Desiguales. Más allá de la desigualdad de ingresos

Hace algdesigualesunos días el área de Pobreza y Desigualdad del PNUD publicó Desiguales. El paso de los días nos permite hacer este comentario a la luz de la discusión pública. Una nota antes de proseguir: Si bien trabajo en el PNUD, el Informe fue desarrollado por otra área. El lector determinará como usar esa información.

Resulta notorio que un texto que presenta múltiples resultados, de diversas dimensiones sobre la desigualdad, queda reducido -en la discusión pública- a sólo uno de ellos: La tabla de evolución de la desigualdad (que está en la página 21). Y entonces aparecería como si el Informe sólo dijera que  la desigualdad ha disminuido en los últimos 25 años.

Además, con esa algo desesperada necesidad de ser reconocidos y de vanagloriarse que tiene nuestra élite, poco más pareciera que con esa disminución ya no hubiera más que decir o preocuparse. De hecho, Engel retó al texto porque incluye dicha disminución en una sección llamada ‘La evidencia mixta’. A su juicio lo mixto sólo vendría por el tema de las diferencias absolutas, y eso es tan irrelevante que no se usa nunca, y por lo tanto no vendría a cuento lo de mixto. Ahora bien, inmediatamente después del comentario y todavía dentro de la sección, el texto se dedica a analizar la concentración de ingresos, la que se clasifica como alta, lo que a cualquier lector le diría que lo mixto provendría de ello. ¿Por qué es importante mencionar las dos cosas de manera simultánea? Porque así se puede explicar por qué esa disminución de la desigualdad no es reconocida por la población (la que, por cierto, no es ciega a los cambios, la disminución de la pobreza y mejoría de la condición económica son temas que aparecen reconocidos en encuesta tras encuestas). Es mezclando varios datos, lo que pareciera lo mínimo razonable para analizar situaciones de mínima complejidad, que se alcanza la conclusión. Pero como nuestra élite política e intelectual le parece difícil manejar cualquier distinción puede que ello le resulte ininteligible.

Por cierto, tampoco se puede decir que la evolución de la desigualdad no da para tanto alborozo. Es cosa de comparar con otros indicadores que han experimentado cambios de gran magnitud en el mismo tiempo. La reducción de la pobreza de ingresos (usando la forma de medición de ingresos que se usa desde 2013) pasa del 68% en 1990 a 11,7% el 2015. De hecho, la reducción de pobreza es tan alta que simplemente no tenía sentido seguir usando la metodología de medición de pobreza de ingreso previa (fue necesario, como mínimo, ajustar la canasta); y usando pobreza multidimensional (que es más exigente) se alcanza a un 20,9% de la población -o sea, una cifra más de tres veces inferior a la pobreza de ingresos, menos exigente en 1990. Usando datos del FMI de PIB per capita (moneda nacional, precios constantes) entre 1990 y 2015 Chile multiplicó por 2.5 su ingreso. En los dos casos estamos ante cambios muy fuertes, que se salen completamente de la línea histórica de Chile. Comparado con eso, una disminución de 52,1 a 47,5 en el Gini (que además se mantiene perfectamente al interior de la variación histórica de largo plazo, ver el gráfico de la página 32 del informe) no es comparable (otros indicadores muestran una variación más alta, digamos pasar de 14,8 a 10,8 en la razón de quintiles Q5/Q1) . En otras palabras: Sí, hay disminución, pero los indicadores siguen siendo bastante altos.

 

Y todo esto es sin entrar a los restantes resultados del informe. Como el informe es extenso, y además tiene un bastante buen resumen interno, nos ahorraremos la tarea de resumir, y nos lanzaremos a la tarea de decir lo que nos parece más relevante.

Partamos por los temas asociados a ingresos y el trabajo. En última instancia, si lo que preocupa es la diferencia de ingresos entonces los ingresos laborales resulta cruciales. Ahora bien, el primer tema que Desiguales enfatiza es la existencia de una muy alta proporción de bajos salarios:

En 2014, la línea de pobreza para un hogar de tamaño promedio correspondía a $343.000, de manera que definimos aquí un salario bajo como aquel inferior a esa cifra. El resultado es que la mitad de los asalariados con jornada de treinta y más horas semanales obtenía un salario bajo en 2015 (p 263)

Los datos de pobreza, el mismo texto lo señala, son mucho más bajos, lo que indica que hay muchos hogares que evitan estar en la pobreza por contar con más de un perceptor de ingreso. La disminución de la pobreza, en última instancia, parece deberse centralmente a los comportamientos de las unidades domésticas, que buscan aumentar sus fuentes de ingreso. No es que la evolución de los salarios resulte suficiente para ello.

Siguiendo con el tema de salarios, la diferencia entre el sector de alta productividad y de baja productividad en las empresas (y no deja de ser relevante encontrar de nuevo un resultado tan tradicional en nuestras ciencias sociales) resulta crucial: ‘El componente entre empresas representa el 54% de la desigualdad de los salarios individuales’ (p 278). Pasar de una empresa de baja a alta productividad resulta fundamental: un trabajador no calificado en una empresa del Q1 de productividad gana 219 mil pesos, el mismo trabajador en una empresa del Q5 de productividad gana 493 mil (el salto es incluso más alto entre los trabajadores de ventas, que pasan de 243 mil a 913 mil al pasar del Q1 al Q5 de empresas por productividad). El amplio sector de empresas de baja productividad aparece como uno de los núcleos del problema.

 

Ahora bien, la desigualdad es, en el Informe, sólo problemática cuando aparecen como ilegítimas. La definición del Informe pone ello como una de las tres condiciones de la definición:

Así, pues, en este volumen las desigualdades sociales se definen como diferencias en dimensiones de la vida social que implican ventajas para unos y desventajas para otros, que se representan como condiciones estructurantes de la propia vida, y que se perciben como injustas en sus orígenes o moralmente ofensivas en sus consecuencias, o ambas (p 62)

Y entonces, ¿cuan ilegítima es la diferencia de ingresos? En resumen: Se puede decir que en Chile esa diferencia es legítima, pero la población pone condiciones y límites a esa desigualdad, las que estima no se cumplen. Lo primero es hacer notar que la desigualdad económica es la que menos molesta de varias desigualdades: 53% elige notas 9 y 10 a su grado de molestia, en escala de 1 a 10, lo cual resulta alto, pero inferior al 68% que le molesta que ciertas personas accedan a mejor salud. Pero hay tolerancia a la desigualdad per se: Los chilenos estiman que es justo que un gerente de una gran empresa reciba un sueldo 13,3 mayor (COES 2014) o 10,7 mayor (ISSP-CEP 2009) que un obrero semicalificado, lo que resulta claramente superior a lo que sucede en otros países (en Suecia la cifra correspondiente es 2,2; en Gran Bretaña 5,3). Y sin embargo, la diferencia percibida de ingresos es superior a la que se considera justa: La encuesta del Informe muestra que se estima que un salario justo de un gerente es de 2 millones, pero el percibido es 3 millones; el sueldo justo para un obrero es de 450 mil, el percibido de 280 mil (p 244). Incluso personas con tanta disposición a aceptar la desigualdad de ingresos como los chilenos perciben que la diferencia supera lo que encuentran justo.

Un tema importante es ¿qué es lo que molesta de la desigualdad económica? Si se quiere, más que la existencia per se de ingresos altos, es la coexistencia de ello con salarios que se perciben subjetivamente como bajos (y que también lo son ‘objetivamente’ recordemos los datos anteriores): Entre las clases medias hacia abajo más del 50% de la población estima que recibe menos de lo que merece (66% en las clases bajas, 70% en las medias bajas, 58% en las medias, p 236). El sueldo que se estima debiera ser mínimo es de cerca de 450 mil pesos (que no está tan lejos de los 343 mil que definían el sueldo que permite que una familia no sea pobre por parte del Informe, y que de hecho es similar a los sueldos estimados justos para obreros y cajeros p 244), un sueldo que sabemos la mayoría de la población no alcanza. En otras palabras, buena parte de la población obtiene sueldos que son inferiores a lo que ellos estiman debiera ser el salario mínimo justo.  Cuando las personas reclaman por desigualdad de ingresos están reclamando por sueldos que estiman no permite hacer lo que un sueldo debiera hacer en la opinión de las personas: cubrir las necesidades.

Lo cual nos lleva a un segundo tema: Recordemos que las desigualdades que más molestan son la diferencia en acceso a salud o educación. En otras palabras, no molesta tanto que haya quienes ganen mucho más que otros (para eso hay múltiples justificaciones posibles); y en este sentido no es la envidia, como en tantos análisis fáciles se dice, la raíz del reclamo. Pero sí aparece como injusto que esa diferencia se traduzca en una desigualdad en bienes que se perciben como básicos: Salud y educación (alguien podría decir, ¿no es la alimentación o la vivienda también básicos? Pero al parecer en ellos el tema del acceso parece estar ‘solucionado’, pero en educación y salud las diferencias son claras). Y además en ellos se ha vuelto crecientemente menos aceptada la desigualdad: El desacuerdo con la afirmación que es justo que quienes puedan pagar más tengan acceso a mejor salud o educación para sus hijos pasó del 52% al 64% en educación y del 52% al 68% en salud (sin estar en ningún momento aceptado, la ilegitimidad de ello ha aumentado con el tiempo). La igualdad en educación resulta importante tanto porque (a) se ha transformado en el sueño de movilidad y (b) porque legitima la desigualdad de ingresos: Esta última es legítima si está asociada al mérito (p 245-251), pero para que exista mérito todos deben tener acceso a la educación. La igualdad en salud, en última instancia, hace referencia al derecho a la vida -y entonces a un campo en que no aparece legítimo que el dinero medie. En otras palabras, el dinero puede mediar el acceso a muchas cosas, pero hay cosas que se perciben debieran estar separadas de éste. La desigualdad de ingresos no molesta, si se quiere, en las primeras; pero sí en las segundas.

En última instancia, hay un tema de trato y de dignidad en juego. Y es ahí donde se concentra molestia, pero además y quizás de manera más importante, una experiencia. Como lo dice el propio informe:

En uno de los grupos de discusión realizados para este libro, una secretaria comentaba su experiencia al salir a la calle:

No me siento que me traten con igualdad, porque, por ejemplo… si voy a comprar al [centro comercial del sector oriente], si no voy vestida regia, no me tratan igual que a las otras secretarias… Claro, tengo que disfrazarme de… de cuica. Y claro, si voy pa’ otro lado me tratan de otra manera

De modo similar, en una entrevista realizada en la región de Valparaíso, un obrero resumía así su experiencia de vestir su ropa de trabajo en un espacio comercial: ”Te miran con desprecio, o te miran como un delincuente”” (p 197)

El Informe hace notar la amplia cantidad de formas que tenemos de referirnos a ese maltrato (desprecio, te ponen la mano encima, te apuntan con el dedo, te pasan a llevar, pisotean, humillan, p 198). Eso refleja una experiencia amplia. En la encuesta un 41% experimentó malo trato en el curso de un año (p 201). Y eso indica una experiencia amplia directa pero también indirecta (i.e los que conocen alguien que le ha pasado ello, que le han dicho de esa experiencia, supera ese 41%). Sabemos que somos una sociedad donde se desprecia a los de segmentos más bajos.

Y esto resulta crucial, porque este tipo de experiencia no tiene justificación, y es anotada inmediatamente como injusticia cuando se la recibe: ‘Este ideal de la igualdad en dignidad se pone a prueba, se concreta, mucho más en la igualdad de trato que en igualdad de ingresos’ (p 199).

Es una experiencia amplia en lo referente a cuantos se ven ofendidos de esa forma. pero también amplia en términos de donde y quienes la realizan: Aparece en el trabajo, en la calle, en los servicios públicos; lo hacen desconocidos, funcionarios públicos, los jefes o supervisores. Dos temas creo que son relevantes a este respecto: (a) El estado es un promotor, en la vida cotidiana, de la desigualdad de trato, son las oficinas y funcionarios públicos también quienes, al maltratar a quienes van a esos servicios, reproducen esas desigualdades, y (b) Dada la granular de las diferencias sociales, buena parte de la población recibe maltratos y hace maltrato. Esos desconocidos en la calle, o vecinos que maltratan no son de las clases altas. El mismo informe cita a un entrevistado cuando está hablando de meritocracia, y la experiencia allí relatada permite ver cómo se justifica el menosprecio desde el punto de vista del maltratador:

Yo vengo de una famuilia del campo (…) gracias a Dios hace tiempo no tomo micro (…) estos días, un, un micrero me chocó, ¿pero sabe cómo me trató él, el micrero? A mí, siendo que él me chocó… Yo le dije: ”¿Sabes qué? Aprende a ser gente, por eso estás ahí, por eso estás chantado ahí, aprende a ser gente, porque no sabes lo que me costó a mí tener quizá el vehículo que tengo ” (…) El chileno prácticamente está en eso y quiere que todo [se lo] regalen, es por eso que el país está estancado (grupo de discusión mixto, clases medias, Santiago, p 246)

Para replicar a una molestia producida por otro el vocabulario usado es el menosprecio de clase (para evitar malas lecturas, el tema no es en la reacción frente a ser chocado, sino en la elección de la forma de expresión). Dado que todos tenemos, finalmente, personas sobre y bajo nuestra posición social en la escala, es fácil terminar siendo los maltratados de otro (que reclamamos) y ser el maltratador de otro (que justificamos). La dinámica del menosprecio no es algo producido desde fuera, es producida por los mismos que reclaman y exigen la igualdad en dignidad.

Podríamos seguir, pero baste aquí volver al punto de inicio: Que un informe que tiene tantas dimensiones a explorar, que muestra tantas de las insuficiencias del debate sobre estos temas (y conste que no abordamos nada, por ejemplo, de lo relativo a la concentración y la conformación de la élite que daría para una entrada por sí sola), queda reducido a un dato que se discute en los términos de un debate simplista. Quizás esperar más de los debates públicos en Chile sea mucho pedir.

La dificultad de las encuestas políticas en el año 2017

Las encuestas se encuentran en una situación que es digna de nota: Sabemos que en los últimos años han encontrado grandes dificultades para dar cuenta de la realidad (Brexit, el plebiscito colombiano, no cuento la elección de EE.UU, porque en ese caso las nacionales sí estuvieron cerca de la distribución del voto). Y, al mismo tiempo que todos sabemos eso, seguimos usándolas para calibrar la situación electoral e incluso siguen siendo usadas para la definición de candidatos. A falta de otras fuentes de información, se usan las que se tienen; incluso si todos pensamos que no son buenas.

Lo cual nos lleva a dos puntos. El primero es que entonces el uso de las encuestas es frágil. Basta con que alguien diseñe otra forma de acercarse a la realidad que dé resultados cuantitativos (y la encuesta es una forma, pero no necesariamente la única) y bien podrían dejar de hacerse. La segunda es que, mientras se realicen encuestas, entonces hay que preocuparse de resolver sus problemas.

En el caso chileno en particular hay dos fenómenos relevantes:

(1) El primero es que estamos ante elecciones con votos voluntarios. Hasta donde yo sé, no hay un modelo claro de cómo identificar a votantes probables. Cada quien, creo, lo hace como puede; pero falta un protocolo claro y público de que cosas hay que hacer para identificarlos. Y esta falta claramente afecta la utilidad de las encuestas políticas.

(2) Hay un creciente rechazo a contestar encuestas políticas y preguntas de índole política en encuestas. Y como todo el mundo sabe, una alta tasa de atrición dificulta cualquier operación: El valor de tener altos n baja, la posibilidad de solucionar problemas de sesgo vía ponderación también se vuelve problemático.

Uno podría pensar que estos dos problemas podrían cancelarse entre sí: Que justo la población con mayor propensión a no contestar es la con menor propensión a votar. Y si esto fuera así, entonces ‘sin hacer nada’ las encuestas todavía serían útiles. Ahora bien, eso habría que observarlo.

Lo importante en esta discusión es observar que, con relación a estas encuestas -que no dejan de ser parte importante del uso público de nuestra disciplina. hay bastante investigación metodológica a realizar.

De la homogeneidad de Chile

El_nucleo_de_Chile¿La homogeneidad de Chile? Pero, cómo, ¿acaso no es evidente lo diferente que son, por ejemplo, Arica de Temuco, y ambos de Punta Arenas? Y sí, pero no es a eso que me refiero.

La zona que resulta bastante homogénea es el viejo Chile, el que va aproximadamente del Aconcagua hasta la ribera norte del Bío-Bío, que es que aparece en la imagen satelital de GoogleMaps en la izquierda. Es lo que ha sido Chile de forma continua desde algo menos de 500 años (descontando el Norte Chico que, aunque también ha sido gobernado desde Santiago desde esos tiempos constituye  efectivamente una zona distinta). Lo que, en cierto sentido, es el núcleo de Chile.

Algo que resulta claramente visible en la imagen es que este núcleo es además uno bastante lineal. La mayoría de las poblaciones importantes (las zonas grises en la imagen) se encuentran en una sola línea. No es tan sólo que estamos ante una zona muy específica donde se concentra el país, sino que al interior de esa zona también podemos observar una fuerte concentración en una sola línea de asentamientos (en particular, desde Santiago a Chillán este fenómeno es muy visible).

Ahora, el caso es que no deja de ser una zona de una extensión (y población) relativamente considerable, como lo muestra la tabla:

Región Superficie Población Densidad
Valparaíso – 11.644 1.803.443 154,9
Metropolitana 15.403 7.314.176 474,9
O’higgins 16.387 918.751 56,1
Maule 30.269 1.042.989 34,5
Bio-Bio – 31.605 1.809.471 57,3
Total 105.308 12.888.830 122,4

Fuente: Wikipedia (sí, decidí no quebrarme la cabeza). Valparaíso sin Petorca e Isla de Pascua, Bio-Bio sin la provincia de Arauco.

100 mil kilómetros cuadrados  y casi 13 millones de personas (un 71% de la población del país en un 14% de su superficie continental, cuando decimos que es el núcleo es porque es el núcleo). En otras palabras, efectivamente bien pudiera tener en su interior una heterogeneidad bastante importante, porque representa una población y una extensión nada menor, y ha alcanzado densidad en general -en particular tomando en cuenta que una parte no menor de esa extensión es alta cordillera- que resulta relativamente apreciable. Es una zona poblada y ocupada.

Pensemos en Europa. Bélgica o Cataluña tienen el tamaño del Maule. La región del Bio-Bio (incluso sin Arauco) es mayor que Bretaña o Sicilia. Entre San Felipe y San Fernando se ocupa un territorio algo mayor que Dinamarca. Toda la zona central es mayor que la República Checa o que Hungría (o que Baviera que es el estado más extenso de Alemania). Y así uno podría continuar. De hecho, la zona central tiene la extensión de Corea del Sur.

En otras palabras, al interior de la zona central tenemos en esas latitudes cambios de idiomas, arraigados particularismos políticos, y todo lo que usted quiera en términos de identidad específica. Extensiones para las que fue necesaria una larga trayectoria histórica que permitiera su unidad política y administrativa. Por dar un ejemplo cualquiera, unir administrativamente Flandes y Brabante (cada uno alrededor de 10 mil kilómetros cuadrados, o sea menos extensos que Ñuble, de acuerdo a The Promised Lands, Blockmans y Prevenier, Tabla 4) les costó a los duques de Borgoña décadas de conflictos, sitios de ciudades, revocación y re-entrega de fueros y así. Cataluña perdió sus especificidades legales y administrativas sólo en 1716 (con los Decretos de Nueva Planta). Bretaña solo en 1488 perdió su última guerra con Francia y sólo en 1532 se unió legalmente al reino francés. Y uno bien podría continuar con otros ejemplos.

De hecho, cada una de las regiones que hemos mencionado requirió también todo un proceso histórico de larga data para construirlas como regiones con cierta unidad: El condado de Flandes, el de Holanda y así sucesivamente no eran unidades, cada ciudad mantenía sus propia jurisdicción y autonomía.

En cada caso fue necesario superar importantes resistencias locales para construir una unidad administrativa. Y en cada caso las diferencias culturales son bastante relevantes (son algo más que una diferencia en ciertos alimentos y ropas), y si todavía hay diferencias culturales habrá que pensar cuan relevantes ellas eran siglos atrás.

Nada de eso sucede en el caso de Chile. Al interior del territorio que analizamos siempre ha existido unidad administrativa y cultural. Es cierto que hay diferencias (la zona más cercana al Bio-Bio está menos marcada por la cultura de la hacienda tradicional, y en cierto sentido Chillán es el centro de la cultura campesina chilena), pero resultan bastante menores en comparación con las anteriormente mencionadas. Santiago no ha tenido mayores problemas en gobernar  de forma unificada toda esta extensión. Los particularismos (pensemos en Concepción a principios de la República) dicen más bien con contiendas de primacía más que defensas de autonomía.

Para tener heterogeneidad, conflictos contra el poder central, más importantes y más fuertes hay que salirse de esa zona. Desde el conflicto mapuche a las movilizaciones en Magallanes o en Tocopilla, los movimientos territoriales más relevantes ocurren fuera de esta zona. En cierto sentido, en lo que es ‘nuevo Chile’ -lo que se integra a esa unidad política entre la década de 1840 (Magallanes) y la de 1880 (el Norte, la Araucanía). Pero con respecto al Chile central, al ‘viejo Chile’, del cual estamos hablando, se puede incluso llegar a decir que toda la mitología de la unidad era real.

Una nota a 200 años de Chacabuco

El 12 de Febrero de 1817 es una de las fechas clave de la historia nacional. El cruce de los Andes, la victoria de Chacabuco ese día, y el inicio de lo que llamamos la Patria Nueva son eventos decisivos. Ahora bien, ese bicentenario, y en general los bicentenarios próximos (2018 es el bicentenario de la declaración de Independencia y de la Batalla de Maipú, que es el evento de cierre), han tenido una menor repercusión pública que lo ocurrido con el bicentenario celebrado el 2010. Y esto nos algo nuevo, ya que la discusión sobre el centenario también ocurrió en 1910, y por lo tanto en relación con 1810.

La pregunta central es ¿a qué se debe ello? Al fin y al cabo, estos son los eventos que en términos concretos generan la independencia. Un fallido cruce de los Andes (ya sea en el propio cruce o en la batalla posterior) hubieran cambiado la historia posterior de forma bastante clara. Pero se prefiere recordar y celebrar la Primera Junta de Gobierno, la cual -recordemos- ni siquiera tiene la independencia entre sus objetivos (incluso pasando por alto el carácter ostensible a favor del rey del acto del 18, es auto-gobierno local pero no independencia lo que está en juego al decidir crear una Junta al interior de Chile en vez de seguir las instrucciones desde Lima).

La respuesta es relativamente sencilla. Baradit por estos días ha insistido en el hecho que el Ejército de los Andres y Chacabuco son fundamentalmente empresas argentinas (en realidad, cuyanas, mendocinas). El Ejército usó los refugiados desde Chile para crear unidades, y le dio mando a O’higgins, pero es claro cuál es el núcleo del ejército, y de donde venían las tropas y los suministros.  En última instancia, se usa todo lo que esté disponible, pero si no hubiera venido ningún chileno a sumarse al Ejército de los Andes, la expedición se manda igual -y probablemente hubiera tenido el mismo éxito. Enfatizar los hechos de 1817-1818 es obligar a los chilenos a recordar que la independencia se le debemos a nuestros vecinos.

Pero incluso hay algo más. Porque el hecho es que todo el drama local entre 1810 y 1814, e incluso el drama local hasta 1817, se demuestra a partir de la expedición de San Martín como irrelevante. Si no hubieran existido la Primera Junta, el Primer Congreso Nacional, ni hubieran actuado Carrera u O’higgins o Rodríguez, el caso es que en 1817 San Martín de todas formas cruza los Andes, derrota a los realistas en Chacabuco y obliga a Chile a independizarse. El drama de 1810-1817 puede haber servido para convencer a la población local de la necesidad de la independencia, pero no sabemos cuán necesario esto hubiera sido este proceso (es cosa de comparar lo fácil que la población de Perú se adapta a la idea de independencia, aun cuando el proceso no parte de ahí); pero en todo caso es por completo intrascendente en relación al hecho de la independencia.

La irrelevancia de los procesos locales se muestra con mayor claridad si recordamos por qué San Martín cruza los Andes. Hacia 1817 es claro que en el Alto Perú se está en una situación de tablas. Las ofensivas desde el Río de la Plata hacia el Perú fracasan, las ofensivas desde Perú hacia el Río de la Plata también. Pero claramente en Buenos Aires están interesados en que el núcleo de poder realista en Lima sea derrotado. Luego, Chile es simplemente otro camino, uno que no se había pensado previamente, para solucionar ese dilema. Y luego, Chile es liberado no por sí, sino como un asunto incidental en un drama mayor.

Lo que sólo muestra que, y no es la primera vez, que algunas de las decisiones claves que afectan lo que sucede en Chile no se toman en relación con este territorio -que es algo más fuerte, incluso, a que las tomen personas de fuera del territorio. Lo que ocurre en 1817 tiene su antecedente en la decisión española de no abandonar Chile luego de la rebelión de 1598 para defender al Perú (y al Potosí), que un posible abandono dejaría vulnerable a una intervención europea (la misma razón por la cual se decide repoblar Valdivia más adelante). La nula importancia de Chile dentro del mundo colonial queda muy de manifiesto cuando incluso el cierre del período se debe a consideraciones que no tienen que ver con Chile.

 

PS. Una nota adicional. Durante un tiempo circulaba la idea de un ejército jamás vencido. Lo que es claro es que el ejército chileno sufre una derrota total en 1814 -hasta la desaparición completa del ejército organizado. La ‘victoria’ de 1817 no es una victoria del ejército chileno, que simplemente no existe a la fecha. El hecho que chilenos combatieran en el ejército de Los Andes no cambia el hecho base que es un ejército del otro lado de los Andes. Quizás para mantener ese mito es que resulta útil centrar la discusión de la independencia en 1810, y transformar entonces el asunto en un drama local en tres actos. Pero en realidad, estamos ante dos obras separadas.

Crítica de la Razón Sociológica. Un análisis de la sociología Chilena de los años de la transición

critica_razonReuniendo algunos viejos textos, añadiendo comentarios desde una perspectiva posterior y lo que tenemos es este libro, ¿La idea central? La siguiente:

La sociología chilena falló en el cambio de siglo en la más básica de sus tareas intelectuales; en la de entregar un diagnóstico fundado de su sociedad. El análisis del Chile de la transición elaborado por la sociología de esos años representó un consenso muy simplista. Mostrar la inanidad intelectual de una parte no menor de la producción intelectual de la sociología de la época es lo que este texto intenta mostrar.

En un momento en que nos encontramos ante otros debates sobre la situación del país, en el cual la sociología tendrá bastante que decir, este relato puede servir de advertencia para no repetir los problemas de esa producción.

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Sobre la antigüedad de Chile

En una novela (Echeverría de Martín Caparrós) que leí hace poco, se cuenta la historia de Estebán Echeverría, que a principios del siglo XIX, desea producir para su nuevo país, su propia literatura: Crear la literatura argentina. Y pensaba que, pace Lastarria, ese esfuerzo no tuvo mucho sentido en relación a Chile.

Y ello por un motivo muy claro: la literatura chilena es muy anterior al nacimiento de la república. La Araucana construye el mito de Chile, y por más que en el poema no haya chilenos (hay españoles y mapuches), y por más que el poeta no sea chileno (y su intento sea cantar las hazañas de sus connacionales, o sea de los españoles), el caso es que funda una literatura y una idea (es cosa de observar como se refieren a él diferentes escritores chilenos posteriormente). Y si se negara el carácter de parte de la literatura nacional a Ercilla, es innegable que con la Histórica Relación de Ovalle ya se cuenta con una obra mayor escrita por alguien nacido en estos lares (dado que Ovalle alcanza a aparecer en el Diccionario de Autoridades de la RAE, uno puede decir que lo de obra mayor no es antojadizo). Se puede plantear, y sería correcto, que no existe una tradición continua, que los casos mencionados (y otros que se podrían sumar, Lacunza, Molina, de Oña etc.) son siempre aislados entre sí. Se podría aducir entonces que efectivamente hay que esperar a la República para tener un ‘campo’ literario (con movimientos, disputas y otros elementos). Todo ello sería cierto, pero el caso es que la literatura chilena, con todas sus debilidades, existía desde antes del siglo XIX. Cierto que nuestro caso no es el de México, donde supongo que a nadie se le ocurriría hacer nacer la literatura con la Independencia, pero el caso es que existe tal cosa como la literatura chilena colonial.

Muchas veces se tiene la tentación de pensar a Chile (y esto es válido también para otros países en nuestra parte del mundo) como si naciera en la Independencia, y la idea de ‘naciones jóvenes’ se usaba (y todavía en ocasiones se escucha). Sin embargo, en realidad Chile tiene una trayectoria histórica de mayor data. Como mínimo habrá que decir que no falta mucho para contar 500 años desde la irrupción española. Y más aún habrá que notar que Chile, al menos el Chile central, existe desde antes. Una cosa que varios cronistas de la conquista señalan es la unicidad de la lengua entre, al menos, Aconcagua y Chiloé. Esa unidad de la lengua de Chile no deja de ser curiosa: Es un territorio bastante extenso que se constituye como una sola lengua sin participación de un Estado u otra institución. Esa unidad de lengua constituye per se una unidad cultural, y en ese sentido Chile (o al menos el núcleo central) es pre-existente a la llegada de los españoles.

Si bien la irrupción de los españoles constituye un hito que produce una discontinuidad abrupta en la historia de este territorio: Lo que sucede en el siglo XVII o XVIII no es una continuación de lo sucedido anteriormente, y no se entiende sin algo que es -desde el punto de vista de los pueblos originarios- algo completamente exógeno. Pero, con todo, hay algo que si se mantiene -la unidad como tal que constituyen esos territorios.

En ese sentido, Chile es antiguo.

La cacofonía en la Plaza Pública. Una observación sobre la Plaza de Armas de Santiago

Una de las cosas que ha aprendido, con alguna sorpresa, es que la Plaza de Armas puede ser un buen lugar para leer -uno se puede sentar por horas, si es un buen día soleado es agradable, y uno puede combinar concentración (nadie te molesta) con distracción (observar los alrededores). Al menos para mí no deja de ser una alternativa digna.

Realizando dicha actividad hoy pude darme cuenta de algo que es obvio pero que no había pensado bajo ese marco anteriormente: la yuxtaposición inconexa de las actividades que suceden en la Plaza es uno de sus mejores puntos.

Hoy hacia un costado, el del Orfeón, se realizaba un encuentro de cueca, y poder ver todo un lado de la Plaza llena de personas bailando cueca un sábado de noviembre no deja de llamar la atención. Al mismo tiempo se podía escuchar, si uno quería, las predicaciones de los evangélicos. Y ello en toda su variedad, desde aquellos que se centran en la amenaza del infierno y de la gloria de Dios y la necesidad de someterse a él a quienes están más interesados en la resurrección. No comparto para nada las creencias de los evangélicos, y hay varias que me parecen algo aborrecibles, pero no puedo dejar de admirar la convicción en el hecho de pararse en un lugar público a intentar convencer a alguien sabiendo que la mayoría ni siquiera se detiene a escuchar, bajo la vaga esperanza que alguien efectivamente sea salvado. Y todo esto sin contar todas las personas que realizan otras actividades en la Plaza (quienes descansan, quienes usan la pileta como piscina, la señora que vende té y café, los que pintan, los ajedrecistas en una de sus esquinas y así sucesivamente).

El resultado es cacofónico -y hoy esto fue literal en la combinación de música y predicación. Pero esa cacofonía, esa diversidad no reunida bajo unidad, ocupando espacios muy cercanos sin estorbarse entre sí, no deja de ser una expresión de la vida urbana contemporánea. Y el hecho que ello suceda en la plaza de armas de Santiago indica que, a pesar de todas las críticas que solemos hacerle a dicha ciudad, ya es finalmente una ciudad con vida urbana.

¿Importa la legitimidad? A propósito de la política en Chile el 2016

Los resultados de las últimas elecciones han sido interpretados en torno a la pregunta sobre la legitimidad, y los peligros de una deslegitimación de las instituciones. Un poco antes, durante el Congreso de Sociología, estuve escuchando una mesa en el que se discutían problemas de legitimidad de la política. En esa ocasión, y todavía me ronda, hice la pregunta que intitula esta entrada; y que ahora aprovecharemos de intentar responder.

La legitimidad aparece, al menos en Sociología, como parte de la pregunta de cómo se mantiene un orden social. Y aparece también tras el argumento que un orden social no puede sostenerse sobre la coerción. Ella a lo más ha de ser ultima ratio pero no puede ser el fundamento de la operación cotidiana de la sociedad. Si cada persona sólo hiciese lo que requiere el mantenimiento del orden por amenaza de cadalso, es claro que no se sostendrá. Es un descubrimiento que es, de hecho, previo al nacimiento formal de nuestra disciplina, y como Nisbet declaraba hace bastante tiempo atrás tiene una raigambre conservadora. Y cualquier lector de las Reflexiones de Burke podrá observar que ahí ya está la crítica a la idea basta con las amenazas para sostener un orden y que quienes pensaban así ya verían en el desarrollo de su revolución como ello era inviable.

Ahora bien, que se requiere algo más que la coerción para sostener un orden es claro, y la crítica a ello ha sido contundente a lo largo del tiempo. Pero de ello no se sigue que la legitimidad del orden, y en particular la legitimidad del orden para toda la población, sea la única respuesta. El mismo Weber, a quien debemos algunas de las formulaciones de mayor influencia sobre el tema, no olvidaba que existían otras fuentes de orden; y la Ética Protestante termina con una intuición que también es común a Marx: Que el capitalismo tiene otras fuentes para lograr que las personas hagan lo que el orden les demanda sin necesidad de que se crea en la legitimidad del sistema (y sin necesidad de la coerción de la amenaza física).

Ese tipo de consideraciones no necesariamente aplican al orden político, y podría defenderse que ahí necesariamente sería necesaria la legitimidad. Al fin y al cabo, las regularidades no ocurren porque sí, y siendo una actividad común la de justificar el orden político, entonces cabe colegir que es una actividad necesaria: Que si ella no resulta exitosa, entonces ningún orden político puede subsistir.

Exploremos, entonces, algunas hipótesis sobre que sucede en torno a la legitimidad del sistema político en Chile

  1. No hay ilegitimidad de la democracia como tal. La idea general del régimen democrático está asentada, y varias de las críticas que se hacen a sus formas actuales se hacen en torno al régimen concreto se hacen desde la petición de más (o de una real) democracia.
  2. Con relación a la forma concreta que adquiere la democracia representativa en Chile, su legitimidad se encuentra en tela de juicio.
  3. La legitimidad procedimental todavía parece seguir existiendo. Esto en el sentido que no se discute (mayormente) el resultado de una contienda electoral -esto incluso si no se le da mucho valor a dicha contienda como tal. En cierto sentido, incluso tras el descalabro del registro electoral, no se dio mayor discusión del resultado.

La legitimidad procedimental es la legitimidad operativa. En cierto sentido, es ella la que se requiere para la continuación del sistema: Para que los alcaldes asuman, para que se cumplan sus decisiones etc. Por otra parte, la legitimidad en el sistema fortalece la continuación: Como todo intento de superar la crisis del régimen concreto debe hacerse de acuerdo a principios democráticos, ello encauza los momentos de crítica.

Entonces ahí tendríamos una respuesta: La crisis de legitimidad del régimen se encuentra protegida por las legitimidades que todavía existen en otros elementos. Y ello entonces nos permitiría explicarnos porque el régimen puede subsistir incluso cuando ha perdido legitimidad.

Es posible refutar la lógica anterior. Se puede plantear que las legitimidades que he mencionado no son de la población en general sino sólo de las élites políticas. Que en la población si existirían dudas sobre la legitimidad procedimental, a pesar que entre las élites estas no existan (i.e y se hayan aceptado derrotas y victorias sin mayor dilación). Esto me recuerda una afirmación que me enseñó mi profesor de teoría sociológica Raúl Atria, allá a principios de los ’90, en torno a que en Weber los tipos de legitimidad se ordenaban por las creencias del cuadro administrativo, no de la población. No discutiré ahora si ello es una adecuada interpretación de Weber, pero sí diré que me parece una valiosa observación sobre la realidad.

Si la élite política asume la legitimidad procedimental, que recordemos es la cotidiana y más operativa, entonces hay legitimidad procedimental: Sucederán todas las cosas que una elección se supone resuelve (i.e asumen todos los cargos en propiedad quienes son declarados ganadores).  Si no hay creencia en la legitimidad procedimental entre la población (asumamos por ahora dicha hipótesis) ello no tiene efectos a menos que se resuelvan los temas de acción colectiva, de coordinación: Un conjunto de descreídos individuales tiene demasiados incentivos de diversa índole para realizar las acciones que requiere el orden (volviendo a la intuición inicial de Weber y Marx) para que éste pueda continuar.

Entonces, por un lado, las legitimidades en otras dimensiones pueden solventar la crisis en la legitimidad del régimen concreto; y la legitimidad en el cuadro administrativo puede solventar la crisis de legitimidad en la población. Lo cual nos dice que si bien la legitimidad importa, no todas las legitimidades tienen igual relevancia.

Una última observación. Y entonces, ¿por qué la preocupación por la legitimidad en la población si un orden se puede sostener existiendo problemas en ese orden? En última instancia, hay un problema de solidez. Un orden puede sostenerse cuando existen problemas de legitimidad: Hay otras fuerzas que mantienen orden, hay otros lugares donde todavía puede subsistir la legitimidad. Pero es una sustentación vulnerable. Y si bien la vulnerabilidad no es derrumbe, no es tampoco algo que a los interesados en el sostenimiento del orden debieran pasar por alto.

De triunfos y derrotas. Notas sobre la elección municipal del 2016

Las elecciones no se ganan o pierden sólo en las urnas sino además en la interpretación. En particular, cuando una elección no sólo se piensa por sí misma sino por la siguiente. Una elección municipal un año antes de una presidencial no sólo es una forma de elegir alcaldes sino también una forma en que las opciones políticas se miden a sí mismas para pensar la siguiente elección. Luego, observemos algunas de las cosas que se dicen en torno a la última elección bajo esa doble mirada (municipal y anticipo).

(1) La derecha ganó alcaldías importantes pero no constituye un triunfo aplastante ni tampoco una votación que le asegure el 2017

La votación de alcaldes da un punto y medio sobre la Nueva Mayoría (38,5% contra 37,1%). En concejales la votación es inferior -y siendo la votación de concejal más puramente política no deja de ser buen apronte para otras elecciones. La Derecha ganó municipios emblemáticos, pero varios de ellos son tradicionalmente de derecha (Providencia o Santiago) y en otros casos hay división de votación (Maipú). Hay que recordar que la elección de alcaldes es de una sola vuelta, y la presidencial es de dos; y por lo tanto un 40% de la votación es perfecta para ganar muchas alcaldías pero sigue sin ser una gran votación como apronte.

Más en general, el porcentaje de la derecha no es particularmente alto. Es sólo un punto más alto que el 2012 (en las que, se supone, sufrió una gran pérdida), y ha sido menor que el 2000 y el 2008 donde tuvo algo más del 40%. Tampoco la derecha mantuvo su votación absoluta, sólo que su pérdida no es muy amplia (250 mil votos menos entre 2012 y 2016)

En resumen, la elección del 2012 para la derecha no es una elección muy inusual; y en términos de posicionamiento para la presidencial no parece tampoco ser tan promisorio.

Pero para ganar una elección bien se puede decir que basta con sacar más votos que el contrario, lo cual nos lleva al siguiente punto.

(2) Pero la Nueva Mayoría perdió claramente la elección de alcaldes, con todo no está mal para el 2017

Si bien la Nueva Mayoría obtuvo más votos de concejales que Chile Vamos (47% contra 40%), obtuvo menos votos de alcaldes. Y quizás más crucial perdió muchos votos. El 2012 sacó un 44% de la votación contra un 37% esta ocasión. O sea siete puntos porcentuales menos. Y la disminución de votación absoluta en alcaldes es bastante clara: alrededor de 620 mil votos menos. En la elección de concejales también disminuye en 500 mil votos.

En este sentido, si bien vis-a-vis la derecha no está tan mal (no fue tan aplastante su derrota), en términos de evolución si se puede plantear que el resultado fue una derrota aplastante.

Ahora bien, ¿y en términos del 2017? Si pensamos que sacó más votos en concejales y que la diferencia con la derecha en alcaldes no es tan alta, la situación no es muy desastrosa. Más aún, si recordamos que las presidenciales son en dos vueltas y un candidato de la NM podría obtener votos de las listas de izquierda (algunos todavía quedarán disponibles para el tema del mal menor). En otras palabras, no están particularmente mal.

Lo anterior nos lleva, entonces, a las consideraciones de más largo alcance:

(3) Si las elecciones fueran puramente de opciones políticas, la NM sigue teniendo buenas posibilidades para el 2017; pero como también son asunto de los candidatos…

Dado lo anterior es claro que pensando en términos puramente políticos las posibilidades de la NM son más que aceptables: Para repetir, la diferencia en alcaldes es baja, tiene mayor votación de concejales y tiene más donde crecer: la votación conjunta de la izquierda fuera NM es relevante y podría estar disponible para una segunda vuelta.

Lo cual es cierto pero olvida que las elecciones unipersonales importa el candidato. En otras palabras, mientras que Piñera (para usar el nombre más probable de la derecha) es probable que sostenga toda la votación de su sector y además crezca en votación, no es tan claro que ello suceda hacia el otro lado. Los candidatos respectivos son en general más débiles, no es claro siquiera que aseguren el piso de su coalición; y menos es claro que puedan ganar hacia la izquierda. O para decirlo de otro modo, que puedan ganar hacia la izquierda sin perder hacia la derecha.

(4) Si bien las elecciones son un rechazo al gobierno, no se sigue que sean un rechazo a reformas.

Y vamos entonces a uno de los temas cruciales: ¿qué significan las elecciones en relación al tema de si el país quiere reformas o no?

Veamos:

(a) Es claro que la elección es una derrota del gobierno. La pérdida en términos porcentuales y absolutos es innegable.

(b) Por otro lado, esa votación no la ganaron quienes se oponen en general a la idea de reformas importantes. La derecha no obtuvo ni en términos porcentuales ni absolutos los votos perdidos.

(c) La izquierda, que recordemos en principio quiere más cambios que lo que ofrece la NM, obtuvo un 6% en alcaldes y un 9,9% en concejales. En votos de concejales se mantiene prácticamente igual desde el 2012 (455 mil el 2012 y  451 en esta ocasión). Comparo con concejales porque, al revés que las dos coaliciones grandes, no presentan candidatos en todas partes, pero al menos son más amplios en alcaldes. O sea, todos estos movimientos si bien no pierden votación -al revés que la derecha y la NM- tampoco la ganan.

(d) Luego, en líneas generales lo que pasó es que simplemente una parte importante del votante de la NM decidió no votar. A primera vista, esto no implica entonces que ese votante haya pasado a preferir que no se realicen reformas (no pasó a votar por la derecha) ni tampoco lo convence un discurso de cambiar el modelo (no pasó a votar por la izquierda). Se podría adelantar la idea que es sencillamente un grupo de personas que sí desea reformas pero crítica más bien cómo se han hecho -y luego, no puede votar por la NM (lo ha hecho mal) pero tampoco está disponible a cambiarse de tienda política.

(e) En conclusión, sigue siendo perfectamente plausible que existiría una mayoría por reformas. Entre NM e izquierda se alcanza la mayoría de los votos (en concejales ello es claro, es un 56%, y si bien no toda la votación NM aprueba las reformas, al menos podemos decir que no están por que se mantengan las cosas como están). Si además recordamos que los votantes perdidos tampoco es por mantener el status quo, se puede seguir en dicha interpretación. Lo que sí es claro es que todo ello no apuntala al gobierno; pero distinguir apoyo del gobierno de apoyo a cambios es la mitad del asunto.

(5) En realidad el tema es la abstención.

Ahora bien, alguien pudiera decir que toda la preocupación de quien ganó o perdió es menor frente al hecho que sigue disminuyendo la votación, elección tras elección. Y que ello dificultad cualquier lectura política (ya sea en términos de partidos o de posturas sobre la sociedad) porque lo que es más claro es que la mayor parte del país por diversos motivos no vota.

Las interpretaciones de la abstención son siempre disimiles. Pero no es difícil sostener que una parte importante de ello es hastío y rechazo (i.e algo similar al ‘que se vayan todos’). La política como tal no sirve, ni los políticos sirven. Y no sirven para hacer todo lo que hay que hacer, no creo que sea sostenible pensar que muchos de ellos son personas satisfechas con el rumbo de la política y la sociedad (por más que puedan estarlo de sus propias vidas).

Aquí podemos hacer notar lo siguiente. Uno podría decir que el efecto de los escándalos de corrupción es más bien menor. La UDI, supuestamente más golpeada, sigue siendo el partido más votado; varios candidatos con problemas importantes al respecto alcanzaron votaciones importantes etc. Pero eso olvida lo más importante: Que para la ciudadanía la corrupción no es algo que diferencia entre políticos, sino algo que caracteriza al grupo en su conjunto. Y frente a ello entonces a quien le importa la corrupción no es que castigue a un partido en vez de a otro, lo que hace es restarse de la votación. O sea, los 800 mil votos menos entre el 2012 y el 2016 se pueden achacar en parte importante a ello.

Por cierto, tampoco es claro que la tendencia al aumento de la abstención tenga tope

La fragilidad de la construcción instrumental de lo colectivo. Chile 2016

En las diversas demandas que han aparecido en Chile en los últimos años se repite la de lo público. En general, se podría decir que se repite una cierta búsqueda de la colectivo. Ahora bien, la idea de esta entrada es que la forma en que se ha articulado esa idea es particularmente frágil.

Dicho en pocas palabras: Se quiere lo colectivo como forma de asegurar un bien individual. No es tanto que se quiera una mejor vida para todos, como que empiezo a observar que todos mis esfuerzos para lograr mis sueños no siempre funcionan, que es mucho lo que cuestan, y luego entonces requiero un apoyo para ello. Al pasar: Que la demanda de apoyo colectivo provenga de una experiencia de esfuerzo, y que se pida apoyo al esfuerzo, vuelve todas esas frases fáciles sobre ‘lo quieren todo gratis’, ‘manga de flojos’ suene incluso más insultante que lo habitual. Eso se le dice a una población que siente que todo le ha costado y que nada le ha sido fácil.

Pues bien, cuando lo colectivo aparece de esa forma entonces es frágil. Como todo medio sólo se lo busca mientras se mantenga un cálculo de efectividad y de eficiencia. Y en particular esta salida es extremadamente frágil: Lograr las cosas por mi cuenta puede ser difícil y, luego, entonces se requiere ‘cambiar el mundo’. Pero, por otro lado, ¿no es cambiar el mundo algo mucho más difícil que cambiar la propia vida?

Las anécdotas nunca prueban cosa alguna, pero siempre resultan útiles como ilustraciones. Y para mostrar que esta fragilidad no es nueva ni inusual, quizás no esté de más usar un ejemplo antiguo. Al inaugurar su gobierno Tiberio, se encontró con un movimiento social: las legiones de y Panonia aprovecharon el cambio de gobierno para levantar su lista de demandas (disminución de años de servicio, aumento de salarios etc.). La vida del legionario era dura y una acción colectiva parecía una solución razonable -además que claramente las legiones reunidas tenían un gran poder. Tiberio envió a Druso, su hijo, a negociar. En medio de esto, algunos centuriones leales al orden empezaron a usar el siguiente tipo de argumento -o al menos Tácito nos dice ello:

‘Reform by collective agitation is slow in coming: individuals can earn goodwill and win its rewards straightaway’ (Tácito, Anales, I:28)

Frente a las dificultades, no hay necesariamente salida y única, y el camino individual y colectivo pueden cambiar rápidamente de posición. Con lo cual volvemos al inicio: Que cuando lo colectivo es visto instrumentalmente, su atractivo resulta bastante frágil.