El comentarista al Sumario de la Historia General de Rosales o la eterna visión de un país sin problemas.

La reciente edición en la colección Letras del Reino de Chile del Sumario de la Historia General del Reino de Chile de Diego de Rosales hace notar que en el manuscrito hay una serie de notas de comentario al texto. El editor se pregunta por quién es el autor de esas notas y estima que ellas corresponde a una voz crítica de la obra y perspectiva del jesuita Rosales. El examen de qué es lo que critica nos permitirá comprender la permanencia de una voz conservadora (y profundamente acrítica de la propia sociedad) desde el siglo XVII en adelante. La voz de la élite.

La Historia General, como todo texto escrito en el siglo XVII, se centra en la guerra de Arauco y, por lo tanto, en la relación de los españoles con los mapuche. Ese es el problema central de la colonia y el eje de todas sus decisiones políticas.

En relación a estos temas, entonces nuestra voz crítica plantea que todo dato que implicaría un maltrato por parte de los españoles a los mapuche es mentira y falsedad. El trato, por lo tanto, siempre ha sido correcto, nada que criticar a los españoles conquistadores. Rosales refiere, durante el gobierno de García Hurtado de Mendoza (gobernador entre 1557 y 1561), que un indio después que se le restituyera su mujer declara que ‘estos sí son buenos españoles; si tales hubieran sido los primeros, ya todos fuéramos cristianos” (Libro 4, Cap. 11), a lo que nuestra pluma comenta:

En eso miente; todos fueron iguales [id est, buenos], y ellos ya eran todos cristianos

Nos dirá, por lo tanto, que todo problema existente se debe a la rebelión como tal. Y la única causa de la rebelión son los agentes externos a los mapuche (y en particular, los propios jesuitas). Es sólo por agitadores que soliviantan al pueblo que suceden las rebeliones. Es sólo porque repiten lo que dicen los agitadores externos que los mapuche pueden reclamar (contra tan noble dominación como la española). Así, entre otros varios ejemplos, Rosales escribe sobre las primeras rebeliones mapuche con Valdivia (Libro 3, Cap. 16) y la pluma en cuestión escribe:

Todo lo que dice [Rosales] en este número contra los españoles fue soñado por los jesuitas y inventado por ellos, de que llegaron a formar el gran rebelión del año de 1598, pues ahora no hubo más queja que de algunos yanaconas

La rebelión de 1598, por cierto, le permite al anotador llenar de notas marginales al texto siguiendo esas líneas (así, Libro 5, Cap. 2: subraya la frase de Rosales ‘los trataban peor que esclavos’ y reacciona con ‘Ya comienza a vomitar lo que ellos inventaron para su rebelión’ o Libro 5, Cap. 5 sobre trabajo en minas dice: ‘inventado de los de su ropa, pues antes y después sacaron los caciques el oro, y los indios iban gustosos por la doble paga’)

Una sociedad sin problemas donde sólo de manera exógena aparecen agitadores. Pero que internamente es un jardín sin problemas. Lo que implica, por cierto, el buen carácter de la dominación. Es el mismo tipo de discurso que la élite usará (no sólo en Chile en cualquier caso) a lo largo del tiempo. El siguiente caso que narra Bengoa en su Historia Rural del Valle Central (vol. 2, p. 27) resulta de interés. Luego de un reclamo campesino en una hacienda cerca de Santiago en 1921, su dueño escribe en El Mercurio:

Primero, que en julio pasado hubo una huelga provocada por agitadores que venían de Santiago, que reunió en un mitín a los inquilinos para hablarles de la reivindicación social (sic), de la destrucción del capital y del reparto de las tierras.

El problema nunca es la naturaleza de la dominación, los problemas sólo aparecen con los que reclaman por ella (que siempre vienen de fuera).

Por otro lado, esto contrasta con otro debate que está en juego en la época: guerra defensiva o guerra ofensiva; pactar con los mapuche o seguir en el intento de conquistarlos. En última instancia: paz o guerra (es el problema central de política que se discute en el Resumen a partir del Libro 6). La idea que la guerra defensiva fue un fracaso (encapsulado en el asesinato de los jesuitas misioneros en territorio mapuche) es parte del discurso de la época, parte de la defensa de la guerra ofensiva y de continuar en el intento de conquista (y eso quedó en la literatura posterior, por ejemplo como Barros Arana se refiere a ello, casi como sueño sin sentido). Ahora bien, la defensa de la guerra defensiva, de la necesidad de pactar, proviene de otra interpretación de fracaso: Del hecho que todo el esfuerzo realizado no ha podido derrotar a los mapuche. Y es esa interpretación la que al fin gana desde la perspectiva de la Corona española (y de los gobernadores, que son sus representantes). Como nos refiere Rosales, el Marqués de Baides (gobernador entre 1638 y 1646) después de escuchar en consejo sobre si otorgar o no dar la paz a los mapuche (Libro 7, Cap. 10)

Quedó el marqués confuso y en toda la noche siguiente no pudo dormir, luchando su espíritu marcial, que le inclinaba a la guerra, con su generosidad y los repetidos encargos del rey, que le llamaban a la paz. Levantose temprano y se encontró con don Alonso de Figueroa, a quien semejantes pensamientos habían desvelado; y, comunicándose sus sentimientos, Figueroa, hombre de gran prudencia y experiencia, le dijo que el talar aquellos campos ni ganaba tierra ni vasallos al rey, ni fruto considerable a la gente; que la guerra se hace para adquirir la paz, y era infeliz cosa, cuando se ofrecía la paz, despreciarla por seguir la guerra; que de no haberla admitido don Luis Fernández de Córdoba se siguieron muchos infelices sucesos, que le refirió, y que en mano de los españoles estaba hacer que durase la paz con tratar bien y según justicia a los indios. Este mismo dictamen era el del marqués, y llamando a los caciques hizo juntar los indios amigos par oírlos sobre esto.

Después de eso vienen las paces de Quilín (1641) que son el inicio de una política general de apaciguamiento de la frontera (aun cuando su efecto no es inmediato y todavía vendría la crisis de 1655, con rebelión general mapuche y motín en Concepción para derribar al gobernador). Al fin, la lógica imperial (recordemos los repetidos encargos del rey) que la guerra no tiene ya sentido debido a la resistencia continua se imponen.

Se imponen al actor que se resiste a la paz: la élite local de la colonia. Al fin, el actor que plantea que lo que fracasó fue el intento de paz es la élite local (y el comentarista no puede menos que anotar al margen sobre la referencia a dependía de los españoles: ‘de los jesuitas estaba dejar de fomentar a los indios’). Ellos son los que prefieren la guerra, para ellos la paz es un desastre (así en un momento en que un gobernador decide atacar nos dice ‘de que lo recibieron gran gusto los soldados’ Libro 6, Cap. 6). Lo cual nos dice bastante entonces sobre la imagen inicial que defienden de un país pacífico que otros (en particular, los jesuitas) vienen a conflictuar.

El tema no es la paz, no es la defensa de la tranquilidad. Para la élite, siempre, la paz equivale a su propio dominio sin límites ni obstáculos. Cualquier cosa que disminuya la dominación es un atentado contra esa paz. Sí, hay que implementar la guerra y la violencia para así lograr la única paz que les interesa: la de poder explotar a los otros sin problema.

Un discurso y una lógica que todavía nosotros podemos observar, y que ya se encuentra plenamente desplegada a lo largo del siglo XVII. Nunca está d más recordar que Chile ya exista, ya está conformado antes de la independencia.

Proyectos Intelectuales (V) Vidas Paralelas. Una historia del Cono Sur

De todos los proyectos de este listado este es probablemente el que se encuentra más en pañales. En cualquier caso, desde hace algún tiempo tengo la impresión que la historia de Chile y de Argentina se puede observar como respuestas diferentes a los mismos desafíos (por ejemplo, de ser periferia de Potosí, o de cómo responder a la caída de la dominación oligárquica y así). En ese sentido, una especie de vidas paralelas. No sé si esta perspectiva dé mucho, eso es precisamente de lo que trata el trabajo.

Por ahora estaría teniendo la siguiente estructura:

Capítulo 1. El fin del mundo

Capítulo 2. En la periferia del mundo andino

Capítulo 3. En la periferia del mundo colonial

Capítulo 4. La expansión borbónica

Capítulo 5. El momento de la independencia

Capítulo 6. Del orden autoritario al orden oligárquico liberal

Capítulo 7. Dos formas de irrupción nacional-popular

Capítulo 8. El mundo globalizado neoliberal.

Impuestos y cambios políticos. Perú tras la independencia

A pesar de ello [disminución] la contribución de indígenas y castas se convirtió desde los años de 1830, hasta su abolición en 1854, en uno de los principales rubros de las finanzas públicas. Junto con el de las aduanas, eran las dos principales columnas que las sostenían. Las sumas recaudadas por la contribución variaban entre uno y dos millones de pesos por año, correspondiendo la mayor proporción a los departamentos de la sierra, donde la población indígena era mayoritaria, como Ancash, Cuzco y Puno. El resto de las contribuciones , que gravaba a los propietarios de tierras inscritas en las notarías, y a los de residencias y comercios inscritos en las ciudades, tenía un aporte ínfimo, poniendo de manifiesto la dificultad del Estado para obligar a pagar contribuciones directas a la clase propietaria.

Y al finalizar el siguiente párrafo:

La motivación de esta política de alivio fiscal fue, aparte de hacer parecer al Estado republicano más benévolo con la población comparado con el Estado colonial, la idea que unos impuestos más bajos promoverían un mejor desempeño de la economía (Historia Mínima del Perú, Carlos Contreras y Marina Zuloaga, 2014, Colegio de México, Cap 14, p. 176)

Algo que se repite en varios países latinoamericanos tras su independencia son las dificultades fiscales, que en más de una ocasión produjeron importantes crisis económicas.

La cita muestra que la dominación (directa o indirecta) de las oligarquías está detrás de ello: enviando los impuestos directos a otros grupos (manteniendo el tributo colonial a los grupos indígenas) y todo bajo una política de ‘vender’ el nuevo régimen como positivo por su efecto fiscal (la población que recibe esa benévola situación es la oligarquía).

Muestras además, es una de tantas señales, una clara diferencia con las burguesías triunfantes y expansivas. La rebelión neerlandesa contra el régimen español de los Habsburgos fue una rebelión contra impuestos, y prontamente el naciente estado rebelde terminó cobrando impuestos más altos. Y toda esa resistencia a pagar impuestos al régimen externo se transformó en bastante más disposición a pagarlos, incluso más altos, a un régimen propio. Lo mismo se puede decir de otros casos -el gobierno inglés del siglo XVIII a través de la Cámara de los Comunes (o sea, a través de un organismo que representaba en parte no menor los intereses de esa burguesía) tenía una carga fiscal que la absolutista Francia. Y los mismos franceses que tanto reclamaron contra los impuestos para el rey, pasaron a votar contribuciones más importantes (incluida la conscripción, que es un tipo de impuesto) cuando pasaron a un gobierno más representativo.

Detrás de la aparente paradoja no está una simple diferencia de ‘impuestos para un gobierno que se siente externo / impuesto para el propio gobierno’ (la idea de no hay impuestos sin representación del caso de EE.UU); esta también la percepción que la libertad que requieren los intereses mercantiles (porque tanto las Provincias Unidas como el Reino Unido son durante el siglo XVIII en todos los sentidos países más libres que el resto de Europa), desde una mayor libertad de opinión hasta menos problemas para desarrollar negocios, requiere de un Estado con capacidades importantes; y esas burguesías estaban dispuestas -en última instancia- a pagar por ello.

Las oligarquías latinoamericanas, que nunca fueron ni hijas ni promotoras de un capitalismo triunfante, nunca lo vieron así. Y al pensar sólo en su beneficio inmediato (no imponerse impuestos, hacer que los impuestos los paguen otros), fueron parte de las dificultades económicas que experimentaron buena parte de las repúblicas de América Latina.

NOTA I. Las instituciones siguen basando las soluciones que piensan en las prácticas que conocen. La práctica de cobrar impuestos a las comunidades indígenas fue algo que el Estado peruano continuó del Estado colonial, que había desarrollado la idea de tributo en el siglo XVI, en ese caso disminuyendo el peso de coerción sobre el pueblo indígena, puesto que el paso fue inicialmente de trabajo forzado a pago de contribución (Con el tiempo, por cierto, el Virreinato reinstauró el trabajo forzado -la mita; pero la idea inicial fue la mencionda).

NOTA II. La miopía de las oligarquías latinoamericanas no es algo exclusivo de ellas. La misma práctica de hacer que otros paguen los impuestos es algo que Tocqueville menciona en El Antiguo Régimen y la Revolución como rasgo de la aristocracia francesa del siglo XVIII.

Pérez Saínz sobre la desigualdad en América Latina. Un comentario sobre ‘Una Historia de la Desigualdad en América Latina’ (2016)

El libro que reseñamos es parte de una recuperación del tema de la desigualdad en las ciencias sociales, pero es además una reivindicación de una aproximación estructural al tema. Pérez Sáinz, ya al inicio del texto, marca su diferencia con otras aproximaciones,

El presente texto ofrece varias claves para entender la profundidad de las desigualdades en América Latina y su persistencia a lo largo de la historia. La mirada que predomina en la región se focaliza en la desigualdad de ingreso entre personas, información recabada por las encuestas de hogares; así, ha configurado nuestro imaginario sobre esta problemática. Sin embargo, debido a varias razones, ese es un acercamiento limitado, que no logra captar la profundidad del fenómeno ni entender su persistencia (Introducción, p. 13)

Pérez Sáinz da varias razones a continuación, las centrales son -porque en el marco analítico serán cruciales- que (a) antes de la redistribución del ingreso hay una distribución de bienes primarios, y que ella es la clave y que (b) el análisis del hogar esconde varias dinámicas que son relevantes para comprender la desigualdad.

No profundizaré en evaluar si esas observaciones críticas son correctas. Me limitaré a señalar que si bien parcial una perspectiva basada en ingresos puede entregar indicaciones históricas de largo plazo, y que de hecho no necesariamente está asociada a hogares (el estudio de Rodríguez Weber sobre desigualdad en Chile, Desarrollo y Desigualdad en Chile (1850-2009), 2018, 2a Ed., LOM, así lo muestra por ejemplo). No hay que olvidar que parcial no equivale a incorrecto.

Una perspectiva más integral se justifica en la medida en que ella permite obtener nuevas y mejores descripciones de la realidad. Eso no es evidente. Muchas veces un marco puede complejizarse para ser más integral pero no entregar resultados muy distintos de uno más simple. Bajo ese criterio observemos lo que nos plantea el texto.

I. El Marco de Observación.

Una de sus ventajas es que estamos ante un trabajo muy sistemático. El marco analítico que expone inicialmente construye un esquema de observación que será con el cual el texto analiza y describe la evolución de la desigualdad. En varias ocasiones uno encuentra que la discusión conceptual y el análisis empírico no conversan demasiado, y el aparato teórico resulta casi superfluo. No es el caso aquí: la discusión conceptual fundamenta el esquema de observación y éste, a su vez, estructura la descripción.

Lo primero es determinar que la desigualdad debe medirse en los mercados ‘primarios’, o sea aquellos que estructuran -finalmente- la producción. No es la desigualdad de ingresos, sino la desigualdad en acceso a capital, la desigualdad en relación a cómo se estructura la relación laboral etc. Son los lugares donde ‘se definen las condiciones de producción material de la sociedad’ (Cap 1, p. 31). Esto implica entonces que la desigualdad es, finalmente, producto de dinámicas en que opera el poder. Aquí reusa conceptos de Tilly (en La Desigualdad Persistente) y aplica a estos mercados básicos un par de dinámicas que serían las que generan desigualdad: ‘las condiciones de explotación de la fuerza de trabajo asalariada y otro al acaparamiento de oportunidades de acumulación’ (Cap 1, p. 33). En esa dinámicas se juega el tema de las clase sociales.

Ahora bien, con el sujeto de la clase no se agota el tema. Pérez Saínz incluye específicamente las dinámicas de la individuación al tema de la desigualdad e incluye los pares categoriales (otro concepto que adapta de Tilly) para tratar género, raza y territorio: La adaptación es precisamente que Pérez Saínz restringe el concepto de par categorial, dejando fuera la clase.

Antes de entrar en la descripción de los procesos históricos que se hace en el texto, algunos comentarios. Lo primero es que diferenciar los mercados primarios del resto y realzar su importancia para describir dinámicas sociales. Hace unos años atrás Bas van Bavel (The Invisible Hand? Oxford University Press, 2016) planteaba que lo que diferencia a una economía de mercado de la simple existencia de transacciones mercantiles es que sólo en la primera los bienes primarios (la tierra, el trabajo etc.) son transados libremente en el mercado, y que eso ocurre en raras ocasiones. En la mayor parte de las sociedades hay mercados pero no cubren esos bienes básicos. Centrar el análisis de la desigualdad en las dinámicas sobre esos bienes sigue las mismas líneas: es importante separar el análisis de cómo se distribuyen esos bienes porque tienen consecuencias muy diferentes a los ‘bienes de consumo’.

Lo segundo es la aparición de las dinámicas de individuación. El argumento que esgrime inicialmente es más bien débil: ‘Es bastante evidente que no puede obviarse a los individuos, porque las biografías de las personas son únicas e irrepetibles’ (Cap 1, p. 39). Lo cual es cierto, pero no es claro porque ello implica que los individuos deban aparecer como otra dimensión del análisis de desigualdad. Es en la posterior discusión donde la razón queda más clara: las dinámicas de legitimación de la desigualdad, al menos en las sociedades modernas, no pueden pensarse sin relación a ello: Si las dinámicas de individuación son fuertes, ellas ‘pueden relativizar las dinámicas de clase’ (Cap 1, p. 40). Esos procesos (y en particular la diferencia entre una individuación basada en la propiedad privada y una basada en la ciudadanía social) son los que hacen que el análisis de la desigualdad no pueda separarse del análisis de la individuación.

Ahora bien, en base a ese marco de observación, ¿qué encuentra Pérez Saínz?

2. La Historia de la Desigualdad en tres momentos.

La división en períodos que realiza Pérez Saínz es tradicional para analizar la historia de América Latina desde el siglo XIX en adelante: un período oligárquico seguido de una modernidad nacional a la que sucede una modernidad globalizada. Los nombres varían pero es un esquema altamente usados para analizar América Latina. Y el relato general es más bien tradicional: Un período inicial de alta desigualdad, seguido de un período de menor desigualdad, que fue sólo parcial, y finalmente un momento de nuevo crecimiento de la desigualdad.

Antes de proseguir es relevante observar una de las virtudes del texto: efectivamente analiza América Latina como un conjunto y no, como es tan común, como una sumatoria de situaciones nacionales: las dinámicas y esquemas usados permiten ver de manera conjunta a la región (notando también sus diferencias).

Es el esquema de observación el que permite a Pérez Saínz desarrollar un análisis más profundo que el breve relato anterior. Así, por ejemplo observa que la importancia de los pares categoriales varía en cada época. Así en la era oligárquica es el par categorial étnico el más relevante (el eje civilización/barbarie que estructuró la individuación tenía una lectura directa en ese eje), en la era de la modernización nacional es lo que ocurre con los territorios (la diferencia urbano/rural en particular) y en la era de la modernidad globalizada el eje de género adquiere mayor centralidad (con nuevos procesos de subordinación ahora en el mercado de trabajo). Los cambios que examina a este respecto Pérez Saínz no se reducen a esas estimaciones de relevancia, son analizados época por época (así, entonces, con la importancia del multiculturalismo en el momento globalizado).

Asimismo nos muestra diferencias en lo relativo a los procesos de individuación. Como ya mencionamos, en el período oligarquíco el eje central es la diferencia barbarie/civilización: Sólo aquellos que tenían las disposiciones (y recursos finamente) para una conducta civilizada podían ser ciudadanos y luego así se justifica excluir a la mayoría de la población. En el período de la modernidad nacional se construye un ciera ciudadanía social, aunque en todo caso ésta fue parcial, pero aquí se superara ‘la antinomia entre ciudadanía y trabajo, propia del orden oligarquíco’ (Cap 3, p. 139, en tanto partícipes de la sociedad ya eran ciudadanos, y la ciudadanía tenía un fundamento social, no político (así interpreta el populismo). En el orden globalizado esa ciudadanía social se quiebra, al debilitarse los soportes de política social que lo constituían, pero emerge el consumo como el mecanismo de constitución individual para dicha época.

En cualquier caso, el núcleo de la desigualdad lo constituyen, al final, los procesos asociados a los mercados básicos: Las condiciones de explotación del trabajo y cómo se acaparan las oportunidades de acumulación.

En el período oligárquico nos encontramos con procesos que, en lo fundamental, implican la incorporación general de los procesos productivos en estructuras ‘modernas’ y capitalistas (como parte de una relación más intensa con el capitalismo global): Se instauran relaciones salariales y se destruyen formas comunales de propiedad (y la frontera agrícola avanza, todo ello implicando la ampliación de relaciones capitalistas modernas. Estos procesos constituyen desigualdad por la forma en que ellos ocurren. Así, Pérez Saínz hace notar que siendo la mano de obra salarial escasa no ocurre en América Latina que ella no implicó altos salarios, a través de diversas formas (pago en fichas por ejemplo) la relación asalariada no implicó ni siquiera la libertad formal esperable.

Así, la conformación de este campo se caracterizó por una contradicción básica entre la máxima movilización de fuerza laboral que intentaron los patronos y la mínima remuneración de la mano de obra que otorgaron; es decir, buscaron maximizar la proletarización minimizando la salarización. El acto fundacional de este campo de desigualdades de excedente estuvo marcado por una asimetría profunda que determinaría el desarrollo de la relación entre capital y trabajo en América Latina (Cap 2, p. 58)

Cuando se observa la siguiente etapa, de modernización nacional, en estos campos lo que encontramos son intentos de inclusión, que resultaron parciales o menores. Se constituye una categoría de asalariados formales (Pérez Saínz dice que se constituyen como empleo, no sólo como trabajo, siguiendo un poco a Castel) que adquiere ciertas seguridades y derechos. Pero al mismo tiempo esa categoría no incluye a todos y se instaura la diferencia formal / informal. En lo referente a la acaparación de oportunidades están los intentos de reforma agraria, en otras palabras que los productores directos en el agro puedan acumular; pero al final nos encontramos con procesos oligopólicos. La ausencia de un empresariado local importante se asoció entonces a que unos pocos actores (muchas veces, el Estado o el capital extranjero) fueran los actores centrales. En cualquier caso, los mismos mecanismos de ampliación de inclusión y de construcción de ciudadanía, el empleo formal, fueron nudos de desigualdad (al distinguir y cerrarse al acceso a dicho campo).

El empleo formal, en especial el generado en el sector público, expresó esa superación [de la diferencia entre ciudadanía y trabajo] y en torno a este fenómeno de la formalidad se tejió un nudo de desigualdades importantes (Cap 3, p. 159).

La modernización global implica una transformación de esos procesos. El empleo formal no permanece pero se precariza, al perder sus protecciones y seguridades. Pierde el carácter de ’empleo’ y pasa a ser de nuevo un trabajo. En los procesos productivos globales la ubicación en la cadena productiva se convierte en decisiva: ‘dentro de una trama globalizada no cualquier empresa tiene las mismas posibilidades de acumular; es decir, la trama es un espacio donde también hay desigualdad entre capitales’ (Cap 4, p. 188). En última instancia, lo que se observan son nuevos fenómenos de exclusión (a través de par global/local) que ocurre en economías ‘neo-extractivistas’, donde su inserción en la economía global es a través de la inserción subordinada a cadenas de producción que usan los recursos primarios (incluso si el trabajo es del sector terciario). Los cambios están asociados: Por ejemplo, no por nada el neo-extractivismo es en parte importante de productos agrícolas y las nuevas relaciones laborales nacen en el agro. Y estas transformaciones se asocian muy fuertemente al nuevo carácter del individuo, en la nueva estructura de relaciones productivas:

la empleabilidad desplaza el énfasis de las dinámicas laborales desde el puesto de trabajo hacia la propia fuerza laboral y sus decisiones. De esta manera, se mistifican los orígenes y las causas de esa regresión social y laboral; también viejos derechos se convierten en nuevos deberes y, de esta manera, se refuerza el individualismo que el orden (neo)liberal impuso (Cap 4, p. 180)

3. Entonces, ¿qué aporta esta mirada?

Planteamos que la potencia de una perspectiva se muestra en que nos permite detectar que de otro modo sería complejo de hacer, y sus problemas en que nos hace difícil de percibir.

Los elementos individuales del análisis no dependen mayormente del esquema. Más allá de si son o no buenas descripciones, ellas aparecen en múltiples fuentes. Lo que hace el esquema es la observación en conjunto, sistemática.

Ello permite, además, observar sus relaciones. Aun cuando mucho del texto describe por enumeración (‘en relación a esta dimensión, ocurrió A, B y C’), los elementos están entrelazados. Y permiten comprender mejor lo que son, creo, algunas de las ideas propias del texto.

La afirmación que la importancia de los pares categoriales varía por período es interesante y diría no es tan común como otras afirmaciones. Y, casualmente, ahí se juega una parte importante de las relaciones entre los diversos elementos de la desigualdad. En la dominación oligárquica lo que está en juego es el par étnico y esto se relaciona con dinámicas de individuación que enfatizan la diferencia barbarie / civilización: sólo el ‘civilizado’ cabe tratarlo como un individuo pleno. Lo cual es afín a las dinámicas que ocurrían en los mercados primarios, cada una de las cuales implicaba la imposición de la incorporación subordinada a los mercados (en otras palabras, el que estaba en posición de ‘bárbaro’ no era necesario considerarlo): tanto cuando se pagaba con fichas o se arrasaba con la propiedad comunal, esas eran cosas que se hacían sobre otros, aplicación de poder sobre quienes no tenían derechos. La importancia de la diferencia territorial (urbano / rural) está asociada, finalmente, a una ciudadanía social fundada sobre el empleo formal que era un tipo de empleo urbano, y donde la informalidad urbana siempre se percibió como el resultado de la irrupción de grupos rurales. La preponderancia de las categorías de género en la modernidad globalizada también conecta todo con el hecho que en una época individualista la incorporación de la mujer al trabajo es buscada y que la precarización laboral puede aparecer como ‘positiva’ para este segmento. En esas conexiones es que se muestra que el carácter sistemático del marco de observación permite observar de manera diferente nuestras sociedades.

En términos de afirmaciones específicas que creo son iluminadoras ellas ocurren en torno a la dinámica de los bienes básicos (como ya dije esa concentración es crucial). Una ya la mencionamos al discutir el régimen oligárquico: el hecho que en nuestros países la incorporación en un régimen salarial se realizó bajo condiciones de dominación, permitiendo salarios bastante bajos. Otro tema que menciona Pérez Saínz (y que también aparece en otros textos, como Ross Schneider, Hierarchical Capitalism in Latin America, Cambridge University Press, 2013) es la relación subordinada de los pequeños productores en la cadena de producción y su correspondiente dificultad para acumular:

Por consiguiente, a lo largo de estos tres períodos del desarrollo de capitalismo en la región, y a pesar de las transformaciones acaecidas, hay un denominador común: la exclusión permanente de la mayoría de los pequeños propietarios latinoamericanos de las oportunidades que en verdad les permitirían acumular (Conclusiones, p. 254)

No deja de ser curioso (en Salazar uno puede encontrar algo similar) esta defensa del pequeño capitalista por parte de personas con perspectivas críticas (el subtítulo del texto es ‘la barbarie de los mercados desde el siglo XIX hasta hoy’). Pero ya decía Braudel que entre el mercado y el capitalismo había una fuerte separación.

Como toda perspectiva, la que ofrece Pérez Saínz tiene sus puntos ciegos. Al criticar los ingresos como algo parcial e insuficiente, no toma en cuenta que serán parciales pero son parte de la realidad. Y esto afecta su discusión, porque el crecimiento de ingresos (que es parte importante de lo que está detrás de consumo como agente de individuación -ello sólo puede ocurrir si hay ingresos que lo permitan) es parte de las dinámicas de la relación salarial. Mirar lo que ocurre como precarización, y como caída de la fuerte separación empleo formal estable / trabajo informal inestable, no es todo el fenómeno. Del mismo modo, la situación del trabajo por cuenta propia se termina perdiendo: No es tan sólo exclusión de la relación salarial (no son sólo informales) ni tampoco correspondería dejarlos solo como pequeños propietarios. Y el trabajo por cuenta propia es una realidad estructural importante en América Latina, pero ni la dinámica de explotación ni de acaparamiento de la posibilidad de acumular cubre su situación.

En cualquier caso, como ya dijimos ningún marco puede abarcar todo lo que resulta interesante de analizar y el marco analítico sí permite describir elementos y relaciones que no serían tan claros sin éste. Dado ello, el libro cumple con su promesa inicial de iluminar aspectos relevantes del análisis de la desigualdad en América Latina.

Contrafactuales. A propósito de la colonización de América.

Durante los últimos años es posible observar una cierta proliferación de estudios de historia alterna (¿que habría pasado si…?). En cierta manera, las explicaciones históricas implícitamente operan de manera contrafáctica (si digo que X fue condición necesaria de Y estoy diciendo que sin X no habría sucedido Y). Una parte no menor de esa literatura plantea contrafactuales para mostrar que efectivamente la historia podría haber sido distinta (que si Y dependió de X, pero X no era necesario luego Y no era necesario), y para mostrar  -así- el papel de los momentos o de los actores individuales en la historia. Si Churchill no hubiera hecho esto, si el Reino Unido no hubiera declarado la guerra al Imperio Alemán, si hubiera pasado tal cosa durante 1917 en Rusia, si la batalla de Maratón hubiera pasado esto (el último ejemplo conocido de todos los que han leído los textos metodológicos de Weber por cierto).

Pero creo que en realidad el mejor uso de los contrafactuales es para, precisamente, entender mejor por que suceden las cosas de la forma en que sucedieron. Para ilustrar este punto usaremos un contrafactual que es particularmente relevante para nosotros: ¿Hubiera podido ser distinta la forma en que operó la conquista de América por parte de los europeos?

Lo primero es observar que efectivamente el contacto de América es claramente más probable desde Europa o África que desde Asia (simplemente porque el Atlántico es más pequeño). Luego incluso si es posible pensar en contacto desde China es poco probable un contacto permanente que produce conquista. Al mismo tiempo. el otro actor posible desde el Atlántico es el mundo árabe, y en particular Marruecos. Pero nuevamente, no habiendo una fuerte tradición naval en esa zona (como sí lo había en el Índico). Luego, podemos plantear que toda historia alternativa relativamente realista debiera plantearse invasión desde Europa.

Lo segundo es observar que sabemos que hay un contacto previo: las colonias vikingas en Groenlandia sí estuvieron en América (L’Anse aux Meadows). Pero ellas fueron de corta duración. Para que esa colonia perdurase -y eso implicaría una historia muy distinta- se necesitaría una período cálido medieval algo más cálido (de forma de permitir una colonia vikinga en Groenlandia más numerosa que pudiera a su vez sostener un asentamiento en América). Cuando decimos una historia muy distinta es que si eso hubiera sido así, entonces América hubiera recibido todas las enfermedades del Viejo Mundo (y en una de esas hasta el caballo y quizás la forja del hierro) por parte de un grupo europeo que incluso si hubiera podido mantener contacto permanente no estaba en condiciones de invadir esas tierras. Pero eso requiere un cambio en la historia climática del planeta.

Si no asumimos cambios climáticos ni sucesos muy poco probables, entonces tenemos variaciones sobre un grupo de europeos del Renacimiento (con superioridad en armamento y con shock de enfermedades al mismo tiempo) en América. ¿Hubiera sido posible otro comportamiento por parte de los Europeos?

Si comparamos con lo que realizaron en otras partes del mundo (y más o menos por la misma época) podemos preguntarnos: ¿por qué no un modelo como el acaecido en África? (i.e factorías de comercio en la costa pero sin dominación directa), ¿por qué no un modelo como lo sucedido en India o en el Asia sudoriental? (i.e conquista de estados pequeños pero no de los mayores). Parte de la respuesta es por las condiciones. Si se lee acerca de algunos aventureros españoles (y de algunos planes de hecho) en el área, se puede observar que no es una actitud distinta, sólo que no resultaba posible, digamos, conquistar los estados mayores en el área. Y nuevamente, esto dice relación con que en ninguna de esas áreas los europeos tenían las ventajas que si tuvieron en América (i.e no hay shock de enfermedades, la comparten, y en general la diferencia tecnológica es menor -son todas civilizaciones que usan hierro por ejemplo). Eso es lo que vuelve, por ejemplo, menos viable una situación en que el Caribe se llena de asentamientos europeos que comercian o intentan dominar ‘tierra firme’ pero sin conquista directa.

Dado lo anterior, y dadas las conductas efectivas de los europeos, entonces las posibilidades son la colonia de poblamiento y la colonia de conquista (dado que la colonia comercial, incluso cuando fue usada en América al final siempre fue desplazada). Esto nos lleva, a su vez, a observar que en los centros precolombinos más importantes la colonia de poblamiento resultaba imposible -simplemente, incluso tras la debacle demográfica, la población india era demasiado numerosa).

Luego, las alternativas contrafactuales más realistas son modificaciones al interior de los modelos básicos acaecidos efectivamente (por ejemplo, un tratamiento distinto de los indígenas en la conquista española), pero al parecer los lineamientos generales no resultan muy posibles de cambiar. Para producir alternativas contrafactuales más importantes se requieren transformaciones más básicas (por ejemplo, lo ya mencionado de un cambio en la historia climática). Con lo cual volvemos al punto inicial: buena parte del posible uso del razonamiento contrafactual es para entender con más claridad los procesos y dinámicas que produjeron lo que efectivamente sucedió.

Modos de Colonización. Algunas Notas Preliminares.

La entrada no es sobre todas las formas posibles de colonización, sino simplemente comparar en líneas muy generales los modos usados por los Europeos en la modernidad temprana (en particular en América, pero no en exclusiva)

Una forma (modo 1) es el de ‘expulsemos a los habitantes y nos hacemos con el terreno’, la así llamada colonia de poblamiento. En última instancia, usada por los Ingleses en territorios de clima templado (o sea, relativamente cercanos a Inglaterra), con habitantes originales relativamente débiles y definitivamente sin Estados organizados. En América, los franceses ocuparon ello en Quebec.

Otra alternativa (modo 2) es el de ‘subyuguemos a los habitantes y nos convertimos en señores del territorio’, que es el caso normal de los españoles. Aunque esa era su modo estándar, en particular fue más intenso en aquellas regiones en que existían poblaciones organizadas en Estados y con niveles altos de población. Lo último tiene su importancia porque el modo español exige que las poblaciones indígenas sigan existiendo: la idea es explotarlos, no eliminarlos. Luego, tomando en cuenta la debacle poblacional de los pueblos indígenas tras 1492, sólo podía funcionar en poblaciones que incluso después de una fuerte disminución eran relativamente numerosas para sostener a una clase dominante de españoles.

Finalmente tenemos la modalidad (modo 3) de ‘explotemos a los habitantes a través de comercio’ que aunque no fue el único método usado por ellos, era relativamente común entre portugueses y holandeses. Ya sea porque los territorios resultaban imposibles de conquistar por la relativa fuerza de los habitantes (la situación típica en la India en el siglo XVI-XVII para todos) o por la orientación comercial en general de la economía colonizadora (por ejemplo los holandeses en América del Norte) o por las características del territorio (Bahía del Hudson o como los franceses operaron en el Mississippi si no me equivoco), se estimaba que la forma más lucrativa de relacionarse con esos territorios era a través del comercio.

Uno de los temas relevantes es que sólo los dos primeros resultaron, al menos en América, duraderos. Y eso se debe, en parte, a las dinámicas poblacionales. La colonia de poblamiento genera mayor población que la colonia de subyugación, y ambas claramente mayores poblaciones que la comercial. Lo cual implica, por ejemplo, que las colonias comerciales fueron más fácilmente tomadas por otros poderes (Nueva Holanda a manos de los ingleses en 1665 por ejemplo) mientras que eso no sucede en los dos primeros casos. Pensemos que, de hecho, la única colonia de poblamiento conquistada subsecuentemente fue Quebec, y todavía ella cuenta con una cultura francófona a más de 2 siglos de su conquista por el Reino Unido.

Veamos algunos datos y estimaciones de población. En la década de 1660-1670 la población en Nueva Inglaterra paso de 32.600 a 52.200 (Heines y Steckel 2000: 150), mientras que la población de Nueva Holanda para 1665, su conquista, se calcula en alrededor de 7.000-8.000 (Jacobs 2005: 95, y esa estimación es relativamente alta, existiendo varias que la calculan en alrededor de la mitad). En el caso de las colonias españolas, podemos usar el ejemplo chileno que es una de las menos pobladas. A su vez, los datos para el territorio de Santiago (que podemos usar como equivalente a Nueva Inglaterra o Nueva Holanda) nos indican que para 1644 entre Choapa y el Maule alrededor de 3.000 vecinos, o sea, españoles (De Ramón 2007: 79), pero a eso hay que sumar la población indígena y población negra. Al parecer, todo Chile tendría cerca 22.500 indios encomendados  y 2.000 esclavos negros (Zapater 1997: 492 usando estimaciones contemporáneas de la Real Audiencia), pero si consideramos la mitad de esa población para el territorio de Santiago alcanzaríamos alrededor de 15.000 personas para ese territorio. La población de la potencia colonizadora es menor que en el caso de Nueva Holanda (aunque recordemos, estamos hablando de una colonia pobre dentro del Imperio Español y usando una estimación alta para Nueva Holanda), pero la población total de la colonia resulta claramente mayor.

¿Cuál es la importancia de todo esto? Que las potencias europeas disponían de un abanico de posibilidades cuando decidían dominar un territorio. Un abanico que dependía de factores asociados al territorio dominado (las características de su población) y de la sociedad dominadora (Nueva Holanda pasó del modo 3 al 2 al cambiar de potencia colonial). Y que esos modos tienen consecuencias relevantes para la historia posterior. Aquí nos hemos dedicado a mencionar sólo las demográficas -porque ellas claramente influencian historias posteriores.

De hecho, es posible mostrar que esas evoluciones demográficas afectan el comportamiento de los salarios y las economías (Arroyo Abad et al 2012 y Allen et al 2012) Aunque ambos tienen más bien conclusiones distintas en torno a la situación de las economías de las colonias españolas, sigue el tema general: Que esas estrategias de colonización fueron relevantes en producir situaciones históricas diferentes.

Referencias Bibliográficas.

Allen, Robert, Murphy, Tommy y Schneider, Eric (2012) The Colonial Origins of the Divergence in the Americas. The Journal of Economic History 72: 863-894
Arroyo Abad, Leticia, Davies, Elwyin y van Zanden, Jan Luiten (2012) Between Conquest and Independence: Real wages and demographic change in Spanish America, 1530-1820. Explorations in Economic History 49: 149-166
Haines, Michael y Steckel, Richard (2000) A Population History of North America. Cambridge: Cambridge University Press.
Jacops, Jaap (2005) New Netherland: A Dutch Colony in Seventeenth Century America. Leiden: Brill.
de Ramón, Armando (2007) Santiago de Chile, Historia de una Sociedad Urbana. Santiago: Catalonia
Zapater, Horacio (1997) Huincas y Mapuches. Historia 30: 441-504