que piensa la oposición. Y cuando no tiene los elementos para ganar con los votos, recurre a cualquier mecanismo. Como Alianza hemos hecho estudios a fondo y creemos que por lo menos el 10% de los parlamentarios, de los alcaldes y de los concejales de la Concertación han salido producto de la intervención electoral. Nosotros perdimos la elección presidencial pasada producto de lo mismo’.

Si de verdad creen eso, entonces van a continuar perdiendo elecciones como lo han hecho durante los últimos 80 años. Hace casi medio siglo que la derecha no gana una elección presidencial (’57 con Alessandri). Y esa elección sólo la ganaron por la división del voto -digamos con términos de ahora- ‘progresista’. Para decirlo de otro modo, la derecha ha perdido las elecciones de 1938, 1942, 1946, 1952, 1964, 1970, 1989, 1993, 1999 y 2005 (y perdió el plebiscito del ’88 que también debiera contar como elección presidencial). El record es bastante claro.

El 4% parece poco en términos electorales. Pero uno bien pudiera decir que resulta bastante difícil de lograr. Y menos si la explicación va por el lado de ‘intervención’ y no de observar sus problemas.

En todo caso, si incluso llegaran a ganar una elección, no sería tan problemático. Y no por la idea que no son tan distintos al gobierno actual. Es que la derecha llega a gobernar en Chile e, inmediatamente, el país se inocula contra su gobierno. Digamos que tienen una buena incapacidad no sólo para ganar alguna elección, sino que sus posibilidades de ganar seguido son casi minúsculas.

A propósito de los cambios culturales

En Chilesoc, hace sólo un par de días, Marta Lagos decidió lanzar la siguiente idea:
Estamos casi listos con los datos de la cuarta ola del estudio
mundial de valores, tenemos 1990, 1995, 2000 y 2006.

Cuatro olas que muestran el cambio valorico en Chile

Con la idea que Chilesoc organizara una discusión sobre ello.

Ahora, independiente de lo interesante de la idea (que creo que lo es y así lo mencione en Chilesoc, junto a varios otros igual de obvios que yo), me parece interesante decir lo siguiente: ¿Muestran los datos un cambio valórico?

Porque creo que hay que distinguir dos niveles cuando uno discute sobre valores y sobre (finalmente) cultura. Porque no todo cambio en las respuestas (y hay varios cambios que son muy interesantes) implica un cambio cultural. ¿Por qué? Porque una misma cultura -sin haber cambiado sus principios- puede responder de distinta manera en distintas situaciones. En otras palabras, una cultura no es un conjunto de elementos concretos (respuestas en un contexto de encuesta) sino un conjunto de principios generativos (*) que producen esos elementos.

Y, por tanto, en situaciones diferentes, el mismo principio producirá concreciones diferentes. En otras palabras, no todos esos cambios son cambios en la cultura. Por otra parte, no por eso dejan de ser cambios. Cuando pensamos en que los cambios culturales son lentos, debiéramos tener en cuenta también que dentro de una cultura pueden existir diversas modalidades.

(*) Tan Bourdieano que uno se pone a veces.