Lo que el ‘progresismo’ podría aprender de la perspectiva conservadora.

Entre mis escritores favoritos se encuentran Dostoievski, Borges y Tolkien. Muy distintos entre sí, pero tienen en común un talante más bien conservador, y -al menos- una desconfianza por las promesas y las políticas ‘progresistas’. Dado que uno es más bien de izquierda, se podría continuar con la línea de ‘bueno, esto muestra que el valor literario no es exclusivo de algunas tendencias políticas’. Lo cual sería una visión insuficiente.

Mejor tomarse en serio por qué me gustan autores que tienen convicciones bien distintas de las mías y no escabullir el bulto. En todos esos casos, al fin, sus ideas son bien relevantes para comprenderlos como autores; y si me gustan es porque sus ideas algo me dicen. Por cierto, no podemos trabajarlos como un grupo unificado: Entre Borges cuyo talante conservador proviene más bien de su escepticismo y de su defensa del individuo frente a lo colectivo y Dostoievski a quién no pocas certezas le faltaban y crítico del individualismo moderno bastantes diferencias hay. De hecho, es probable que los motivos ‘conservadores’ por los cuales me atraen no sean los mismos.

Si uno se toma en serio las ideas de los autores entonces queda el tema del título. ¿Qué es lo que se puede aprender de una posición conservadora? Dado el atractivo de esos autores se asume que esa pregunta tiene una respuesta, que tiene un contenido -la tarea es descubrir cuál. Dada las características de los movimientos ‘conservadores’ actuales el título bien puede parecer un sinsentido; pero los conservadurismos no son todos iguales y el de Tolkien, por ejemplo, sería difícil conectarlo con las estridencias contemporáneas. Creo que pensar que hay algo que aprender tiene algo de sentido.

Hay un aprendizaje que sólo menciono a beneficio de inventario puesto que es, en la actualidad, más bien trivial (aun cuando en su época no lo fuera tanto): La sospecha y escepticismo sobre las promesas de un futuro perfecto que trae la acción colectiva deliberada. Es parte de la izquierda la creencia en los beneficios de la planificación y regulación -que la acción del gobierno puede traer importantes avances. El pensamiento conservador ha sido más bien escéptico y esto aparece en la obra de estos autores (quizás de manera más clara en el ‘Saneamiento de la Comarca’, el último capítulo del Señor de los Anillos). Y tener algo de ese escepticismo, saber que la planificación y la regulación pueden salir mal, no deja de ser un recordatorio saludable para quienes solemos proponerlos. La conclusión será distinta que la que obtiene un conservador (más un ‘ten cuidado’ que ‘no lo hagas nunca’), pero recordar los límites es siempre algo positivo.

Me parece más interesante otro aspecto que es común (aunque no ocurre siempre) entre conservadores: el elogio a la simple vida cotidiana del común de las personas; la sensación que es ahí (y no en otro lugar) donde se puede realizar una vida humana, en el encuentro con otros en las actividades normales de la vida. En Tolkien eso es muy claro. Está la célebre frase que dice Thorin al final del Hobbit:

Hay en ti muchas virtudes que tú mismo ignoras, hijo del bondadoso Oeste. Algo de coraje y algo de sabiduría, mezclados con mesura. Si muchos de nosotros dieran más valor a la comida, la alegría y las canciones que al oro atesorado, éste sería un mundo más feliz.

Pero también toda los capítulos iniciales del Señor de los Anillos, en su descripción del cumpleaños de Bilbo, hay también toda una celebración de la simple cotidianeidad. He citado no sólo la frase de ‘si muchos de nosotros’ para enfatizar que Tolkien no se reduce a elogiar esa cotidianeidad, sino que le asigna los rasgos de la sabiduría y la virtud. No es simplemente algo bueno, sino que ahí es que se juega la vida (y que justamente ‘uno mismo ignora’).

En Borges esto no es tan claro, pero uno puede recordar un comentario que hace sobre Chesterton. El mismo no dice que comparte esa visión, pero dado cuanto declara su gusto por el autor británico, quizás no esté tan lejano

Chesterton pensó, como Whitman, que el mero hecho de ser es tan prodigioso que ninguna desventura debe eximirnos de una suerte de cómica gratitud (Sobre Chesterton en Otras Inquisiciones)

Pero es también una actitud que aparece en varios de sus poemas. Así, por ejemplo en Arte Poética en El Hacedor (que, a decir verdad, es uno de los mejores libros de Borges)

Cuentan que Ulises, harto de prodigios

lloró de amor al divisar su Itaca

verde y humilde. El arte es esa Itaca

de verde eternidad, no de prodigios

Uno puede comparar esa referencia a Ulises con otro uso famoso (Itaca, el poema de Kaváfis). En el poema de Kaváfis Itaca funciona como el fin del camino, pero lo que se celebra es el camino como tal -las aventuras y los prodigios. Lo que se celebra aquí es Itaca misma, ‘verde y humilde’. Puesto que nuevamente eso es lo fundamental

Detrás de la apología a la vida cotidiana también está la actitud del elogio a quienes representan esa vida: las personas comunes. Como nuevamente Tolkien es bien claro en ello, uno puede recordar aquí otras citas de Borges que siguen esa idea: Todas las veces que repite ese mito que hay unos pocos justos en el mundo que lo salvan, pero no saben que son justos que salvan el mundo. Lo que hay es la idea que las personas comunes haciendo su vida normal son los que hacen todo lo que tiene valor y sentido (’14. Nadie es la sal de la tierra, nadie, en algún momento de su vida, no lo es’, Fragmentos de un Evangelio Apócrifo en Elogio de la Sombra de Borges)

En la izquierda es relativamente común (nuevamente, no ocurre siempre) la idea que lo que tiene valor, lo que da sentido a las cosas, es la participación en la construcción colectiva del destino: Que estar haciendo la historia es lo relevante y que cuando eso desaparece la vida pierde significado. Uno de los problemas del tiempo reciente, una de las razones de ciertos malestares, es que justamente no existiría el horizonte de futuro, la imagen de una utopía (aunque inalcanzable en sí, tenga sentido moverse a), y que dado las cosas pierden sentido. No hay un objetivo que alcanzar ni un para qué de la acción.

Frente a ello la respuesta conservadora es clara: La propia vida cotidiana entrega toda la imagen (y realidad) de una vida buena necesaria. Que una vida humana entre humanos es lo único realmente necesario.

Y diré que eso es cierto. La razón por la cual soy de izquierda es sólo hacer esa vida cotidiana humana más común y más extendida. Que todos los llamados a la lucha histórica me generan más suspicacia que otra cosa (tantas vidas han sido destruidas en nombre de ello). Y que eso es un buen aprendizaje que se puede tomar del pensamiento conservador.

NOTA. Dado lo dicho en esta nota creo relevante darle vuelta a lo de Dostoievski -porque claramente la raíz ahí no es la misma. Incluso diría que la apología de las personas comunes es más de Tolstói.

Tolkien y la Naturaleza del Mal

A primera vista la noción del mal en Tolkien es perfectamente tradicional y en línea con el pensamiento católico: El mal parte de la desobediencia, del hecho de querer hacer cosas por su cuenta. Así en el Silmarillion, que como presentación de la mitología básica es lo que vamos a tratar, Melkor (el primer Señor Oscuro) inicia su camino hacia el mal teniendo pensamientos propios, separado de sus congéneres. Ese es el camino que lleva a este Vala, el más poderoso de todos (los Valar son cercanos a ángeles del mundo tolkeniano) a la rebelión y al mal. La cercanía con las historias bíblicas es clara, y Milton en Paradise Lost también había escrito esa historia como literatura. Siendo Tolkien católico, y tradicionalista, uno podría dejar la cosa ahí. Sin embargo, hay otros elementos que se pueden analizar.

Claramente para las sociedades modernas una concepción del mal como desobediencia resulta insuficiente, si es aceptada. Sociedades que valoran tanto la auto-expresión y la individualidad, y que de hecho no piensan que la obediencia sea en sí positiva, se distancian de tales concepciones.

Hay elementos para pensar que Tolkien reconoció que el pensar pensamientos propios no era elemento constitutivo del mal para los modernos, y eso le condujo a complejizar la idea tradicional, y en ese movimiento haciéndola más profunda e interesante.

La historia clave aquí es la Aulé (otro Vala) creando a los enanos. Originalmente esto puede verse como muy cercano a Melkor creando a los orcos. Aulé decide, por su cuenta y sin comunicarle a Eru Ilúvatar (Dios), crear seres, dado su deseo que el mundo sea habitado y que las cosas que han sido creadas sean experimentadas por alguien, y está impaciente dado que no han nacido las razas pensadas por Eru. Como, finamente, nada puede ser escondido a Ilúvatar, enfrenta a Aulé, y éste -entristecido- le dice que es comprensible que un hijo porque imite a su padre, aunque sea de juego, y ofrece destruir su creación, los padres de los enanos. Cuando intenta hacerlo, los padres de los enanos actúan intentando evitar su propia destrucción.

En la historia hay dos elementos que diferencian la buena de la mala creación:

El primero es el motivo. Aulé crea porque desea que otros puedan hacer y experimentar el mundo, y porque desea que el mundo sea experimentado. Es por ello similar a lo que Eru mismo hace (que es a lo que se refiere con lo de imitar al padre), y lo que todos los Valar hicieron cuando hicieron música y así crearon el mundo: Cada uno puso lo que era de él. La creación es, entonces, auto-expresión. En el caso de Melkor él crea -los orcos por ejemplo, pero también en sus acciones en la música de los Ainur-, pero lo hace para dominar, para tener seres a quienes mandar y que lo obedezcan. La creación como dominación.

El segundo es el resultado. Los creados padres de los enanos se oponen a la voluntad de su creador, tienen voluntad propia. Los orcos, y eso es constante en Tolkien, no tienen voluntad propia. Es por ello que cada vez que su señor es derrotado no saben que hacer y se dispersan. Y es porque los hombres, aunque de fácil corrupción, sí tienen voluntad propia es porque en esos casos hay que seguir combatiendo. Pero al tener propia voluntad sí son accesibles al bien (y luego es posible parlamentar -como sucede en la derrota de Saruman en El Señor de los Anillos– o preguntarse si son realmente malos si participan de las agresiones del mal -como lo hace Sam cuando observa una batalla entre hombres). Los orcos, en la mitología, no son accesibles al bien porque no tienen voluntad. Esto es coherente con que en la creación de la Música de los Ainur la música de Melkor es un unísono: nada hay en ella más allá del propio ‘tono’ de Melkor.

La buena creación, entonces, en Tolkien, no crea para el bien del creador y por eso mismo, crea seres autónomos e independientes.  La mala creación crea para el dominio y, por ello, no crea seres con voluntad. Es una intuición que va más allá de la idea tradicional del bien como obediencia, y que de hecho la subvierte si se quiere: Porque en la original, el creador crea para la dominación y el poder, pero sabido es que la imaginación semítica, que es el origen de las concepciones bíblicas, los dioses son pensados a semejanza de los reyes. Pero no es esa la imagen en Tolkien donde la imagen de la creación es más cercana al mundo de las artes (el mundo es creado a través de la música).

Lo anterior puede servir para, a su vez, comprender algo mejor una de las temáticas más recurrentes en Tolkien: Que el mal no comprende al bien, no puede imaginarlo. En última instancia, el mal es no salir de uno mismo, ensimismarse. Y no el pensar por su cuenta y ser independiente lo que constituye el mal, sino el quedar atrapado en uno mismo, y luego no poder entender nada que no sea el sí mismo. Porque, finalmente, para poder ser uno mismo, para poder expresarse en su ser, hay que salir de uno mismo.