De la Administración del ‘Modelo’

La idea que los gobiernos de la Concertación (1990-2010) administraron al modelo de la dictadura generó, entre quienes defendían y defienden esos gobiernos, gran escozor; una forma de menosprecio de los logros de esos gobiernos. Sin embargo, aparece la forma más sucinta de referirse a lo que hicieron esos gobiernos -comparados con los cambios fundamentales implantados durante la dictadura, los gobiernos de la Concertación resultan menores (que, por cierto, cuando ganaban elecciones se mostraban a sí como gente moderada que hacía cambios moderados, en otras palabras continuaban el modelo).

Ahora bien, toda afirmación sobre la continuidad del modelo ha de basarse en una definición. Por ahora usaremos una que fue usada por parte del Gobierno de la época, más allá de cuan en serio se tomara, como resumen de los principales cambios realizados. Las famosas ‘siete modernizaciones’. Ellas pueden sintetizarse en el siguiente listado (siguiendo a Darío Menanteau-Horta, El rol del Estado en el desarrollo social y la Reforma de la previsión en Chile y EE.UU, Revista Austral de Ciencias Sociales 2006, 10: 5-22)

1. El Plan de Reforma Laboral.
2. La Reforma Previsional.
3. Cambios en los planes de la salud.
4. Municipalización de la Educación.
5. Modernización Judicial.
6. Cambios en la Agricultura.
7. Regionalización y Cambios en la Administración Pública.

En una entrevista realizada a José Piñera en 1979, quien diseñó en forma concreta parte de varias de ellas, usando el mismo listado, nos dice de sus principios:

El Plan laboral con la libertad sindical; la futura reforma previsional con un sistema de pensiones basada en la capitalización individual; la Directiva Educacional y la reforma de la salud a través de la descentralización operativa y la mayor flexibilidad de opciones individuales; la modernización judicial al hacer más efectivo y expedito el acceso de toda persona a la justicia; el reordenamiento agrícola al fortalecer la propiedad privada en el campo; y por último, la reforma administrativa al agilizar el sector estatal y permitir reducir su tamaño que abruma con su pesada carga a todo los chilenos

Definidas de esa forma, es claro que vivimos bajo la égida de esas transformaciones. Con los cambios posteriores, la Reforma Laboral sigue en vigencia; las pensiones operan bajo capitalización individual; en Salud siguen existiendo Isapres; en educación la municipalización, la pérdida de prerrogativas del MINEDUC y la expansión de la educación privada siguen operando; seguimos operando bajo una agricultura de exportación con fuertes derechos de propiedad (pensemos en el código de Aguas). Las reformas puramente estatales (Justicia y Administrativa) son menos claras, aun cuando se puede mencionar que continua el ordenamiento territorial con regiones.

Más en general, la orientación de la economía a las exportaciones, con bajos aranceles, libre cambio de divisas, menor presencia del Estado de forma directa (empresas) e indirecta (menos regulaciones, por ejemplo, queda muy poco de regulación de precios), centralidad del mercado y el sector privado, la orientación focalizada de las políticas públicas, siguen operando.

Los grandes cambios de la Concertación se centran, fundamentalmente, en dos tipos -y ninguno de ellos implica más que administrar. Uno de ellos es en términos de resultados: crecimiento, disminución de la inflación, disminución de la pobreza. Pero claramente no es parte del modelo como tal una alta pobreza. Lo que muestran esos resultados (y no es aquí la intención negar su magnitud o relevancia para la sociedad) es, literalmente, buena administración. Los segundos son todos ellos modificaciones en los margenes: Pensemos en pensiones, algunas de las modificaciones siguen los lineamientos puestos por Piñera (elección de tipo de fondo, entre A y E); otras operan de manera subsidiaria (pilar solidario para pensiones bajas). El núcleo del sistema se mantiene intacto (sistema de capitalización individual  administrado privadamente). Incluso aceptando que la intención fuera otra (estoy pensando que en varios casos las intenciones iniciales de reforma eran más amplias que en otros casos, como el AUGE, como lo ha investigado Garretón); el caso es que el resultado es del tipo administrativo: Realizar las modificaciones necesarias para que el sistema siga operando -una lógica tan conservadora que la frase clásica está en Burke en las Reflexiones sobre la Revolución en Francia.

En otras palabras, es tan obvio y evidente que es cierto que la Concertación administró el modelo (si se quiere, además, lo hizo exitosamente), que el resquemor sólo puede ser producto de una mala conciencia al respecto.

Aylwin, sobre el reformismo y sobre el coraje moral

Hay al menos dos afirmaciones críticas en torno a Patricio Aylwin que tienen cierta circulación.  La primera es que su gobierno en la medida de la posible construyó la sociedad del modelo, y en consecuencia su figura no puede ser reconocida. La segunda es que apoyó el golpe, y en consecuencia su figura no puede ser reconocida. Discutiremos cada una de ellas, la primera de forma mucha más extensa que la segunda.

Una defensa contextual del reformismo, o en recuerdo de Fabio Cunctator.

Dado que las principales instituciones económicas y sociales instauradas en la dictadura siguen en pie es fácil llegar a la conclusión que nada ha cambiado y que estamos igual. Eso implica olvidar lo que era el Chile de los ’80 (y de principios de los ’90). En cierto sentido, es una muestra de lo mucho que han cambiado las cosas que nos resulta ahora difícil recuperar que fue ello. Pero era vivir en un país en el cual con regularidad sucedían cosas como el caso de los quemados, personas que se quemaban en la plaza de Concepción, el caso de los degollados y así con varias otras cosas. No era una sociedad en la cual se discutiera sobre la impunidad en derechos humanos, era una en la cual se seguían violando con bastante frecuencia. Una sociedad en la cual el hecho de hablar y decir tu opinión era algo mirado con temor, todavía recuerdo los primeros grupos focales a los cuales asistí (mediados de los ’90, recién egresado de sociología) y lo contenta que estaba la gente por el simple hecho de poder hablar. La frase de la alegría ya viene ha facilitado muchas burlas, pero en algún sentido fue correcta: El Chile de principios de los ’90, comparado con el Chile de la década pasada, era un país menos gris y más alegre. Fue una alegría de la normalización, y para quienes viven en un país normal y lo pueden dar por sentado, es claro que ello no representa gran cosa (como, en todo caso, debiera ser): Un país normal es al mismo tiempo un país con muchas fallas. Pero si es algo que añoras cuando no está.

El caso es además que lograr salir de la oscuridad que era el Chile de la dictadura no era algo fácil, ni que se podía dar por sentado. Es probable que el temor por un golpe fuera mayor de lo que ameritaba la realidad. Sin embargo (1) era una generación que había experimentado en su propia vida el golpe, y el trauma personal que ello implica asumo es difícil de evitar -muchos de ellos todavía trabajan bajo ese lastre; (2) estaba la experiencia reciente de Argentina, donde Alfonsín tuvo que lidiar con más de una asonada militar y (3) Pinochet era comandante en jefe, y dispuesto a hacerlo notar (como el boinazo y el ejercicio de enlace lo hacían claro). Y esto sin olvidar un hecho que no deja de ser decisivo: En 1988 un 43% de la población votó por el dictador. En esas condiciones, efectivamente lo que se requería era prudencia y cuidado. No siempre se requieren esas cualidades, y hay muchos otros contextos en los que se requieren los más opuestos, pero en el Chile de principios de los ’90 así lo era. De hecho, hay varias decisiones de Aylwin de esos años que, pequeñas en sí mismas, permitieron abrir espacios posteriores. La presión sobre la Corte Suprema en torno a la doctrina que los casos de amnistía deben ser investigados primeros antes de amnistiados, el mismo hecho de la Comisión Rettig que permitió establecer como hecho no discutible cosas que en esos años se discutían. Lo que se ha logrado en relación con el castigo en los casos de derechos humanos (no olvidemos, hay castigos y condenas) creo que tiene su punto de origen en esos momentos, como piedras que echas a rodar y que adquieren fuerza con el tiempo.

Hasta ahora me he referido a temas políticos. Parte importante de la crítica proviene de que no se desmanteló la institucionalidad neoliberal. Ahora bien, quizás no esté de más recordar que principios de los ’90 ha de haber sido uno de los peores momentos para una política de izquierda en todo el siglo XX. Y aunque no se cambió nada fundamental, si por ejemplo aumentó el gasto social (y bajó la inflación, que no deja de ser un beneficio, aunque quizás no suene tan ‘progresista’). Más en general, Aylwin administró el modelo, en parte porque no se percibían otras alternativas, pero sin sentirse jamás muy cómodo con él; y esa actitud, creo, representaba (y todavía representa) el sentir de buena parte de la población. Los convertidos eran más bien otros, y dominaron con mayor claridad posteriormente. Algunas de las reformas más acordes al modelo implementadas bajo la Concertación lo fueron con los siguientes gobiernos.

En general, el gobierno de Aylwin fue reformista, ‘amarillo’. Pero hay tiempos que así lo requieren. El problema no es ser prudente en los contextos que así lo ameritan, es no dejarla de lado cuando aparecen nuevos contextos. La república romana durante la guerra con Aníbal fue salvada por Fabio Cunctator, patrono de todos los reformistas, quien escabulló la batalla abierta, y se dedicó a hostigar las fuerzas de Aníbal, y a recomponer el ejército. Pero lo que salvó a la república no fue lo que la hizo ganar la guerra. Para ello se requirió la audacia de Escipión. Los romanos que agradecieron a Fabio, y que le dieron el sentido honorífico al apodo de Cunctator (‘quien retrasa’) después del desastre de Cannas, la batalla abierta que Fabio evitó siempre, tuvieron la sensatez de cambiar de liderazgo cuando la situación lo ameritaba. Para volver a nuestro caso: Desde el punto de vista crítico, el problema no fue el reformismo ‘amarillo’ durante Aylwin, fue la incapacidad de cambiar de ruta cuando ya se habían adquirido los logros y seguridades de un reformismo exitoso.

En todo caso, lo anterior es secundario en algún sentido. Nada hay más mezquino que medir a otras personas por si están de acuerdo con las propias convicciones, o por si estuvieron en la posición correcta. En última instancia, en estos procesos hay tantas voluntades implicadas, que sus resultados se deben a más de una persona. Donde sí tiene sentido evaluar a una persona, creo, es en torno a su reacción frente a los desafíos morales de la hora. Y es en torno a esas elecciones que analizaremos la segunda de esas críticas.

A propósito del coraje moral.

Aylwin defendió el golpe y la dictadura en sus comienzos, posteriormente fue cuando se transformó en uno de sus críticos. Hay varios de sus defensores que ahora intentan decir que así no fue, pero creo que con ello están perdiendo lo que de realmente valioso hay en la relación de Aylwin con estos temas, y están de hecho bajo su altura.

El coraje físico es uno relativamente común. Mucho más escaso es el moral, y en particular el coraje de reconocer el error. Dice Borges en uno de sus cuentos (Biografía de Tadeo Isidoro Cruz) que la biografía de un hombre consta de un solo momento, cuando la persona se revela y sabe quien es. En el caso de Aylwin el momento decisivo, el que mostró el tipo de persona que era, fue para la cadena nacional sobre el Informe Rettig, cuando se quebró, lloró y pidió perdón.

Reconocer errores cuesta. Reconocer parte de la responsabilidad por una tragedia de la patria, y los eventos del 73 son unos de los pocos donde esas palabras no son grandilocuentes sino exactas, cuesta más todavía. Sentir, y por eso recalcó la emoción de la respuesta, culpabilidad por todo el daño, todo el dolor en el cual ha estado uno involucrado; y reconocerlo públicamente es también algo que cuesta. Muchos, sino la mayoría, lo ha evitado; y ha inventado excusas y justificaciones. Pero en ese momento, Aylwin no hizo eso, aunque quizás posteriormente no siempre estuvo a la altura de ese momento.

Es por ello entonces que, al menos en un preclaro instante, tuvo la valentía requerida. Una que muchos de sus apologistas ahora no tienen, al intentar minimizar la defensa o excusarla. Lo que convierte en valioso el gesto, y a la persona que lo emite, no es el intentar ubicarse como aquel que nunca se ha equivocado. Todos nos equivocamos, todos -en algún momento- hemos dañado. Lo que es digno de reconocer no es a una persona que jamás se equivocó, poco costaría reunir todos los errores y todas las mezquindades realizadas a lo largo de toda una vida; lo que es digno de reconocer es a una persona que si sintió el peso de lo que había pasado, y pidió perdón por ello.

Es fácil, es común, exigir reconciliaciones y perdones. Pocos han realizado el acto que hace posible pensar en esos procesos: La contrición y el pedir veramente perdón.