Sobre el PNUD, el Desarrollo Humano y la Subjetividad cotidiana

Habiendo ya salido del PNUD desde hace más de un año, y habiéndose cerrado no sólo mi periplo personal allí, sino en realidad también el proyecto concreto que eran los Informes de Desarrollo Humano ahí, al menos en la forma en que se hacían tradicionalmente, no estará de más, creo, realizar una pequeña mirada retrospectiva.

Al menos internamente, para ser precisos, al menos eso fue lo que me fue dicho en variadas ocasiones, lo que distinguía el esfuerzo que eran los Informes en Chile era una mirada específica, que reivindicaba la subjetividad de las personas, el punto de vista del ciudadano de a pie si se quiere, y en particular, con una preocupación particular de pensar e investigar desde la vida cotidiana. Eso habría sido la diferencia que traían los Informes al debate público: Intentar en vez de discutir sólo desde las formas y estructuras de pensamiento de los actores de ese debate, traer las formas y estructuras de pensamiento que tiene la población (los que no siempre coinciden).

El caso es que esa auto-comprensión me parecía, y así sigo pensando, equivocada; y en un aspecto, esa equivocación es total. Los Informes pueden haber sido sobre subjetividad, lo que es claro que nunca fue lo de interés, fue la vida cotidiana. Lo que interesaba, más bien, era la aproximación de Lechner hacia esos temas: No la vida cotidiana como tal, sino la cotidianeidad para la política. En otras palabras, lo que desde la vida cotidiana puede ser relevante para la vida política. La concepción de política de los Informes, que en esto siguieron de manera permanente a Lechner, nunca fue institucional (y menos contingente), siempre fue más orientada a la política como lugar donde se juega la concepción de la vida en común, y de lo que somos en común. Para usar términos que los Informes se apropiaron hacia el final, preocupados de lo político más que de la política. Preocupados, en ese sentido, de la construcción de una subjetividad común y de la posibilidad misma de actores colectivos. Y desde ese lugar, entonces preocuparse de cómo la vida cotidiana se relaciona (afecta y es afectada) por ellos.

Lo que no era, entonces, era una preocupación por la vida cotidiana como tal. Mi experiencia es que cada vez que aparecía algo que podía ser interesante en los datos desde la sola vida cotidiana, la pregunta inmediata era por la relevancia de ello. A menos que contactara con la vida política -con la posibilidad de construir acción y sujeto colectivo-, la vida cotidiana no parecía relevante en sí misma.

Ahora bien, lo anterior puede ser relevante como simple precisión: Hay que entender los Informes no como se pensaban a sí (como miradas construidas desde la vida cotidiana) sino de una forma distinta (como miradas centradas en la relación cotidianeidad y política). Sin embargo, esto tiene una consecuencia algo más fuerte, porque afecta temas conceptuales.

Pensar la vida cotidiana en su relación con la política tenía como consecuencia, fortalecido además por tendencias que provenían de las conceptualizaciones de desarrollo humano, una comprensión de la subjetividad como proyecto. En otras palabras, de lo que se trata es potenciar la dimensión proyectiva de la vida de las personas, y pensar su carácter de actor en torno a la categoría de proyecto.

Lo cual puede ser muy útil en muchos casos, pero presenta un problema básico en relación con la vida cotidiana. Puesto que la vida cotidiana no se orienta ni construye en torno a la noción de proyecto; y cuando pienso la acción en términos de proyecto, entonces observo aquello donde no hay proyecto como un momento de desagenciamiento. Lo cual es una forma muy inadecuada de pensar la cotidianeidad. En la cotidianeidad hay actores, que despliegan su vida de múltiples formas; pero eso no implica la existencia de proyectos, que es una forma, si se quiere, racionalizante y de largo plazo hacia la acción. En la acción cotidiana hay cosas que uno quiere hacer y uno se plantea posibilidades (‘hoy podría juntarme con tal persona, o ver una película, o limpiar la casa, o…’), pero esos realmente no corresponden a proyectos. En la vida cotidiana se pueden realizar proyectos (el proyecto de educarse implica, por ejemplo, la acción cotidiana de ir al colegio, hacer tareas, estudiar etc.). Pero en cuanto se está en la cotidianeidad no se está en el proyecto. Pensar desde la cotidianeidad es obligarse a pensar en una forma de acción (e insisto de acción, no automatismos o cosas no pensadas, casi fuera del mundo del sentido como Weber planteaba como límite de la acción tradicional), que simplemente no corresponde a la mirada reflexiva, racionalizante de la proyección.

Al pensar la vida cotidiana en su relación con la política, y estudiarla siempre desde las potencialidades (y dificultades) hacia ella, lo que terminaba haciendo los Informes de Desarrollo Humano en Chile era no observar la vida cotidiana en toda su gloria, en su carácter de vida cotidiana como tal. Ahora bien, hay que decir que, a pesar de la existencia de una tradición de estudio sobre ella, en nuestros lares la vida cotidiana, lo que se vive todos los días, no interesa tanto finalmente a los sociólogos. Por dar un ejemplo que me ha llamado la atención recientemente, porque algo (tampoco tanto) me dediqué al tema: Está lleno de estudios sobre conflictos y movimientos territoriales, pero por sobre lo que implica vivir en un lugar, pues bien, los hay bastante menos. Y a menos que de ese vivir se puedan sacar conclusiones en torno a sujetos colectivos, tampoco será tan interesante.

El mero hecho de la vida social no parece resultar tan interesante para quienes, se supone, se dedican a su estudio.

De los Informes de Desarrollo Humano y sobre la relación entre subjetividad y política

Habiendo cerrado (¿se cierran las cosas de forma completa?) el capítulo de mi estadía en el PNUD, y en particular en lo relativo a la elaboración de los Informes de Desarrollo Humano, no estará de más una reflexión de conjunto.

La primera es lo mal que se leían los Informes. Me referiré en particular al 2015, sobre politización -que fue donde tuve mayor participación- aun cuando esto también aplica al Informe 2012 de bienestar subjetivo. Mucha de la lectura del Informe se hizo desde la perspectiva que el Informe validaba el diagnóstico realizado por el segundo gobierno de Bachelet, en términos de un país que demandaba profundos cambios en una ola de movilización. Una lectura superficial del Informe así lo indicaba, y el hecho que Pedro Güell -que trabajó muchos años en los Informes- se trasladara a La Moneda daba más aliciente a dicha lectura.

Y sin embargo, sólo una lectura muy superficial podía concluir ello. Puesto que a renglón seguido, el Informe era -era cosa de escarbar un poco- una larga letanía de dificultades y de complejidades para el diagnóstico ‘oficial’ del gobierno: Desde el hecho que el Informe indicaba que la demanda de cambios no implicaba apoyo a proyecto concreto alguno (una cosa es estar de acuerdo en que X es malo, otra muy distinta apoyar una solución concreta en particular); que el deseo de cambio no nacía necesariamente de un estado de malestar (ya sabíamos desde el 2012 que no había demasiado ‘malestar’ a nivel individual, y uno de los datos interesantes del 2015 es que muchos querían cambios profundos, sin estar demasiado molestos con el país en general); que el estado de agitación y movilización al nivel colectivo no implicaba, para nada, altos niveles de involucramiento individual (el Informe indicaba que buena parte de la población estaba con algo de involucramiento público, pero al mismo tiempo que era por lo general más bien bajo); que la desconfianza, a estas alturas tradicional, de la población también aparecía aquí, y de hecho se constituía en una base de movilización, pero esto implicaba entonces una fuerte desconfianza hacia cualquier gobierno.

Se podría continuar, pero es claro que el Informe entregaba bastante información que desmontaba el discurso del gobierno (y esa interpretación ni siquiera hubiera estado en contra de lo que planteaba el propio informe, que enfatizaba el carácter difícil del proceso). Pero por supuesto no fue leído de esa forma. A veces, recordando algunas de las cosas que se me comentaron esos días, creo que ni siquiera fue leído de verdad. En fin, es imposible hacerse cargo de las malas lecturas.

 

La segunda observación que me interesa es sobre el carácter de los Informes como tal. Una de las afirmaciones internas sobre ello es que los Informes trataban sobre la subjetividad, que lo que intentaban hacer era mostrar la importancia de la forma en que piensan y sienten, de como viven las personas, sus vidas cotidianas, las personas que habitan nuestra franja de tierra. Dije varias veces en conversaciones internas que creía que ello era incorrecto. A los Informes nunca les ha interesado la subjetividad en tanto subjetividad, ni siquiera intenta mostrar la subjetividad al mundo político. Lo que siempre intentaron hacer, y en eso creo que siempre estuvieron al alero de lo que pensaba Lechner, era mostrar la cara subjetiva de la política, pero era en y desde la política (incluso si más abierto al mundo de lo político, para usar esa distinción, hacia lo que está fuera de la institucional).

La subjetividad, la vida cotidiana como tal no era el centro del interés. Un resultado que hablar sobre una manera de vivir o de una manera de sentir que no tuviera consecuencias hacia la política (ya sea como politics o como policy), o del cual no se hicieran las interpretaciones que tuvieran esas consecuencias en la mira, siempre terminaba pareciendo, desde la perspectiva que se usaba en los Informes, algo irrelevante. Siempre se podía hacer entonces la pregunta sobre ¿y qué? ¿cuál era la importancia del asunto? A mi siempre me pareció algo extraño que si se proclamaba el interés por la subjetividad y la vida cotidiana, no bastara con que el resultado hablara directamente de esas cosas. Para que fuera de interés, tenía que ser relevante desde la perspectiva de quien decide políticas públicas.

Una visión estado centrica de las cosas no parece ser una muy relevante o adecuada cuando lo que interesa es la vida cotidiana y la subjetividad. Obviamente, que hay conexiones -siempre las hay, entre casi cualquier cosa. Y cierto es que esa conexión es de interés, y mirar la vida cotidiana desde la política permite ver cosas. No es eso lo que discuto aquí.

Recuerdo algo mucho más sencillo: Que ese interés no es igual al interés por la vida cotidiana o la subjetividad. Y nunca está de más dejar las cosas en claro, supongo.

¿Qué explica la Politización entre los ciudadanos?

Una de las ideas básicas del Informe de Desarrollo Humano en Chile 2015 es que vivimos en los tiempos de la politización, y que esos tiempos son un asunto social (propiedad del conjunto y no de cada individuo). A su vez se enfatiza  diversidad de formas que toma el involucramiento (o sea que ‘politizarse’ no es un tema lineal que va desde nada a total politización). Sin embargo, hay que reconocer que el hábito de pensamiento común en la actualidad es uno que piensa la sociedad como resultado de agregar situaciones individuales y que tiende a pensar en términos lineales de menos a más, entonces tiene sentido hacer un análisis que piense la politización de esa forma.

Pensando de esa forma resulta útil recuperar un índice de politización subjetivo, que fue desarrollado en alguna de las etapas de elaboración del Informe. Este fue creado a partir de las siguientes indicadores: Tener posición política (P93, P94), declarar que la política influye en la vida (P100), declarar interés en la política (P85), conversar sobre política (P91a, P91b, P91c). El índice tenía una confiabilidad de 0,7 y una media de 0,35 (con un rango de 0 a 1). Este es un índice de politización además restrictivo: usando los conceptos que usa el Informe, es de politización sobre la política (i.e la relación con la política formal) más que sobre lo político (i.e todo el campo de la decisión colectiva). Pero teniendo la política institucional su relevancia no deja de tener algo de interés preguntarse que hace que las personas se involucren, al menos subjetivamente, con ella.

Al analizar este índice se encontró:

  1. Que no hay mayor asociación entre politización subjetiva y malestar con la sociedad. Una regresión directa entre el Índice de Malestar con la Sociedad y el Índice de Politización Subjetiva no es significativo y lo mismo ocurre con Politización Objetiva.

  2. Y que lo anterior fuera declarado sorpresivo. Las sorpresas siempre indican expectativas instaladas que no se cumplen. Ahora, si lo que sucede en una sociedad sorprende a quienes participan en ella eso quiere decir que no la conocen muy bien.

De hecho, y con ello entramos directamente en materia, ¿de quién es la sorpresa? Porque sí la sorpresa es de parte de una élite (y los investigadores de investigaciones relevantes y con impacto en la sociedad por definición son parte de, están relacionados con y comparten al menos parte de un sentido común con ellas), entonces lo que quiere decir es que la élite no conoce muy bien su sociedad. Y si esto es así, entonces que del Malestar con la Sociedad (o del déficit democrático o del déficit de igualdad) no se siga politización –en parte cuando politización se entiende como relación con instituciones políticas organizadas (o sean, a través de la élite) es relativamente claro. Las dificultades de la relación entre élite y sociedad se muestran también en el hecho, que hemos mencionado varias veces, que existe una alta preferencia por decisiones directas y horizontales y baja legitimidad de decisiones de los gobernantes.

Luego, si lo que pasa entre el malestar y la politización es un problema en torno a la relación elites-opinión pública, entonces tiene sentido buscar modelos de explicación de la politización que intenten dar cuenta de lo anterior (i.e que incluyan variables que digan relación con esa relación). Entonces, el ejercicio es observar qué dimensiones de las preguntadas en la encuesta, dando espacio a las preguntas sobre relación con representación política, pueden explicar la politización subjetiva.

En concreto, en el análisis se ingresaron las diversas escalas e índices creados por el PNUD (desde indices de demanda de cambio, de malestar (o de sus dimensiones constituyentes: confianza instituciones y valoración de oportunidades que entrega Chile), de autoritarismo, de respeto a la autoridad, de individualismo, de poder subjetivo, de déficit democrático y de igualdad etc (en los modelos que se presentan sólo quedaron las variables significativas) para observar el impacto de indicadores generales de subjetividad y de relación con el país. Además se ingresaron específicamente variables orientadas a analizar la relación con la representación:  la P77 (Desde el retorno a la democracia los gobiernos han hecho distintas promesas al país. En general usted cree que estas promesas se han cumplido? ); la P78 (menciona alguien que admire o lo represente);  la P82 (En su opinión, la política en Chile es: mejor, igual o peor que antes) y la P89 (¿Piensa usted que los partidos políticos, en general, son indispensables para gobernar al país?). Y finalmente, se ingresaron también las variables clásicas sociodemográficas (GSE, edad y sexo) para no confundir el efecto de otras variables con ellas. En las variables categoriales los NS/NR fueron eliminados del análisis (si se los incluye los resultados no varían sustancialmente y la tabla es más fácil de entender)

El resultado del ejercicio (usando STATA) son los siguientes:

polsubj_reg

En la tabla sólo se presentan las variables que tuvieron asociación significativa, y con ellas se obtiene un algo respetable 29% de R2 -que no es maravilloso pero tampoco es despreciable.  Si bien todavía no explicamos la mayor parte de la politización, ya tenemos algunas claves relevantes.

Es interesante que, finalmente, sean variables de índole ‘política’ las que en general tienden a tener relación con la politización. O para decirlo en otras palabras, que variables que dicen relación con el diagnóstico del país (como demanda de cambio o malestar, o el déficit de igualdad) finalmente no tienen mayor relevancia. Sólo el índice de individualismo y el de poder subjetivo en redes tienen impacto, y ambos, lo tienen de forma positiva -aun cuando sus betas son relativamente bajos. De todas formas, que aquellos grupos más individualizados sean los más politizados no deja de ser interesante, y llama a tener más calma en análisis que plantean el  impacto de una sociedad más individualizada en la politización.

La relación con la autoridad también tiene un impacto interesante. El índice de respeto a las decisiones de la autoridad tiene una relación positiva con la politización. Por otro lado, el índice de autoritarismo y tradicionalismo tiene una relación negativa con ella. Las relaciones inversas de ambos índices nos debieran precaver, en primer lugar, en pensar en los temas de autoridad como una sola cosa. Ahora bien, si se piensa no es tan extraño que sucedan esas relaciones. La politización implica, de alguna medida, creer que a través de la política se pueden lograr cosas; y como la política es el uso de la autoridad colectiva, no es extraño que quienes creen en la politización crean y defiendan que es necesario cumplir con las decisiones de la autoridad. Quien quiere cambiar la ley, necesita pensar que las leyes deben cumplirse. La defensa del autoritarismo y de la tradición, por el contrario, es un deseo que las cosas no cambien y se mantengan -y luego, es un rechazo a la acción del poder político como tal (más allá que mantenga el orden).

Por otro lado, el déficit democrático -el nivel en que se quiere más democracia de la que existe- tiene una relación positiva con la politización, lo que es esperable y razonable.

En términos de GSE y sexo se encuentra que ser ABC1 y hombre (que son las categorías de referencia) son más politizados. Es interesante que, una vez controlando por otras dimensiones, edad no tenga relación significativa con la politización.

Si pasamos a observar los efectos de las variables de relación con la representación encontramos que:

  • P77 tiene como categoría de referencia 1 (las promesas se cumplen), pensar que las promesas se cumplen poco o nada (2) o no responder a la pregunta (3) tiene una dirección negativa con la politización –lo cual es perfectamente razonable. Los betas son bastante importantes -lo que nos muestra lo crucial de la evaluación de la efectividad real de la acción política)
  • P78 tiene como categoría de referencia 0 (no mencionar líder), y mencionar líder (1) tiene claramente un impacto positivo en la politización. El beta no deja de ser relevante a este respecto.
  • P82 tiene como categoría de referencia 1 (la política es mejor que antes), y pensar que está peor (3) tienen una dirección negativa con la politización –lo cual sigue siendo perfectamente razonable. (Pensar que está igual, 2, tiene dirección negativa pero no es significativa la diferencia). El beta, en todo caso, es menor que en los anteriores casos.
  • P89 tiene como categoría de referencia 1 (los partidos políticos son indispensables), y nuevamente las direcciones son bastante razonables: Pensar que no lo son (2) tiene un impacto negativo. Nuevamente, el beta es menor que las dos primeras variables.

En general, se puede observar que para explicar la politización hay que centrarse en lo que se piensa y cómo uno se relaciona con la política. Y que, en particular, efectos bastante relevantes los tiene pensar que la política algo hace (i.e se cumplen las promesas) y tener algún tipo de líder (o, sea tener algo resuelto el tema de la representación). Son estos elementos -más que la pura demanda de cambio o el nivel de malestar con la sociedad- lo que permiten entender porque hay personas que se politizan.

La Construcción Social del Malestar. Una comparación metodológica.

Durante la escritura del Informe Los Tiempos de la Politización, un asunto que resultó interesante en la discusión del equipo fue comparar cómo se expresaba la crítica y malestar entre la evidencia cuantitativa y cualitativa: Esto porque sistemáticamente la evidencia cualitativa muestra mucho más malestar, y una mayor intensidad de él, que lo que ocurre en la encuesta. Una forma simplista de mirar y analizar sería decir ‘una de las dos formas está equivocada’ y observar cuál de ellas lo está. Sin embargo, más fructífero resulta preguntarse cómo se genera esa diferencia y cómo ella se entiende a partir de las características de las técnicas y del contexto en el cual se dan esas percepciones -que es, de acuerdo al Informe, no cualquier contexto, sino uno de politización. Si se tiene en cuenta lo anterior es posible entender esa diferencia y ello nos permite, entonces, comprender mejor las dinámicas que están a la base de las percepciones.

Para entender la diferencia es relevante recordar que es lo que se produce en la conversación grupal: Se expresa el sentido común, aquello que las personas piensan que todos comparten (dado que tienen que dar opiniones que crean tengan sentido para los otros que lo escuchan). La conversación magnifica aquello en que las personas se pueden reconocer como viviendo en común.

En el habla del malestar los chilenos encuentran es fácil encontrarse y reconocerse, y uno sabe que lo que uno plantea será recogido y aceptado por los otros. Y que eso ocurra nos informa sobre el estado de la situación actual. En el juicio individual (de la encuesta) a los chilenos se les facilita reconocer elementos positivos, pero cuando se pasa a la dinámica colectiva de la conversación es el malestar el que aglutina lo que sucede.

Lo que constituye el elemento en el cual se reconocen pueden ser muy distinto en diversos contextos, y es interesante que en la situación del Chile actual, el aspecto en el cual las personas se reconocen como un grupo con elementos comunes sea el malestar. Es relevante enfatizar esto porque en otros contextos no sucede esa dinámica: En otros momentos el habla sensata que aglutinaba no era un habla que se concentraba en el malestar. Mi experiencia en grupos de conversación durante los ’90 era, precisamente, que la forma de presentarse a sí como un sujeto razonable era la de enfatizar el carácter moderado y sopesado de la propia opinión. Lo que constituía sentido común era el habla que reconocía, a cada momento, elementos positivos y negativos -que no era tan iluso para pensar que no había problemas ni tan ciego de no observar elementos positivos. El hecho que esa dinámica no se diera en las conversaciones actuales en Chile, que la conversación lo que hiciera fuera magnificar el malestar, sería entonces un dato sintomático e ilustrativo de lo que sucede en nuestro país.

Si la hipótesis de este informe es correcta y se viven tiempos de politización, lo que ocurre en la dinámica colectiva de la conversación es relevante. Porque si es un dato del contexto actual de politización el que las conversaciones refuerzan y potencian la sensación de malestar, entonces este proceso puede repetirse en miles de conversaciones cotidianas. La dinámica de un juicio individual más moderado en su crítica que es reemplazado por una expresión más crítica en la conversación podría resultar crucial para entender el Chile de hoy.

Una demanda inespecífica de cambios profundos

Para entender las demandas de la población, a la luz de los resultados del Informe de Desarrollo Humano en Chile 2015, puede ser útil pensarlo desde la tesis que está enunciada en el título: los chilenos tienen un amplio acuerdo en la necesidad de muchos cambios pero no hay un consenso  sobre cuáles debieran ser estos. Y ambas partes de la afirmación deben ser tomadas en cuenta a la hora del análisis.

Esto puede defenderse no sólo con los datos del propio informe sino también con datos de otros estudios. Porque al mismo tiempo tenemos amplias mayorías a favor de una nueva constitución (en otras palabras, por cambios en la ley fundamental, que no es poca cosa como demanda) pero cuando se pasó a propuestas concretas -las reformas propuestas por el gobierno- rápidamente se pasa a la controversia (y a apoyos minoritarios). Simplificando: todos quieren cambios profundos en educación, pero de ahí no se sigue acuerdo con tal o tal idea de que cambios concretos se requieren.

El carácter al mismo tiempo inespecífico y profundo de la demanda de cambios es complejo para cualquier actor. Veamos con alguna mayor profundidad lo que nos plantean las conversaciones grupales realizadas en la elaboración del Informe para entender lo anterior. Hay dos temas que aparecen de interés para articular esta relación.

El primero es que el habla general de cambio es positivo: Hablar de cambios es hablar de cambios positivos.

Los cambios siempre son bienvenidos (Estrato Medio Bajo)

Es al hablar de cambios específicos es que puede aparecer la impresión de problemas y costos de los cambios, pero no cuando se habla en genérico -cambio es una palabra de buena connotación.

El segundo dice relación con la percepción del cambio. Es el cambio particular el que se puede ‘ver’: para observar cambios se requiere que sean concretas. La aspiración general de cambio, precisamente, por ser general, no queda asociada a ninguna señal particular.

…Que no hubieran más colas en los Hospitales, que mejorara la educación, que uno viviera mucho mejor (Estrato Medio Bajo)

Ello genera una tensión porque todo cambio concreto y particular (en los hospitales) no alcanza a cubrir la aspiración general inespecífica de cambio (vivir mucho mejor): ningún cambio sería ‘el’ cambio. Para poder decir que hay cambios hay que verlos en concreto, pero esos cambios concretos no son el cambio.

El cambio general es una categoría que no tiene significado concreto: puede ser cualquier cosa, y por lo mismo nada termina siéndolo. Esto dificulta entonces el poder establecer en las conversaciones que el país experimenta cambios y tiende a invisibilizar los cambios que se producen. En las conversaciones aparecen afirmaciones donde se reconocería un país que ha cambiado para mejor, pero los grupos si bien no las rechazan, tampoco se centran ni conversan sobre ellas: son recogidas pero no desarrolladas

 

Las expectativas de vida subió, no la valoramos pero si subió, si subió, o sea comparado como los países de al lado subió harto (Estrato Medio Bajo)

Más común, y más importante más recogido en la conversación, son afirmaciones que tienden más bien a invisibilizar cualquier transformación:

(…) al final las personas siguen viviendo igual. Yo que conozca por mi casa las personas viven igual que 40 años atrás (…). Al final quedamos igual (Jóvenes estrato medio).

Lo que pasa que cambian gente, pero los problemas siguen los mismos, (…), las mismas promesas, lo mismo de todo, que ahora se va arreglar y no  caemos en lo mismo, (…) al final vamos en un circulo que quedamos estancados igual (Estrato medio)

Sí lo que se desea es un cambio general que es difícil pensar en concreto, se sigue que es fácil terminar pensando que los cambios concretos que se pueden observar no son ningún cambio.

A este respecto, se puede plantear que lo que la población necesitaría es algo en cierta medida imposible: un cambio concreto que sea al mismo tiempo todo el cambio, una demanda que sintetice y relacione todas las demandas concretas y particulares. En todo caso, lo que se nos muestra en esta forma de sentir y pensar las demandas es finalmente una dificultad: ¿que puede dar cuenta de una demanda inespecífica por cambios profundos?

Seis Formas de pensar la Toma de Decisiones Colectiva

Sí, es cierto; esto de aprovechar el Informe para hacer entradas es algo monotemático. Pero, bueno, sucede.

Pocos días atrás hacíamos notar que buena parte de la población tiene un ideario político definido por la doble exigencia de orden y participación. Ahora bien, eso es la descripción general de la orientación básica común. Pero, al mismo tiempo, se puede observar que hay diferentes modalidades de acercarse a esos mandatos, y tampoco hay que olvidarse de quienes están fuera de él. Para abordar entonces la heterogeneidad existente sobre esas dimensiones, y centrándonos por ahora en un aspecto, pasamos a dar algunos resultados que emergen de los datos del Informe de Desarrollo Humano en Chile 2015: Los Tiempos de la Politización sobre las diversas formas de pensar la toma de decisiones colectiva.

Y ahora la descripción metodológica del asunto: Para ello se realizó un análisis de cluster jerárquico -que permite no sólo determinar grupos sino además observar sus relaciones (cuáles son más cercanos entre sí). En concreto, se usó la instrucción daisy del paquete cluster (a quienes se debe el nombre de daisy a la instrucción), tras análisis de PCA sobre las variables constituyentes (la ventaja de daisy es que permitió darle pesos a cada una de los componentes), usando el programa estadístico R. El análisis arrojó seis grupos, usando como algoritmo de agrupación ward. Las variables componentes fueron promedio p68A-p68C (preferencia por asambleas y plebiscitos), p68B (preferencia por decisiones tecnocráticas), p68D (preferencia por decisiones de gobierno); y tres índices creados con los ítems de la p69 y p70 que son de elitismo, populismo  y pluralismo (no me gustan mucho los nombres, pero las preguntas fueron tomadas de cuestionarios que así los llaman).

De ahí emergen las siguientes formas de pensar la toma de decisiones colectivas, y presentamos el árbol que agrupa a los conglomerados -para que se puedan observar sus relaciones. El árbol que presentamos respeta el orden de las uniones pero no está usando la escala de ellas:

Formas de pensar la toma de decisiones colectivas

six_forms

 

Los antielite (10%) 

Una primera orientación es la antielite, y se caracteriza por una fuerte preferencia por decisiones directas (asambleas o plebiscitos), por contraposición a las tomadas por expertos y por el gobierno. En general, la figura del experto no se asocia a la del gobernante, pero en este grupo el rechazo a la elite incluye a ambos. Solo las decisiones que provienen directamente de la ciudadanía son caracterizadas de forma positiva. En consonancia con lo anterior, los antielite tienen un alto nivel de valoración del populismo (0,87) y del pluralismo (0,89), y una baja preferencia por los gobiernos elitistas (0,35).

Asimismo, se trata de un grupo bastante más molesto con el país que el resto de las orientaciones, con una alta demanda de cambio. Respecto a las instituciones políticas, son el grupo con mayor déficit democrático (3,4 puntos en promedio de déficit) y tienden a tener, comparativamente, un menor nivel de confianza en las instituciones.

En cuanto a su conformación social, se trata de un grupo de estratos medios, con un 59% proveniente de ese sector, y en particular con una alta concentración en el grupo C2 (36%) y es el grupo con mayor educación (un 45% tiene educación superior incompleta o más). Se encuentra mayoritariamente concentrado en la Región Metropolitana, siendo un 53% del grupo de esta región.

 

Populistas tecnocráticos (9%)

Este grupo comparte con el anterior una fuerte preferencia por las asambleas y los plebiscitos, los que alcanzan un puntaje de 0,94 en su valoración. Se diferencia del grupo antielite en su alta valoración de las decisiones tomadas por expertos, mientras rechaza las que toma el gobierno. En general son muy populistas, pero no están tan distanciados del elitismo, lo que se debe a que el índice de elitismo combina preguntas sobre políticos (figuras que concentran un alto rechazo) con preguntas sobre expertos. Además, son el grupo con la orientación más marcadamente pluralista: defienden la importancia de escuchar la opinión de todos, incluyendo a los expertos y al pueblo.

Del mismo modo que el grupo anterior, esta orientación muestra molestia con el país, una alta demanda de cambio y un fuerte déficit democrático.

Es un grupo de estratos medios-bajos: un 37% pertenece al grupo C3, y el grupo tiene baja presencia tanto en los segmentos más altos como en los más bajos. Un 35% tiene educación media completa y un 30% menos que eso. Al igual que los antielite, es un grupo que preferentemente vive en la Región Metropolitana (60%).

 

Pro-concordia (23%)

Esta orientación se caracteriza por una fuerte preferencia por decisiones horizontales y por las tomadas por expertos, y a la vez exhibe una de las mayores preferencias por la toma de decisiones por parte del Gobierno (0,65 en la pregunta). En otras palabras, si bien prefieren las decisiones de base y las de expertos, también tienen una opinión positiva de las formas de decisión que limitan esta atribución al Gobierno, lo que se corresponde con el hecho de que es uno de los segmentos con mayor valor en el índice de elitismo (0,63). En cuanto a populismo (0,74), este supera en valor al elitismo, aun cuando el grupo no se ubique entre los más populistas. Asimismo, alcanza un alto valor en pluralismo. En síntesis, es un segmento que otorga una gran importancia a la participación de todos los actores (pueblo, expertos, gobernantes, elites en general) en las decisiones colectivas.

Por otra parte, la orientación pro-concordia tiene un nivel de confianza en las instituciones y una evaluación del país superior al promedio de la población. Aunque su demanda de cambios es alta (0,85), no sienten un malestar especialmente intenso. Y si bien muestran un menor déficit democrático que los otros grupos, de todos modos es relevante (2,2 puntos). En fin, quieren cambios y son críticos pues consideran que en Chile hay un alto déficit democrático, pero no se sienten particularmente molestos ni tienen un nivel de desconfianza en las instituciones especialmente alto.

En términos socioeconómicos el 61% de los pro-concordia pertenece a los grupos C3 y D, con la mayor proporción de todos los grupos. Asimismo el 51% del grupo vive en la Región Metropolitana.

 

Desafectos (19%)

Este grupo ocupa una posición relativamente neutral en las preguntas sobre decisiones colectivas, ubicándose cerca del promedio general de la población. Es decir, valora más las decisiones de base (0,68) que las decisiones del Gobierno (0,25) y, en general, se muestra más pluralista (0,82) y populista (0,75) que elitista (0,55). En este sentido, el grupo de los desafectos reproduce las características más generales de la población en torno a estas temáticas.

Es un grupo más bien molesto, con un nivel de confianza en las instituciones menor que el promedio y una evaluación negativa del país que supera el valor observado en la población general. Tiende a propiciar una importante demanda de cambios y presenta un significativo déficit democrático (2,0), aunque menor que el de los grupos anteriores.

En cuanto a sus características sociodemográficas, un 42% tiene educación media incompleta o menos y un 40% pertenece a los sectores socioeconómicos más bajos. En general, consideran que el país no les ha entregado herramientas para resolver sus problemas. Sin embargo, están motivados, como otros grupos, para intentar cambiar la situación.

 

Pro-Gobierno (27%)

Este grupo valora en forma similar todas las formas de decisión. Se ubica entre los grupos con menor preferencia por las decisiones de base (0,63) y registra la mayor inclinación hacia decisiones de Gobierno (0,59). Además, sin estar entre los que más valoran las decisiones de los expertos, presentan una importante inclinación hacia ellas. Es el grupo con el mayor puntaje de elitismo y uno de los más bajos en populismo: sus valores son idénticos (0,66), pero aun siendo el grupo más elitista su nivel de elitismo no supera su nivel de populismo. Respecto del pluralismo, si bien tienen un alto puntaje (0,73), lo valoran menos que otros grupos. La combinación de estas características lo convierte, en términos comparativos, en un grupo pro-Gobierno que legitima en mayor medida que sea también la elite la que tome las decisiones y dirija el país.

En un contexto en que la mayoría tiene una opinión crítica del país y quiere cambios importantes, este grupo es el menos molesto con el país, el que mejor lo evalúa, el que presenta un menor déficit democrático y una menor demanda de cambio. Más allá de ese perfil, no debe perderse de vista que este grupo tampoco se aleja radicalmente de la valoración de las decisiones de base. Esto demuestra la hegemonía actual de la creencia de que las buenas decisiones son aquellas elaboradas de forma horizontal.

Es un grupo con mayor proporción de personas del estrato socioeconómico alto –un 15% pertenece al grupo ABC1–, pero solo un 48% tiene educación media completa y un 31% algún tipo de educación superior. Las personas de este grupo viven en las zonas centro y sur del país, con muy baja presencia en el norte del país (9%).

 

Antipopulistas (12%)

Esta orientación valora de manera pareja todas las formas de decisión y tiene puntajes similares en los tres índices, pero en menor medida que el grupo anterior. Por otro lado, presenta una baja valoración relativa tanto de las decisiones de base (teniendo la más baja de todos los grupos: 0,46) como las de expertos y las de Gobierno. Este rechazo más bien generalizado lo perfila como el grupo con menor valoración de populismo (0,58) y de pluralismo (0,52). En ese sentido, si bien en general no hay preferencia por una determinada forma de decisión, en comparación con otros grupos destaca por su rechazo relativo a todo lo que implique participación popular.

Se caracteriza por tener un menor nivel de malestar, una mayor confianza en las instituciones y una mejor evaluación del país, aunque menor que el grupo pro-Gobierno. Es el grupo con menor demanda de cambios (aun cuando esta sigue siendo relevante: 0,74) y el menor déficit democrático. En otras palabras, es un grupo relativamente desencantado de todo lo que la política ofrece.

Tiene mayor presencia en la zona sur y centro y es un grupo relativamente escaso en la Región Metropolitana (19%), lo cual es consistente con la concentración de las elites en esta región. Un 49% tiene un bajo nivel educacional (educación media incompleta o inferior), con el menor nivel educacional entre todos los grupos. Además, tiene una menor presencia que los demás grupos en los estratos medio y medio bajo –solo un 43% pertenece a los estratos C2 y C3– y proporcionalmente está más presente en los estratos altos y bajos.

 

Algunos comentarios sobre el conjunto

Una mirada conjunta a estas seis posiciones permite distinguir entre quienes tienen una alta preferencia por las decisiones horizontales y quienes no la tienen. Los cuatro primeros (populistas tecnocráticos, antielite, pro-concordia y desafectos) prefieren la horizontalidad, en cambio, los pro-Gobierno y antipopulistas descreen relativamente de las decisiones horizontales. Estas posiciones muestran a su vez algunas asociaciones con la mirada del país, y es así como las que más defienden las decisiones horizontales son las que más desconfían de las instituciones y son más críticas de la situación del país.

Las distintas orientaciones sobre las decisiones colectivas muestran la importante variedad que se esconde detrás de las afirmaciones generales. Si bien la gran mayoría prefiere las decisiones horizontales y rechaza las jerárquicas, esto no opera exactamente de la misma manera en todas las personas, por lo que es necesario atender a los matices. Así, por ejemplo, los antielite y los populistas tecnocráticos tienen una amplia valoración de las decisiones de base, pero unos rechazan la toma de decisiones mediada por consultas a expertos, mientras los otros aceptan plenamente a los técnicos. Esto plantea el desafío de generar una forma de participación que dé cuenta de estas preferencias diversas. Detrás de la preferencia por la horizontalidad hay matices respecto de cómo ellas se estructuran; las formas y soluciones que algunos valoran y estiman adecuadas no lo serán necesariamente para otros.

Un rústica divagación sobre la nota “Un recurso inaccesible: el ‘buen sentido’ de los chilenos.”

Por Ignacio Nazif

Al leer por primera vez esa nota noté rápidamente que Juan Ignacio estaba tras dos elementos que permitían, quizás de manera inadvertida reflexionar sobre una crisis política que vive actualmente Chile.

  1. Por una parte, destacaba y describía como un elemento valorado por los partidarios del orden, un elemento social, un ethos, que lo llama “buen sentido”. En dicho ethos se observa tres conceptos superpuestos: prudencia, gradualidad y escepticismo sano. Esto en general permite que los ciudadanos puedan comprometerse en proyectos de largo plazo. (Juan Ignacio describe esto como si aquello fuera una característica que los partidarios del orden perciben de manera positiva en la ciudadanía—pero creo que quizás esto es más profundo porque lo anterior denota también compromisos con ciertas utopías, las cuales necesitan también del largo plazo. Pero lo anterior es una digresión.) Lo importante es el “buen sentido” de compromiso de largo plazo ya que en ello descansa su propia encrucijada, hasta cuando creer, lo que nos lleva a nuestro segundo punto.
  2. Por otra parte, Juan Ignacio observa la falta de credibilidad, aquel momento donde los ciudadanos se dan cuenta de que el largo plazo contiene inevitablemente un elemento que no es falseable y como tal espacio para ser colonizado con promesas y utopías. Esta falta de credibilidad, que yo finalmente interpreto como falta de legitimidad en el sentido weberiano, nos lleva curiosamente a observar parte de la crisis institucional que vive Chile en la actualidad.

sentido_credib

Veamos como esto puede ser descrito en un plano cartesiano a la sociológica. En la figura de arriba se observa que Chile estaría ubicado en la parte baja a la derecha del cuadro. Entendiendo que el ethos es algo característico de la ciudadanía y no necesariamente de la elite que la dirige, se observa el quiebre que estaría desarrollándose en nuestro país. La elite habría estado enviando señales de compromisos de largo plazo, digamos para simplificar, en los últimos años, pero estas promesas pasado el plazo no estarían siendo cumplidas. En este caso habría que ver la distribución del desencanto con respecto a la edad, y ver si los primeros cohortes que están recibiendo pensiones via AFP por ejemplo están más insatisfechos que aquellas cohortes que todavía no son sujetos de esta política. Ejemplos más transversales, es decir, sin considerar la edad, podrían explorarse respecto al uso del transporte público, y como en un plazo de 8 años se puede ver que las soluciones no necesariamente están siendo cumplidas, y comparar este grupo con aquellos que hace uso del automóvil. Finalmente está el grupo etario que corresponde a los que están saliendo de la educación superior y ver su tasa de inserción laboral y como esta puede estar presentando tensiones dado que las expectativas no necesariamente están cumplidas. Lo de la salud puede ser similar pero en este caso más que comparar sistema privado con público, sería mejor comparar sistema privado en el tiempo y ver como también el sentido de largo plazo estaría siendo vulnerado. Efectivamente como señala Juan Ignacio con esta situación el buen sentido ha perdido su valor en referencia a quien lo podía ir administrando, es decir, la elite nacional.

Finalmente Chile en esta encrucijada tiene dos salidas las cuales se podrían observar en el largo plazo, primero que Chile se vaya al cuadrante Mal sentido / Baja Credibilidad, es decir, donde el ethos del bueno sentido se pierda ya que  la doctrina del corto plazo que en la práctica puso en ejecución la elite, termina siendo emulada por la ciudadanía, o bien Buen sentido /Alta Credibilidad, donde la elite en un plazo de un año es capaz de mostrar un compromiso efectivo con demandas que solo puedan tener un efecto inmediato en la ciudadanía, que a mi juicio seria tener un estado de bienestar donde educación, pensión, transporte y salud tenga un apoyo más consistente.

 

Orden y Participación. Acerca del ideario político de la población

Los datos del Informe de Desarrollo Humano en Chile 2015, fundamentalmente la encuesta de Desarrollo Humano pero también los datos cualitativos, permiten aventurar algunas ideas sobre las formas en que los ciudadanos chilenos conceptualizan y evalúan el mundo de la política. A esto se lo puede llamar su ideario político, enfatizando que estamos hablando de concepciones que hablan sobre lo político, sobre las formas en que se deben tomar decisiones y las orientaciones básicas: No son concepciones acerca de qué es lo que debiera hacer el poder político, sino de cómo se conforma.

El punto de partida es una observación conocida: El rechazo fundamental de los ciudadanos a lo que ellos observan suceden en el ámbito de la política formal. Lo relevante es observar desde donde se realiza ese rechazo, y hacia donde lleva. Una de las frases de los estudios cualitativos, que está citada en el Informe, es ilustrativa de una tendencia muy arraigada en los grupos:

Yo soy del partido del sentido común, si algo está malo hay que arreglarlo. (NSE medio bajo)

El núcleo de la crítica a los políticos está en la primera parte de la frase: A los políticos les falta sentido común. Les falta sentido -es un ámbito de falsedad y superficialidad- y les falta comunidad -están separados de los ciudadanos. El núcleo de lo que debiera ser la política está en la segunda parte de la frase: Una concepción de la política como buena administración. Sabiendo cuáles son los problemas (lo que está malo) sólo queda solucionarlos, siendo los criterios de una buena solución compartidos (simplemente hay que arreglarlo). El pluralismo, que de hecho la población parece valorar, es uno de apertura ‘a las buenas ideas’: Como nadie tiene el monopolio de las ideas, bueno es entonces estar disponible a que aparezcan en cualquier parte. Pero todos podemos reconocerlo como buenas ideas (como un’arreglo’ a lo que está mal). Lo que más bien se esconde son los desacuerdos más básicos (que en realidad, no estamos tan de acuerdo en qué es un problema y en qué consiste una solución de él).

A partir de esa idea se puede, entonces, entender algo que aparece con mucha claridad en los datos del Informe de Desarrollo Humano: la combinación de una fuerte preferencia por el orden y por la participación. Se desea la participación del pueblo porque no se puede dejar el país en manos de los políticos (conste que esto implica, al menos por ahora, un rechazo implícito a la solución histórica de un ‘hombre fuerte’ que solucione los problemas); y ello sería ordenado porque lo que el pueblo desearía y  tiene en común es simplemente una buena administración. Por decirlo de otra forma, es a través del pueblo que se puede construir en orden, dado que la política formal hasta ahora sólo habría creado desorden y problemas.

Para mostrar la fuerza de esta combinación de preferencias se mostrará los resultados de un análisis realizado sobre la encuesta. Se construyó una escala de preferencia por el orden y un índice de preferencias por decisiones horizontales.

En relación al primero, este fue resultado del promedio de tres sub-escalas:

  1. La relación con el autoritarismo y la tradición (p54a, P54c, P54d en la encuesta; agregar los otros ítemes de la P54 no producían escalas confiables). Los valores bajos de la escala indican desacuerdo con afirmaciones pro-autoridad y pro-tradición, mientras que los valores altos indican acuerdo con tales afirmaciones.
  2. La relación con las manifestaciones (Preguntas 52a, 52b, 52c, 52d, 52e, 52f, 52g, 52h, 52i, 52j, 52k, 52l). Las preguntas originales van de 1 a 10 y se las modificó de forma que “0” indique máxima justificación de manifestación y “1” indica mínima justificación de la manifestación
  3. La relación con las autoridades legítimamente establecidas (P110,P114,P115). Los valores bajos de la escala plantean una escasa disposición a obedecer decisiones emanadas de autoridades, en los casos de discrepancia con tales decisiones. Por el contrario, los valores altos evidencian una alta disposición a cumplir con ellas.

Como todas las sub-escalas van de 0 a 1, la escala de orden también oscila entre 0 y 1, donde “0” indica una baja disposición al orden y “1” una alta disposición al orden.

En cuanto a los procesos de toma de decisión, se construyó un índice que promedia la justificación de decisiones por asamblea y plebiscito (P68a y P68c), al que se le restó la preferencia por las decisiones de gobierno (p68d). Así, el índice mide la diferencia de la preferencia por decisiones horizontales de la preferencia con decisiones jerárquicas. En otras palabras, alguien que tuviera una alta preferencia por decisión horizontal y por decisión jerárquica (y esos casos existen) aparecería con un valor más bien bajo en este índice. Esto se debe a que la preferencia simple por decisiones horizontales es muy alta, y para tener un criterio más fuerte es razonable decir que quienes realmente les gustan esas decisiones lo hacen claramente por sobre otras formas. Estos resultados fueron transformados para situar los valores de la escala entre -1 y 1, donde -1 indica la mínima disposición a las decisiones horizontales y 1 la máxima disposición a las decisiones horizontales.

Los resultados del ejercicio se pueden mostrar en el siguiente gráfico:

Escala Preferencia Orden e Índice de Preferencia Decisiones Horizontales

orden_horizontalidad

Los resultados son claros: La mayoría de la población se ubica en el cuadrante de alta preferencia por el orden y alta preferencia por decisiones horizontales (un 63% de la población) y quienes se encuentra fuera de dicho cuadrante tienden a estar más bien cerca de él. Un 24% de la población tiene una preferencia menor por decisiones horizontales y alta preferencia por el orden; un 8% tiene una alta preferencia por las decisiones horizontales y baja por el orden. Finalmente sólo un 5% se ubica en la antípoda de la posición mayoritaria: personas con baja preferencia por el orden y por las decisiones horizontales. Además se puede recordar que por la forma de construcción del índice, hay personas con alta preferencia por decisiones horizontales que pueden haber quedado fuera del 63% (porque su diferencia con su preferencia por decisión jerárquica era baja), por lo cual este es más bien una estimación mínima de esa preferencia.

Así, pues, los resultados cualitativos y cuantitativos son coherentes entre sí y nos permiten dar cuenta de un ideario básico sobre el orden político en la población. Si se quiere, en cierta forma una utopía: La utopía que la ciudadanía toda decide en orden los temas públicos. En cierto sentido, es casi una herencia histórica de la influencia del positivismo en América Latina (orden y progreso como todavía plantea la bandera brasileña).

Estas preferencias para los chilenos y chilenas no son solamente compatibles sino hasta que se necesitan entre sí. Ahora bien, ¿es posible realizar esas preferencias al mismo tiempo? En particular, en el mundo político formal muchas veces se las piensan como opuestas -y es fácil pensar en políticos del orden y en políticos de la participación, y difícil pensar en políticos de ambas cosas. Sin embargo, la búsqueda de opciones que den cuenta de ambos deseos puede ser clave para comprender las decisiones y elecciones de los ciudadanos en el tiempo presente.

El gobierno de la Ley. La única confianza subsistente.

Bien sabemos que los chilenos desconfían de sus instituciones, bien sabemos además que los chilenos en general son desconfiados -la confianza interpersonal es baja a nivel absoluto y comparado. ¿Hay algo en lo cual confíen mínimamente en los últimos años?

Es posible explorar ese tema usando los datos que entrega la base de datos del Informe de Desarrollo Humano 2015. Por un lado tenemos preguntas de confianza en instituciones. Por otro lado, tenemos preguntas sobre disposición a cumplir órdenes de autoridades aún cuando se esté en contra. Y en particular, se puede examinar la relación con tribunales (dado que en ambas series se pregunta por el mismo objeto). Los resultados de dicha comparación se presentan en el siguiente gráfico:

Confianza en Tribunales y Evaluación de deber acatar decisiones de Tribunales, incluso si no está de acuerdo (Escala 1 a 7)

justicia

Los datos nos muestran una clara mayor disposición a acatar las decisiones de los tribunales y la confianza en ellos. El gráfico muestra una distribución inversa (los valores más bajos son los más comunes para confianza, los más altos para acatar), que se refleja en sus promedios (3,2 y 5,2 respectivamente). También en el hecho que si bien menos del 10% de la población tiene alta confianza en tribunales (notas 6 y 7), un 44% tiene una alta disposición a acatar las decisiones. Un 70% de la población declara mayor disposición a acatar que confianza, y sólo un 11% tiene mayor confianza que disposición a acatar.

Aunque esta mayor confianza en la ley que en tribunales es algo que ocurre en todos los grupos sociales, tiene sentido preguntarse ¿quienes son los que más importancia le dan a esta preocupación por la ley? El grupo C2 (donde el 81% acata más que confía en tribunales) y las personas de mayor edad (en los mayores de 65 años nuevamente se alcanza esa cifra de 81%) es donde más fuerte es dicha tendencia, aun cuando enfatizamos de nuevo que es transversal. Sin embargo, no deja de ser interesante que sean en las clases medias antiguas (o sea, personas de clase media de mayor edad) donde esa tendencia sea mayor -el núcleo simbólico del Chile pre-dictadura.

¿Qué implican los anteriores datos? Una posible interpretación es que la confianza en la ley, en el hecho institucional de la ley, que se traduce en el deber de cumplirla es el tipo de confianzas que sigue existiendo en el país. Mientras la confianza en los actores institucionales -los tribunales en el ejemplo, que son quienes toman las decisiones judiciales- decae hasta casi la inexistencia, el valor de la ley sigue -si bien no tenemos datos para decir incólume- más bien alto.

En este punto podría ser relevante tomar en cuenta que la idea de democracia está íntimamente asociada con el dominio de la ley: La expresión inglesa rule of law lo dice directamente, y la idea que es la ley quien gobierna y no los hombres algo que aparece con mucha fuerza en las polis griegas clásicas. En algún sentido, lo que la sociedad chilena demanda es precisamente ese desideratum democrático básico: que sea la ley la que mande.

Quienquiera que intente reconstruir confianzas podría partir de ese hecho: Que lo que de ella subsiste es efectivamente en el mandato impersonal y general del gobierno de la ley.

¿Por qué tiene sentido plantear que el 76% de la población está involucrada en el proceso de Politización?

Entre los análisis ya tradicionales que se hacen en el Informe de Desarrollo Humano en Chile se cuenta el hacer una tipología. Y como en esta ocasión el tema era la politización, entonces la tipología fue de formas de involucramiento con lo público. El análisis arrojó seis grupos distribuidos de acuerdo al gráfico que sigue abajo (copiado de la página 23)modos_inv

En la construcción de esta tipología se usaron 3 índices (descritos en detalle en la página 139 del Informe): Uno de interés en lo público (en comportamientos como leer noticias, conversación), un segundo de acción colectiva (adhesión a causas, participación en organizaciones o actos de protesta) y un tercero de participación electoral e interés en la política (participación electoral, tener posición política, votar). Los indicadores que quedaron en cada índice, y el hecho mismo que existan tres, provino de un análisis factorial -en otras palabras no fue algo decidido a priori en el Informe.

A partir de los valores de los grupos en cada índice se los puede interpretar que se despliegan desde el 11% de comprometidos -con mayores niveles en todos los índices- al 24% de los retraídos -con muy bajos niveles en todos los índices-. En la siguiente tabla los promedios respectivos de cada grupo en los tres índices que se usaron para construirlos:

Promedios de Tipos de Involucramiento Público en Indices (indices de 0 a 1)

Indice interés público Indice acción colectiva Interés político
Comprometidos 0,66 0,53 0,71
Involucrados individualmente 0,66 0,16 0,67
Ritualistas 0,37 0,11 0,53
Colectivistas 0,41 0,41 0,33
Observadores 0,61 0,14 0,24
Retraídos 0,27 0,08 0,16

De ello en el Informe se concluye que alrededor del 76% de la población (o sea, todos los grupos menos los retraídos) se puede plantear que está involucrada en lo público, y participa de la politización (página 23)

Ahora bien, dicha conclusión puede ser discutida. Se pueden plantear dos tipos de objeciones:

(1) Que hay una confusión entre el análisis relativo y el absoluto. Los comprometidos y los colectivistas están más involucrados que los otros segmentos en el índice de acción colectiva , pero tampoco ellos tienen valores muy altos (y los colectivistas ni  siquiera alcanzan a pasar el punto medio de la escala). Luego, ni de ellos se podría decir que realmente están completamente involucrados.

(2) Que con la misma razón que se pueden reunir a todos quienes tienen algún nivel de involucramiento (o sea todos menos los retraídos) se podría reunir a todos quienes no están completamente involucrados (o sea todos menos los comprometidos, y quizás los colectivistas). Y en vez de decir que un 76% de la población está involucrada bien se podría decir que un 11% (si sólo los comprometidos se consideran involucrados) o un 26% (si además se cuentan los colectivistas) lo está.

Más en general, se podría argüir que lo que es claro es que, por un lado, están los más involucrados (11% o 26% de la población), por otro lado tenemos los no involucrados (24% de la población) y entre medio el grueso de las personas que se encontrarían en un nivel intermedio (65% o 50%) Y que eso sería lo más adecuado a las propias cifras.

 

La argumentación anterior tiene sentido en la medida que se considera el involucramiento como un tema exclusivamente individual. Pero el involucramiento público es un proceso social, y mirado desde la perspectiva de ese proceso es que se muestra porqué tiene sentido pensar más bien que un 75% de la población está involucrada: El involucramiento se muestra en sus efectos, y para entender esos efectos una perspectiva que toma como estar involucrado a personas en muy distintos niveles es útil porque esos mismos distintos niveles tienen efectos.

Pensemos en un ejemplo (por ejemplo HidroAysén). Para parar dicho proyecto, porque la situación ahora -4 de mayo del 2015- es que el proyecto está parado, bastó con esos niveles y esas combinaciones de involucramiento: Con algunos que marcharon, con otros que conversaron, con otros que observaron y generaron una opinión (que se manifestó después en respuestas en encuestas) y así. Para observar ese proceso, que como ya dijimos tuvo un efecto real, más relevante es pensar en el 75% que, mucho o poco, está involucrado que pensar en que sólo un 14% o un 25% lo está.

Es por los efectos de la politización, entonces, que tiene sentido la interpretación que plantea el Informe.