Sobre las concepciones de la acción. Libertad y coerción.

Leyendo un texto reciente de Jorge Chuaqui, Estructura Social, Poder y Persona (2019, RIL) me encontré con una cita que creo que ilustra muy bien una diferencia muy de base en cómo se concibe la acción y su relación con la libertad, y que muestra algunas de las ramificaciones de la vieja distinción entre libertad negativa y positiva de Isaiah Berlin.

Desde este punto de vista, el dinero, refrendado por el Estado en que dicho dinero es legítimo aparece como la forma más generalizada de la coerción económica (Segunda Parte, Capítulo 3, 3.1, p 150)

La diferencia es la siguiente: Algunos percibe que en tanto hay alternativas no hay posibilidad de coerción (siempre puedes elegir). Otros perciben que en cuanto tus alternativas son limitadas de algún modo ya no hay libertad (porque no puedes elegir simplemente lo que deseas). Luego el intercambio económico, en particular trabajo por dinero, en el primer caso es un caso paradigmático de libertad: cada quien siempre tiene alternativa. En el segundo no lo es, porque la diferencia entre lo que ocurre entre las alternativas es tal que no ocurre que simplemente elijas lo que desees (para vivir necesito dinero, y para obtener dinero habrá que aceptar este trato): el hecho que se me presenten alternativas con consecuencias muy distintas afecta mi elección y la vuelve no libre. En particular, consecuencias que son diferentes de las directas de la acción. Elijo hacer tal cosa porque me gusta es una consecuencia inscrita en la acción; termino haciendo tal cosa aunque no me gusta mucho porque es la forma en que consigo dinero es una consecuencia que no está inscrita como tal en la acción.

En el primer caso, entonces la idea de una coerción puramente económica no tiene sentido: a menos que exista la amenaza de violencia física no opera la noción de coerción. En el segundo caso, la idea es perfectamente normal, porque coerción aplica a cualquier situación que afecta y limita tus elecciones, y luego el intercambio económico hay coerción aunque no opere a través de la violencia física.

La libertad ya sea como capacidad de elección o como hacer lo que se quiere sin límites. La coacción como violencia física o como cualquier forma en que se afecte mi deseo.

Más allá de ubicarnos en este debate (y el texto que citamos claramente está ubicado en la segunda posición) lo que nos interesa destacar es un hecho básico y evidente: La condición humana es una en que -al mismo tiempo- sucede que: (A) Siempre hay alternativas de acción, las consecuencias de la acción pueden ser muy distintas, en el límite volviendo sólo una ‘viable’, pero formalmente siempre hay alternativas. (B) Y sucede al mismo tiempo que nos enfrentamos a unas circunstancias del mundo ya creadas que afecta nuestras decisiones y vuelven prácticamente imposible que siempre pueda hacer lo que quiera sin mayor preocupación. Eso da, por cierto, bases a ambas posiciones -siempre se encuentran esas situaciones. Puedo decir que ‘si no te gusta te vas’ [renuncia, eres despedido] es una muestra de capacidad de elección y luego libre (puedo irme) o verlo como forma de coacción (porque irse tiene consecuencias altamente negativas) y luego no libre.

Si se quiere estas dos concepciones de libertad siempre estarán con nosotros porque son reacciones a características estructurales de nuestra condición en el mundo. Nos entrega, con claridad, la base emocional de esas diferencias. Por un lado, puedo centrarme en el tema interior (‘yo siempre puedo evaluar alternativas’) que lleva, si se quiere, a una visión como la de los estoicos: Un esclavo puede ser internamente libre (Epicteto, uno de los principales filósofos estoicos era, de hecho, esclavo). Por otro lado, si me concentro en las condiciones externas siempre presentes, que la libertad es inalcanzable (o que mantiene, como dice Pessoa en el Libro del Desasosiego que ‘la libertad es la posibilidad de mantenerse aislado’, 283): los otros son el infierno como decía Sartre, porque sólo sin ellos puedo ser ‘libre’.

Las concepciones de libertad negativa y positiva de Berlin están en sintonía que lo anterior. La visión negativa, por un lado, centrada en la existencia de alternativas y observando falta de libertad sólo cuando hay coerción física. La libertad positiva, por otro lado, centrada en la capacidad de poder actuar tenderá a observar coerción en cuanto se limitan las acciones. Sin embargo, las bases de estas reacciones que hemos discutido son más amplias y las sobrepasan.

El hecho que estemos ante una condición estructural que hace que esos dos elementos estén siempre presentes, daría para concluir que una adecuada concepción de la libertad debiera reconocer e integrar la perenne existencia de alternativas y la situación basal que siempre hay condiciones afectantes. Ni lo uno basta para sostener la libertad (porque siempre hay formalmente alternativas y distinguirla por ausencia de coacción física no parece ser tan claro porque sólo usar ese caso) ni lo otro para negarlo (porque siempre hay condiciones). Identificar las situaciones cuando nos sentimos efectivamente libres, o sea cuando tenemos opciones que nos parecen significativas y viables, sería un paso hacia ello.

Con las últimas reflexiones nos acercamos a temas de filosofía política, y me gustaría cerrar observando que esta observación es de índole sociológica: Es intentar describir dos actitudes y dos reacciones frente al tema de la (libertad de la) acción.

La experiencia del presente

Je compte, autrement dit, sur le fait que je peux refaire pour ne pas faire; que je peux relire pour ne pas lire. La seconde fois profilée permet d’enjamber la première, et aucune fois n’advient jamais (François Jullien, Philosophie du vivre, Gallimard, 2015, Capítulo 1, III, p. 31)

La cita está en el contexto de la presencia del presente: Por un lado, podemos pensar que siempre estamos en el presente, que eso es lo único de lo cual tenemos experiencia. Sin embargo, lo que enfatiza Jullien en el texto es lo difícil que resulta estar efectivamente en ese presente, que solemos escamotearnos esa experiencia. Lo que tenemos más bien usualmente es una ausencia de la presencia. El libro parte con la experiencia común de sacar una fotografía en un determinado momento, y cómo toda esa operación (que la sacamos pensando en poder verla después, en lo que hacemos para enmarcarla bien) lo que hace es no permitirnos estar ‘directamente’ en el presente.

Ahora bien, ese estar en el presente no deja de ser complejo. La cita nos llama a evitar ese hacer donde ya pensamos que podemos volver, porque así nunca llega la experiencia. Y sin embargo, cuando queremos ‘quedarnos’ en la experiencia, en el presente, muchas veces lo que hacemos son operaciones de intensificación, de estar atentos. Y esas son, sigamos con el ejemplo de la lectura, las operaciones que Jullien nos dice no nos permiten estar en el presente, por ejemplo, el marcar citas (que no es, entonces, sólo una lectura atenta, sino una forma de ya estar pensando en la relectura).

No es en la atención entonces donde se puede recuperar la experiencia del presente o acceder a la presencia (‘l’attention n’est pas suffisante pour constituer du présent’, Cap 1, IV, p. 36). Jullien encuentra más bien en el pensamiento chino, en el concepto del dao, una forma de acercarse al presente. En el dejarse afectar por las cosas y dejar que ellas tengan sus consecuencias: Volviendo al ejemplo de la lectura. Leemos algo y esa lectura produce un efecto, pero no porque lo busquemos o lo deseemos, simplemente, por así decirlo, atrás de la conciencia y de la acción, genera posteriormente un resultado -un cierto pensamiento, una cierta conexión. Ese efecto diferido, que es distinto al ‘reporte’ (al releer) es como opera el presente.

Plutôt que de vouloir d’emblée le résultat par son action, mieux vaut mettre discrètement en route un processus qui de lui-même y aboutisse -et tel est l’art du «non-agir» (wu-wei) Cap 1, VI, p. 45

Un pensamiento de procesos sería el más adecuado para pensar el presente.

Pensé en escribir esta nota en primer lugar porque me llamó la atención la frase de la cita inicial. Y por la tensión entre ese llamado a no re-leer (o si se quiere, a no estar ya en al hacer orientado al re-hacer) y el hecho que nuestros intentos para estar en ese presente suelen ser intensificaciones que llevan a ese re-hacer. Y dejarlo sólo en la dificultad de pensar el presente. En ese momento, no había leído todavía el resto del capítulo y la aparición del daoismo.

Esa aparición volvió más interesante la entrada (que podría haber quedado, como tantas otras ideas, en el tintero). Porque el daoismo me parece una forma de pensar la acción sin quedar en las categorías tradicionales bajo las cuales lo pensamos (medio-fin, o la acción consciente como decisión), algo que ya me había sido interesado cuando leí El Artesano de Sennett por primera vez, cuando muestra precisamente en el hacer el artesano como lo describen los textos daoistas una forma de acción muy atenta que no pasa por la lógica de una decisión electiva para seleccionar un medio para un fin, donde se hace lo que aparece como adecuado en lo que se está haciendo -y que justo por estos días estaba releyendo. La aparición del daoismo en este contexto -en el de poder pensar el presente (que es también una forma de poder pensar la acción si se quiere) me vuelve entonces (a riesgo de hacer lo que la cita decía era una forma de no estar en el presente) a ese interés: A la búsqueda de una forma de pensar la acción y la experiencia que difiere de unas categorías que no terminan de dar cuenta de ella. Una búsqueda que creo, subyace a muchos pensamientos: en el habitus de Bourdieu, en la razón práctica aristotélica, o incluso en el juicio reflexionante kantiano. Todas ellas formas de pensar formas de acción que no pueden pensarse inscritas en una matriz raciocinante en que la acción es pensada como equivalente a la razón epistemica (y que en la actualidad, cuando la vida se nos algoritmiza cada vez más ‘coloniza’ el mundo de la vida, para usar la expresión de Habermas).

En ese esfuerzo, el daoismo entrega buenos elementos. Alguna vez dije, casi en broma, que no estaría de más hacer una escuela de sociología daoista, y a estas alturas creo que debiera dejar de decirlo en broma.