Sobre el lugar histórico del ‘neoliberalismo’.

Se había terminado una época en la que una realidad mejor era posible, una época en la que él y sus amigos vivían en una sociedad paralela, un mundo propio, ajeno a la corriente principal de la cultura argentina.

[…]

No había esperanza ni voluntad ni coraje para cambiar las cosas o, al menos, para correr el riesgo de vivir de ilusiones (Ricardo Piglia, Los Diarios de Emilio Renzi, Un día en la Vida, I. Los Años de la Peste, 9. Los finales)

Resulta relativamente común encontrarse con textos que plantean que los años del ‘neoliberalismo’ (en paréntesis, puesto que es concepto bien discutido) son un cambio epocal. En la vieja, a estas alturas, periodización de Wagner tras una modernidad liberal vino una modernidad organizada y luego un nuevo período de liberalización. En América Latina no es extraño contrastar el período nacional-popular con un subsiguiente período de reformas liberales (consenso de Washington). Lo que se afirma es que los cambios en décadas recientes en lo que concierne a economía política, o modelos de desarrollo, son del mismo nivel que aquellos vividos tras la crisis del liberalismo clásico en la primera mitad del siglo XX.

No es una tesis que me resulte convincente. Claro que hay variaciones, sin embargo incluso tras el repliegue del peso del Estado (tras des-regulaciones o privatizaciones), sucede que éste tiene una importancia para la operación de la vida social y económica que supera con creces a lo que existía anteriormente. Incluso un Estado débil en la actualidad tiene la capacidad de extraer un porcentaje del PIB que resulta mucho mayor que lo que ocurría antes de la modernidad; incluso en una sociedad tan ‘neoliberal’ como la chilena, ocurre que buena parte de la población recibe pensiones del Estado o se atiende en un sistema público de Salud; y más aún (es uno de los temas recurrentes en Globalists, 2018, de Quinn Slobodian) la operación de la economía moderna requiere unos niveles de coordinación y de regulación -a nivel global- impensables previamente, y aunque esa regulación esté diseñada para limitar a los Estados, sólo puede existir y ser relevante a través de la acción de esos mismos Estados; o como el análisis de la crisis financiera de 2008 muestra (Crashed, 2018, de Tooze siendo un buen ejemplo), que sigue requiriendo de intervenciones del Estado. El tema no es negar la relevancia de esos cambios (por ejemplo, en política social), el tema es que ellos operan al interior de una cierta estructura (una en la cual es obvio que los Estados desarrollan política social).

La cita de Piglia, creo, nos lleva al corazón de algo que sí ha cambiado en esas décadas. Y eso opera no al nivel estructural de la economía política, sino al nivel de la noción de proyecto histórico. Y ahí sí tenemos un cambio epocal muy profundo: Lo que desapareció a partir de esas décadas (y en Los Diarios, Piglia anota esa reflexión para inicios de los ‘1980) es la noción misma de proyecto, de poder cambiar a otro tipo de sociedad. Y esa noción, incluso para quienes rechazaban ese cambio, era fundamental para entender la política, y la relación con ella. El socialismo, que había aparecido en la palestra a mediados del siglo XIX, y que había afectado al menos como proyecto toda la discusión sobre la política, desaparece (queda en pie a lo más la socialdemocracia, que siempre fue un proceso de reforma al interior del capitalismo, así la describe -por ejemplo- Marx en el 18 brumario, que se escribe ente 1851 y 1852) Al desaparecer esa idea de proyecto, sólo quedó la posibilidad del capitalismo, no de su posible superación. La idea del Capitalism, alone de Milanovic (2019) no es tan sólo que el único sistema existente en la actualidad sea el capitalismo, sino que se no se ve alternativa alguna. La idea de Milanovic que la función histórica del comunismo fue preparar el capitalismo en sociedades pre-modernas puede quizás no superar el examen atento, pero resulta sugerente en la democión de su importancia histórica: En realidad, nunca fue una verdadera alternativa.

En algún sentido, y el resto del texto de Piglia se centra en ello, es un cambio epocal para los intelectuales. Ellos eran quienes vivían en la posibilidad de una alternativa, y en buena parte identificados con lo que sería una nueva sociedad. Esa ausencia implica la destrucción de todo ese modo de vida, en su incorporación -que Piglia denuesta en el texto- en los círculos establecidos (algo similar hace Bolaño en Los Detectives Salvajes al contar la incorporación en los círculos de las ferias literarias y en el comentario de medios de los escritores que intentaban salir de ello). Siendo un cambio vivido al nivel intelectual, no resulta extraño que aquellos dedicados a diagnosticar la época, siendo intelectuales a su vez, le den tanta importancia.

La ausencia de la idea de proyecto, la sensación de un futuro que mantendrá el mismo sistema socioeconómico, en ello consiste el cambio fundamental. En lo que concierne a la operación misma, el mundo ‘neoliberal’ sigue siendo la operación de un capitalismo a gran escala, en el cual está inserto -de manera regular- la operación importante del Estado.

La irrupción de la historia en Los Años Felices de Piglia

La experiencia personal, escrita en un diario, está intervenida, a veces, por la historia o la política o la economía, es decir, que lo privado cambia y se ordena muchas veces por factores externos. / De manera que una serie se podría organizar a partir del cruce de la vida propia y las fuerzas ajenas, digamos externas, que bajo los modos de la política suelen intervenir periódicamente en la vida privada de las personas en la Argentina. Basta un cambio de ministro, una caída en el precio de la soja, una información falsa manejada como verdadera por los servicios de información o inteligencia del Estado, y cientos y cientos de pacíficos y distraídos individuos se ven obligados a cambiar drásticamente su vida y dejar de ser por ejemplo, elegantes ingenieros electromecánicos, en una fábrica obligada a cerrar por una decisión tomada una mañana de mal humor por el ministro de Economía, para convertirse en taxistas rencorosos y resentidos que sólo hablan con sus pobres pasajeros de ese acontecimiento macroeconómico que les cambió la vida de un modo que podríamos asociar con la forma en que los héroes de la tragedia griega eran manejados por el destino (Piglia, Los Diarios de Emilio Renzi, Los años felices, En el bar)

Años ha estaba leyendo una novela de Bashevis Singer, La familia Moskat, en que narra la historia de una familia judía en Varsovia. Al final de la novela, justo cuando uno de sus integrantes intenta volver a Estados Unidos, se cierran todos los viajes, puesto que la invasión alemana a Polonia ha iniciado. La novela cierra ahí, pero como lectores sabemos lo que sigue: una familia judía en Varsovia en la Segunda Guerra Mundial no tiene buen final. La novela no necesita decirnos eso, lo sabemos.

La historia aparece en la novela como lo menciona Piglia en la cita (que está al inicio de Los años felices, la segunda parte de la trilogía de Los diarios): Como una irrupción que destruye la continuidad de la vida cotidiana, y que muestra que dicha vida, y los planes y actividades que realizan las personas son aplastadas cuando aparece la historia, que trata a los individuos como marionetas.

Esta intuición es contraria a una postura común en el progresismo, bajo la cual es en la acción histórica transformadora donde se deja de ser marioneta y se constituye como actor pleno.

La diferencia crucial, claro está, es la de si sentimos que hacemos la historia o si nos hacen esa historia. La diferencia también está si sentimos que si ese espacio cotidiano es nuestro espacio o es el que nos han dejado.

En cualquier caso habría que recordar, y no por nada Piglia es alguien que se reconocería más bien en el lado ‘progresista’, la potencia destructiva de la construcción histórica, y tomar en cuenta ese lado avasallador de todo y de todos que también tiene.

El destino de los sueños en Los Diarios de Emilio Renzi de Piglia.

Una de las paradojas de la época -y no de las menores- radica en que los artistas peleamos por un mundo que tal vez no sea habitable para nosotros (Piglia, Los Diarios de Emilio Renzi. Los Años de Formación, II, 12, Jueves 17)

La cita anterior corresponde a una entrada en el Diario 1964 en Los Años de Formación, la primera parte de Los Diarios de Emilio Renzi de Piglia, que corresponde básicamente a sus años de universidad. Y el sueño por el cual luchaban, el comunismo y el marxismo.

Es interesante la observación que se realiza en la cita. Lo primero es que no deja de ser común. Muchos intelectuales y artistas han defendido sociedades en las cuales ellos no podrían desarrollar su labor como preferirían, ya en la Grecia clásica se apuntaba,creo por Demóstenes, a todos esos atenienses que defendían las instituciones espartanas que hacer lo que ellos hacían (defender en la plaza pública las instituciones de otra polis) no era posible. Y las tentaciones de una sociedad autoritaria, donde no haya espacio para el debate intelectual (que es el medio donde operan estas personas finalmente) ha sido debatidas una y otra vez (Dahrendorf escribió a propósito de los intelectuales de entreguerras y sus tentaciones sobre la no-libertad, Versichungen der Unfreiheit, 2006, traducción al español por Trotta, La Libertad a Prueba).

El otro tema que es relevante es que ese sueño no se cumplió para nada. La sociedad que efectivamente se generó está en las antipodas. La última parte de Los Diarios (Un día en la vida) es una larga reflexión sobre ello.

No había esperanza ni voluntad ni coraje para cambiar las cosas o, al menos, para correr el riesgo de vivir de ilusiones ( Piglia, Los Diarios de Emilio Renzi. Un día en la vida, I, 9)

Y también muestra que esa sociedad resulta invivible para los artistas (e intelectuales). La sensación de vaciedad total que Piglia despliega en esa última parte no es el mismo invivible que estaba pensando en 1964, pero también resulta un mal término para esa sensibilidad.

No vivimos en la actualidad en la primera sociedad dominada por el mercado, o donde se tiene la sensación que la búsqueda del beneficio lo domina todo (ya está en Balzac en La Comedia Humana, y ahí pretendía describir la sociedad francesa de la Restauración). Y de forma más cercana es un reclamo bastante común a la sociedad de la Belle Époque (los textos de Thomas Mann son un ejemplo de ello). La impresión de vaciedad que se genera en esas sociedades no deja de ser común.

Es cierto que nuestras sociedades no son iguales a las sociedades burguesas criticadas ya en el siglo XIX (la vida burguesa es algo ya ajeno, y nuevamente las novelas escritas tras la caída del mundo burgués no dejan de dejar en claro ello). Empero, la sensación de sinsentido, de superficialidad se repite. Una de las debilidades, sempiternas parece, de las sociedades de mercado es esa sensación de vidas sin sentido que generan. La sensación que la vida no puede ser sólo que en esas sociedades se ofrece resulta, para algunos, intolerable.

Y sin embargo, como lo recuerda la cita con la que iniciamos la entrada, había posibilidades peores.

NOTA. Mi edición es la De Bolsillo, 2019. Los libros originalmente publicados en 2015 (Años de Formación), 2016 (Los años felices), 2017 (Un día en la vida).