40 Años

La mañana del golpe mi mamá, que se encontraba trabajando en Entel, recibió una llamada desde la sala cuna en que me encontraba yo, de 11 meses a esa fecha. La llamada era para comunicar que si no me pasaba a buscar en una hora me dejarían abandonado en la calle. Mi mamá, entonces se vio obligada a cruzar el centro de Santiago mientras ocurría el golpe. Trayecto, por cierto,que ha olvidado por completo. La historia anterior no es, comparada con la de muchos compatriotas, muy grave. Lo que muestra, en todo caso, espero con claridad es que el golpe no es, por más que 40 años hayan pasado, algo del pasado. El golpe y la dictadura posterior son parte de la experiencia de buena parte de las personas que viven en Chile el año 2013.

Insistir, como se sigue haciendo por algunos, en la necesidad de olvidar, de invisibilizar, es una forma de negar la experiencia personal. Un olvido que, de hecho, termina siendo imposible. Aunque no siempre se haga explícita o se haga pública, el recuerdo existe y se mantiene. La demanda de olvido es la otra cara del llamado al recuerdo ‘completo’, que incluya el otro lado de la historia. Un llamado permanente pero que no llega a fructificar: es un llamado que siempre está asociado a la idea que ese lado de la historia nunca se reconoce. La razón del fracaso de ese llamado no es difícil de establecer: Siendo un llamado exculpativo no funciona en un contexto en que para el discurso dominante nada justifica los asesinatos, torturas y desapariciones. Todo esto recordando que la inicial estrategia de negación ya resulta imposible.

Las estrategias sobre el recuerdo del golpe de los partidarios de la dictadura resultan ser contrapuestas: Son llamados a recordar menos o a recordar más. En cualquier caso, lo central en estas estrategias es obviar y minimizar, al final, los hechos personales: Que uno apoyó un régimen asesino y torturador, y que a uno no le importó (¿no dijo un Presidente de la Corte Suprema que lo tenían curco con los desaparecidos?). Es la necesidad de no reconocer ello lo que lleva a cosas tan extrañas como exigir ser perdonado sin pedir perdón, o exigir que otros primeros pidan perdón. La persona que realmente siente el dolor y el daño causado no hace esas cosa, simplemente pide perdón. Patricio Aylwin, que apoyó y promovió el golpe, cuando presentó a los chilenos el Informe Rettig se quebró, lloró y pidió perdón. Eso es lo que hace alguien que no ha perdido su norte moral.

Uno puede vivir muchos años, y quienes no lo ha experimentado debieran agradecer su suerte, sin pasar por crisis históricas graves. En ellas se prueba quien uno es. Hay quienes, finalmente, hacen lo que hay que hacer -digamos, crear, apoyar y ser parte de algo como la Vicaría de la Solidaridad-; y hay quienes que de hecho hacen lo que no hay que hacer, y eligen no escuchar, no preocuparse, minimizar y negar.

Antes de finalizar, no estará de más hacer notar algo sobre el presente: La violencia no ha dejado de estar presente en Chile. En las tierras mapuches ahora ella existe. Puede que su intensidad sea menor, aunque no experimentándola mi juicio al respecto no tiene mucho valor y habría que reflexionar en que para quienes la sufren la violencia es siempre intensa, ni los asesinados dejan de estar menos asesinados porque los haya en menor cantidad. No estará de más darse cuenta que en muchos debates sobre estos temas se repiten tal cual argumentos y exigencias que se daban en la dictadura, y quien recuerde las intervenciones en las poblaciones urbanas deberá notar las similitudes con las intervenciones en las comunidades mapuches.

Y entonces, ¿cuál es la relación que uno tiene con la violencia y la crisis que a uno le toca enfrentar hoy?

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