La relación de la cultura de izquierda con el pueblo

Estaba leyendo Los Diarios de Emilio Renzi de Piglia y me encuentro con lo siguiente cita, que me llevó a pensar en cómo la izquierda se ha relacionado con el pueblo. Es cierto que Tolstói, quien es sobre el cual Piglia reflexiona, no es una persona de izquierda, pero la emoción y valoración que estaba ahí era algo que uno puede reconocer en la izquierda tradicional.

Notas sobre Tolstói (9) El respeto tolstoiano por el hombre común, el sencillo y franco afecto por un trabajador corriente («Más inteligente que yo.») (Piglia, Años Felices, Diario 1969, p 600)

Esta mirada positiva sobre el pueblo es algo que uno puede observar una y otra vez en las expresiones culturales de la izquierda tradicional. Para pensar sólo en Chile: La Sangre y la Esperanza de Nicomedes Guzmán es un caso clásico de ello. Uno puede encontrar repetidas ocasiones de ello en la poesía de Neruda (en el Hombre Invisible donde habla de su interés en lo que les pasa y lo que hacen las personas comunes y critica al poeta que pero no ha visto nunca / un panadero / ni ha entrado a un sindicato / de panificadores) . En el poema de Teillier dedicado a su padre, militante comunista, también se encuentran similares tonos:

Desde hace treinta años
grita «Viva la Reforma Agraria»
o canta «La Internacional»
con su voz desafinada
en planicies barridas por el puelche,
en sindicatos o locales clandestinos,
rodeado de campesinos y obreros,
maestros primarios y estudiantes,
apenas un puñado de semillas
para que crezcan los árboles de mundos nuevos (Jorge Teillier, Retrato de mi Padre, militante comunista en Muertes y Maravillas)

El pueblo como depositario de la sabiduría y el trabajador común y silvestre como la sal de la tierra. Esta defensa de los humildes, por cierto, es una cosa que el discurso de izquierda tradicional tiene en común con el cristianismo original.

Ahora bien, la izquierda de las últimas décadas, en el mismo movimiento que la ha llevado a centrarse en temas culturales ha cambiado esa imagen. Si se quiere, del sabio campesino y el esforzado obrero se pasa al racista y sexista con baja educación. El conservadurismo moral de los sectores populares, que es algo bastante estructural, aparece en diversos contextos, en diferentes tiempos y lugares, se transforma entonces en el significado clave asignado al pueblo, y por lo tanto se transforma en el contrario. También se realiza una crítica al sujeto de la representación previa (campesino y obrero se pensaban en masculino y no como parte de una minoría étnica), y que cuando se decía ‘pueblo’ no se decía todo el pueblo.

Ahí se da, entonces, una transformación cultural, y en cierto sentido de bases de sustentación, bastante importante. Si se quiere la izquierda tradicional era una izquierda enraizada y comunicada con el mundo popular. Pensemos en los partidos laboristas, cuya base estructural eran los sindicatos. O pensemos en todo el trabajo cultural, de creación de convicciones, que realizaba la izquierda en esos sectores (una práctica equivalente a lo que en la actualidad sólo hacen evangélicos). El progresismo, y el cambio de nombre no deja de ser significativo, tiene otras bases de sustentación social.

Tengo la impresión que ahí se da una impasse que la izquierda todavía no resuelve muy bien. Para el discurso de la izquierda, idealmente (recordemos la frase del 99%) ella debiera poder reunir a todos aquellos que son oprimidos por la sociedad; quienes, para ese mismo discurso, son la gran mayoría. Ahora bien, como sucede que las opresiones son diversas y pocos son oprimidos en todas las categorías, sucede que el discurso en vez de unificar a todos los grupos que bajo alguna dimensión son oprimidos los disgrega (por cuanto en alguna dimensión no lo son).

Más allá de lo anterior, uno puede volver al tenor de las citas iniciales. Cuando la cultura de la izquierda critica la cultura tradicional y, por lo tanto, no reconoce ya ese ‘sencillo y franco afecto’ algo ha pasado en la izquierda. El tema no es la crítica a dicha cultura, al fin y al cabo la mirada tradicional de la izquierda también tenía sus críticas (saliendo del caso de Chile, Germinal de Zola al mismo tiempo muestra varias críticas a la cultura popular y es un canto en admiración de la cultura obrera). Tampoco habría que olvidar que una cultura bien puede ser autocrítica (Dussel se ha pasado la mitad de su carrera filosófica trabajando sobre el tema de la generación interna de la crítica por parte de grupos subalternos). El tema es la relación con el pueblo. En el sentido de distancia y de separación.

Ahora, en el caso particular de Chile, donde la izquierda tradicional no ha perdido toda relevancia, y por lo tanto algo se mantiene de la relación tradicional, la situación descrita es sólo parcial. Todavía subsiste una izquierda relacionada y que valora al pueblo tradicional. Sin embargo, esas tendencias ya existen.

Y esas tendencias ya implican un problema: Una izquierda que no siente afecto por las personas del pueblo, que se distancia de ellas emocionalmente, no es una izquierda que valga de mucho.

La irrelevancia y la identidad. De los usos de la cultura en el ‘progresismo’ contempóraneo.

Décadas ha, cuando desde las ciencias sociales se intentaba mostrar que la cultura era algo relevante, no un fenómeno superficial, se intentaba mostrar su importancia causal: Tal o tal rasgo cultural tenía efectos en el resto de la vida social, efectos que no eran completamente explicados por otras dimensiones. De este modo era que se podía defender que la cultura era relevante.

Esta forma tradicional de incorporar la relevancia de la cultura en las ciencias sociales choca con algunas tendencias, que en los sectores que uno puede llamar de manera muy genérica ‘progresistas’, son bastante comunes.

Básicamente, bajo el progresismo todas las culturas tienen igual valor. Lo que tradicionalmente era un tema metodológico, se transforma en un tema de la realidad. Pensar que hay mejores o peores culturas es algo que no se puede hacer (en algunos casos incluso eso puede llevar a acusaciones de racismo, aun cuando me da la impresión que eso es confundir biología con cultura, pero ello es otra discusión). Esta visión produce tensiones con cualquier hipótesis causal basada en rasgos culturales. Si tal situación se puede explicar por aspectos culturales, y si esas situaciones son graduadas normativamente, entonces esa explicación generaría una valoración diferente de las culturas (sería mejor aquella que produjera esos resultados que se valoran mejor). Como lo último es lo que se prohíbe, entonces una forma bastante simple de evitar ello es eliminar la posibilidad que la cultura pueda explicar resultados: Todas las culturas tienen el mismo valor porque ninguna situación (que podemos valorar como mejor o peor) puede asociarse o explicarse a través de la cultura.

Ahora bien, como concluir de ello la irrelevancia de la cultura no sería adecuado -puesto que las posiciones ‘progresistas’ usualmente le da importancia a este aspecto de la sociedad (en parte porque representan a esos sectores, a los grupos con mayor capital cultural que económico para hablar en bourdieuano)- lo que queda es el énfasis en el carácter identitario de la cultura. La cultura sería relevante porque a través de ella se realiza la pertenencia a un grupo y sólo por ello. El énfasis en la importancia de la diversidad cultural es parte de ello, al ser una celebración de la diversidad de los segmentos.

Empero, toda esta celebración no deja de ser algo vacía, puesto que es una identidad que no produce nada más que la pertenencia a grupos que, al ser culturales, se definen sólo por esa identidad. Las diferencias culturales, que se reclaman son inapreciables, y toda pérdida invaluable, no pasan de ser miles de formas de remarcar una identificación con una distinción; pero su contenido en sí no tiene mayor relevancia: Esto dado que cualquier cosa puede servir como marcador, y el uso de la cultura es sólo como marcador. Ir más allá de esa función de señal tiene el peligro de otorgar a las culturas diferentes valores, lo que no puede ocurrir.

La cultura serían miles de formas de vida distintas cuya diferencia no tiene la menor relevancia como tal.

Hay dos formas de evitar la anterior conclusión. La primera es la defensa que la diversidad como tal es valorable -la heterogeneidad es en sí misma mejor que la homogeneidad, sin necesidad de que esas heterogeneidades tengan algún valor concreto y específico. La cocina resulta aquí un buen paradigma: Como es un asunto de mero gusto, y donde ir variando tiene en sí mismo algún valor, entonces la diversidad de las cocinas es algo valorable sin necesidad de entregarles un valor distinto a esas diferencias culinarias. La cocina X tiene tal rasgo, y la cocina Y tiene este otro; pero como en ocasiones nos interesa el primer rasgo y en otras el segundo, entonces la distinción no produce una diferencia de valoración. La cultura, en ese caso, queda como una ampliación del menú a elegir.

La segunda forma es más sencilla, y quizás no tan coherente, pero no por ello deja de ser común. Se acepta una diferencia de valor entre culturas, y sólo una: La cultura dominante, de los grupos dominadores, es una cultura de menor valor que otras culturas. Bajo esa visión, las culturas dominadas son buenas culturas (y muchas veces terminan siendo todas tratadas como si fueran lo mismo, la expresión ‘el sur global’ tiende a indiferenciar muchas tradiciones bien diferentes entre sí), mientras que los rasgos de la cultura dominante son negativos al producir resultados negativos. Aquí se puede volver al tema de la cultura como explicación, con tal que lo que se explique sea como la cultura dominante produce un mundo negativo. Dado que uno de los rasgos básicos de la cultura progresista es un rechazo, una desconfianza basal, en lo dominante, esta forma de volver a la dimensión cultural causalmente relevante resulta atractiva, incluso si no es plenamente coherente con sus posiciones.

Si esos dos intentos evitan efectivamente la conclusión de una visión de la cultura como mera marca de identidad que es en sí irrelevante, se deja como ejercicio para el lector.

Cultura y Naturaleza

Entre las innumerables distinciones que nunca he sido completamente capaz de entender es toda la discusión sobre la importancia de lo cultural o social en contra de lo natural o biológico: Que tal conducta se explica por los genes o por la cultura es una de las formas algo habituales en los últimos años.

El caso es que la cultura es parte de la dotación biológica de los seres humanos: Sucede que somos una especie con capacidad para la comunicación simbólica y muchas otras cosas que nos permite tener culturas más o menos desarrolladas, y eso es parte de nuestra naturaleza biológica. En ese sentido, ¿cómo se puede hablar de oposición?

Para poner un ejemplo que creo es relativamente claro en torno a esta discusión pensemos en la alimentación. Por un lado, ¿qué más natural que la alimentación? Necesitamos tantas calorías, tantas proteínas, si no conseguimos vitamina C de nuestros alimentos nos da escorbuto y así con múltiples otras cosas. Por otro lado, ¿qué más cultural que la alimentación? Y no me refiero solamente a que distintas culturas tengan distintas cocinas, sino a cosas más básicas: Al fin y al cabo, en general comemos alimentos que han sido preparados con fuego. Preparar alimentos es una actividad profundamente cultural. En ese sentido, lo cultural y lo natural no se oponen, sino que están imbricados.

Otro ejemplo de imbricación: la capacidad de digerir leche como adultos. Eso corresponde a un cambio genético. Pero este cambio está asociado a un cambio cultural, social: la domesticación de los animales, que hizo que una mutación que permitiera la digestión de la leche fuera muy beneficiosa en las poblaciones que domesticaron ganado (y de hecho, surgió en poblaciones distintas).

En última instancia, el tema es que las consecuencias que tienen las características biológicas depende del contexto, del medio en que una población vive. Y en el caso de los seres humanos (y de hecho en otras especies) ese medio es social y cultural.

Por lo tanto, oponer lo biológico y lo social es algo que no tiene mucho sentido.

Teoría del Grupo D

Y para que no se me olviden las cosas.

La idea, como todas las ideas, es más bien sencilla: Podemos decir que hay 3 lógicas económicas en el grupo D. Lógica económica no es más que un nombre breve para referirnos a las motivaciones, justificaciones de las prácticas económicas de una persona o grupo.

La primera es más bien tradicional (y con tradicional digo que es tradicional en sociedades modernas, algo similar se puede observar en la Inglaterra Victoriana con sus clases obreras). La lógica de la dignidad y la decencia (que aquí Martínez investigo en el que debiera ser celebérrimo libro Informe sobre la Decencia, publicado años ha por Sur). O sea, ‘seremos pobres, pero decentes’ (o sea, respetables en la lógica victoriana). Dado que no dejaremos de ser pobres, al menos podremos ser dignos. Y eso tiene varias consecuencias -el desarrollo de una disposición más bien ascética, de gastos limitados, de buscar la regularidad, el orgullo en el manejo respetable y responsable de los gastos (y rechazo al endeudamiento), de búsqueda de evitar ‘caer’ (una caída siempre que indica un problema en la condición moral).

La segunda es también tradicional (y tradicional de sociedades tradicionales) -que es, de hecho, directamente contraria a la lógica de la decencia: Una lógica de disfrute en el gasto. Aprovechemos el dinero para pasarlo bien (en la comunidad, de hecho no es un disfrute individual). Una lógica que, entonces, y por el mismo motivo de disfrute, rechaza toda dependencia y busca trabajos independientes, que permitan que uno se mande a sí mismo. Al igual que para los griegos, el hombre sólo es libre cuando no tiene patrón. La búsqueda de independencia no tiene nada de emprendimiento, sino de búsqueda de autonomía: La ventaja de tener un propio negocio es tener dinero todos los días (para poder gastarlos con los amigos), de que uno decide cómo y cuando trabaja etc. El gasto aquí siempre es comunitario, aquél que ahorra para sí (y usa una lógica de emprendimiento) es una amenaza para la solidaridad grupal -es alguien que no quiere estar y disfrutar con los amigos. Una lógica que aparecía entre lso artesanos de Pomaire cuando me tocó investigar.

La tercera es la del proyecto educacional de los hijos: Yo no dejaré de ser pobre, pero al menos mis hijos sí (o mis hijos serán más que yo). Los esfuerzos de trabajo y de consumo se asocian a cómo lograr ese proyecto educacional. Es importante hacer notar que los esfuerzos de consumo asociados no son sólo educacionales. Como Catalán lo ha hecho notar, es parte del proyecto de superación educacional el, por ejemplo, comprar TV plana o conexión a satélite. ¿Por qué? Porque es una forma de evitar que los hijos ‘caigan’ en la droga. Hay aquí también una amenaza pensada como caída, pero es pensada de una forma diferente. Mientras en la lógica de la decencia es una caída moral (el drogadicto como perdido por ejemplo), aquí es una caída instrumental (el dorgadicto nunca se va a superar). Cuando participé en los estudios de grupos para el informe PNUD del 2004 (sobre el poder), la relevancia y potencia del proyecto educacional en los sectores bajos saltaba a la vista.

Como toda lógica cultural relevante, esto tiene efectos en diversos ámbitos. De hecho, y como pura hipótesis, he llegado a pensar que buena parte del cambio en la aceptación del embarazo adolescente tiene que ver con los cambios en esas lógicas. En la lógica de la decencia, el embarazo adolescente implica que la mujer en cuestión es una perdida, una indecente y lo que hay que hacer -para mantener el honor y decencia del hogar- es expulsarla. En la lógica del proyecto, el embarazo adolescente implica el peligro de tirar por la borda todo la larga inversión, y lo que hay que hacer -para mantener el proyecto- es asegurar que continue con los estudios.

Una cosa interesante de estas lógicas es que no se pueden reducir a un tema de ‘modernidad’. O sea, la lógica más nueva -la de proyecto- no es una lógica moderna frente a lógicas tradicionales. De hecho, al fin y al cabo, es una lógica fundamentalmente familiar -y en ese sentido, existe por la fuerza de opciones tradicionales en la cultura chilena. La cultura más independiente no es una cultura de emprendimiento, sino (por el contrario) del disfrute. Y la más ‘tradicional’ de las culturas, la de la dignidad y la decencia, es una tradición moderna -no por nada hice la conexión con la idea de trabajadores respetables de los victorianos.

En otras palabras, como siempre, cuando se intenta mirar la realidad uno encuentra que las dicotomías sociológicas usuales no es mucho lo que sirven. Lamentablemente, nunca dejamos de usarlas.

Plus ça change

‘La segunda tendencia que revela la encuesta es que mientras los medios electrónicos no generan discriminación entre los públicos (es decir, son consumidos por personas de distinto sexo, edad, ocupación, nivel de ingresos, escolaridad etc.), algunos factores discriminantes comienzan a operar en el nivel de consumo intermedio y se acentúan notoriamente en el consumo de alta cultura’ (Catalán y Sunkel, Algunas tendencias en el consumo de bienes culturales en América Latina, Documento de Trabajo FLACSO, Serie Educación y Cultura No, 27, 1992, página 4)

‘En la base de esta cultura emergente se ubican los circuitos masivos de socialización y transmisión provistos por la escuela, la radio y la televisión… Por encima de este entramado, por así decir, se despliegan luego múltiples otras redes más especializadas de circulación y consumo de bienes culturales que, como hemos visto, se hallan organizados estamentalmente según niveles de ingreso, ocupación y educación de las personas y preferencias según genero y edad; sus herencias de capital cultural transmitido por vía familiar en el hogar’ (J. J. Brunner, Chile: Ecología Social Social del Cambio Cultural, páginas 25-39 en Consumo Cultural en Chile, Editado Catalán y Torche, INE, 2005, página 38)

Aparte que la cita de Brunner es mucho más larga -buena parte de ella fue eliminada- lo mismo dicen ambas: Que el mundo de la televisión y la radio es universal (Brunner enfatiza además que no es homogéneo, que no consumen lo mismo, pero también eso era cierto en el estudio anterior), mientras que los otros son muy segmentados, por educación e ingreso. Aparte que Brunner enfatiza el tema escolar, ninguna diferencia. Y el enfásis de Brunner está mal puesto creo finalmente, porque por mucho aumento de escolaridad no tenemos cambios de gran magnitud en los consumos letrados (o, sea, seguimos sin leer y seguimos sin entender)

Unos 15-20 años (Catalán y Sunkel hablan de una encuesta del ’87 y Brunner de una encuesta del ‘2004) de grandes cambios, es cosa de pensar en el equipamiento típico de un hogar de mediados de la década de los ’80 y uno de la actualidad, entremedio apareció y se volvieron común los celulares e Internet, pero las estructuras básicas siguen siendo las mismas.

Nunca habría que menospreciar la capacidad de las estructuras y distinciones básicas para reproducirse en cualquier situación.

A propósito de la encuesta Bicentenario (II) De familias y religión

En fin, entre otras cosas en el tintero se me había olvidado hacer algunos comentarios sobre el tema de la encuesta Bicentenario. Y así, antes que pase más tiempo, algunos puntos sobre los temas ‘valóricos’, o sea familia y religión.

Lo primero es que, definitivamente, al parecer los chilenos entienden que la respuesta ‘liberal, tolerante’ es la buena respuesta. En general, cuando se les insta a reconocer un deber social o se les pregunta si aconsejarían a alguien a acercarse a la ley, los porcentajes son relativamente bajos (o al menos muestran discusión). El 29% cree que los padres deben permanecer juntos por los hijos aunque la relación no esté bien, el 30% aconsejaría a sus hijos no tener relaciones antes de casarse, un 42% aconsejaría a sus hijos no convivir antes de casarse (*).

Ahora, ¿donde hay grandes mayorías? En una parte, con declaraciones que son parte de la ética liberal (por ejemplo, no engañe a su pareja, que es parte de respetar al otro y cumplimiento de los compromisos). Por otra parte, en la familia.

En ese 84% que dice que hay que permanecer en contacto con la familia cercana, aun cuando no tengan mucho en común. El 67% que dice lo mismo con la familia más lejana (**), el 77% que dice que el matrimonio es un compromiso para toda la vida.

Ahora, hay que entender lo que dicen esas declaraciones. Lo peor que se podría hacer sería pensarlas como un núcleo de opinión conservadora. Lo que todas las declaraciones dicen es el deseo y preferencia por la permanencia de las relaciones familiares (estar en contacto, matrimonio toda la vida). Lo que nos dicen es de la familia como centro de la subjetividad, como núcleo central de las relaciones humanas (las personas lo pasan mejor en familia que con sus amigos 70%). En otras palabras, es una familia que no se ordena en torno al deber social, a las funciones de socialización, sino que se ordena en torno a un cierto tipo de relación interpersonal. En última instancia, es el sueño del amor incondicional (***).

Los datos sobre religión siguen una lógica parecida: los chilenos son creyentes, pero definitivamente la religión es un asunto privado (es un asunto en el que intentar convencer no es bien visto). 94% cree en Dios (sin duda alguna), 75% no duda en la existencia de milagros, un 61% dice que Dios es tanto o más importante que su familia.

Por otra parte, un 81% dice preferir que sus hijos decidan en esas cosas por su cuenta (sin que ellos influyan) y sólo un 35% dice que da testimonio de su fe. UN 75% piensa que no es necesaria la religión para tener una vida moralmente buena.

En otras palabras, la religión es buena pero no creo que deba intentar que otros la sigan. Y si otros no la siguen, bueno, tampoco es tan terrible. Los mismos temas de debilitamiento del deber, y en particular de las autoridades paternas siguen presentes.

Ahora, con el tema de la religión podemos -de hecho- concluir con otro punto: Los chilenos pueden ser ‘tradicionalistas’, y en ese sentido conservadores (religiosos, familiares etc.) y al mismo tiempo -y sin contradicción- ‘tolerantes’, y en ese sentido liberales (no hay derecho a imponer cosas). La combinación que realiza la población no indica contradicción, ni una posición intermedia, ni nada de eso.

Pero eso es, finalmente, obvio: Lo contrario de conservador no es liberal, es ser innovador. Lo contrario de liberal no es conservador, es ser autoritario.


(*) Lo interesante de estas cifras es que los padres no parecen tener derecho siquiera al consejo. Ya claramente no a la imposición -hipótesis que parece tan extraña que no fue enunciada siquiera en la encuesta.
(**) El hecho que familia más lejana sean tíos, sobrinos o primos es de interés. Uno pudiera decir que -no es extraño el porcentaje dado que, en verdad, son más bien cercanos. Pero la declaración que es parte del núcleo familiar cercano esas relaciones ya muestra un grado importante de relevancia de la familia. Sea como sea, el dato ya muestra lo relevante de la familia.
(***) Pero, ¿acaso las personas no dicen que los padres pueden separarse a pesar que hayan niños? Y claro, la relación de pareja es -precisamente- la relación que no es incondicional. No tendría sentido preguntar por ‘puede abandonar un padre / madre a su hijo aunque se lleven mal’ porque esa relación se asume y se demanda como incondicional. Sería interesante saber en que lugar queda la relación fraterna. Yo tendería a pensar que se la coloca en el lado de las cosas incondicionales.

A propósito de la encuesta Bicentenario (I) Del orgullo nacional

Entre todo el anuncio que los Chilenos están orgullosos de ser chilenos en la encuesta bicentenario (83% declara estar orgulloso, notas 6 y 7 en escala 1 a 7) -que presuntamente implicaría una fuerte identidad al parecer- aparecen algunos datos interesantes algo olvidados:

1. El orgullo por ser Chileno no implica una fuerte preferencia ‘cultural’ por Chile: la mitad piensa que es mejor mirar hacia fuera que preocuparse de lo chileno para desarrollarnos.

2. La mitad está dispuesto a irse del país por mejores condiciones de vida -específicamente el doble (un cuarto estaría dispuesto inmediatamente a irse). En las generaciones jóvenes alcanzamos a un 75%.

En otras palabras, el orgullo por Chile no implica un orgullo por la chilenidad, por una defensa de una identidad cultural específica. Alguien pudiera decir que la mitad no está dispuesta a irse a otro país incluso si le ofrecen una vida mucho mejor pero recordemos los costos de la migración y en realidad es el otro 50% el que se muestra más interesante. Parece más bien un orgullo que proviene de otras cosas (digamos, al parecer, más centrado en una visión que Chile es lo mejor del vecindario: 75% de acuerdo). En otras palabras, el orgullo no dice demasiado sobre la identificación cultural o simbólica con la nación

Pero, bueno ¿que podría ser un principio cultural?

Ahora, un problema con la distinción del post de ayer es que lo de los principios culturales que generan las acciones o afirmaciones concretas tiene algo de inasible. A final de cuenta, siempre podemos inventar un principio subyacente que vuelva dos afirmaciones completamente diferentes en simples modalidades de algo más profundo. Así que para dar algo de la idea de lo que estaba pensando con principios, y bajo el principio que unos buenos ejemplos superan a una definición, digamos que principios son ideas como las siguientes(*)

  1. Nunca confíes en alguien que no conozcas
  2. Los amigos son como los hermanos (digamos, hermanos elegidos). En otras palabras, el modelo de amistad es basado en la familia, no en otros entornos (conocidos / compañeros de curso etc.)
  3. La familia son lazos de sangre (y luego los lazos menos importantes en una familia son los de pareja)
  4. La familia es un lugar de refugio (y, por ende, hay que cuidar la tranquila convivencia)
  5. La libertad e independencia es que los otros no te molesten

La idea es que cada uno de esos elementos (y más aún en combinación) son los que producen, en combinación con ciertas percepciones sobre el contexto (digamos, Chile es un país sin riesgo de guerra civil) los que producen cambios en las afirmaciones concretas. Las que solemos preguntar en encuestas.

(ah, y en otro asunto nada que ver, la versión de Furtwängler de la 9a es una maravilla)

(*) Por supuesto, la idea es que los principios anteriores caracterizan la cultura chilena y no han cambiado para nada en los últimos 20 años -cuando todo el resto cambió. Pero eso será asunto de otros posts supongo)

A propósito de los cambios culturales

En Chilesoc, hace sólo un par de días, Marta Lagos decidió lanzar la siguiente idea:
Estamos casi listos con los datos de la cuarta ola del estudio
mundial de valores, tenemos 1990, 1995, 2000 y 2006.

Cuatro olas que muestran el cambio valorico en Chile

Con la idea que Chilesoc organizara una discusión sobre ello.

Ahora, independiente de lo interesante de la idea (que creo que lo es y así lo mencione en Chilesoc, junto a varios otros igual de obvios que yo), me parece interesante decir lo siguiente: ¿Muestran los datos un cambio valórico?

Porque creo que hay que distinguir dos niveles cuando uno discute sobre valores y sobre (finalmente) cultura. Porque no todo cambio en las respuestas (y hay varios cambios que son muy interesantes) implica un cambio cultural. ¿Por qué? Porque una misma cultura -sin haber cambiado sus principios- puede responder de distinta manera en distintas situaciones. En otras palabras, una cultura no es un conjunto de elementos concretos (respuestas en un contexto de encuesta) sino un conjunto de principios generativos (*) que producen esos elementos.

Y, por tanto, en situaciones diferentes, el mismo principio producirá concreciones diferentes. En otras palabras, no todos esos cambios son cambios en la cultura. Por otra parte, no por eso dejan de ser cambios. Cuando pensamos en que los cambios culturales son lentos, debiéramos tener en cuenta también que dentro de una cultura pueden existir diversas modalidades.

(*) Tan Bourdieano que uno se pone a veces.

Una expansión sobre las tesis

En un post anterior desarrollamos las, muy no humildemente tituladas, ‘Nueve tesis y una nota’. Ahora, supongo que hay que hacer una modificación. En fin, que se le va a hacer.

Una de las ideas centrales de ese post es que el rechazo al sistema se basaba en un rechazo moral que coincide con una aceptación cognitiva (i.e se piensa el mundo de la economía en los términos que corresponden al sistema). Y a la vez que este rechazo moral era un rechazo a las exigencias del sistema sobre la persona, y en una reivindicación de independencia. Esto en parte se relaciona, entonces, con el hecho que el núcleo duro de rechazo en términos de modelo cognitivo es el mundo del trabajo. Del trabajo hablamos de justicia, de otras cosas (digamos) los precios ya no hablamos así.

Pero de hecho hay otros elementos en los que seguimos realizando un rechazo casi visceral: Todo aquello a lo que asignamos el estatus de derecho (educación es el ejemplo más claro en estos días, pero en principio también se aplica a salud). En el mundo de los derechos no corresponde hablar de mercado.

Y por tanto el rechazo que ocurre en el mundo del trabajo estaría relacionado entonces con esta visión de derechos. Derechos contra mercado (digamos, ciudadanos contra consumidores para usar una dicotomía usada con anterioridad). Pero he de reconocer que no me termina de convencer.

La oposición derecho / mercado ocurre al nivel ideológico, por decirlo de algún modo. Opera en el nivel de concepciones reflexivas, abstractas y que están relacionadas con opciones políticas. Lo interesante de la idea del rechazo como basada en una reivindicación de independencia, de no responder a exigencias de otros, opera a un nivel mucho más concreto y cercano a la práctica. Por decirlo de algún modo, es un rechazo que se vive cotidianamente; mientras que lo otro es una reivindicación que se vive en la movilización social (que nunca es cotidiana finalmente). Algo que se vive contra algo que se piensa.

Por lo que me atrevería a decir que:
a) La oposición al sistema basada en el tema de derechos es más débil, más intermitente, más distanciada de las decisiones cotidianas. En otras palabras, que llevado a cómo se vive la educación cotidianamente (desde elecciones de colegio hasta cómo se hacen las tareas en la casa) sencillamente no aparece. El rechazo a la idea que e dinero compre más o mejor educación sólo aparece cuando se piensa como parte de lo público, jamás cuando se piensa como privado. Mientras que el rechazo basado en la reivindicación de independencia / tranquilidad opera a todo nivel.
b) Que correspondería a un discurso que estaría más acotado, mientras que la reivindicación de independencia / tranquilidad debiera ser más extendida (aparecer en todas partes).

Pero, con todo, e incluso aceptando que no es el núcleo del rechazo, es un aspecto que no debiera dejar de aparecer en una descripción sobre la sociedad chilena. Que nos lleva a la obligación de cambiar el texto anterior. En fin, hay peores cosas en la vida supongo.