Del consumo en Chile

La idea que la relación con los bienes es un aspecto básico de la vida social aparece en varias ocasiones en la sociología del consumo (y en algunas incluso en la teoría social). Y en nuestras propias vidas cotidianas ese hecho es también claro. No tiene nada de extraño, por lo tanto, que usemos la relación con el consumo como señal de la relación de las personas con la sociedad.

Es así que en nuestro país el consumo ha sido usado como señal de aceptación del modelo socio-económico. Como índice objetivo (‘mira cuanto más se consume, ha aumentado el estándar de vida’), y como índice subjetivo (‘al final, más allá de lo que dicen, quieren y les gusta ese consumo, mira como van al Mall’). En esta entrada discutiremos algo sobre ese uso del consumo como señal subjetiva; puesto que ahí se muestra con cierta claridad las debilidades del discurso de los comentaristas.

Varios estudios cualitativos muestran que en relación al consumo existe un cierto resquemor. En las entrevistas y focus (y recordemos, esta es habla de personas comunes y silvestres, esto no es sólo una reacción de la élite) aparece la preocupación y la crítica al consumismo y al materialismo de la sociedad. Por otro lado, las personas efectivamente consumen y han aumentado su consumo. ¿Cómo dar cuenta de ambos elementos?

Una posibilidad es pensar que lo primero es una simple declaración separada de la acción. Y que lo que importa es el acto. Lo cual sería cometer el error de pensar que el significado del acto es evidente, y es evidente para un observador externo. Pocas veces ocurre así; y muchas veces se cometen errores de análisis, y prácticos, por no reconocer el que la subjetividad tiene diversos niveles, no es algo plano que puede comprenderse (y evaluar a partir de ello que puede suceder) a partir de una simple observación externa.

Mi impresión es que lo que está en juego en esa dinámica es lo siguiente. Las personas sí desean aprovechar las oportunidades del consumo, disfrutar del aumento del estándar de vida, y al mismo tiempo no quieren verse a sí mismos como presos de ‘materialismo’ o en una vida orientada hacia el consumo. En otras palabras, que el hecho de disfrutar de tal bien o servicio no implique lo que precisamente los que usan el consumo como señal quieren hacer: Que eso implique una aceptación de un modo de vida y un modelo socioeconómico (digamos, que disfrutar un helado no tenga mayor peso que disfrutar del helado; que no por nada los que participaban en marchas contra las AFP podían ir a comer al McDonalds, lo que de hecho ví en varias ocasiones; la población no hacía la conexión que el comentarista daba por supuesta). Y ese prurito no deja de ser relevante -porque esa voluntad se expresa en determinados momentos; y porque el deseo de disfrutar de un mayor estándar de vida se puede expresar en múltiples modelos socioeconómicos: que es la razón por la cual no se puede concluir y decir ‘neoliberal’ cada vez que alguien va al Mall. Al fin, el estándar de vida de los chilenos no es tan alto, no está tan alejado de vidas limitadas que el deseo de disfrutar de las cosas buenas de la vida no resulte bien natural (y no requiera de estructuras más complejas para incentivar mayores consumos).

La importancia de reconocer los diversos elementos que están en el consumo se puede observar en los siguientes ejemplos (que debo a Carlos Catalán). El acceso a la lavadora automática fue importante en muchos hogares porque implicó un aumento de dignidad (comparado con lavar en batea, en casas que muchas veces tenían suelo de tierra y todo ello, el hecho de poder lavar apretando botones se sintió como algo muy positivo). La compra de televisores de gran tamaño -uno de los ejemplos más usados para hablar de consumismo (lo es, de hecho, en las propias entrevistas cualitativas- debe entenderse en el marco de un esfuerzo por crear al interior del hogar un espacio atractivo y acogedor, frente a los peligros que se observan afuera (‘en la calle’). Uno puede decir que esos son meros trucos para esconder ese deseo por lo material, pero en la vida social la existencia de esos trucos, y de esos esfuerzos para crearlos, sigue siendo significativa.

El consumo es relevante porque es parte importante de la vida cotidiana, de como generamos nuestro modo de vida. Por eso mismo, recoge todas las complejidades de ello; y es importante dar cuenta de ellas si es que se quiere describir bien (y actuar sobre) la vida social.

Consumo y Producción en el Siglo XXI

La pregunta por el futuro del trabajo, y en particular por el futuro del trabajo humano, no ha dejado de plantearse en la conversación cotidiana y académica por un buen tiempo (hablar del ‘fin de trabajo’ no es cantinela nueva). Frente a una (nueva) irrupción de las máquinas y frente al avance de la automatización es posible plantearse un escenario en que para todos los trabajos una máquina (una inteligencia artificial, un autómata) sea más productivo que un ser humano, y luego ¿cómo podrían conseguir trabajo los seres humanos? Al revés que en ocasiones anteriores, se diría, en que los seres humanos desplazados por las máquinas se dirigían a otros trabajos, no existiría trabajo alguno donde no pudiera darse ese desplazamiento (incluso el trabajo intelectual pueden ser desplazados, cuando tenemos IAs que pueden descubrir leyes científicas por su cuenta por ejemplo, y todo podría ser reemplazado por un algoritmo).

Siendo un debate antiguo la respuesta estándar también tiene larga tradición: Que esos augurios nunca han funcionado, y los seres humanos encontrarán su nicho de trabajo en algún lugar. De hecho es plausible pensar en algunos de esos otros nichos. Servicios personales u otras actividades (como deportes) en que preferimos que sean seres humanos las que las realizan (ver deporte es ver un ser humano realizar una actividad que para seres humanos es difícil, no una actividad realizada de la forma más eficiente o mejor -vemos a personas correr aun cuando claramente si fuera por ver seres veloces otros serían nuestras preferencias). Del mismo modo, cualquier participante de un reality no hace ninguna otra actividad que presentarse a sí mismo, y bien puede vivir de ello (y luego de hecho realiza un trabajo).

Ahora más allá de lo que suceda en el mundo de la producción, hay un elemento en que, de hecho, las personas no parecen haber sido sustituidas (ni parece existir proceso alguno que lleve a eso): El consumo. Puede que para producir Ipad no se requiera ser humano alguno (desde la fábrica hasta el marketing) pero para comprar y consumir uno sí parece requerirse. El mundo puede no requerirnos como productores pero sí definitivamente nos requiere como consumidores.

De hecho, no hay que olvidar los diversos espacios a los que accedemos actualmente debido a la promesa de ser consumidores (i.e cuando se dice que para una determinada empresa nosotros somos el producto, lo que es vendido es nuestra supuesta capacidad de consumo). O incluso, en marketing no deja de haber ocurrido en algunas ocasiones, en que la capacidad por la cual empresas están dispuestas a pagar es, precisamente, la capacidad de producir consumos en otros.  Nuestra capacidad para consumir y producir consumo bien puede terminar siendo una ventaja comparativa de las personas en un escenario de este tipo.

Un mundo de consumidores que no producen (y de productores que no consumen) resulta un mundo muy distinto al actual. Y bien puede ser que, por ser tan distinto, no sea un mundo efectivamente posible (porque no hay forma de pasar del mundo contemporáneo real a ese mundo). Sea cual sea el caso, es un proceso a observar, en la forma en que aparece el individuo como productor y como consumidor se juega parte de lo que serán las sociedades en este siglo.

NOTA: Plantear que una de las razones por las cuales el desplazamiento total no resulta posible es porque las personas de todas formas tienen que conseguir trabajo porque de otro modo no tienen ingresos no afecta el debate. Porque esa necesidad sólo implicaría una marginalización de todos aquellos que, al no tener otra forma, tendrían que participar de procesos productivos ineficientes (en vez de los completamente automatizados). Que es de hecho lo que ya ocurre en la actualidad en relación a aquellos ámbitos donde ya se dio ese desplazamiento (por ejemplo, buena parte de la producción agrícola mundial no se realiza bajo los cánones de los procesos de mayor productividad y que requieren poca fuerza de trabajo).

Por otro lado, es la mantención de esa regla (la forma de obtener ingresos a través del trabajo) es parte del tema a discusión; ¿Qué pasa con ella cuando aumenta progresivamente el número de ocupaciones en los cuales no es necesario ocupar personas? Por cierto que no tiene sentido pensar en un funcionalismo sencillo que implicaría que “una vez siendo innecesaria, la regla desaparecería”, porque bien pudiera mantenerse -y al mantenerse- afectar los posibles movimientos sociales como tales (y por lo tanto terminar produciendo una forma de vida social en la cual la regla todavía es ‘funcional’).

Consumo y crecimiento pre-industrial

Todo partio con la siguiente cita (sobre comunidades rurales en la Italia de inicios del Imperio en Roma)

This conspicuous consumption stimulated market production. The installation of mosaic floors and painted walls cost money. Arretine ceramics, lamps, glass, and even utilitarian pots were purchased goods. These were added to the cost of rent, animals, farm labor and equipment. Considerable amounts of cash or cahs equivalents had to be raised by the sale of farm products (Stephen Dyson, 1992, Community and Society in Roman Italy, Cambridge University Press: 141)

Que me acordó del argumento de De Vries sobre la revolución industriosa en la Europa de la Modernidad Temprana: que el desarrollo de diversos productos adquiribles en el mercado, hace que las familias aumenten su producción, y en particular pasen de la producción de sustentancia a la producción para el mercado. Esto hace que las familias, por eso lo de industriosa, aumenten su input, y De Vries enfatiza como eso implicaba la incorporación de la mujer y de los hijos a la producción.

Hay una cierta hipótesis sobre la importancia del consumo para la revolución industrial, que la revolución industrial fue acompañada (o hecha posible) por una revolución del consumo. Y que, bueno, era parte de las deficiencias y las limitaciones de los estudiosos no darse cuenta de la importancia del consumo. Otra muestra más de sesgo productivista.

Pero sí los ejemplos anteriores son correctos, entonces efectivamente el consumo no habría sido importante para la revolución industrial. Porque lo que nos dirían es que el consumo puede ser de hecho un aliciente para el crecimiento pero de ahí no se obtiene la conclusión buscada. En ambos casos, el consumo produciría crecimiento y mayor producción, el deseo por obtener bienes de consumo sería motivación suficiente, pero en ninguno de esos casos se obtuvo como resultado la revolución industrial.

En ese sentido, podemos observar que en ambos casos -y en las explicaciones de la importancia del consumo para la revolución industrial- se suele dar gran importancia a consumos suntuarios. Pero la revolución industrial fue sobre consumos básicos. La distinción entre suntuario y básico es socialmente construida, pero el caso es que los consumos de la revolución industrial fueron en categorías que esa misma sociedad pensaba como básico. Y la característica central de un consumo básico es que el aumento de su consumo no resulta extraño ni requiere explicación. En otras palabras, el deseo por tener mejores camisas no parece ser tan central como la capacidad de producir muchas camisas. Cuando se habla de ‘las sirenas del consumo’ (la frase la tomo de Hans-Joaquim Voth) para hablar de la importancia del consumo en la revolución industrial, se toma que los procesos relevantes ocurrieron en el nivel del consumo -en el nivel de generación de deseos por productos. Pero el tipo de productos de la revolución industrial no tiene su parte ‘interesante’ en esos deseos (que la propia sociedad da por sentados).

En otras palabras, la revolución industrial sigue estando al parecer en el mundo de la producción. Cuando requeriríamos consumo sería para explicar otros crecimientos. En particular, el crecimiento pre-industrial. Una cosa que tienen en común los dos casos citados al inicio de esta nota es que el consumo es el aliciente para que granjeros y agricultores salgan de la producción de subsistencia hacia el mercado. Es para romper con la autarquía, y generar una economía monetaria, que el consumo aparece como útil. De hecho otras teorías (por ejemplo, sobre el papel de impuestos en dinero) también se centran en el hecho de cómo quebrar con la autarquía de las unidades agrarias para formar una economía monetarizada. En otras palabras, el consumo sería relevante para explicar el crecimiento antes de la industrialización.

Explicar por lo social y explicar lo social

Este fin de semana acompañé a Catalán a una clase de un Magister de Innovación que tiene la Adolfo Ibañez. En la clase la idea era trabajar los temas de los aspectos sociales del consumo como aporte para la innovación.

Entonces, para defender la idea que el consumo se ha de entender culturalmente, Catalán declaro que era la sociedad y la cultura la que establecía los significados de un vaso por ejemplo. Y que los bienes no se entendían sin la cultura. Ahora, lo que me parece interesante no es tanto lo anterior (que hay significados asociados a un objeto), sino la misma afirmación pero a la inversa: Que el vaso sirve para establecer significados en la sociedad. Que es lo que finalmente Mary Douglas plantea, que los bienes estabilizan los significados en la sociedad, no que la sociedad pone significados en los bienes.

La inversión en todo caso me parece que esto es sintomático de una tendencia más general en las ciencias sociales. Lo que siempre nos interesa defender es la idea que X se debe explicar / comprender por la sociedad. Ahora, esto es un argumento defensivo: Es la forma en que mostramos que lo que estudiamos es relevante. Pero no es la forma en que estudiamos lo que nos interesa. En otras palabras, lo que nos debiera interesar es cómo se explica / comprende la sociedad, y X como parte de eso.

Porque si no, no avanzamos nunca en el estudio de lo social. En algún sentido, nunca hemos seguido la idea de Durkheim de estudiar lo social. Centrados en discutir si los hechos sociales son cosas o no, olvidamos la otra parte de la idea: que lo que nos debiera interesar son los procesos sociales como tales, no solo como ellos afectan otras cosas.

Crítica a la noción de consumismo

Para analizar la idea de consumismo hay que distinguir dos elementos.

El primero es el consumismo como idea que existe en la sociedad. La crítica al consumismo no es una crítica de sujetos externos (o perífericos) de la sociedad, digamos una crítica de ‘intelectuales’. Es una crítica que la propia sociedad se hace a sí misma. Tanto en el sentido que unos grupos ven el consumo de otros y lo critican como consumista (el sentido común de la clase media al referirse a sectores populares por ejemplo), pero -más interesante- es una crítica que las personas pueden (y de hecho creo que hacen) critican sus propias conductas (‘he caido en el consumismo’). En cualquier caso, la tarea del analista en relación a esta parte de la idea de consumismo es examinar las causas que hacen que ciertos grupos tengan esas percepciones, ver que consecuencias tienen, examinar en detalla que quiere significar y a que se asocia esta idea etc. Digamos, reconocer que el consumismo es parte del sistema de significados que usa la sociedad chilena y hacer un análisis de ello. Lo que hay que tener en cuenta es que esta forma de analizar el consumismo no está analizando las prácticas de consumo, está analizando las percepciones sobre ella.

Pero la mayor parte de quienes están interesados en el consumismo no están interesados en analizar los significados sociales de la noción, como usarlos como lo usan los actores -para criticar y denominar a las prácticas de consumo de la sociedad.

La segunda noción entonces, es el consumismo como descripción de las prácticas sociales de consumo. Esta es una noción que, por definición, tiene ribetes críticos y, de hecho, morales. Ahora, los sociólogos, como cualquier ciudadano, tienen plena libertad para tomar cualquier posición sobre la sociedad, el hecho es que cuando lo hacen están actuando como ciudadanos. Cómo sociólogos, pueden aportar a su posición aportando información, refutando críticas, aclarando puntos, pero su posición no se deriva del análisis sociológico.

El problema no es, por lo tanto, el hecho que se usa la noción críticamente, sino que -muchas veces- en el apuro de la crítica no se realizan las tareas analíticas que sí son propias de un sociólogo (y que, si se realizan bien, pueden ser un aporte más interesante para la propia posición)

Al fin y al cabo, decir que tal persona o grupo están siendo consumistas, ¿qué quiere decir? Muchas cosas y veamos cada una de ellas a continuación.

En un primer nivel, que están realizando consumos que no nos gustan, o que reflejan prioridades que no nos parecen, o se consumen cosas ‘superfluas’ en vez de ‘necesarias’. Ahora, antes de realizar esos juicios, hay que tener cuidado, porque lo que se define como superfluo o como necesario es socialmente determinado, no proviene de ninguna necesidad. En el curso que realizo sobre consumo, hay varios alumnos que -por ejemplo- declaran consumista el que las personas de menores ingresos gasten más en vestimente que en salud, indicando que vestirse no es tan básico como salud (aunque de hecho, es posible vivir sin gastar en salud pero no sin gastar en vestuario, y esos sectores tienen su gasto en salud subsidiado). U otros que declararon, tan campantes, que su gasto en transporte era muy alto y era muestra de consumismo (aunque el gasto en transporte colectivo es una necesidad para quienes trabajan). Y así. Es muy fácil aplicar la propia idea de lo que es sensato consumir y que prioridades se debieran tener.

Más aún, en realidad la noción proviene de un elemento social que resulta clave: Siempre tenemos una noción de lo que es ‘consumo normal’, un nivel dado de consumo que permite tener una vida ‘digna’ (o con el cual se puede ser feliz o lo que sea). Y consumista es todo consumo que se eleva por sobre ese nivel, porque no nos parece necesario -al fin y al cabo, antes no lo teníamos y no era tan terrible. Y así ha sido en toda ocasión en que el consumo ha aumentado, el que los trabajadores ingleses compraran relojes o más camisas era muestra de su consumismo para sus críticos en el siglo XVIII.

Ahora, en una sociedad que continuamente aumenta cambia, nos va a parecer consumista siempre, porque siempre se está quebrando el nivel que se pensaba como normal. Uno puede plantear que lo consumista es lo del aumento continuo (¿porque tener más consumo, porque siempre tener más consumo?), pero, claro está, el nivel que nos parece ‘normal’ ahora -y que sería muestra de privaciones si no se tiene- era el nivel consumista de hace 50 o 100 años. Lo que es ‘esencial’ ahora, no lo era antes; lo que nos parece ‘superfluo’ ahora, será esencial en el futuro.

Hay otra forma de hablar de consumismo que resulta analíticamente más interesante. Uno puede plantear consumista es un nivel de consumo tal que no es puede ser estable, y en ese sentido es un consumo ‘irracional’. No es el hecho que las personas consuman más lo que las transforma en consumista, sino el hecho que al hacerlo se endeudan y obtienen niveles de endeudamiento que los llevan a la quiebra en el futuro. Y eso parece inmediatamente irracional.

Lo primero que hay que notar es que comprar cosas por endeudamiento en sí implica irracionalidad. Al fin y al cabo, uno puede esperar a ahorrar para comprar X o comprar endeudandose X -con un mayor costo. Por otro lado, la compra a crédito tiene la ventaja de tener el producto ahora (ese mayor costo es el ‘valor’ de tener ese producto antes, por todo el tiempo que no se tendría si uno esperar a ahorrar). Lo que lo transformaría en irracional sería el no poder mantener ese ritmo de gasto.

Por lo tanto, el elemento crítico es la estabilidad. Porque un patrón cíclico que se repite es estable (un ciclo de alto consumo y endeudamiento que lleva posteriormente a un quiebre, y una vez que uno sale de ese quiebre vuelve a repetirlo). Y la preferencia por un ciclo parejo -que elimine los ciclos- es una preferencia, pero bien uno puede tener la otra. De hecho, pensemos que los campesinos medievales consumían de acuerdo a ese patrón cíclico (bajo consumo todo el año, pero en Carnaval, en la ‘fiesta’, alto consumo), y hay varias razones que vuelven ese cíclo razonable: Era la única forma, dadas las limitaciones generales, de -al menos- en algún momento salir de la simple reproducción y disfrutar algo. En sí, el estar dispuesto a un patrón cíclico que se repite no implica irracionalidad per se.

Pero, ¿y cuando el patrón cíclico no se puede repetir? En otras palabras, si no se puede volver de la ‘quiebra’. Una cosa es pensar que un ciclo que se repite es estable, pero si no se repite no hay estabilidad posible. Y aquí podríamos llegar a la siguiente noción analítica de consumismo: Un nivel de consumo tal que vuelve altamente probable una crisis de la cual no es posible recuperarse.

Aquí ya no estamos hablando de niveles de consumo ‘mayores de lo que se debieran, de consumos ‘superfluos’ -que son todos ellos juicios válidos, pero que no son juicios de análisis-. Con respecto a esas percepciones, lo que es interesante es explorar lo que indican sobre la cultura económica de los chilenos, en otras palabras son afirmaciones que debieran ser objeto de estudio.

Pero me imagino que la crítica del consumismo está demasiado enraizada, es una parte demasiado clara de nuestro sentido común, para que estas reflexiones afecten en algo, siquiera, la forma en que los sociólogos hablan del tema.

Sobre la investigación de mercado

La paradoja central de los estudios de mercado es que una industria que ofrece a sus clientes cómo aumentar el valor de sus ofertas a sus consumidores, de hecho hace ofertas de muy poco valor a sus clientes (Y, por lo tanto, ¿cómo ofrecen que pueden aportar en generar valor a los consumidores de sus clientes?). Por qué si hay algo que es claro en los estudios de mercado es que todos encuentran que el nivel es bajo -tanto clientes como ofertantes.

Ahora, el tema es que la industria -por razones diversas- se encuentra atrapada en un ciclo de bajo valor. Dado que es un círculo, el punto de partida de su exposición es completamente arbitrario: Las empresas -que creen que los estudios nunca entregan nada muy valioso y que son demasiado simples sin análisis e insights de interés- piden entonces estudios al nivel que suponen las empresas pueden dar -o sea, estudios simples, de bajo costo, muy rápidos, sin mucho análisis. Las empresas de investigación a su vez -que creen que las empresas no están dispuestas al tiempo y el valor que requiere un estudio que entregue datos más valiosos, y que nunca confían mucho en la capacidad de las empresas para entender datos que vayan más allá de las salidas simples de poco valor- entregan entonces informes simples sin demasiado análisis. Por lo que las expectativas de ambos actores quedan plenamente validadas.

Y todos terminan, por ende, haciendo estudios en los que todos están de acuerdo que no representan un gran aporte.

Ahora, claro está, como cualquier círculo, representa un problema salir: Para las empresas, ¿cómo arriesgarse a los valores y tiempos que requiere un estudio de mayor calidad e interés cuando no es claro que las empresas de investigación puedan hacerlo? Y, ¿cómo confiar en análisis más complejos -ya sea cuantitativos multivariados o cualitativos- cuando a duras penas se confía en lo básico? Para las empresas de investigación de mercado, ¿cómo dedicarse a hacer un informe completo e interesante cuando no hay tiempo para eso ni se ha pagado por ello? ¿Y cómo dedicarse a hacer análisis complejos cuando de todas formas hay que gastar (el poco) tiempo y energía disponibles en las cosas simples?

Lo bonito de los círculos, aunque sean de poco valor, es que no es fácil salir de ellos.

Teoría del Grupo D

Y para que no se me olviden las cosas.

La idea, como todas las ideas, es más bien sencilla: Podemos decir que hay 3 lógicas económicas en el grupo D. Lógica económica no es más que un nombre breve para referirnos a las motivaciones, justificaciones de las prácticas económicas de una persona o grupo.

La primera es más bien tradicional (y con tradicional digo que es tradicional en sociedades modernas, algo similar se puede observar en la Inglaterra Victoriana con sus clases obreras). La lógica de la dignidad y la decencia (que aquí Martínez investigo en el que debiera ser celebérrimo libro Informe sobre la Decencia, publicado años ha por Sur). O sea, ‘seremos pobres, pero decentes’ (o sea, respetables en la lógica victoriana). Dado que no dejaremos de ser pobres, al menos podremos ser dignos. Y eso tiene varias consecuencias -el desarrollo de una disposición más bien ascética, de gastos limitados, de buscar la regularidad, el orgullo en el manejo respetable y responsable de los gastos (y rechazo al endeudamiento), de búsqueda de evitar ‘caer’ (una caída siempre que indica un problema en la condición moral).

La segunda es también tradicional (y tradicional de sociedades tradicionales) -que es, de hecho, directamente contraria a la lógica de la decencia: Una lógica de disfrute en el gasto. Aprovechemos el dinero para pasarlo bien (en la comunidad, de hecho no es un disfrute individual). Una lógica que, entonces, y por el mismo motivo de disfrute, rechaza toda dependencia y busca trabajos independientes, que permitan que uno se mande a sí mismo. Al igual que para los griegos, el hombre sólo es libre cuando no tiene patrón. La búsqueda de independencia no tiene nada de emprendimiento, sino de búsqueda de autonomía: La ventaja de tener un propio negocio es tener dinero todos los días (para poder gastarlos con los amigos), de que uno decide cómo y cuando trabaja etc. El gasto aquí siempre es comunitario, aquél que ahorra para sí (y usa una lógica de emprendimiento) es una amenaza para la solidaridad grupal -es alguien que no quiere estar y disfrutar con los amigos. Una lógica que aparecía entre lso artesanos de Pomaire cuando me tocó investigar.

La tercera es la del proyecto educacional de los hijos: Yo no dejaré de ser pobre, pero al menos mis hijos sí (o mis hijos serán más que yo). Los esfuerzos de trabajo y de consumo se asocian a cómo lograr ese proyecto educacional. Es importante hacer notar que los esfuerzos de consumo asociados no son sólo educacionales. Como Catalán lo ha hecho notar, es parte del proyecto de superación educacional el, por ejemplo, comprar TV plana o conexión a satélite. ¿Por qué? Porque es una forma de evitar que los hijos ‘caigan’ en la droga. Hay aquí también una amenaza pensada como caída, pero es pensada de una forma diferente. Mientras en la lógica de la decencia es una caída moral (el drogadicto como perdido por ejemplo), aquí es una caída instrumental (el dorgadicto nunca se va a superar). Cuando participé en los estudios de grupos para el informe PNUD del 2004 (sobre el poder), la relevancia y potencia del proyecto educacional en los sectores bajos saltaba a la vista.

Como toda lógica cultural relevante, esto tiene efectos en diversos ámbitos. De hecho, y como pura hipótesis, he llegado a pensar que buena parte del cambio en la aceptación del embarazo adolescente tiene que ver con los cambios en esas lógicas. En la lógica de la decencia, el embarazo adolescente implica que la mujer en cuestión es una perdida, una indecente y lo que hay que hacer -para mantener el honor y decencia del hogar- es expulsarla. En la lógica del proyecto, el embarazo adolescente implica el peligro de tirar por la borda todo la larga inversión, y lo que hay que hacer -para mantener el proyecto- es asegurar que continue con los estudios.

Una cosa interesante de estas lógicas es que no se pueden reducir a un tema de ‘modernidad’. O sea, la lógica más nueva -la de proyecto- no es una lógica moderna frente a lógicas tradicionales. De hecho, al fin y al cabo, es una lógica fundamentalmente familiar -y en ese sentido, existe por la fuerza de opciones tradicionales en la cultura chilena. La cultura más independiente no es una cultura de emprendimiento, sino (por el contrario) del disfrute. Y la más ‘tradicional’ de las culturas, la de la dignidad y la decencia, es una tradición moderna -no por nada hice la conexión con la idea de trabajadores respetables de los victorianos.

En otras palabras, como siempre, cuando se intenta mirar la realidad uno encuentra que las dicotomías sociológicas usuales no es mucho lo que sirven. Lamentablemente, nunca dejamos de usarlas.

Bauman y el consumo (II)

Cada día entiendo menos la sociología. Recientemente Zygmunt Bauman publicó Vida de Consumo (el título en inglés es mejor en todo caso, Consuming Life), y en realidad -para ser uno de los sociólogos más conocidos de la actualidad- el nivel no es tan alto.

Para decirlo más corto: Buena parte del texto es la discusión del sentido común sobre el consumo (y los males del consumismo) sólo que dicha con un lenguaje mucho más alambicado. Pero apenarse porque en la moderna vida de consumo las personas tienen relaciones de desecho, y se ven unas a otras como bienes de consumo, es decir -en complicado- lo que todas las viejas de la esquina dicen -en simple. Para criticar que estamos obligados a consumir, para mantener las apariencias de pertenecer a esta sociedad, nuevamente no es más que decir en complejo el sentido común más ramplón sobre el consumo.

Veamos un ejemplo -que muestra en concreto todo el texto. Bauman nos plantea que hemos llegado a tales niveles (si no usa la palabra depravación es porque los sociólogos nos cuidamos de usar ciertas palabras, pero en realidad eso es lo que piensa) que materializamos nuestras relaciones sociales, nuestras relaciones familiares. ‘Los políticos que claman por la resucitación de los agonizantes valores familiares, y que lo hacen con seriedad, deberían empezar a pensar concienzudamente en las raíces consumistas causantes del deterioro simultáneo de la solidaridad social en los lugares de trabajo y del impulso de ciudar y compartir en el contexto de la familia’ (página 165). O unas páginas más atrás: ‘Arlie Russell Hochschild resume el daño colateral fundamental causado en el curso de la invasión consumista en una expresión tan incisiva como sucinta: la materialización del amor’ (página 163). Cualquier reportaje en cualquier revista mediocre puede decir frases como esa. No negaré que Bauman es ingenioso al escribir, pero con ingeniosidades no se crea conocimiento.

Ahora, el tema es que ¿tiene sentido lo anterior? La idea que el consumismo moderno materializa el amor, y por ello -por ejemplo- las ideas de un Miller del consumo, la compra, como expresión de relaciones de amor no funciona, o al menos sólo funciona para mostrar el desastre que es el consumismo actual, parece ser interesante. Pero tiene el problema de ser falsa.

Siempre materializamos el amor. Como siempre materializamos todo. Porque los seres humanos -y cualquier curso de Arqueología 101 lo debiera dejar en claro- vivimos entre objetos y cualquier cosa que hacemos las hacemos con objetos. No es que (y para ello volvamos a Miller) por un lado están las cosas y por otro lado las relaciones humanas, y que cuando las mezclamos perdemos la autenticidad / profundidad / pureza de las relaciones. Hemos expresado nuestras identidades culturales, nuestros afectos, nuestros modos de vida a través de objetos, los ‘materializamos’. Eso es lo que hacemos.

Ahora, uno podria decir, bueno ‘lo central no es tanto que materializamos el amor sino que en el consumismo moderno mercantilizamos el amor’. Al fin y al cabo, es cierto que regalos -por ejemplo- se intercambian en todas partes, que suelen ser, en todas partes, parte de las relaciones sociales. Pero que todo eso pase por la compra, he ahí algo que es tipícamente moderno. Sea, pero que estamos en un mundo de mercancías es algo que sabemos desde el siglo XIX, y de hecho es consustancial al capitalismo. Así que es común tanto a la sociedad de productores como a la de consumidores, no sirve para identificar a esta última.

Es en relación al tema de identificar una nueva sociedad de consumidores, de identificar los cambios recientes como un cambio de tipo de sociedad de productores a consumidores, donde las tesis más interesantes de Bauman ocurren. Pero siguen sin convencer mucho, al menos a mí.

Una idea, que de hecho ya repite en otros textos, es que lo que nos transforma en sociedad de consumidores es que el deber social central es el de consumir. Y por ello, entonces somos una sociedad diferente. Suena bien, pero ¿por qué el deber central ya no es el de producir cuando la participación en el mundo monetario, tan central para el consumo, sigue estando mediado por la participación en el mundo del trabajo?

La otra idea, el ‘secreto mejor guardado de la sociedad de consumo’, es la idea que en la sociedad de consumo las personas se transforman en bienes de consumo. Para ser participantes de verdad en la sociedad, tenemos que transformarnos nosotros en bienes de consumo (y por tanto en seres que se pueden comprar, usar, desechar). La distinción entre personas que eligen y bienes elegidos nos dice Bauman se borra (página 25). La idea es poderosa, aunque uno podría discutir si es tan secreta.
Pero creo que la idea nos muestra que, finalmente, la sociedad de consumidores no es tan distinta de la anterior. Al fin y al cabo, en la sociedad de productores ya teníamos -en tanto fuerza de trabajo- que transformarnos en mercancías. Puede que la transformación sea más completa aún, en vez de requerir una cierta cantidad de tiempo (dejando el resto ‘libre’), en la sociedad actual se pediría esa transformación en mercancía, en bien de consumo, siempre.

Bauman hace notar que, en el paradigma ya tradicional del sentido común sobre el futuro que es Silicon Valley, se habla de lastre cero: El trabajador perfecto es aquel cuya vida fuera del trabajo no le pone ninguna demanda adicional (o sea, no tiene familia, no tiene otros intereses) y puede siempre tomar una tarea extra, ser re-asignado etc. Pero este cambio, ¿no tiene que ver con el mundo de la producción finalmente?

En otras palabras, son las modificaciones del mundo de la producción, que progresivamente se vuelven más exigentes, las que producen los cambios en el consumo del cual habla Bauman. Al fin y al cabo, desde el consumo, las personas con lastre tienen grandes ventajas: Las relaciones permanentes son mejores productoras de compras, y el hito central del mundo del consumo es Navidad, donde los regalos son tipícamente familiares. La vida de relaciones líquidas no es demandada por el consumo, sino por la producción (*).

Pero alguién puede decir, pero al final es por el consumo: porque la demanda de producción flexible viene dada por los cambios en el consumo, de la velocidad de los cambios de la demanda y de la continua exigencia de comprar. Pero esa exigencia uno bien pudiera decir proviene de otra parte.

Wallerstein cuando define el sistema-mundial contemporáneo hace ver que una de sus premisas es el crecimiento. La exigencia básica de toda empresa, de todo proceso de producción, es la de crecer. Y esa exigencia se podía satisfacer en la modernidad clásica de los ’50 sin la idea de cambiar perpetuamente de bienes -con la exigencia de desechar lo antiguo que Bauman enfatiza es característica de la nueva sociedad-: Digamos, cuando todavía quedan familias sin automóviles se puede crecer vendiendo a más familias, y cambiando los bienes en lógica de reemplazo. Pero cuando todos tienen automóviles, sólo se puede crecer si se instaura la idea que hay que cambiar regularmente de automóvil: que lo antiguo tiene que desecharse por el sólo hecho de ser viejo. Pero esa dinámica sólo se explica por esa demanda inicial, permanente del sistema, no algo que haya aparecido en las últimas décadas, de crecimiento en la producción.

En otras palabras, las dinámicas de consumo que describe Bauman no son tanto una nueva sociedad, sino la forma específica con la que se cumplen ciertas demandas tradicionales en una sociedad (que ya sea que queramos llamar moderna o capitalista) tiene al menos 200 años, si no ya casi 500. Pero claro, para decir eso, habría que quitar algo de ultra nuevo a lo que vivimos en la actualidad, habría que darse cuenta que la ‘nueva’ sociedad de consumidores es heredera directa, y no una contradicción de, la ‘vieja’ sociedad de productores.

Pero a los sociólogos nos encanta decir que el cambio que se vive ahora es el mayor cambio que se ha experimentado en ocasión alguna; que esta transformación es profundamente revolucionaria y diferente. De algún modo, la sociología no pasa de ser, en muchas ocasiones, más que el ropaje que toma el sentido común cuando el sentido común quiere ser grandilocuente.

Con lo que volvemos al punto de partida: Cada día entiendo menos. ¿De eso se trataba a final de cuentas la sociología?

(*) Algo que muestra perfectamente que Bauman se mueve en el sentido común es su idea que en la sociedad moderna la familia se rompe y todo se reemplaza por amor líquido. Bauman está siempre pensando en las relaciones de pareja. Pero centrar la vida de familia en las relaciones de pareja, en vez de por ejemplo las relaciones padres, madres – hijos, que no han perdido permanencia, es una muestra del sentido común de las sociedades en las que escribe Bauman.

Plus ça change

‘La segunda tendencia que revela la encuesta es que mientras los medios electrónicos no generan discriminación entre los públicos (es decir, son consumidos por personas de distinto sexo, edad, ocupación, nivel de ingresos, escolaridad etc.), algunos factores discriminantes comienzan a operar en el nivel de consumo intermedio y se acentúan notoriamente en el consumo de alta cultura’ (Catalán y Sunkel, Algunas tendencias en el consumo de bienes culturales en América Latina, Documento de Trabajo FLACSO, Serie Educación y Cultura No, 27, 1992, página 4)

‘En la base de esta cultura emergente se ubican los circuitos masivos de socialización y transmisión provistos por la escuela, la radio y la televisión… Por encima de este entramado, por así decir, se despliegan luego múltiples otras redes más especializadas de circulación y consumo de bienes culturales que, como hemos visto, se hallan organizados estamentalmente según niveles de ingreso, ocupación y educación de las personas y preferencias según genero y edad; sus herencias de capital cultural transmitido por vía familiar en el hogar’ (J. J. Brunner, Chile: Ecología Social Social del Cambio Cultural, páginas 25-39 en Consumo Cultural en Chile, Editado Catalán y Torche, INE, 2005, página 38)

Aparte que la cita de Brunner es mucho más larga -buena parte de ella fue eliminada- lo mismo dicen ambas: Que el mundo de la televisión y la radio es universal (Brunner enfatiza además que no es homogéneo, que no consumen lo mismo, pero también eso era cierto en el estudio anterior), mientras que los otros son muy segmentados, por educación e ingreso. Aparte que Brunner enfatiza el tema escolar, ninguna diferencia. Y el enfásis de Brunner está mal puesto creo finalmente, porque por mucho aumento de escolaridad no tenemos cambios de gran magnitud en los consumos letrados (o, sea, seguimos sin leer y seguimos sin entender)

Unos 15-20 años (Catalán y Sunkel hablan de una encuesta del ’87 y Brunner de una encuesta del ‘2004) de grandes cambios, es cosa de pensar en el equipamiento típico de un hogar de mediados de la década de los ’80 y uno de la actualidad, entremedio apareció y se volvieron común los celulares e Internet, pero las estructuras básicas siguen siendo las mismas.

Nunca habría que menospreciar la capacidad de las estructuras y distinciones básicas para reproducirse en cualquier situación.

La invisibilidad de la metodología

Una de las preguntas de la última prueba del curso de consumo implicaba comparar dos estudios que, a primera vista, tenían resultados que se contradecían. Joel Stillerman (*) estimaba que los hogares de clase trabajadora por él estudiados tenían una relación muy de cuidado con el crédito -limitando su uso todo lo posible. Un estudio de van Bavel y Sell-Trujillo (**), por el contrario, argumentaba que para los sectores bajos resultaba perfectamente sensato, razonable endeudarse -y de esta forma demostrar, de manera concreta, con bienes, que ya no es pobre. La pregunta era, bueno, ¿se pueden hacer compatibles ambos argumentos? Al fin y al cabo, ambos son sobre estudios cuyo campo es de finales de la década de los ’90, publicados con un año de diferencia, y trabajando sobre los mismos temas.

Varios alumnos intentaron solucionar la posible contradicción notando que, en principio, los grupos eran diferentes: Que los trabajadores de Stillerman -obreros especializados en una industria, obteniendo sueldos superiores a la norma del mercado- no eran el mismo grupo, ni económica ni socialmente al estudiado de van Bavel y Sell-Trujillo, que serían un grupo más pobre. Lo cual resulta medianamente razonable.

Pero lo que casi nadie comentó, y es la raíz de este post, fue la diferencia en metodologías. Stillerman es un estudio que se basa fundamentalmente en entrevistas en profundidad (a las mujeres de los trabajadores en buena parte), mientras que van Bavel y Sell-Trujillo usan técnicas grupales. Ahora, uno bien pudiera explorar las consecuencias de usar técnicas diferentes: Que resulta más fácil decir y explorar un tema ‘negativo’ cuando se habla en grupo -cuando no es necesario decir ‘hey, estoy super endeudado’ sino uno puede decir cosas ‘la gente se endeuda porque’. La entrevista individual nos lleva a lógicas diferentes de presentación -donde la lógica de exponer tácticas preferidas pueden ser lo más desarrollado. (***)

Ahora, la explicación anterior puede ser, probablemente lo es, bastante mala. Pero el caso es que defender la idea que usando técnicas distintas se obtienen resultados distintos no es demasiado difícil. Y que nuestros datos dependen de la forma en que hemos preguntado, porque cada técnica ilumina una parte del fenómeno, debiera ser parte de nuestro sentido común.

Pero el problema de los datos es que, una vez publicados, se olvida de donde y cómo se obtuvieron. Y pasan a ser ‘realidad’. Y entonces, como lo decía el título, la metodología se vuelve invisible.

(*) Joel Stillerman, Gender, Class and Generational Contexts for Consumption in Contemporary Chile. Journal of Consumer Culture, Vol. 4, No. 1, 51-78 (2004)
(**) Rene van Bavel y Lucía Sell-Trujillo, Understandings of Consumerism in Chile. Journal of Consumer Culture, Vol. 3, No. 3, 343-362 (2003)
(***) Miller, de hecho, hace una observación similar cuando diferencia sus resultados -de etnografía- de los obtenidos por otros que usan focus groups: No se puede esperar obtener lo mismo cuando se usan técnicas diferentes, cada una ilustra elementos que son diferentes.