Sobre la incertidumbre en procesos sociales (comunas italianas, siglo XII). Contraponiendo perspectivas (presentes) del actor y perspectivas (retrospectivas) del observador

To many analists of the early commune of Pisa, including some of who are writing today, there is no problem here; the city commune was a development waiting to happen, implictly indeed a wholly positive one, and it is a waste of tome to spend too much effort unpicking its uncertain path when the end result is so obvious (Chris Wickham, Sleepwalking into a New World. The Emergence of Italian City Communes in the Twelfth Century, Princeton UP, 2015 Cap. 3, p. 94)

El libro de Wickham del cual proviene la cita está analizando la formación de gobiernos ‘comunales’ en las ciudades italianas en el siglo XII. El énfasis del argumento (y del examen de la situación de Milán, Pisa y Roma) es que en la medida que estaban creando esa nueva forma de gobierno (autónomo, en particular con autonomía judicial, a través de cónsules elegidos regularmente a partir de la comunidad cívica) no tenían claro qué es lo que estaban creando. Nadie se propuso crear la república municipal mientras la estaban creando (siendo éste un desarrollo relevante para la historia europea en general, la constitución de la ciudad como una comunidad con un gobierno autónomo tuvo un impacto relevante en el desarrollo de las sociedades europeas y, aunque no es exclusivo de ellas, es sí algo que las marca, todo lector del ensayo de Weber sobre la ciudad debiera recordarlo).

Como nosotros somos observadores (ya sea como analistas históricos del pasado o incluso como modeladores teóricos de procesos) tendemos a observar estas trayectorias desde su resultado ‘final’. Y es cierto que en ocasiones no nos preocupamos del proceso, y mientras llegue al resultado final esperado da un poco lo mismo. Llegarán al equilibrio (o a la mejor opción, al resultado racional etc.) y el camino no interesa. Quizás eso tenga sentido para el analista, pero para quienes tienes que recorrer el camino no.

Porque el camino hay que descubrirlo. Y en la vida social, hay que inventarlo. La opción de tener cónsules (y en general magistrados que se eligen regularmente) no era algo simplemente disponible que se eligió, hubo que formarlo y desarrollarlo -y parte de la expansión se debió (es algo que Wickham observa un poco para el caso de Roma y desarrolla en el Cap. 5) a la copia de elementos ya establecidos. Quizás no era la única alternativa posible.

Esto es crucial no sólo para no olvidar la perspectiva del actor, sino para mostrar la limitación del analista -que siempre llega ex post facto: Que no se conoce la situación, ni su estructura; que es un proceso el que permite explorar la situación y pensar en alternativas. En la vida social real -más allá de cuando se observa a posteriori, más allá del modelo teórico- efectivamente estamos todos (incluyendo al analista) en la misma situación que el actor: explorando posibilidades, porque del mundo nunca se sabe plenamente como es ni lo que depara.

La reacción a la pérdida de incertidumbre en el Libro el Desasosiego de Pessoa

Pero el criticismo frustrado de nuestros padres, si nos legó la imposibilidad de ser cristianos, no nos legó la satisfacción de poseerla; si nos legó la falta de fe en las fórmulas morales establecidas, no nos legó la indiferencia ante la moral y ante las reglas de vivir humanamente; si dejó en la incertidumbre el problema político, no dejó indiferente nuestro espíritu ante la posible solución de ese problema (Pessoa, Libro del Desasosiego, 175)

Hace un tiempo atrás escribí una entrada (link aquí) en que defendía la idea que la modernidad era, como experiencia, un acostumbrarse -muy lento, paso a paso- a la falta de certidumbre. Justo hoy me topé con esta cita del Libro del Desasosiego que toca el mismo tema.

Pessoa escribe desde la generación posterior a los positivistas, a quienes ve como destruyendo todas las anteriores certezas. Los ve además como una generación segura, precisamente por esas certezas que destruían. La generación de Pessoa (que nace en 1888) es la que vive tras esa destrucción de certezas, y la vive como un trauma: Viven no habiendo perdido la búsqueda de esa certeza, siguen viviendo como si esas certezas fueran necesarias para dar sentido y dirección a la vida. En la perspectiva de esa generación si no hay ‘fórmulas morales establecidas’ no quedaría más que la indiferencia, a la que se resisten.

Lo que falta es la postura que la certeza no es necesaria: Que la opción de certeza o indiferencia, y todo el rechazo a ese dilema, no es tal; que se pueden tener creencias sin necesidad de tener certeza o seguridad. Una postura que se puede decir se ha vuelto más común con posterioridad.

Y sin embargo…

Uno puede notar que las generaciones posteriores a Pessoa recobraron las certidumbres. La modernidad de mediados de siglo XX entregaba, en cierto sentido, certezas (desde los estilos arquitectónicos a la fuerza de la historia en las que se basaba la cultura de izquierda). Y nuevamente nos encontramos, en su última parte, con otra generación que destruyó esas certezas (¿no era eso el posmodernismo? ¿la negación de todas las certezas de las tendencias modernistas del siglo XX?), y de nuevo entonces aparece el problema de la falta de certidumbre. También podría notar que la actitud de ‘la falta de certidumbre no es un problema real’ aparece casi al inicio del descubrimiento que las certezas no existen, está ya en David Hume. La idea que hay una trayectoria, lenta, de acostumbrarse a la incertidumbre no parece ser tan adecuada.

Tengo la impresión que el movimiento que describía en la entrada citada sigue siendo correcto: Que en una mirada de largo plazo lo que se observa es que la falta de incertidumbre produce menos problemas (como planteaba allí, no requerimos certezas ni teóricas ni metodológicas para dar los resultados científicos como correctos), pero lo que queda claro es que estamos ante un movimiento de larga duración, y que dicha trayectoria no es lineal: Hay repetidos ciclos de pérdida y búsqueda de certezas, incluso si cada ciclo es menos ‘cierto’ que los anteriores.

Los ciclos provienen que la incertidumbre es, finalmente, más tensionante; la certidumbre da claridad y tranquilidad. Esa necesidad no sólo hace que no pueda existir una dirección lineal de mayor acostumbramiento, sino hace posible que esa tendencia se quiebre. Al fin y al cabo, no sería la primera vez en la historia que a una cultura más escéptica sucede una que quiere y desea dogmatismo.

Las tendencias, incluso las de largo plazo, son eso, tendencias; no leyes que transiten hacia el futuro por caminos que ya podamos prever.

Un continuo acostumbramiento a la falta de certidumbre. Unas notas sobre la modernidad

Una idea muy tradicional es que la modernidad, al menos en términos filosóficos, se inicia con Descartes. Como buena parte de las ideas tradicionales resulta muy discutible, y sin embargo hay elementos relevantes que hacen que la afirmación tenga sentido. La idea se fundamenta en el Discurso del Método y en la idea de la duda metódica.

Este escepticismo basal y universal sería una de las señales que diferenciaría a la modernidad como época. Muchas veces se ha señalado que la duda metódica es el inicio de la posición cartesiana, y que Descartes la usa para fundamentar lo que sería, ahora, la verdad certera. Anteriormente estábamos equivocados (siguiendo a Aristóteles y la escolástica), pero ahora tenemos un nuevo método para asegurarnos la verdad.

El punto de inicio es, entonces, la crisis que los nuevos desarrollos científicos producen en el conocimiento medieval. Una crisis que es mucho más allá de una resistencia a una nueva idea y abandono de la anterior. No existía, por decirlo de manera burda, el modelo mental del mundo que permitía pensar como posible y adecuado lo que para nosotros es sentido común: El conocimiento avanza y por ello a veces es necesario abandonar las teorías anteriores. La idea de avance de conocimiento previa es una en que se agregan elementos, no se eliminan. Bajo los esquemas mentales usuales no había espacio para pensar que lo que se daba por cierto puede dejar de serlo.

La primera reacción a lo anterior fue, entonces, producir una nueva certeza. La antigua certeza estaba equivocada, y por lo tanto en realidad no tenía ningún valor (uno puede leer a varios autores de la época para percatarse del desprecio al aristotelismo que estaba en juego en la época en varios, el Leviatán de Hobbes presenta múltiples ejemplos). En algún sentido, en el posterior desarrollo de la física newtoniana se puede observar una recepción de ese estilo: ahora, finalmente, hemos adquirido el conocimiento verdadero que no puede ser perdido. Sin embargo, en general, la propuesta de la nueva certeza fracasó. En vez de la esperada suplantación de una vieja certeza (ahora error) por una nueva, lo que se dio fue un debate entre varias posiciones (Jonathan Israel en Radical Enlightenment presenta las disputas entre 1650 y 1750 en detalle).

Es importante enfatizar la razón por la cual la reacción inicial a la pérdida de certeza fue la búsqueda de una nueva: El hecho que el canon de lo que consistía conocimiento correcto no se modificó y seguía siendo el del conocimiento cierto e inmodificable. Sin certeza no hay nada, todo vale lo mismo; y dado que es invivible estar en el ‘todo da lo mismo’ (como todos los críticos al escepticismo radical han mencionado durante toda la existencia de esa posición), entonces sólo quedaba buscar una nueva certeza.

Ahora bien, en la práctica los debates continuaron y no se generó certeza común. Cada nueva posición que intentaba buscar un nuevo piso firme, indudable y eterno, al conocimiento simplemente se agregaron al conjunto de posiciones en disputa. A pesar de lo infructuoso del asunto, el intento de buscar una nueva certeza fue duradero. Kant escribe al final del siglo XVIII todavía bajo el molde que ahora su propuesta finalmente producirá un nuevo conocimiento cierto y válido por siempre (al final de la Crítica de la Razón Pura se pueden encontrar varias afirmaciones de este tenor).

Frente a ello lo que se desarrolló a lo largo del tiempo fue una pérdida de la idea que sólo el conocimiento cierto vale como conocimiento. Para decirlo de otra forma: Que si no hay conocimiento cierto, eso no afecta nada. Sin certezas sigue teniendo sentido declarar ciertas creencias como de mayor valor que otras. Es de hecho la posición del escepticismo antiguo (Sexto Empírico siendo un caso claro de ello).

En el mundo moderno es probablemente David Hume el primero (o al menos, uno de los primeros que hizo esa posición conocida) en tener esa actitud. Después de eliminar en sus razonamientos todas las fuentes de certeza (la causalidad, para usar una de sus tesis más conocidas, es sólo un hábito de pensamiento), lo que hace es no obtener las consecuencias usualmente pensadas: Que entonces no hay razón para dar algo como más válido que otra afirmación. En la medida que hay que vivir eso no lo hacemos, y esa consecuencia es irrelevante. Nadie debe esperar a tener certeza para dar algo por válido, y para los usos normales con eso basta.

Esa actitud es la que, finalmente, se ha expandido con la modernidad. No creemos que nuestras ideas sean válidas por siempre (la actividad científica se entiende como una que entrega buen conocimiento sin entregar certeza total; y ni siquiera usamos la meta-posición en la cual la certeza pasa de las creencias a los métodos); pero de ahí no concluimos que todo sea mera opinión. No creemos que sea necesaria la certeza para poder generar conocimiento. Es en este sentido que la frase del título de esta entrada ha de entenderse: nos acostumbramos a vivir sin conocimiento fundado de tal manera que ya no estimamos que se requiera fundamento para generar conocimiento.

Es un acostumbramiento lento porque, como hemos visto, del primer momento (en el cual caen las viejas certezas) al momento actual (en el cual la certeza ya no es necesaria) pasaron siglos. Es un acostumbramiento lento porque, a decir verdad, si bien se aplica al campo del conocimiento, no lo aplicamos en otras esferas. En el mundo ético sigue siendo común la posición bajo la cual sólo la moral sólidamente fundamentada es válida. En lo que se refiere a la estética, donde no estimamos que exista certeza alguna, obtenemos por lo general la posición escéptica: no hay gustos mejores que otros.

El camino de pensar en un mundo sin certezas, pero sin que ello genere las consecuencias que en la tradición se piensa tiene dicha ausencia, es un camino que seguimos recorriendo. Y eso la modernidad.