La saciedad de la humanidad. A propósito de la producción más allá de la subsistencia

Such a surplus does not exist until the embryonic state creates it. Better put, until the state extracts and appropriates this surplus, any dormant additional productivity that might exist is “consumed” in leisure and cultural elaboration […] And in the absence of either compulsion or the chance of capitalist accumulation, there was no incentive to produce beyond the locally prevailing standards of subsistence and comfort (James C. Scott, Against the Grain. A deep history of the Earliest States, Yale University Press, 2017, Cap 5, 151-2)

Against the Grain es, en parte, un examen de dos transformaciones (el desarrollo del modo de vida agrario y la creación del Estado) y, por otra parte, una crítica a ambos -y en particular al desarrollo del Estado. El argumento central que desarrolla es uno que ya había sido mencionado previamente por otros autores (Sahlins con su idea de una edad de piedra afluente y hay otros autores que han criticado la idea del nacimiento del Estado como una ‘mejoría): en ningún caso puede decirse que el estándar de vida de las personas haya mejorado con esos cambios. Hay un aumento en los niveles de esfuerzo sin una correspondiente aumento del estándar de vida y con la aparición de problemas inexistentes, o en menor escala (enfermedades infecciosas con el desarrollo de aldeas y pueblos densos, y el hecho mismo de vivir bajo gente que cobra impuestos y se dedica a la coerción organizada).

Dentro de ese argumento, Scott discute el tema del superávit y de su apropiación. Observa en torno a ello que en general las comunidades campesinas no producen de ese modo: Más bien producen hasta asegurar el estándar de vida acostumbrado (lo cual implica cierto margen de seguridad en graneros y otros dispositivos de almacenamiento de largo plazo, y en particular con la relación específica de los granos (de los cereales) con la apropiabilidad de ese almacenamiento Scott arguye que fue relevante para el desarrollo de los estados iniciales). Sin embargo, se resisten a ir más allá de ello.

Es una observación que se ha hecho una y otra vez en relación a las comunidades campesinas. Y casi siempre por el mismo actor: élites que quieren aumentar la producción (puesto que ellas son las que reciben buena parte de los beneficios de esos superávit). El instrumento para forzarlas a ir más allá es, al menos en el contexto de los inicios de la civilización, la fuerza coercitiva del Estado.

A nosotros (hijos de sociedades modernas y capitalistas) nos parece natural la búsqueda de mayor producción. Tanto es así que la resistencia a ello apareció en muchos estudios como una forma de ‘irracionalidad’, como un problema conceptual. Ahora, en estricto rigor esta conducta no implica ningún desafío para un paradigma de acción racional, basta con asumir un alto nivel de preferencia por el descanso o las actividades de tiempo libre. El hecho, sin embargo, que se haya estigmatizado como irregular dicha conducta es bien ilustrativo de qué parece ‘normal’.

Uno puede recordar la famosa frase de Smith sobre ‘the desire of bettering our condition‘:

a desire which, though generally calm and dispassionate, come with us from the womb, and never leaves us till we got into the grave (Wealth of Nations, Libro II, Capítulo III).

El contexto de la cita es un argumento de la propensión a ahorro y que es ahí (no en el consumo presente) donde se manifestaría esta deseo de mejorar nuestras vidas.

La observación que hace Scott (que insisto, ha sido hecha en múltiples ocasiones) pareciera ir en contra de ello. ¿Qué deseo tan universal que no se manifiesta efectivamente en una búsqueda permanente (from womb to the grave) de mejorar la condición?

Y sin embargo, la observación no implica necesariamente ello. La observación muestra que, efectivamente, no hay instinto universal por aumentar la producción (por crecimiento); pero uno bien podría pensar que ese deseo de mejorar la vida no necesariamente se traduce en una búsqueda incesante de aumentar la producción (Susan Hanley en un estudio de la cultura material en la era Edo en Japón, Everyday Things in Premodern Japan, 1997, University of California Press, muestra en ese contexto una preferencia por el uso eficiente de los recursos, en otras palabras mejorar el estándar de vida sin aumento de producción). La idea que el instinto de mejorar las condiciones de vida se traduce en ciertos comportamientos y prácticas (recordemos el contexto de Smith: ahorro) es lo que no es tan claro.

Al fin, para explicar la vida social pensar en términos de una expresión directa de cualquier propensión no resulta suficiente. El ejemplo nos muestra que, más allá de si existe o no un deseo universal y constante por mejorar las condiciones de vida, ello no se traduce de manera universal y constante en unas prácticas orientadas a aumentar la producción. Ello requiere ciertas prácticas e instituciones que orienten la acción. Uno bien puede recordar a este hecho la observación de Durheim en De la division du travail social (en el Libro II, Cap I) que el aumento de la felicidad no es una causa de la mayor división del trabajo; y ello conecta con las ‘paradojas’ iniciales de Scott. Para comprender el desplazamiento de otras formas de vida por el modo de vida agrario (que sucedió en múltiples contextos de manera independiente) o la expansión de la organización estatal (que nuevamente ocurre en muchos contextos) la peor forma de hacerlo es preguntándose en términos de beneficios para individuos.

En cualquier caso, al parecer la forma ‘natural’ de expresar el mejorar la condición no es, de hecho, hacia aumentar la producción. Es hacia maximizar el ocio. Es ahí donde está la vida deseada. Para sacar a las personas de ese modo de vida, se requiere una maquinaria institucional, que los saque de su estado natural de saciedad material.

Una nota sobre la perfección

En la mayor parte de las ocasiones buscar la perfección es una empresa algo insensata. No es casual que abunden refranes y frases que nos llamen a no intentarla (lo perfecto es enemigo de lo bueno, si no está roto no lo arregles), como regla de vida rehuir de aquello que es inalcanzable y dedicar nuestros esfuerzos -siempre finitos, siempre teniendo que resolver varias cosas- a otros menesteres aparece como claramente preferible.

Más aún, y ello es para nosotros en sociedades que privilegian el movimiento asunto de algún peso, la perfección bien puede ser vista más bien como un peligro, como una forma de muerte -donde no hay nada que hacer. El momento de perfección si no es mero estancamiento es el momento de reflujo (François Jullien dice algo similar en Philosophie du Vivre, 2011, en particular en el capítulo 2, L’évidence et le retrait, que si la vida es movimiento no se deja atrapar en una determinación, que es algo que deviene; pensada la plenitud como aquello que el fin de ese movimiento, entonces ya no es la vida). Es al menos algo sospechoso. La perfección no da frutos, y cuando pensamos en términos de desarrollo, al final, lo que nos interesa es el fructificar.

Todo lo anterior es cierto. Y sin embargo, en aquellos momentos en que vislumbramos o nos acercamos a la plenitud, ello resulta incomparable.

Aquello que produce ese efecto puede variar entre las personas. Las ocasiones en que uno siente que ha logrado producir algo pleno también varían, e incluso si uno no lo ha tenido uno sabe que existen (ya me gustaría alcanzar la perfección de algunas músicas y algunos textos, y si bien puede que ellos estén más allá de mis capacidades, sé -dado que existen- que son alcanzables por capacidades humanos). La experiencia existe; y en esa experiencia ocurre -muchas veces- que se quiebran todas las contradicciones: la plenitud se experimenta como algo sin dificultades o como puro estar en el movimiento.

No se puede vivir en la plenitud y en la perfección, nuestra finitud nos afecta también en ello, y sin embargo siempre está ahí, y entonces nos atrapa: como toda experiencia real, es algo que nos pasa. La perfección sólo resulta asequible cuando hacemos olvido de sí.

Derecho y fuerza. Una comparación entre Rousseau y Spinoza (o de cómo los argumentos se comparten pero no las conclusiones)

Supposons un moment ce prétendu droit. Je dis qu’il n’en resulté qu’un galimatias inexplicable. Car sitôt que c’est la force qui fait la droit, l’effet change avec la cause; toute force qui surmonte la première succède à son droit. Sitôt qu’on peut désobéir impunément on le peut légitimement, et puisque le plus fort a toujours raison, il ne s’agit que de faire en sorte qu’on soit le plus fort (Le Contrat Social, Libro I, Cap 3)

Al inicio del Contrato Social (1762), Rousseau critica la idea de que el poder genera el derecho. El argumento que usa es el citado: Eso produce un absurdo, porque si así fuera, entonces cada vez que se pierde la fuerza se perdería el derecho, y entonces no queda nada de la idea.

Décadas antes de ese argumento, Spinoza en el Tratado Político (1670) -argumenta de manera similar en el Tratado Teológico-Político, pero citaremos de la obra donde más se extiende sobre estos temas- defendía precisamente que la idea de derecho y de poder son lo mismo.

se sigue que cada cosa natural tiene por naturaleza tanto derecho como poder para existir y para actuar (Tratado Político, Cap II, § 3)

Y frente a la misma consideración de qué pasa con el derecho cuando cambia el poder, concluye afirmando lo que Rousseau declaraba absurdo. El derecho depende de poder efectivamente aplicarlo, y cuando esto se pierde entonces se pierde. El tirano, aquel que da a las personas motivos para derrocar su poder, pierde al mismo tiempo su derecho.

Y como el derecho de la sociedad se define por el poder conjunto de la multitud, está claro que el poder y el derecho de la sociedad disminuye en cuanto ella misma da motivos para que muchos conspiren lo mismo (Tratado Político, Cap III, § 9)

En ambos casos tenemos un rechazo a la siguiente idea: Que el soberano tiene derecho porque finalmente ha recibido el poder de toda la sociedad, y que ese derecho una vez traspasado se pierde. La idea se puede rastrear a Hobbes, aunque no me parece claro sí es una buena lectura del Leviatán (que finalmente usa la noción de traspaso de potestades en un contrato y eso siendo una ‘ley natural’); pero más allá de eso se puede observar que circulaba en la Europa de la modernidad temprana.

Además en ambos casos se comparte el argumento: Efectivamente si el derecho es equivalente a poder, entonces cuando se pierde poder se pierde derecho. Lo que cambia es la conclusión que se obtiene de esa argumentación. Rousseau lo hace para criticar la premisa (es un argumento al absurdo), Spinoza para afirmar el consecuente (así efectivamente ocurre).

En las discusiones intelectuales no debiéramos olvidar que la conclusión operativa de un argumento no está dada en el propio argumento. Que se realiza con éste proviene de otros elementos (Spinoza plenamente confiado de la premisa, Rousseau pensando que ella permite conclusiones absurdas). Por otra parte, tampoco habría que olvidar que en muchas discusiones hay más acuerdo de lo que se supone y que ese acuerdo no implica resolver el conflicto. Las buenas razones se comparten, si se quiere el argumento se muestra como impecable; pero ella no cierra el debate, porque la conclusión que se obtiene sigue siendo distinta.

La inexistencia de consensos en ciertas ramas del conocimiento ha sido usada por mucho tiempo como muestra que no existe saber alguno y que hay puro diálogo de sordos. Este ejemplo muestra que ello no es así: Los argumentos funcionan como argumentos (y entonces no hay pura sordera ni es que no se sepa cosa alguna), pero no cierran el debate.

Esto, a su vez, muestra con más claridad lo distinto de los debates científicos. Porque ahí, aun cuando no sea tan inmediato como en ciertas imágenes ingenuas, sí se produce que aceptando un argumento se sigue que se acepta más bien una conclusión. Hay diversas razones para ello(*), me gustaría indicar una que es de índole social (el sesgo de ser sociólogo siempre se manifiesta): existe una estructura compartida de creencias que determina qué es lo razonable, que establece cuando se ha salido de lo que un observador sensato puede concluir a partir de un argumento. La situación puede ser tal que, para usar nuestro ejemplo, en este caso se comparte la idea que el argumento produce un galimatías, una conclusión absurda; o que tiene sentido dicha conclusión.

(*) Una de ellas es la posibilidad de observar empíricamente. Y ello es cierto que permite dirimir si las conclusiones funcionan. Pero sin embargo, como sobre las observaciones empíricas caben las mismas consideraciones (también se puede discutir sobre ellas), ellas no pueden cerrar por sí solas tampoco. Para que puedan ser usadas para cerrar la discusión se requiere lo que hemos mencionado -esa estructura común de lo que se acepta como razonable.

Del cambio en la estabilidad. Una nota sobre las clases en La Distinción

En outre, la relative stabilité morphologique d’un groupe professionnel peut cacher une transformation de sa structure qui résulte de la reconversion sur place des agents présents dans le groupe en début de période (ou de leurs enfants) et/ou de leur remplacements par des agents issus d’autres groupes (La Distinction, 2a parte, Cap 2, p. 155)

Entre las diversas cosas de las cuales Bourdieu ha sido acusado se encuentra la de que no observa el dinamismo de la vida social. Ahora bien, cuando se lee La Distinción (el ejemplo es porque estoy releyendo el texto, pero se replica en todos los textos de análisis sobre campos que realiza Bourdieu) ella está cruzada por análisis de dinámicas sociales, y como las transformaciones se realizan (desde la discusión de la expansión de las credenciales escolares o las transformaciones en la capacidad de transformar una especie de capital en otra) -y ello usando el instrumental analítico (habitus y campos) que se supone no sirve para ello.

La cita puede explicar ello. Bourdieu ve toda la vida social como una dinámica, quienes lo critican sólo ven dinámica y acción cuando hay un cambio externo, agregado. Los críticos piensan que cuando ‘no hay transformación evidente’ nada ha pasado, pero Bourdieu nunca olvida que cualquier cosa que suceda requiere del esfuerzo y de la acción de los sujetos.

Ello se manifiesta entonces que Bourdieu puede realzar cosas que sus críticos pasarían por alto. La observación de Bourdieu en términos concretos se refiere a los pequeños comerciantes, la cita se continua inmediatamente con datos al respecto. De ellos observa que efectivamente se mantienen en el agregado, pero que ello esconde una transformación interna importante de quienes componen ese segmento (y en particular, de un cambio en la sub-segmentación, menos almacenes y crecen otro tipo de tiendas). Quién cree que la estabilidad no requiere acción y ocurre ‘por inercia’ no observará toda estas dinámicas que se requieren para hacer que ‘nada cambie’. Y si la mantención de la estabilidad aparente es un resultado de un proceso que es en sí dinámico, es claro que en múltiples ocasiones esos procesos pueden producir resultados que modifiquen el estado del sistema. Esto es lo que permite, entonces, a Bourdieu en la práctica tener un énfasis estructural y al mismo tiempo observar la acción, y permitir incorporar sin problemas cambios y transformaciones en sus análisis; y así ocurre -nuevamente- en todos sus análisis de campos específicos.

Al releer, la observación de Bourdieu me resonó a algo que ya había observado en mi tesis de doctorado (link aquí), y de hecho en relación al mismo grupo (pequeños comerciantes). En Chile durante muchos años la proporción de estos grupos se ha mantenido bastante estable; pero, por otro lado, sabemos que los negocios individuales no lo son. Esa estabilidad requiere entonces de un proceso que produzca de manera constante nuevas iniciativas para reemplazar aquellas que dejan de funcionar. Citándome: “La estabilidad no es signo de que nada sucede, algo debe suceder para que se produzca algo estable, en particular en contextos de cambio” (p .152)

De hecho, la observación que algo que parece ser igual y sin cambios al nivel agregado puede esconder importantes dinámicas internas, es antigua. Ya está en La Naturaleza de las Cosas (De Rerum Natura) de Lucrecio, en el siglo I AC, cuando argumenta por qué si los cuerpos primeros siempre están en movimiento los objetos parecen inmóviles; y lo explica debido a que cuando observamos a distancia perdemos de vista a los átomos y sólo observamos el conjunto. La estabilidad aparente es una deficiencia de nuestra intuición, en lo que analizamos un efecto de no observar con atención -el mismo proceso de pasar por alto y quedarse con una impresión global. Y así

C'est pourquoi, alors qu'eux mêmes
déjà tu ne peux les discerner, ils doivent aussi dérober leurs mouvements;
surtout que même des objets que nous pouvons voir cachent
souvent, pourtant, leurs mouvements quand ils sont éloignés dans l'espace
(De Rerum Natura, Canto II, versos 313-316)

En algún sentido, contra el lugar común, Bourdieu es un pensador de la dinámica.

Pierre Bourdieu, La Distinction. Éditions du Minuit, 1979.

Lucrecio. La Nature des choses. Gallimard, Folio. 2010. Traducción e introducción de Jackie Pigeaud.

De la bondad y de la justicia. O de lo irrazonable de la conducta moral.

A veces uno se da cuenta que el propio pensamiento se acerca a la contradicción. Algunos años atrás reflexionaba sobre La Peste de Camus y concluía, en alabanza de Grand, que aspirar a ser alguien como Grand, alguien simplemente buena, resultaba ‘una de las más altas aspiraciones posibles’ (link aquí). Hace pocos días, pensando en otros textos, planteaba más bien que la búsqueda de la simple bondad razonable era quizás bien para personas razonables, pero lo que correspondía más bien era la búsqueda insostenible de sentir la responsabilidad por el mal que existe en el mundo, que eso es lo que hace el justo (link aquí).

Cuando me percaté de esta relación entre la bondad de un texto y la justicia en el otro, tenía varias posibles reacciones. Una de ellas era decir que, simplemente, había cambiado de idea. Pero ello sería falso puesto que siento que ambas entradas son verdaderas. Otra sería la ecuménica de plantear más bien que ambas se refieren a aspectos distintos: Grand para la vida cotidiana, asumir la responsabilidad del mal para buscar la justicia solo puede sostenerse por breves momentos. Lo cual podría funcionar si no fuera porque la frase es que ser Grand está entre las aspiraciones más altas, y en la otra entrada lo razonable de ser simplemente bueno no es ubicado en tal alta posición. Habrá que buscar otra solución, otra forma de reunir la bondad y la aspiración a la justicia.

La vida ética es, creo, al fin, profundamente poco razonable. Cuando sentimos que es lo que hay que hacer, la acción ética a la que somos llamados, una cosa que nos damos cuenta al experimentar ese llamado es que no corresponde a lo razonable. Ahí radica la dificultad del comportamiento moral. En ello no radica toda la moralidad, y habrá ocasiones en que lo razonable y lo ético se amoldan sin problemas; pero cuando ello sucede la dimensión moral no se nos aparece con claridad. Cuando ella refulge es cuando se nos muestra en toda su irrazonabilidad.

Mirado desde ese punto de vista es que se puede comprender entonces la compatibilidad de las dos ideas. Porque Grand puede ser simplemente bueno, pero no es razonable en su bondad. Ninguno de los protagonistas en La Peste es simplemente razonable, sienten que lo que hay que hacer es enfrentarse a la plaga, pueda servir de algo o no; y Grand en sus otras relaciones es una muestra perfecta de una pura bondad que no se preocupa de ser razonable ante este mundo, y así aparece a ojos del mundo algo ridículo e ingenuo. La verdadera bondad no es razonable. Tampoco lo es, y de forma más clara, simplemente porque lleva su heroísmo casi como bandera, el intolerable asumir el mal del mundo como responsabilidad propia.

La bondad razonable que operaba como contrapunto en la segunda entrada, aquella bondad reducida que no se preocupa mayormente de la existencia del mal, que no siente el espanto de la existencia del mal, no es ni la pura bondad que alababa de un Grand ni el llamado insostenible del justo que asume la responsabilidad del mundo. Estas formas de enfrentarse al mal son distintas, y quizás la elección entre ellas no sea tanto una decisión tanto un efecto de quién se es; lo importante, lo que los transforma entonces en modelos a aspirar, es no aceptar ni adaptarse sin problemas al mal del mundo. En esa negación a aceptar dicho mal, que es -como todos bien sabemos- parte del funcionamiento del mundo, está la raíz del carácter irrazonable del bien y de la justicia.

La Responsabilidad del Mundo.

Sabemos, no hay manera de evitar la conclusión, que el mundo es mayor que lo que podemos afectar. Actuamos en el mundo, padecemos lo que en él sucede, pero bajo ninguna forma podemos ser considerados -como decía Arendt- sus autores.

De la anterior verdadera consideración es fácil caer en tentación: No soy autor del mundo, no soy responsable de él; los males que en él acaecen, a menos que esté directamente involucrado, no me atañen. O incluso, si me atañen lo es por decisión mía, una muestra de mi valía moral, una muestra de mi buen carácter; pero no me puede ser exigido asumir responsabilidades por asuntos que no son mi culpa. Basta para ser buena persona con no generar daño de manera activa. No cabe la menor duda que es una posición razonable; y que dado que lo razonable es a su vez medida razonable de lo que se le puede exigir a las personas, no merecería mayor crítica. Incluso se podría decir, yo estaría dispuesto a proclamarlo así, que la mayoría de las personas son buenas personas en ese sentido.

Y sin embargo, no puedo evitar la sensación que ello es, en definitiva, una tentación; y que ser razonablemente bueno no es suficiente. Primo Levi relata así en La Tregua su encuentro con los soldados rusos al momento de ser liberado de Auschwitz

No nos saludaban, no sonreían; parecían oprimidos, más aún que por la compasión, por una timidez confusa que les sellaba la boca y les clavaba la mirada sobre aquel espectáculo funesto. Era la misma vergüenza que conocíamos tan bien, la que nos invadía después de las selecciones, y cada vez que teníamos que asistir o soportar un ultraje: la vergüenza que los alemanes no conocían, la que siente el justo ante la culpa cometida por otro que le pesa por su misma existencia, porque ha sido introducida irrevocablemente en el mundo de las cosas que existen, y porque su buena voluntad ha sido nula o insuficiente, y no ha sido capaz de contrarrestarla (p. 8)

Levi se refiere al justo en la sublime cita anterior; y la palabra es exacta. La persona buena quizás no sienta dicha culpabilidad, pero para ser justo ella se requiere. Sentir el mal del mundo como algo del cual te sientes responsable; no porque seas autor de éste, porque no lo eres, sino porque el mal existe y ello es intolerable.

Como todas las exigencias irrazonables, y de ello se ha criticado por ejemplo al cristianismo y como creando una conciencia hipócrita, tiene el problema que es en sí intolerable e insostenible. Nadie puede estar a su altura, y medido contra ella no queda más que reconocerse lejano. ¿Cómo entonces ser justo?

Pues recordando lo mismo que se hizo, mucho tiempo atrás, en relación a otra meta inalcanzable, otra meta frente a la cual nunca damos la talla: Nadie puede ser sabio, sólo podemos intentar buscar la sabiduría. Nadie puede ser justo, aunque muchos sí puedan ser buenos; pero lo importante es buscar la justicia.

Hacia el final de La Misión, la película de Joffé sobre las misiones jesuitas en Paraguay, y su final, que recordaba a propósito de la espléndida música de Morricone hace un par de días, uno encuentra el siguiente diálogo, entre quienes han sido parte de dicha destrucción:

Hontar : We must work in the world, your eminence. The world is thus.

Altamirano : No, Señor Hontar. Thus have we made the world… thus have I made it.

La idea central de este escrito puede resumirse sucintamente: No ser Hontar. Nunca escudarse en la complejidad y en la desmesura del mundo para justificar tu falta de acción. En el caso de la película, la frase del Cardenal Altamirano es correcta -fue su decisión-; pero incluso cuando no lo es, cuando es falso que sea un mal que uno haya producido, lo que corresponde es sentir como si así fuera. Quienes vivimos en el mundo no podemos escamotear lo que implica participar de él (la culpa por el mal cometido que pesa por el mero hecho de existir reusando las palabras de Levi).

Asumir la responsabilidad del mundo es, ya dije, insostenible; y es evidente que nadie, menos yo, está a esa altura. Asumir esa responsabilidad no es algo que se pueda hacer de manera permanente, para ello está lo razonable de ser bueno. Y sin embargo, sentir esa responsabilidad aplastante, aunque sea por momentos, algo que debiera ser ineludible.

La visión del Imperio en Tácito. Los discursos de Calgaco y Cerial

El imperialismo es un fenómeno antiguo. Antiguas son, por ende, la discusión sobre lo que implica un imperio, y siendo buena parte de la tradición escrita una basada en, mantenida y copiada por, imperios; tenemos disponible una larga historia de justificaciones sobre ellos.

En el caso del Imperio Romano esa discusión se cruza además con la discusión de la forma del Estado, y esto genera una serie de tensiones (Imperio/bárbaros Imperio/libertad) que afectan la forma en que opera dicha discusión. Los escritos de Tácito son un buen lugar para examinar dicha tensión, al integrar una fuerte nostalgia por el pasado de una res publica libre con un fuerte sentido ‘patriótico’ de lo que implica Roma.

Una forma de observar esta tensión es a través de dos discursos que nos presenta Tácito en sus textos, uno pronunciado por un general romano que es una apología del dominio de Roma, el otro pronunciado por un ‘rebelde’ bárbaro en las Islas Británicas que se encuentre entre las denuncias más memorables de ese mismo dominio.

El año 69 es conocido como el año de los cuatro emperadores. La guerra civil que se desarrolla como consecuencia de la caída de Nerón implica el asesinato de Galba por Otón, la rebelión de Vitelio que termina con la derrota (y suicidio) de Otón, y la victoria final de Vespasiano que cierra ese ciclo. Durante esas guerras, ocurre la rebelión de los bátavos, tribu que era auxiliar de Roma, bajo la dirección de Civilis (inicialmente declarando que era parte del bando de Vespasiano), en la cual aparece un intento general de rebelión de las provincias gálicas. Finalmente, Vespasiano encarga a Quinto Petilio Cerial aplastar la revuelta. En medio de sus acciones, Cerial hace uno siguiente intervención a los galos. El que el texto del discurso sea el que nos dice Tácito no es lo que sucedió, el que Cerial haya dado un discurso con esas líneas es una posibilidad que es difícil de determinar, lo que sí sabemos es que Tácito pensó que ese discurso era el que correspondía a un general romano en ese contexto.

Tras hacer una justificación de por qué los Romanos se hicieron del poder en las Galias (usando el viejo argumento de protección contra otro enemigo, los germanos), Cerial pasa a justificar su dominio en ese presente del año 69 -que es lo que nos interesa aquí como justificación del imperio:

There were always kings and wars throughout Gaul until you submitted to our laws. Although often provoked by you, the only use we have made of out rights as victors has been to impose on you the necessary costs of maintaining peace; for you cannot secure tranquility without armies, nor maintain armies without pay, nor provide pay without taxes: everything else we have in common. You often command our legions; you rule these and other provinces; we claim no privileges, you suffer no exclusion. You enjoy the advantages of the good emperors equally with us, although you dwell far from the capital: the cruel emperors assail those nearest them. You endure barren years, excessive rains, and all other natural evils; in like manner endure the extravagance or greed of your rulers. There will be vices as long as there are men, but these vices are not perpetual and they are compensated for by the coming of better times: unless perchance you hope that you will enjoy a milder if Tutor and Classicus reign over your, or the taxes required to provide armies to keep out the Germans and Britons will be less than now. For, if the Romans are driven out -which Heaven forbid- what will follow except universal war among all peoples? The good fortune and order of eight hundred years have built up this mighty fabric which cannot be destroyed without overwhelming its destroyers: moreover, you are in the greatest danger, for you possess gold and wealth, which are the chief causes of war. Therefore love and cherish peace and the city wherein we, conquerors and conquered alike, enjoy an equal right: be warned by the lessons of fortune both good and bad not to prefer defiance and ruin to obedience and security (Historias, Libro IV, LXXIV

A este discurso, Tácito nos dice ‘with such words Cerialis quieted and encouraged his hearers, who feared severer measures’ (Libro IV, LXXIV)

He ahí la apología del imperialismo romano. Pasemos ahora al discurso en el que Tácito nos muestra la crítica a dicho imperialismo. Seguimos en todo caso en el occidente europeo de dicho imperio. En su biografía de Agrícola, su suegro, Tácito nos narra sus campañas en el norte de las Islas Británicas, en Escocia, para aplastar a los caledonios. La batalla decisiva de la campaña se conoce como la batalla del Monte Graupius, en el año 83. Como es usual en la historiografía antigua, Tácito nos presenta las arengas de los generales contendientes. Esto es lo que dice Calgaco, el líder contra los romanos:

As often I survey the causes of this war and our presents straits, my heart beats high that this very day and this unity of ours will be the beginning of liberty for all Britain. For you are all here, united, as yet untouched by slavery: there is no other land behind us, and the very sea even is no longer free from alarms, now that the fleet of Rome threaten us. Battle therefore and arms, the strong man’s pride, are also the coward’s best safety. Former battles, which were fought with varying success against Rome, left behind them hopes of help in us, because we, the noblest souls in all Britain, the dwellers in its inner shrine, had never seen any shores of slavery and had preserved our very eyes from the desecration and the contamination of tyranny: here at the world’s end, on its last inch of liberty, we have lived unmolested to this day, defended by our remoteness and obscurity. Now the uttermost parts of Britain lie exposed, and the unknown is ever magnified. But there are no other tribes to come: nothing but sea and cliffs and these more deadly Romans, whose arrogance you cannot escape by obedience and self-restraint. Robbers of the world, now that earth fails their all-devastating hands, they prove even the sea: if their enemy have wealth, they have greed; if he be poor, they are ambitious; East nor West have glutted them; alone of mankind they covet with as much passion want as much as wealth. To plunder, butcher, steal, these things they misname empire: they make a desolation and they call it peace (Agricola, 30)

El discurso continua dando razones para confiar en la victoria y para denostar el presunto valor de los romanos a los cuales enfrente. Hacia el final, Calgaco vuelve a su denuncia del Imperio: ‘Here you have a general and an army; on the other side lies tribute, labour in the mines, and all the other pangs of slavery’ (Agrícola, 32)

He ahí las palabras con las cuales Tácito elige ilustrar la apología y la crítica. ¿Qué nos dice sobre Tácito, senador con una exitosa carrera (cónsul el 97 y elegido como gobernador de la provincia de Asia en 112-113, el ápice de una carrera senatorial en el período) en el período de Trajano, aristócrata nostálgico de la vieja res publica? Toda persona habla por sí misma, pero las visiones e ideas de Trajano algo nos dicen de lo que pensaba la élite senatorial durante el apogeo del Imperio.

Volvamos al discurso de Cerial. Hay varios tópicos esperables: Roma como garante de la paz, el carácter inclusivo de la dominación (‘ustedes también comandan’), que lo que se impone no es más de lo que es ineludible (ejércitos e impuestos). Entre medio aparece un tema bastante distinto: la figura del emperador. Bajo una idea general (buenos / malos emperadores) aparecen dos tópicos concretos: El primero es una ventaja de los provinciales: Que todos gozan de la bondad de los buenos emperadores, pero los crímenes de los malos lo experimentan los habitantes de Roma. El segundo es que, al fin, hay un llamado a aceptar el hecho del mal que producen los malos gobernantes. Ahora bien, los primeros puntos tienen sentido para una audiencia gala, provincial, pero ¿quién es la audiencia real del hay que aceptar el mal gobierno?

Tácito le habla a su audiencia de sus pares, también aristócratas senadores que viven en un Imperio en el cual en cualquier momento puede aparecer un tirano donde el asesinato de ellos sea parte habitual del gobierno (y en los Anales, Tácito en dos ocasiones -una con Tiberio y otra con Nerón- se pregunta acerca de la recepción de la letanía de asesinatos judiciales de senadores). Como convivir en esa amenaza es un tema permanente en Tácito (desde el Agrícola, que es un texto temprano, hasta los tardíos Anales) también lo es el lamento de tener que vivir ahí. La recomendación de Cerial es una válida para senadores, pero no es una admonición agradable.

Esto nos permite entonces volver a Calgaco. Las frases finales del párrafo inicial son célebres en su denuncia (Auferre trucidare rapere falsis nominibus imperium, atque ubi solitudinem faciunt, pacem apellant) y uno puede observar que operan como reverso de Cerial: ¿Paz? Así llaman a la devastación, y el dominio imperial no es buen gobierno sino robo y asesinato. Hay además otro elemento, con el cual en la narración de Tácito Calgaco inicia y finaliza el discurso: frente a la esclavitud nos rebelamos para defender la libertad.

Aquí uno puede recordar que Calgaco es un líder caledonio, en otras palabras su pueblo ha estado fuera de la dominación romana -la campaña de Agrícola es básicamente la primera en el extremo norte de las islas. No habla aquí un líder de una rebelión de una zona que ha experimentado el dominio de Roma por mucho tiempo. En otras palabras, no es el discurso de alguien que haya experimentado la esclavitud romana y que se rebela frente a ella; pero el habla que pone Tácito está en esos términos.

Aquí la contraposición con Cerial adquiere otra resonancia. Lo que recomienda Cerial (aceptar la sumisión a un mal gobierno sin por ello hablar de esclavitud) es lo que denuncia Calgaco (esa sumisión es esclavitud). Aquí uno puede recordar que en Tácito es constante la comparación entre la libertad de los germanos contra la sumisión; y observar que, en cada caso de rebelión de bárbaros contra Roma, Tácito será explícito en declarar un episodio de abuso de poder por parte de un funcionario romano. En una frase famosa en el Germania nos dice comparando enemigos de Roma que:

The German fighting for liberty has been a keener enemy than the absolutism of Arsaces [en referencia a la dinastía Parta en la frontera del medio oriente] (Germania, 37)

Hay un episodio en los Anales que puede para ilustrar esta imagen de los germanos y la comparación con la actitud de la aristocracia romana. Porque el punto esencial no es simplemente comparar una Germania libre contra una Roma sometida a un emperador, es lo que implica en relación a la actitud del orden senatorial.

En el año 58 los Frisios primero y los Ampsivaros intentan ocupar una zona desocupada, que en principio estaba destinada para la futura ocupación de una colonia de legionarios veteranos. Los Frisios ocupan el territorio, el gobernador Dibio Avito dice que sus líderes se dirijan a Roma a hacer su petición. Estando en Roma, al ver que embajadores extranjeros reciben un sitial de honor en el teatro por que sus pueblos se distinguen por su valentía y amistad con Roma, dichos líderes -Verrito y Malorix- proceden a exclamar:

no people in the world ranked before Germans in arms or loyalty, went down, and took their seats among the Fathers [los senadores] (Anales, XIII, LIV)

La solicitud es denegada y los Frisios expulsados. Posteriormente los Ampsivaros, que habían sido expulsados de sus territorios previamente, intentan ocupar la zona, y Boiocalo -que por décadas había apoyado a Roma- plantea que para Roma es mejor un territorio habitado por aliados que uno solitario. Avito responde que ‘all men had to bow to the commands of their betters: it had been decreed by those gods whom they implored that with the Roman people should rest the decision what to give and what to take away, and that they should brook no other judges than themselves’ (Annales, XIII, LVI). Boiocalo responde, y Tácito declara explícitamente la indignación del germano:

We may lack, he added, a land to live in, but not one to die in (Anales, XIII, LVI)

Estas son actitudes y declaraciones de personas (y pueblos) libres; tienen el mismo tenor del discurso de Calgaco. Frente a ello la sumisión de la aristocracia romana, su falta de resistencia al poder, su actitud sumisa frente a las condenas de muerte (tanto individuales del que recibe la condena como colectivas del Senado) aparece en fuerte contraste y aparece como una crítica al orden senatorial. Después de narrar diversas ejecuciones bajo Nerón, Tácito escribe:

As it is, this slave-like patience and the profusion of blood wasted at thome weary the mind and oppress it with melancholy (Anales, XVI, XVI)

Esa paciencia de esclavos (incluso cuando hay, como en varios casos, nobleza y dignidad al aceptar la suerte) contrasta con la actitud insumisa de un Boiocalo o de un Calgaco.

Tácito sabe (volvamos al discurso de Cerial) que ya no hay alternativa al orden imperial, la pregunta por cuál es la actitud correcta frente al mal príncipe es el tema. Como se (y les) plantea como pregunta: ¿hay algo que permita mantener la dignidad en esos casos, sin caer en una resistencia inútil?

La relación con el Imperio es compleja porque la defensa de la dominación romana bajo el Principado es también una defensa del Príncipe. La frase de Avito por ejemplo que defiende el dominio es el mismo tipo de frase que aplicado desde el Príncipe con respecto a los senadores es la marca de la tiranía. La defensa del imperialismo sería más clara bajo un régimen republicano libre: Ahí las frases de Cerial sobre incorporación (ustedes y nosotros dirigimos legiones, gobernamos provincias) tendrían más fuerzas. No estará de más recordar que en los Anales una de las señales típicas que la libertad no ha quedado totalmente eliminada, que algo queda de ella, es cuando se deja al Senado que juzgue a los gobernadores y que reciba las delegaciones de las provincias (en otras palabras, que muestre en la práctica esa idea de reconocimiento de derechos a los provinciales). Pero no es ese el mundo en que vive.

Es un mundo donde hay Príncipe, y donde siempre está la posibilidad del Príncipe-Tirano, o que el hecho mismo de ser Príncipe envíe a la tiranía (algo de eso deja entrever en su relato sobre Tiberio, que es un relato de caída progresiva en la tiranía). Y ello evita que el relato de la dominación imperial pueda ser sólo positivo, y obliga a Tácito a dar voz a la crítica a la dominación imperial.

NOTA.

Estoy usando las ediciones de la Loeb Classical Library (Harvard University Press)

Agricola / Germania / Dialogues. LCL 35. 1970 (la traducción del Agrícola y la Germania es de M. Hutton)

Histories, Book 4-5. Annals Books 1-3. LCL 249. 1931 (la traducción de las Historias de Clifford Moore)

Annals. Books 13-16. LCL 322. 1937 (la traducción de los Anales de John Jackson)