¿Una modernidad sin revolución industrial?

Robert Allen finaliza su brillante estudio sobre las causas de la revolución industrial (The British Industrial Revolution in Global Perspective, Cambridge UP, 2009) con un examen de la importancia del desarrollo de las ciencias para el cambio tecnológico de la revolución industrial, donde a la larga resulta decisivo el cambio de la base energética de la sociedad.

En el último párrafo del libro, a propósito de esa discusión, hace la siguiente reflexión:

It is important that the British inventions of the eighteenth century -cheap iron and the steam engine, in particular- were so transformative, because the technologies invented in France -in paper production, glass and knitting- were not. The French innovations did not lead to general mechanization or globalization. One of the social benefits of an invention is the door it opens to further improvements. British technology in the eighteenth century had much greater possibilities in this regard than French inventions or those made anywhere else. The British were not more rational or prescient than the French in developing coal-based technologies. The knock-off effect was large, however; there is no reason to believe that French technology would had led to the engineering industry, the general mechanization of industrial processes, the railway, the steamship or the global economy. In other words, there was only one route to the twentieth century -and it traversed southern Britan (p. 275)

Existía un movimiento más general de avance tecnológico. Los procesos generales de la modernidad eran suficientes para generarlos. Un mundo moderno en ese sentido -uno con medios de comunicación (que ya se estaban desplegando), con ciencia y tecnología en avance (que también lo estaba haciendo), uno de corporaciones y de trabajo asalariado, con mayor comercialización y consumo (que también se expandía) y así con otras instituciones. En la cita Allen menciona ‘la economía global’, pero la economía ya se había interconectado de forma global con anterioridad y si bien no había alcanzado el estado de comportarse como una unidad global, la ‘globalización’ no le era completamente ajena.

Pero el cambio de la revolución industrial, con su aparejada nueva base energética, no es de ese tenor. Se requería una combinación específica de cualidades (desde una energía muy barata, por y para la cual la máquina de vapor pudiera ser valiosa incluso cuando era altamente ineficiente; y las otras características económicas que Allen destaca, una economía de altos ingresos, en una sociedad que promovía la invención, con una incorporación alta en el comercio internacional) para que se produjera ese salto.

Y entonces aparece una sospecha. El paso a la agricultura o a la civilización se produjo en varias ocasiones de manera independiente. Si no ocurría en uno de sus lugares iniciales, pues bien uno puede pensar que surgiría en otro. Era un proceso que tenía una probabilidad de existir tan baja.

Pero el desarrollo de la revolución industrial ocurrió sólo una vez y en un lugar (desde el cual se expandió). Si la combinación de causas que relata Allen no es sólo suficiente (ellas se dan y entonces hay revolución industrial) sino que además necesaria (esa es la única combinación que puede producir una revolución industrial), entonces es posible que sin el camino inglés, como lo dice Allen en su última frase, no hay otro paso al mundo industrial con estándares de vida mucho más altos que es el nuestro. Más en particular, que fue ese específico paquete de tecnologías (que sólo tenía sentido en Inglaterra) que podía generar la economía de combustibles fósiles que tenemos en la actualidad.

Podríamos haber sido sociedades modernas, esos son procesos algo más generales como hemos visto; pero no necesariamente una economía basada en las tecnologías de combustibles fósiles. ¿Cómo sería una modernidad sin revolución industrial? O si la idea de Allen la pensamos más específica (sin Inglaterra no hay toda la economía de la máquina a vapor), ¿cómo podría haber sido el camino tecnológico que se hubiera seguido?

Plantear un camino único, al cual se llega por condiciones particulares, es plantear un camino que no necesariamente podría haber seguido. Y la idea de ‘variantes de modernidad’ se vuelve incluso más relevante.

La tasa de crecimiento de Chile, 1820-2018 (usando datos del Proyecto Maddison)

Preparando una clase se me ocurrió ir a la base de datos del Proyecto Maddison para sacar algunos gráficos sobre la evolución del PIB a largo plazo en Chile, aprovechando que dicho proyecto es uno de los principales en el área de estadísticas históricas sobre economía, y que además tenía una nueva base del año 2020.

Al obtener el dato actualizado de crecimiento del PIB per cápita (que no es muy diferente que uno que había hecho con la base del 2018, link aquí) pensé que no será mejor intentar calcular tasas de crecimiento. Al fin, una misma tasa de crecimiento genera aumentos distintos de nivel de ingreso dependiendo de ese nivel (un 5% sobre 1000 no es lo mismo que sobre 10000 en términos absolutos); y que para la comparación la tasa de crecimiento es más adecuada. Siendo tan fluctuante por año, pensé que podría ser mejor tener un promedio móvil decenal. Dado que el primer año continuo de datos de PIB per cápita en la base es 1810, entonces el primer promedio decenal parte en 1820 (con las tasas de crecimiento entre 1811 y 1820). El gráfico que se produce es el siguiente:

Una de las discusiones, a estas alturas medio perennes, en nuestro país es sobre el carácter de los últimos 30 años (si quieres evaluar a la Concertación) o el carácter del modelo neoliberal (si quieres evaluar las transformaciones de la dictadura, de la Revolución capitalista en Chile para usar el título del libro de Gárate). En términos absolutos claramente es donde ocurre una disminución relevante de la pobreza, acceso a consumo masivo de buena parte de la población y en general un aumento muy importante del ingreso per cápita.

Siendo ello correcto, hay que tomar en cuenta que los niveles de crecimiento (y prosperidad) obviamente son mayores a lo largo del tiempo. En particular, en circunstancias de economías capitalistas modernas, donde el crecimiento es un dado, si tu ingreso per cápita no aumenta (si no hay un aumento general del estándar de vida) se está muy mal.

Por ello, entonces otra forma de pensar si estos últimos años fueron excepcionales es preguntarse si la tasa de crecimiento fue claramente superior a los de la historia previa. Y el gráfico no muestra eso. Muestra efectivamente que durante cerca de 10 años (de 1992 al 2001) se podía observar el crecimiento reciente (recordemos, son promedios móviles decenales) y efectivamente ellos se encuentran entre los más altos de nuestra historia, y también se puede decir que nunca ello había ocurrido.

Sin embargo, ello no alcanza para determinar que estamos ante una era excepcional. Niveles de crecimiento sostenido ‘alto’ ya habían ocurrido (en 1942 aparece un promedio decenal de 6% y durante los 1880’s varios años con promedios decenales alrededor del 4% que es superior a la media), y si bien no permanecieron, ello también ocurre ahora. Los 1990’s aparecen al mismo tiempo como la cima más alta previo (como en 1942) y sostenido durante una década un ritmo superior a la media (como en 1880’s) +. En ese sentido supera a ambos momentos previos, pero ello no es una situación excepcional: Es un ‘buen’ desempeño dentro de los márgenes habituales de evolución económica en Chile.

Lo que muestra el gráfico es que no se da un quiebre de tendencia fundamental. De nuevo ocurre que años importantes de crecimiento son seguidos por niveles menores (de alrededor del 2%) que corresponden al promedio. Esto es particularmente relevante cuando observamos que estas caídas del ritmo de crecimiento se dan cuando Chile siempre ha estado lejos de la ‘frontera de productividad’ (en sus mejores años Chile ha tenido un ingreso per cápita de cerca de la mitad de Estados Unidos, en la actualidad ello es de un 40%, que de hecho es superior a la media histórica). No es que se baje a niveles más bien bajos de crecimiento porque ya se ha alcanzado el nivel de países de mayores ingresos.

Lo que nunca se da es un período sostenido de alto crecimiento (en ningún caso cerca de un 10% anual como lo lograron países asiáticos) y no se ha logado superar un ritmo de largo plazo más bien lento de crecimiento. Por cierto, ello alcanza para ya no ser un país pobre (que hay que decirlo Chile ya no es), pero muestra la dificultad para alcanzar los niveles de países de altos ingresos.

Por cierto, no es la primera vez que nos encontramos con estas dificultades, con los límites de las máquinas de crecimiento de la economía. A propósito nuevamente de estar revisando material para clases terminé de leer un libro que tenía en carpeta: Crecimiento sin desarrollo de Mario Matus (2012) que es un examen de la evolución del salario real durante el ciclo salitrero. Otro momento en que existieron años de relativo alto crecimiento (recordemos en el gráfico la situación más bien positiva durante los 1880’s) pero que al fin no generó desarrollo. La impresión de Matus es que tras años de cierto aumento de los salarios reales, en los años finales del ciclo se produce no sólo un estancamiento sino una disminución. Concluye así el libro:

El motor había perdido la fuerza para generar suficiente crecimiento, hacer que el proceso se volviera autopropulsado y, a la vez, favorecer a un porcentaje mayoritario de la población. El crecimiento acotado entre 1880 y 1910 no había logrado convertirse en desarrollo. Las dinámicas de precios y salarios reales del período no hacen más que informar de este crecimiento sin desarrollo (p. 289)

La descripción que hace sobre el Chile salitrero tengo la impresión que no está tan lejana de lo que se podría hacer del Chile de la actualidad.

NOTA. La fuente del gráfico es la Base de datos 2020 del proyecto Maddison, disponible en https://www.rug.nl/ggdc/historicaldevelopment/maddison/?lang=en.

Los datos chilenos de la Base de Datos mencionada provienen de la Total Economy Database y de un artículo de Díaz, J.B. Lüders, R. y Wagner, G. (2007) Economía Chilena 1810 – 2000, Pontificia Universidad Católica de Chile, Instituto de Economia, Documento de Trabajo no. 315

El comentarista al Sumario de la Historia General de Rosales o la eterna visión de un país sin problemas.

La reciente edición en la colección Letras del Reino de Chile del Sumario de la Historia General del Reino de Chile de Diego de Rosales hace notar que en el manuscrito hay una serie de notas de comentario al texto. El editor se pregunta por quién es el autor de esas notas y estima que ellas corresponde a una voz crítica de la obra y perspectiva del jesuita Rosales. El examen de qué es lo que critica nos permitirá comprender la permanencia de una voz conservadora (y profundamente acrítica de la propia sociedad) desde el siglo XVII en adelante. La voz de la élite.

La Historia General, como todo texto escrito en el siglo XVII, se centra en la guerra de Arauco y, por lo tanto, en la relación de los españoles con los mapuche. Ese es el problema central de la colonia y el eje de todas sus decisiones políticas.

En relación a estos temas, entonces nuestra voz crítica plantea que todo dato que implicaría un maltrato por parte de los españoles a los mapuche es mentira y falsedad. El trato, por lo tanto, siempre ha sido correcto, nada que criticar a los españoles conquistadores. Rosales refiere, durante el gobierno de García Hurtado de Mendoza (gobernador entre 1557 y 1561), que un indio después que se le restituyera su mujer declara que ‘estos sí son buenos españoles; si tales hubieran sido los primeros, ya todos fuéramos cristianos” (Libro 4, Cap. 11), a lo que nuestra pluma comenta:

En eso miente; todos fueron iguales [id est, buenos], y ellos ya eran todos cristianos

Nos dirá, por lo tanto, que todo problema existente se debe a la rebelión como tal. Y la única causa de la rebelión son los agentes externos a los mapuche (y en particular, los propios jesuitas). Es sólo por agitadores que soliviantan al pueblo que suceden las rebeliones. Es sólo porque repiten lo que dicen los agitadores externos que los mapuche pueden reclamar (contra tan noble dominación como la española). Así, entre otros varios ejemplos, Rosales escribe sobre las primeras rebeliones mapuche con Valdivia (Libro 3, Cap. 16) y la pluma en cuestión escribe:

Todo lo que dice [Rosales] en este número contra los españoles fue soñado por los jesuitas y inventado por ellos, de que llegaron a formar el gran rebelión del año de 1598, pues ahora no hubo más queja que de algunos yanaconas

La rebelión de 1598, por cierto, le permite al anotador llenar de notas marginales al texto siguiendo esas líneas (así, Libro 5, Cap. 2: subraya la frase de Rosales ‘los trataban peor que esclavos’ y reacciona con ‘Ya comienza a vomitar lo que ellos inventaron para su rebelión’ o Libro 5, Cap. 5 sobre trabajo en minas dice: ‘inventado de los de su ropa, pues antes y después sacaron los caciques el oro, y los indios iban gustosos por la doble paga’)

Una sociedad sin problemas donde sólo de manera exógena aparecen agitadores. Pero que internamente es un jardín sin problemas. Lo que implica, por cierto, el buen carácter de la dominación. Es el mismo tipo de discurso que la élite usará (no sólo en Chile en cualquier caso) a lo largo del tiempo. El siguiente caso que narra Bengoa en su Historia Rural del Valle Central (vol. 2, p. 27) resulta de interés. Luego de un reclamo campesino en una hacienda cerca de Santiago en 1921, su dueño escribe en El Mercurio:

Primero, que en julio pasado hubo una huelga provocada por agitadores que venían de Santiago, que reunió en un mitín a los inquilinos para hablarles de la reivindicación social (sic), de la destrucción del capital y del reparto de las tierras.

El problema nunca es la naturaleza de la dominación, los problemas sólo aparecen con los que reclaman por ella (que siempre vienen de fuera).

Por otro lado, esto contrasta con otro debate que está en juego en la época: guerra defensiva o guerra ofensiva; pactar con los mapuche o seguir en el intento de conquistarlos. En última instancia: paz o guerra (es el problema central de política que se discute en el Resumen a partir del Libro 6). La idea que la guerra defensiva fue un fracaso (encapsulado en el asesinato de los jesuitas misioneros en territorio mapuche) es parte del discurso de la época, parte de la defensa de la guerra ofensiva y de continuar en el intento de conquista (y eso quedó en la literatura posterior, por ejemplo como Barros Arana se refiere a ello, casi como sueño sin sentido). Ahora bien, la defensa de la guerra defensiva, de la necesidad de pactar, proviene de otra interpretación de fracaso: Del hecho que todo el esfuerzo realizado no ha podido derrotar a los mapuche. Y es esa interpretación la que al fin gana desde la perspectiva de la Corona española (y de los gobernadores, que son sus representantes). Como nos refiere Rosales, el Marqués de Baides (gobernador entre 1638 y 1646) después de escuchar en consejo sobre si otorgar o no dar la paz a los mapuche (Libro 7, Cap. 10)

Quedó el marqués confuso y en toda la noche siguiente no pudo dormir, luchando su espíritu marcial, que le inclinaba a la guerra, con su generosidad y los repetidos encargos del rey, que le llamaban a la paz. Levantose temprano y se encontró con don Alonso de Figueroa, a quien semejantes pensamientos habían desvelado; y, comunicándose sus sentimientos, Figueroa, hombre de gran prudencia y experiencia, le dijo que el talar aquellos campos ni ganaba tierra ni vasallos al rey, ni fruto considerable a la gente; que la guerra se hace para adquirir la paz, y era infeliz cosa, cuando se ofrecía la paz, despreciarla por seguir la guerra; que de no haberla admitido don Luis Fernández de Córdoba se siguieron muchos infelices sucesos, que le refirió, y que en mano de los españoles estaba hacer que durase la paz con tratar bien y según justicia a los indios. Este mismo dictamen era el del marqués, y llamando a los caciques hizo juntar los indios amigos par oírlos sobre esto.

Después de eso vienen las paces de Quilín (1641) que son el inicio de una política general de apaciguamiento de la frontera (aun cuando su efecto no es inmediato y todavía vendría la crisis de 1655, con rebelión general mapuche y motín en Concepción para derribar al gobernador). Al fin, la lógica imperial (recordemos los repetidos encargos del rey) que la guerra no tiene ya sentido debido a la resistencia continua se imponen.

Se imponen al actor que se resiste a la paz: la élite local de la colonia. Al fin, el actor que plantea que lo que fracasó fue el intento de paz es la élite local (y el comentarista no puede menos que anotar al margen sobre la referencia a dependía de los españoles: ‘de los jesuitas estaba dejar de fomentar a los indios’). Ellos son los que prefieren la guerra, para ellos la paz es un desastre (así en un momento en que un gobernador decide atacar nos dice ‘de que lo recibieron gran gusto los soldados’ Libro 6, Cap. 6). Lo cual nos dice bastante entonces sobre la imagen inicial que defienden de un país pacífico que otros (en particular, los jesuitas) vienen a conflictuar.

El tema no es la paz, no es la defensa de la tranquilidad. Para la élite, siempre, la paz equivale a su propio dominio sin límites ni obstáculos. Cualquier cosa que disminuya la dominación es un atentado contra esa paz. Sí, hay que implementar la guerra y la violencia para así lograr la única paz que les interesa: la de poder explotar a los otros sin problema.

Un discurso y una lógica que todavía nosotros podemos observar, y que ya se encuentra plenamente desplegada a lo largo del siglo XVII. Nunca está d más recordar que Chile ya exista, ya está conformado antes de la independencia.

Un par de notas sobre la aristocracia al fin del Medioevo en las crónicas de Froissart

Las Crónicas de Jean Froissart (1337-1410) pueden discutirse mucho como fuentes de la guerra de los 100 años y en general sobre los conflictos y eventos que narra, aunque yo tiendo quizás a darle crédito a los viejos cronistas(*), pero como ilustración de las actitudes y prácticas de la aristocracia del fin del Medioevo, en al menos Europa occidental creo que son bien insuperables. Están escritas desde y para ese público al fin.

Hay muchas cosas que se podrían destacar, pero ahora quisiera concentrarme en las siguientes.

(1) Existe una tendencia en ciencias sociales a disminuir el impacto per se de las tecnologías (de las tecnología físicas) -que cómo se usan y su impacto depende de cómo se integran en contextos sociales. Es una perspectiva que me resulta cercana, ahora bien tampoco corresponde disminuir lo que el cambio tecnológico puede hacer (incluso si es mediado socialmente).

Froissart está lleno de referencias a hechos de armas donde la destreza en el combate individual es crucial, y muchas de las prácticas aristocráticas (desde la justas a la práctica del rescate) se basan en ello. Un caso cualquiera (es una batalla entre ingleses y escoceses)

The fighting passed beyond where the Earl of Douglas was lying, now dead. In the final big clash, Sir Henry Percy came face to face with the Lord of Montgomery, a very gallant Scottish knight. They fought each other lustily, untroubled by any others, for every knight and squire on both sides was hotly engaged with an opponent. Sir Henry Percy was handled so severely that he surrendered and pledged himself to be the Lord of Montgomery’s prisoner (Libro III, p. 345 de la edición Penguin Classics que tengo).

En unas cuantas décadas las armas de fuego se expandirán y volverán todo esa práctica de combate imposible. Es cierto que la lucha individual, decidida por destreza en combate uno-vs-uno, se volvió obsoleta en diversos contextos, sin necesidad de armas de fuego (así, por ejemplo, con el desarrollo de combate colectivo de hoplitas). El arma de fuego no es una causa necesaria de ese resultado, pero también es cierto que con su despliegue ese tipo de combate no puede proseguir. Y en particular la lucha aristocrática entre pares no pudo retornar.

(2) Otra cosa que queda clara con Froissart es que las aristocracias no pasan de ser un grupo de gángsters (lo cual ha sido dicho múltiples veces, Froissart simplemente lo pone muy en claro, precisamente porque no observa esas prácticas de forma negativa). En uno de los episodios del libro, Froissart cuenta los recuerdos del Bascot de Maouléon, que había sido parte de una compañia de freebooters en la guerra de los 100 años. Y lo que cuenta son cómo usaban la guerra para ganar dinero, tanto extorsionando las zonas que podían dominar militarmente como a través del rescate de prisioneros nobles. Así:

There were no great lords in France to lead forces into the country districts, for the King was young and had to attend to too many different parts of his kingdom. There were Companies everywhere and troops roving about or settling on the country and no one could get rid of them. The great lords were hostages in England and meanwhile their people and their country were being pillaged and ruined and they could do nothing about it because their men had no stomach for fighting or even for defending themselves (Libro III, p. 291)

Se podría decir que el personaje en cuestión no es un señor tradicional (y que ese tipo de élite aparece como protectora en la cita). Sin embargo, es un sujeto aristocrático, y así se presenta él y así es tomado por Froissart. Y si bien esta es una de las citas más claras, Froissart también nos muestra casos de disputas entre aristócratas (el Conde Foix y el Rey de Navarra por ejemplo en el mismo libro III) que muestran las mismas prácticas mafiosas.

El mundo señorial es un mundo dominado por la posibilidad de extraer por medios violentos recursos y es ello algo que se realiza sin tapujos.

Y ello, por cierto, tiene que ver con la primera de las características: Es el acto de guerra el que se ve valioso (y por lo tanto se honra la hazaña individual) lo que está asociado a un mundo basado en la violencia y que depende del valor de cada guerrero. Así, de hecho, parte el prólogo del libro:

In order that the honourable enterprises, noble adventures and deeds of arms which took place during the wars waged by France and England should be fittingly related and preserved for posterity, so that brave men should be inspired thereby to follow such examples, I wish to plae on record these matters of great renown (p. 37)

La admiración por el coraje en batalla es común y el llamado a imitarlo también. En otros contextos ese llamado se hace en torno a algún fin (la patria o Dios o etc.), aquí el puro honor y renombre. Porque la dominación señorial es una dominación desde la violencia.

Es eso lo que está detrás de los sueños de una conducta caballeresca.

(*) Hay una vieja costumbre de criticar por baja credibilidad a los cronistas españoles de la Conquista. En viejos tiempos, leí a varios que planteaban que exageraban y que era imposible la grandiosidad de Tenochtitlán que describían. Ahora sabemos que no lo hacían. En general: los cronistas pueden equivocarse muchas veces, pero tengo la impresión que descreer sistemáticamente de su honestidad es sólo muestra del cinismo moderno.

De las expectativas. La revolución francesa y el ejemplo de EE.UU

En On Revolution Arendt insiste en varios momentos en cómo hemos olvidado (ahora quizás menos que en décadas recientes, sigue siendo común en todo caso) que para los contemporáneos la independencia de Estados Unidos fue una revolución; y que la revolución moderna nace ahí, que Francia no es la primera revolución. Es fácil para nosotros disminuir el impacto de lo sucedido en Estados Unidos (‘fue sólo una revuelta de independencia’, ‘había otras repúblicas’, ‘fue sólo un asunto político’) y -más allá de las correcciones de dichas reflexiones- vale la pena destacar lo que representó para sus contemporáneos.

Y ello no tan sólo por un asunto de realzar la novedad de los Estados Unidos, sino que la conexión entre ambas revoluciones permite comprender la actitud sobre la revolución en Francia.

Thomas Paine, publicista liberal que defendió tanto la revolución en Estados Unidos (Common Sense) y la revolución francesa (Rights of Man) servirá de ejemplo. Así al final de la primera parte de Rights of Man publicado en 1791 las menciona como parte del mismo proceso revolucionario.

From what we now see, nothing of reform in the political world ought to be held improbable. It is an age of Revolutions, in which every thing may be looked for. The intrigue of Courts, by which the system of war is kept up, may provoke a confederation of Nations to abolish it: and an European Congress, to patronize the progress of free Government, and promote the civilization of Nations with each other, is an event nearer in probability, than once were the revolutions and alliance of France and America

La comparación tiene, eso quiero insistir, sus efectos. La expectativa de Paine sobre una resolución relativamente sencilla de los temas constitucionales en Francia y en general de perspectivas exitosas para la revolución se basan en su experiencia en Estados Unidos. Allí una revolución había cumplido todos sus objetivos y había implantado de manera exitosa lo que para Paine constituía una total novedad (lo que constituía una revolución): un gobierno representativo, único basado en principios racionales y respetuoso de los derechos universales. A eso dedica el capítulo 3 de la segunda parte de Rights of Man, a poner la distinción basal entre los gobiernos hereditarios y representativos y a insistir en la novedad revolucionaria del gobierno representativo -lo que sucedía en Estados Unidos para Paine no tenía parangón alguno. Y, por lo tanto, ¿por qué no debiera funcionar en Francia?

La concepción universalista y ahistórica (ambas cosas no necesariamente van de la mano, pero en ese caso sí) de los revolucionarios facilitaba eso. Los derechos y los principios del gobierno son válidos siempre y en toda situación y el ejemplo de Estados Unidos mostraba que efectivamente eran posibles. Luego, ¿por qué no en todos los lugares?

En ese sentido, la experiencia de Estados Unidos -más allá de nuestra evaluación de su carácter- sí resulta crucial para comprender lo ocurrido en Francia. Al fin, sólo podía ser pensado como ejemplo (no necesariamente como modelo, pero sí como ejemplo que una revolución era posible y relativamente sencilla) sí es que se lo reconocía como una revolución.

La muerte y la gloria.

Hay un sentimiento que aparece en múltiples textos del pasado que a nosotros se nos vuelve muy difícil de comprender: la exaltación de la muerte en batalla y la opinión que es una muerte gloriosa. Un poema famoso de Wilfred Owen escrito durante la Primera Guerra Mundial muestra bastante bien nuestra reacción a esos sentimientos. Después de narrarnos la horrible experiencia de la muerte tras un ataque con gas concluye


My friend, you would not tell with such high zest
To children ardent for some desperate glory,
The old Lie: Dulce et decorum est
Pro patria mori.

La vieja mentira (la frase en latín es de un poema de Horacio, que fue bastante conocido entre las ‘clases educadas’ hasta tiempo relativamente recientes). Ahora, ¿por qué esa vieja mentira duró tanto tiempo?

Al fin, las frases que elogiaban ello no fueron dichas, como uno pudiera pensar, por personas que no conocían de la carnicería de la batalla. Fueron usadas y reconocidas entre personas que habían tenido dicha experiencia; su uso reiterado en la antigüedad clásica, donde básicamente todos los varones adultos eran combatientes y con experiencia de combate así lo demuestra. Incluso si quienes las escribieron fueran diletantes que hablaban de la gloria de la batalla antes de conocerla, quienes la repitieron y transcribieron (y dadas las condiciones de la época, sólo textos que resonaran lo suficiente en la cultura para ser repetidos y transcritos muchas veces tenían expectativa de llegar a nosotros) sí la tuvieron.

Leyendo las Antigüedades Romanas de Dionisio de Halicarnaso aparecen unas líneas que nos pueden servir a este respecto. El autor escribe en el I siglo AC sobre los inicios de Roma (para él ya un tiempo del cual lo separaban cinco o seis siglos, nuestra diferencia con el renacimiento). Nos cuenta entonces sobre un general romano, el dictador Postumio, en una de sus guerras iniciales (una de las tantas contra sus vecinos latinos):

Death, indeed, is decreed to all men, both the cowardly and the brave; but an honourable and a glorious death comes to the brave one (Libro VI, IX)

Cuando la muerte es algo siempre presente, y en culturas de guerra continua, o donde la peste o la hambruna siempre eran amenazas constantes, y en general la perspectiva de alcanzar una edad avanzada no es tan clara, el sentimiento esbozado en la cita adquiere bastante sentido. Para nosotros, para quienes la muerte puede alejarse de nuestra experiencia por mucho tiempo (en mi caso personal alrededor de tres décadas sin muertes entre mis cercanos) la idea de alejar la muerte, y enfatizar el horror frente a ella, tiene fuerza. Pero cuando la muerte está siempre ahí, cuando resulta imposible olvidar que todos morimos (que uno también morirá) la idea de evitar lo inevitable resulta absurda. Y dado que se morirá -y al final eso será más bien temprano- entonces tener una buena muerte tiene sentido. Y esa buena muerte no será necesariamente la de ‘morir tranquilo’ -dado que el albur de las vidas hace eso bien poco probable- sino también puede ser la de la muerte gloriosa y honorable. Puestos a morir, ¿por qué no ser valiente? (y el cobarde bien puede que no evite la muerte en batalla, todos sabían que la mayor parte de los muertos en combate lo eran en el momento de huida).

‘Granujas, ¿Viviríais para siempre?’ Es una frase supuestamente dicha por Federico el Grane en la batalla de Kolin en 1757 (y que he visto con variaciones repetidas en diversas ocasiones). Por cierto así quisiéramos, lo que da la fuerza a la frase es el hecho que eso no sucede. La idea que todos morimos puede generar la sensación que nada importa (puesto que al fin todos desaparecemos); también genera la perspectiva de destacar ciertas muertes, que en la muerte es donde se muestra los verdaderos valores por los cuales se ha elegido vivir. Uno de ellos es la valentía -que es lo que las citas y las culturas de la vieja mentira eligieron vivir.

Dos trampas del PGB como medición: El olvido de la materialidad y el olvido de la institucionalidad

El producto geográfico bruto, la idea de medir la economía a través de ese instrumento, ha sido criticado múltiples veces. Lo más común es argüir que no da cuenta del bienestar. Sin embargo, también hay críticas que se orientan al tema de su insuficiencia en relación a su objeto: Que no mide realmente la producción de la economía, dado que deja buena parte de ella fuera (el caso más emblemático de ello siendo el trabajo doméstico).

Aquí quiero abundar en un par de problemas de la medición del PGB que me aparecieron en diversas lecturas (bueno, relecturas, son textos que ya tienen sus años) de historia económica.

El primero es una variación sobre el tema de las insuficiencias para medir la producción: la falla que implica el olvido del carácter material de la economía. Convertir la producción en su equivalente monetario, que es lo que hace el PGB, tiene -como todas las cosas- sus usos, pero resulta insuficiente.

La economía nazi durante la Segunda Guerra Mundial, tal como la describe Tooze en el magnífico The Wages of Destruction (2006) ilustra ello. Tomarse en serio el componente material implica recordar que no es cierto que la equivalencia monetaria lo es todo. Alemania una vez que conquistó, y tuvo a disposición la producción de buena parte de Europa (y recordemos, buena parte de sus zonas industrializadas) tenía ‘en papel’ una producción medida en términos de PGB bastante apreciable. Sin embargo, claramente su capacidad productiva era inferior a los de su competencia.

Ello se explica por las limitaciones del PGB. Así, en una guerra total la producción de acero resulta crucial. Para producir acero se requiere carbón (hulla). Para producir hulla se requiere, dadas las condiciones de su producción en la época, un gran esfuerzo de trabajo que, requiere a su vez una alta ingesta calórica. La producción de los alimentos necesaria para ello requería o fertilizantes o si ellos faltaban de un alto número de personas en la agricultura. Esas cosas, entonces, ponían un límite en la capacidad de producción acerera, y por lo tanto en la producción militar (porque los tanques y cañones se hacían con acero).

Lo anterior está simplificado. Lo que evitaba ‘llenar’ a los trabajadores del carbón con calorías no era solamente un tema de producción absoluta sino de cómo distribuirla (entre toda la población), y ahí existieron varios problemas políticos en juego. De todas formas la cadena productiva material operaba y tenía consecuencias. Y ella se basa en que no toda la producción es equivalente y que 100 millones en valor monetario en producción de ropa no puede sustituirse por 100 millones en producción de tanques. No al menos si uno está en medio de un conflicto bélico global y total.

El segundo olvido aborda la insuficiencia desde otra perspectiva: Que al centrarse en el PGB como forma de comparar economías se pasa por alto la estructura institucional. Y para comprender y entender una economía (digamos, para poder moverse en ella) lo institucional es relevante -afecta lo que pueden hacer los agentes económicos.

En las últimas décadas se desarrolló una discusión sobre la ‘gran divergencia’: ¿cuándo las economías europeas se convirtieron en mucho más ricas que el resto? Es un debate antiguo y la publicación el año 2000 de The Great Divergence (K. Pomeranz) abrió una nueva etapa. En ese libro, Pomeranz argumentó que en la modernidad temprana, entre el siglo XVI y el XVIII, Europa (particularmente Occidental), China y Japón podían -a grandes rasgos- verse como aproximadamente similares: economías relativamente comercializadas, prósperas para parámetros pre-industriales y estando cerca de sus límites en términos de la explotación de sus recursos. La divergencia profunda se manifiesta en el siglo XIX, no antes.

Como suele suceder con libro que plantea una tesis que renueva el discurso, las tesis fueron primero recibidas con entusiasmo. Sin embargo, posteriormente apareció una reacción. Está mostró que usando estimaciones de PGB per cápita, Europa (o al menos sus países líderes en su desarrollo capitalista, los Países Bajos e Inglaterra) ya se había despegado del resto del mundo durante la modernidad temprana. Si bien la diferencia era menor comparado con el salto del siglo XIX, ya existía y era medible (‘apreciable’ en ese sentido) durante los siglos anteriores.

Al revisar de nuevo el texto de Pomeranz hace un tiempo atrás algo me llamó mucho la atención: el amplio espacio que Pomeranz le dedica a aspectos institucionales, de funcionamiento de la economía: A su nivel de comercialización, al nivel de trabas y barreras en la actividad económica, la seguridad de la propiedad y los contratos, de participación y esfuerzo laboral. Todos ellos son temas relevantes para comparar y describir economías. Para Pomeranz decir que las economías de Europa Occidental, China y Japón eran más o menos comparables no era sólo (o tanto) un tema de medir su PGB per cápita sino de mostrar sus equivalencias institucionales: Al nivel de la descripción que hice en mi resumen una ligera diferencia en PGB puede ser menos relevante que, por ejemplo, mostrar que en los tres casos había una amplia participación en una economía comercial y monetaria.

En los dos casos el PGB muestra algo que, por cierto, es común a toda medición: Que muestra ciertos aspectos de la realidad, pero no puede dar cuenta de ellos. Lo que muestra el PGB es relevante -el hecho que es durante el último par de siglos que se observa una importante curva de aumento del ingreso (frente a lo cual todos los cambios en economías preindustriales, que por cierto existieron, son más bien menores) es un hecho crucial. El tema es que no es el único hecho crucial y hay varias preguntas sobre el funcionamiento de las economías para los cuales otros hechos son más relevantes.

Las trampas a que me refiero en el título no son trampas de la medida, son trampas de nuestro uso de ella. Es nuestra obnubilación con una sola forma de observación lo que representa un problema.

El poder oculto y el poder en público

Before this, when Zhao Gao became Director of Palace Gentlemen, the crowd of those whom he had killed or paid back over private grievances was numerous, so he was afraid that, when the important officials came to court to present business, they would vilify him. So he addressed Second Generation as follows: ‘The reason why the Son of Heaven is honoured is because only his voice is heard, and none of his subjects can see his face. That is why he refers to himself as the mysterious one (Sima Qian, Historical Records, Capítulo 87)

La idea que el soberano debe esconderse porque así se fortalece su poder es antigua y ha aparecido en diversos contextos (algo similar ocurrió muy posteriormente con los sultanes del Imperio Otomano). Ello en contraposición con la presentación pública del soberano -que fue parte del ceremonial de muchos de ellos (y creo recordar molestó a más de alguno, Felipe II por ejemplo).

El emperador romano -relativo contemporáneo al otro extremo de Eurasia de las primeras dinastías imperiales China, los Qin ya mencionados y los Han, presidiendo los juegos frente a los ciudadanos romanos y expuesto a sus respuestas, opera incluso en el lugar contrario: Una exhibición pública del soberano (y enfatizo lo de pública: no es la presentación ante la corte o en actos ceremoniales). El emperador no es tan sólo alguien que organiza juegos y actividades (lo que, de todas formas, era un rol importante) es también alguien que está presente en ellos y que es evaluado a partir de cómo se presenta. Suetonio nos cuenta de Augusto entonces no sólo que ‘he surpassed all his predecessors in the frequency, variety, and magnificence of his public shows’ (Libro II, XLIII) sino

He himself usually watched the games in the Circus from the upper rooms of his friends and freedmen, but sometimes from the imperial box, and even in company with his wife and children […] But whenever he was present, he gave his entire attention to the performance, either to avoid the censure to which he realized that his father Caesar has been generally exposed, because he spent his time in reading or answering letters and petitions; or from his interest and pleasure in the spectacle (Libro II, XLV)

El emperador romano realiza toda una estrategia de su presentación pública.

Ahora bien, esta diferencia no es sólo un contraste estilístico -entre el emperador encerrado en la Ciudad Prohibida y el emperador en el Coliseo-. Es también una diferencia en la articulación práctica del poder. Porque al fin el poder escondido se debilita: el soberano que no se presenta, que requiere por ende obligatoriamente intermediario, puede efectivamente mantener el aura, pero el poder efectivo se escapa (en Japón eso ocurrió, de hecho, en más de una ocasión; y la idea de soberanos títeres se repite en varios momentos). En la cita de Sima Qian, que es a los inicios del Imperio, bajo el sucesor del fundador de la dinastía Qin, la primera dinastía imperial, es el primer ministro el que así busca obtener las riendas del poder. Y en sucesivas dinastías volverá a aparecer el problema del poder efectivo. Incluso si en general el Imperio Chino operó en contra de la idea de la visibilidad pública, en determinadas ocasiones se buscó al menos el acceso al soberano, y así Zhu Yuanzhang, el fundador de la dinastía Ming, eliminó el puesto de Primer Ministro en 1380 (y realizando además una amplia purga de los posibles adherentes del primer ministro, Hu Weiyong), para que el poder efectivo no escapara de las manos del gobernante (sigo a Brook, The Troubled Empire, Cap. 4, p. 89-91).

La presencia pública del emperador produce problemas, y al menos generó en la plebe romana un sentido de un derecho a hablarle al emperador, de responderle, que sorprendió a más de uno. Constancio, hijo de Constantino, visitó Roma el 357 y de acuerdo a Amiano Marcelino ‘was amused by the witty sallies of the people, who kept their traditional freedom of speech’, Libro 16, 10. Más en general, esas ocasiones en donde se reúne el populus ‘remained charged with political significance’ (Peter Brown, Through the eye of a needle, Cap, 3, p. 66), y la respuesta en el Circo de Roma a una propuesta del emperador sobre que el obispo arriano y el ortodoxo fue clara y negativa: ‘the eager vehemence which animated the spectators in the decisive moment of a horse-race was now directed towards a different object, and the Circus resounded with the shout of thousands, who repeatedly exclaimed: ‘One God, One Christ, One Bishop’ (Gibbon, Decline and Fall, Cap. 21). La proclamación pública implica la posibilidad de una respuesta pública.

Sin embargo, esa disponibilidad y ese mostrarse del poder pareciera que no dejó de ser relevante. Al fin, una cosa que caracterizó al Imperio Romano fue que el poder efectivo estuvo en manos de los emperadores (por más incapaces que fueran, como Calígula). Los únicos casos en que ello no ocurrió fue, precisamente, con emperadores que se enclaustraron.

El poder efectivo y el poder que se muestra pareciera ir en tándem. La exigencia y demanda, que vemos en la actualidad (y ello ocurre también en casos actuales), que el soberano se presente y se muestre, como prenda de su poder efectivo, nos muestra que la aparición es relevante para la operación del poder. Decía Arendt que sólo en el ámbito público es que finalmente se construye lo real, en el mutuo aparecer frente a otros.

El poder es otro de las situaciones en las cuales lo real, lo efectivo, aparece ligado el hecho de mostrarse, de estar entre otros.

NOTA. Mi edición es la de Oxford World Classics (Sima Qian, The First Emperor. Selections from the Historical Records, traducción de Raymond Dawson), 2007. La cita de la página 43). Mi edición de Suetonio es de la Loeb Classical LIbrary (traducción de J. C. Rolfe, 1998)

Una nota sobre la génesis de lo divino

Ce «divin» lui-même est d’autre part ressenti comme une puissance plus que comme une idée (Jacques Cauvin, Naissance des divinités, naissance de l’agriculture, Cap. 12, p. 216)

El argumento general de Cauvin está en el título del libro: una transformación religiosa es lo que explicaría el nacimiento y la expansión de la agricultura. Más allá del argumento general (que no me parece muy convincente) si resulta algo más interesante como exploración (por cierto, a manera de ensayo que de las creencias en el neolítico bien poco sabemos) de las ideas de las culturas en el paso de la agricultura (y en este caso estamos hablando de la PPNB –prepottery neolithic en el Levante entre el 9 y el 7 mil AC).

Que la religiosidad se entiende de mejor manera no tomándola como una idea es una vieja noción en ciencias sociales. Está, por ejemplo, en la argumentación de Durkheim en Las Formas Elementales donde pondrá las prácticas rituales, la separación de lo profano de lo sacro como elemento central. Lo cual ha dado bastante, así que no criticaré como tal esa idea.

Me interesa más bien pensar en otro tema: Que en más de una ocasión en el análisis sociologizante se pierde de vista lo que es específico de un área. Un ejemplo claro de ello es la sociología de la ciencia: en todo el énfasis en su carácter social y en las disputas de poder no queda claro que diferencia a la ciencia como campo de otros (lo que se dice bien se puede decir de cualquier campo). Durkheim, de hecho, no cometió ese error al inaugurar el modo sociologizante: toda su discusión se entiende como búsqueda de la especificidad religiosa y no como mera repetición de una idea general que la religión es influenciada o es una hipostasis de la realidad social.

La cita nos vuelve entonces a la especificidad de lo religioso y a una intuición que no reduce esa especificidad a una idea (o al menos, a una idea en términos intelectuales): Lo que aparecería en las culturas que analiza Cauvin (a través de una estatuaria centrada en una diosa femenina y figuras taurinas) sería la sensación de un poder. La intuición que está ahí, por cierto, se ha repetido en múltiples ocasiones: que el origen de lo religioso es la sensación de un poder que sobrepasa (y lo hace en gran magnitud: es un enorme poder) a lo humano. De acuerdo a Cauvin esa intuición, que por cierto es muy antigua, se habría personificado en doses en esas culturas y he ahí una innovación que transformaría a esas culturas.

Las hipótesis de Cauvin generaron discusión, aunque claro no total aceptación. Pero nos vuelven a recordar, si fuera necesario, que hay una historia profunda de lo religioso y que la comprensión del impulso religioso y de sus prácticas resulta necesaria y fundamental para comprender la vida social. Al fin, eso es lo que nos decía el viejo Durkheim.

La sentimentalidad y la dureza. Del camino a la crueldad.

Una forma retórica que es algo común cuando se desea presentarse como alguien realista que se ha librado de las ilusiones es plantear que la diferencia con quienes miran la realidad de forma sentimental. Una comparación entre una mirada dura y resuelta sobre la realidad y de quienes, finalmente, prefieren un sentimentalismo vacío que se esconde de la realidad. Hay miles de ejemplos, y bastaría con indicar que es una retórica común entre los defensores de la Realpolitik; ya el hecho que se nombre como ‘realismo’ a la escuela que quiere hablar de ciertos ámbitos sin referencia a asuntos morales y éticos, usualmente reducidos a mera emocionalidad, resulta bien instructivo.

Dicha forma retórica tiene un peligro claro: del rechazo al sentimentalismo no resulta tan fácil alcanzar la defensa y justificación de la crueldad (al fin, ¿enjuiciar algo como cruel no es en sí la demostración más cabal de estar atrapado en ilusiones emotivas?). Fue una retórica usada extensivamente en el plan genocida de los nazis en Europa Oriental: El ‘Plan de Hambre’, bajo el cual las fuerzas invasoras alemanas y la población alemana serían alimentadas a partir de la cosechas extraídas a la población eslava conquistada, producto de lo cual dichas poblaciones morirían de inanición. El nivel de genocidio implicado en el plan supera con mucho a los genocidios efectivamente realizados (simplemente, resultó imposible aplicarlo de manera efectiva) por los nazis.

Realicemos algunas citas que muestran esta retórica:

Eduard Wagner, the quartermaster general of the German army, wrote to his wife that the inhabitants of Leningrad, all 3.5 million of them, would have to be left to their fate. They were simply too much for the army’s “provision packet”, and “sentimentality would be out of place” (Timothy Snyder, Bloodlands, Cap. 5).

En 1942 una empresa hablando sobre trabajadores eslavos que desfallecían por hambre y la necesidad de aumentar sus raciones:

It is characteristic of the state of mind in Germany at the time that the firm felt it necessary to point out that its complaint had nothing to do with sentimental humanitarianism. They requested more foord for their workers, ‘only for the purpose of getting the greatest possible perfomance out of Ukrainian workers who are undoubtedly diligent and usable (Adam Tooze, The Wages of Destruction, Cap. 16, p. 542)

El discurso de la dureza antisentimental pasa a ser la justificación y la práctica de la barbarie. Quien sale del ‘humanitarismo sentimental’ observa la situación de las poblaciones conquistadas como un asunto de distribución de calorías, donde los conquistados no tienen prioridad. Así en una reunión de planificación de la invasión a la Unión Soviética en mayo de 1941 las minutas establecen:

1. The war can only be continued if the entire Wehrmacht is fed from Russia in the third year of the war.

2. If we take what we need out of the country, there can be no doubt that many millions of people will die of starvation.

3. The most important issues are the recovery, and removal of oil seeds, oil cake and only then the removal of grain (Wages of Destruction, Cap. 14, p. 479).

Cuando todo es reducido a cosa y objeto (cuando todo es mirado desde una mirada anti-sentimental que mira ‘objetivamente’ la realidad) entonces la vida de los seres humanos se reduce a un tema de contabilidad.

La fascinación de las miradas ‘duras y realistas’ llega al límite cuando la barbarie se puede presentar en tintes heroicos (‘nosotros que hemos tenido que hacer lo indecible para la defensa de…’), y antes de citar recordaré que es un tipo de retórica que ha aparecido después. Este es Himmler hablando a los Gauleiter (gobernadores zonale) nazis en Octubre de 1943:

You all accept happily the obvious fact that there are are no more Jews in your province. All Germans, with very few exceptions, realize perfectly well than we couldn’t have lasted through the bombs and the stresses of the fourth, perhaps in the future the fifth and even sixth year of the war, if this destructive pestilence were still present within our body politic. The brief sentence ‘The Jews must be exterminated’ is easy to pronounce, but the demands on those who have to put it into practice are the hardest and most difficult of the world

[…]

We will do this just as unsentimentally as all things must be done in this fifth year of the war: unsentimentally but from the bottom of our hearts, for Germany (Wages of Destruction, Cap. 18, p. 609)

Si la barbarie se declara antisentimental, quizás sea un motivo para defender el sentimentalismo. Ninguna idea evita por sí misma la barbarie, pero del hecho que la barbarie haya tenido que declararse de manera tan sistemática contra el sentimiento cabe colegir que la sentimentalidad bien puede ser una defensa contra ella.