Algunas hipótesis de interpretación sobre las demandas del movimiento de Octubre

Algunas hipótesis de interpretación. Sí, falta mucho que entender y bien puedo equivocarme, pero no me gusta esto de esperar a q esté todo claro y hablar después, con la seguridad de estar en lo correcto. En última instancia, es lo que se dice ante diem lo que vale.

(1) La demanda se basa en sensación de una vida agobiante, muy pesada: En que cada cosa que se ha ganado (y no se niega ello) ha costado demasiado. Más aún, recordar que para las personas todo lo logrado es producto de su esfuerzo y todos los obstáculos los pone la sociedad (Cada quien se ve como alguien que supera las dificultades que les pone). Dicho de otra forma: la mejoría de las condiciones de vida no sustenta una mejor imagen de la sociedad, sino una mejor imagen de sí.

(2) Reclamo de desigualdad no es por ésta en sí, sino por lo que ella ha implicado de diferencias en trato: los poderosos tienen ‘otras’ reglas (más livianas) . El Desiguales del PNUD del 2017 y el informe de la misma institución del 2015 eran relativamente claros en mostrar que ahí estaba el núcleo de la molestia por desigualdad, no tanto en que los ricos ganaran mucho más dinero.

(3) Responder a ambas cosas requiere cambios institucionales mayores pero no necesariamente es una demanda contra modelo. Y aquí creo que se confunde buena parte de la izquierda. Del mismo modo que la derecha se confundió mucho tiempo creyendo que adaptación y aquiescencia eran aceptación; aquí ocurre una confusión similar pero con el signo invertido: que toda protesta es sistémica.

(4) De hecho, solucionando salud (en otras palabras que tu salud no dependa de cuanto dinero tengas), mejores pensiones y sueldos (que te permita, entonces, participar mejor en el mundo del consumo), y ampliar gratuidad en educación (eliminando la tensión de si podré pagar la educación de los hijos o tendré que endeudarme, y haciendo algo similar en educación básica y media), es posible apuntalar el modelo. De hecho, es algo que le escuché a Manuel Antonio Garretón a propósito de la gratuidad en educación superior: Que ella podía, al solucionar la dificultad y agobio en el acceso, todo el modelo educacional de Pinochet.

(5) Si se quiere, la gente no creo q quiera dejar de acumular puntos para viajar, ni esté contra esfuerzo, ni contra mercado etc. Son como Deng Xiaoping, mientras el gato cace ratones el color del gato no importa mucho. Y esto implica algo más profundo que mero agnosticismo: es que las diferencias ideológicas no pasan de ser diferencias ‘de color’. La diferencia entre tener un sistema de capitalización individual o solidario no son tan relevantes, como tener una buena pensión. E incluso, al nivel ideológico, no olvidar que -aunque las personas no son ‘neoliberales’- tampoco están tan alejadas de ello. Como debiera quedar en claro en las últimas semanas, parte del reclamo sobre pensiones proviene de un sentido acendrado de la propiedad sobre los fondos (que es mi dinero)

(6) Por último recordar primera regla del analista: no confundir el deseo con la realidad. A muchos analistas les podría gustar tener otro modelo económico y de desarrollo. A este analista tener un modelo (o más bien moverse hacia) como el de Dinamarca, o incluso Alemania, sería muy positivo. Pero de eso no se sigue que ello sea posible, o que siquiera la población sea eso lo que quiera.

La realidad social, y es la misma conclusión de la entrada anterior (de crónica de estos días hasta el martes), al final se mueve sola; o si se quiere, no es dirigida por nadie en particular. Uno puede enfrentarse a ese hecho de múltiples formas, pero una de ellas es claramente equivocada: creer que las cosas siempre se darán como uno cree. Por último, recordar una vieja frase que no deja de ser epítome de lucidez creo: Pesimismo de la inteligencia, optimismo de la voluntad.

NOTA. Esto es una expansión de algo que escribí en Twitter el día 24 de Octubre.

Crónica de unos días de octubre (18-22 Octubre 2019).

Aunque no estoy seguro si la actual ola de manifestaciones seguirá o no, dado que la memoria falla he decidido poner por escrito mis observaciones sobre lo sucedido en estos días de protesta en Santiago. Las observaciones de un fenómeno social, cuando se hacen desde la perspectiva de alguien que las ha vivido, no pueden evitar ser parciales -uno observa sólo lo que uno ha podido ver y conversar, y lo que sucede en la ciudad sobrepasa con mucho a ello. Y sin embargo, reuniendo varias de esas observaciones es posible reconstruir una mirada sobre ellas. En cualquier caso he aquí mis observaciones, a manera de crónica -en lo posible narración sin juicios (aunque sabemos que eso no es completamente realizable).

Viernes 18 de Octubre.

El día viernes 18 de Octubre hasta alrededor de media tarde había sido un día normal para mi. Había escuchado de los intentos de evadir del metro por parte de estudiantes, que llevaban varios días, había escuchado las declaraciones desafortunadas de autoridades (desde levantarse más temprano hasta que no reclamaban cuando aumentaba el precio de lo tomates) había visto las imágenes de Carabineros llenando las estaciones (y algo pensé en escribir que cuando se requiere llenar de policía las estaciones para asegurar el pago es que la situación no es muy sostenible, y así mostrar la relevancia de la legitimidad), y algo había visto también de roturas de torniquetes (y me llamó la atención toda la gente que estaba solo viendo eso sin reacción, ¿no es que los santiaguinos les gusta su metro? algo raro era ello); pero era parte de lo cotidiano -ese día hasta las 1600 horas estaba trabajando en un café. Un par de conversaciones telefónicas me indicaron que algo quizás más relevante estaba en curso (línea 1 detenida, algunas observaciones sobre la conversación en redes sociales), así que me decidí a observar lo que estaba pasando.

Acercándome a la estación Bellas Artes escuché algunos gritos así que fui a ver qué pasaba. Había un grupo importante de personas fuera de la estación, y Carabineros que declaraban que tenían que dispersarse (la estación sólo estaba dejando salir personas). Se produjo un stand-off porque las personas no se dispersaban y Carabineros seguía exigiendo ello. Me llamó la atención la actitud de los espectadores -los que estaban en los locales del sector. Digamos, una de apoyo pasivo a los manifestantes: gritos contra carabineros, y la atención dirigida contra ellos, aunque no había actitud de sumarse a los que protestaban (se continuaba usando el local de manera normal).

A la salida de Bellas Artes el viernes. Protestantes no haciendo caso de Carabineros, mucha gente sacando fotos a Carabineros, y los que estaban en los locales en lo que me dió la impresión era apoyo pasivo.

Luego de ello me dirigí hacia Portugal / Alameda donde me encontré con una protesta más en forma. Grupos protestando, una buena cantidad de lacrimógenas. A decir verdad, una protesta relativamente común como en otros días -enfrentamientos pero a pocas cuadras la vida normal (el Unimarc de la zona funcionaba como siempre, con la excepción de una repartición de limones a las cajeras).

Me interesó luego ir hacia más el centro para ver como seguía la protesta. La Alameda tenía tránsito interrumpido, y como el metro estaba cerrado, varias personas caminando por la calle (dirigiéndose a sus casas supongo). En eso pasé frente a la Moneda y ahí escuché varios gritos contra Piñera (como responsable de toda la situación).

Varios gritos contra Piñera entre quienes pasaban ese viernes en la tarde por la Alameda

Dada la hora (cerca de las 1900-2000) me dirigí hacia mi casa en Quilicura. La demanda sobre el Transantiago era muy alta, y en el paradero donde me ubiqué, ninguna micro usó los torniquetes, sino que abrieron las puertas y dejaron que todo el mundo subiera sin pagar. En ese momento me dije que por intentar evitar la evasión en el Metro se habían producido costos muchos más altos (un día sin operaciones del Metro, micros con niveles mayores de evasión).

Al llegar a Quilicura me encontré con los primeros caceroleos (que recordemos, inicialmente tenían como motivo reclamar contra la represión a la evasión). Me llamó la atención dado que, al final, Quilicura es una comuna de usuarios de transporte pública y era plausible pensar que responsabilizaran a los estudiantes del desorden de éste en ese día, pero al parecer eso no fue lo que había sucedido.

Estando en Quilicura me informé del incendio de Enel, de las estaciones del Metro (estas últimas bien sorpresivas para mí), y de la declaración de Estado de Emergencia. Recuerdo pensar que al gobierno no se le ocurriera nada mejor para solucionar los problemas que poner los militares en la calle no hablaba bien de su competencia; pero supuse que con ello finalizaban los eventos.

Sábado 19 de Octubre.

El día se inició visitando la feria, que funcionaba normalmente y aparte de un par de conversaciones sobre lo tarde que habían llegado algunos, nada diferente de otras semanas. Luego tenía que ir al centro (quería ver si encontraba un libro que estaba buscando, como se puede observar mis expectativas eran de día completamente normal), y en la micro algunos vendedores comentaron los eventos del viernes, centrándose en las lacrimógenas (y su efecto en niños).

Caminando por el centro me llamó la atención que escuchaba cacerolazos (¿de día? ¿no pasan estas cosas de noche? me dije) y algunas personas caceroleando en la calle. Lo cual fue en aumento, cuando llegué a Portugal con Alameda y me encontré con un grupo manifestándose, ahora contra el Estado de Emergencia y la presencia militar. Ahí recién me dí cuenta que la cosa continuaba.

Mi primera indicación que la protesta continuaba tras la declaración del Estado de Emergencia (hacia alrededor de las 13:00 del Sábado 19)

Por lo que decidí ir a Baquedano, como epicentro de cualquier cosa que pasa en la ciudad. Caminando hacia Baquedano me encontré con barricadas en la calle, y distintos enfrentamientos contra Carabineros (lo que supongo ya valen como enfrentamientos, dado el intercambio de piedras y lacrimógenas). Por camino lateral llegué a Baquedano, y pude observar entonces manifestantes, fuerzas especiales y militares. En ese momento y lugar (pasado el mediodía) la actividad de represión estaba a cargo de Carabineros, siendo que los militares estaban más medidos (haciendo acto de presencia pero no mucho más). En cualquier caso era posible caminar por la plaza.

Baquedano a eso de las 14:00 del Sábado 18. Manifestantes, luego Fuerzas Especiales y en el trasfondo militares en la calle.

Lo que sí era claro era que lo que había partido como un sábado común y silvestre estaba quedando demostrado que no era así: Que la protesta continuaba y se había hecho más grande, a pesar de la declaración de Estado de Emergencia.

Decidí seguir por Providencia para ver hasta donde llegaba las manifestaciones. Hasta cerca de Condell puedo decir que había barricadas (lo cual, a decir verdad, me extrañó ¿barricadas en Providencia?) hasta La Concepción ví caceroleo en la calle, y ruido de cacerolas hasta el Costanera. A esa hora (alrededor de las 1600 horas) lo estaban cerrando, supongo pensando en como las personas podían volver a sus casas -dado que en ese sector en sí no había nada fuera de lo habitual. Bueno, aparte de un camión militar, a cuyo paso se escuchó una silbatina bastante importante.

Ahí pretendí tomar micro pero el transporte público había dejado de funcionar. A mí y a un grupo nos llevó hasta Recoleta una pareja. En la conversación sostenida en el viaje, nuevamente, se responsabilizó a Piñera de la situación. Al mismo tiempo, me quedó claro porque la oposición no podía ‘capitalizar’ el descontento: porque la causa profunda, de acuerdo al grupo, de todo esto era un conjunto de abusos de muchos años, de los cuales también eran responsables la actual oposición. La pareja de quien manejaba nos manifestó que había votado por Lagos y Bachelet pero que estaba arrepentida -ellos también, al final, habían abandonado al pueblo y eran unos corruptos que habían ganado mucho dinero. Y lo otro que dificulta cualquier capitalización: la convicción que los ‘poderosos’ nunca pierden, que los costos siempre recaen sobre ellos, y que cuando aprenderemos que nada de esto sirve.

En Recoleta empecé a caminar, hasta ver quien me podía dejar en Quilicura, En ese trayecto me robaron el celular, con lo cual perdí mi capacidad de registrar con fotografías lo sucedido y me dejó bien incomunicado. En cualquier caso, luego otras personas me invitaron a subirme a su automóvil y así llegar a Quilicura. A esas alturas algo escuché sobre saqueos en farmacias (y me dije, que no era mucho lo que estaba funcionando el estado de emergencia parece).

Domingo 20 de Octubre.

Al inicio intenté ir al supermercado o al mall de Quilicura para ver si podía solucionar el tema del celular (al fin y al cabo el día anterior había funcionado en la mañana, pensé que podía repetirse ello el domingo). Pero estaba todo cerrado, y una de las estaciones de bencina en el camino ya había sido saqueada y quedaban restos de quemazones en la calle.

Pensé en dirigirme al Costanera (el centro del consumo estará abierto me dije), pero se encontraba cerrado totalmente. Al fin, decidí ir a la casa de mi hermana por si acaso tenía un celular disponible. Lo cual fue efectivo.

Devolverse a Quilicura resultó complejo de nuevo porque el Transantiago dejó de circular como a esa hora. Primero un conductor, ya fuera de servicio su micro, decidió dejarme a mí y a otra persona hasta El Salto. En la conversación apareció con más fuerza el tema de los saqueos, y el micrero declaró que esto era responsabilidad de una sociedad llena de drogadictos, donde aumentaba el VIH. Ese era el trasfondo real según él. Se mencionó en particular que el saqueo había llegado a ‘personas normales’, a feriantes y se contó un caso de una persona a la que le habían robado su puesto de completos. Eso aparecía como un grado máximo de maldad.

Luego un conductor de Uber nos llevó, en parte porque se acercaba el toque de queda y era importante que las personas no quedaran en la calle. La conversación se centró en el saqueo y ahí me dijeron que habían saqueado todos los supermercados en Quilicura, y el Easy (que queda detrás de mi casa). Se mencionó ahí, y lo escuché en más de una ocasión, una crítica bien específica al saqueador: Que se llevaban bienes electrónicos en vez de cosas para comer. En cualquier caso, la expectativa de la conversación era la de que hacer una vez que pasara este evento.

El conductor me dejó en frente del Easy (él también quería ver que había pasado), y ahí pude ver a ese local, y a los dos supermercados de las cercanías saqueados. Habían llegado los militares, pero mi impresión es que el saqueo había sido reciente -creo haber visto un par de automóviles que se estaban llevando cosas. Al llegar a mi casa, varias personas estaban conversando con los militares que custodiaban el Easy, e incluso les facilitaron agua (al parecer los tenían sin agua desde varias horas). Mi impresión es que, más allá de cualquier otra cosa, en el vecindario no había apoyo al saqueo en ese sentido.

El Easy de Quilicura saqueado, visto el domingo 20 de Octubre
Los vecinos de mi barrio conversando con los militares que resguardaban el Easy ya saqueado, el mismo domingo en la tarde.

Mi celular por algún motivo no se conectaba a red alguna (me funcionaba sólo cuando estaba con wifi) así que decidí que el lunes iría al centro para ver si podía solucionarlo. Mis actividades laborales estaban suspendidas en todo caso.

Lunes 21 de Octubre.

La locomoción en la mañana funcionaba normalmente, aunque dado que había evitado partir muy temprano no sé que paso en la hora peak. En cualquier caso, el centro se encontraba relativamente vacío -buena parte de las tiendas cerradas (así que mi propósito original no sirvió de mucho).

Lo que sí pude observar fue que las pocas tiendas abiertas estaban siendo muy usadas: casi todo el mundo aprovisionándose como podía (y yo pensando que tenía suerte de haberlo hecho el sábado en la feria). Pan en cualquier caso se mostró bien escaso (y con lo buenos que son los chilenos para el pan pensé).

Personas haciendo fila para cajero automático, Lunes 21 Octubre. Filas en buena parte de lo que estaba abierto en esa mañana.

En la Alameda me encontré con una marcha y pensé que esto todavía sigue (siempre teniendo la expectativa que esto iba a bajar, pero eso no pasaba).

En todo caso, decidí que quizás era mejor observar en Quilicura. Al pasar frente a los supermercados saqueados me dí cuenta (y así fue en todas las ocasiones en que pasé por ahí durante el día) que había siempre gente observando. Lo que pasaba es que, con cierta regularidad, algunos grupos pequeños intentaban seguir saqueando lo que quedaba (llevándose un par de televisores por ejemplo), cuando no estaban Carabineros en el lugar (que ocurría con cierta recurrencia). La calle estaba repleta de casos infructuosos de saqueo (pantallas tiradas en la calle por ejemplo), y en un caso un automóvil de un saqueante estaba en tan malas condiciones que pensé que no le había salido a cuenta hacerlo. En todo caso, buena parte de los que saqueaban en ese día y hora lo hacían por automóvil -no sé como habrá sido en el saqueo inicial, que no ví ninguno de esos casos.

Hacia las 1700 horas decidí ir hacia la Plaza de Quilicura, donde se encontraba (como supuse) una manifestación de protesta, que no dejaba de ser importante. El tipo de reclamos en las pancartas era bien amplio (dado que las protestas que había visto hasta ese día eran más bien de enfrentamiento contra carabineros más que una manifestación, esta fue la primera vez que observé de primera mano lo variopinto de los reclamos): contra las AFP, a favor de mayores pensiones, contra el CAE etc.

Manifestación en Plaza de Quilicura alrededor de las 17:00 del Lunes 21 de Octubre.
Pegado en la plaza. La imagen popular de Piñera hace que el mensaje emitido desde la presidencia de delincuentes rebote. Al día siguiente escuché entre los gritos que ‘el único que roba es el Presidente’

Casi al llegar las 20:00, o sea unos minutos antes del toque de queda, miré lo vacío de las calles. Lo que en condiciones normales era un día de actividad, y hora peak para más remate, lleno de trajín cotidiano, era ahora vacío. Lo cual me volvió al tema que una semana atrás se tenía un grupo intentando evadir el metro y ahora teníamos saqueos, toque de queda y toda la ciudad detenida.

Martes 22 de Octubre.

El día se inició, de nuevo, con el intento de solucionar el problema del celular. En Quilicura además mi impresión fue la de inicios de limpieza de los supermercados. Y el taco al llegar a Mapocho (había tomado la 307) era inmenso. Daba la impresión de alguna ‘normalidad’

En todo caso, el centro seguía muy vacío, aunque algo más de tiendas abiertas que el anterior. Pude encontrar una tienda de Wom abierta y finalmente solucionar el problema de la conexión del celular. La ejecutiva, venezolana, me comentó sobre los saqueos y la situación de estos días (que algo le recordaba lo que había vivido allá), y lo inexplicable del saqueo para ella (en mi impresión el tema del saqueo había ganado relevancia en los intercambios a lo largo del día, pero siempre diferenciando el saqueo de la protesta a decir verdad).

En el centro observé una marcha de estudiantes y trabajadores de la salud por MacIver, y luego una concentración en Baquedano. En ambos casos, puede que por la hora (entre 1200-1300) lo que ví fue una manifestación normal antes de la represión, si se quiere: Ocupación de las calles, gritos, pancartas etc. pero nada más allá. En cualquier caso, para volverse a Quilicura era necesario ir hacia cerca de estación Santa Ana (que es de donde se vuelven las micros de Quilicura cuando no pueden entrar al centro). Aquí de nuevo pasó lo que ya había comentado -que el micrero abrió las puertas y dejó a todo el mundo subir sin pagar (la normalización de la evasión por decirlo de algún modo).

Llegando a Quilicura me bajé de la micro algo antes para poder sacar la foto de abajo, que indica de nuevo que el tema del saqueo no está por debajo de las preocupaciones de las personas por estos días.

Esta escuela está al lado de un Acuenta que fue saqueado en días anteriores.

En la tarde de Quilicura, pude ver una marcha por Marcoleta (la primera en ese sector, hasta ese día solo algunos grupo protestando en la noche o mirando el saqueo como había dicho). Y una marcha, bastante mayor de lo que había visto antes, cerca de la Plaza de Quilicura. Siendo una comuna de familias relativamente jóvenes, entre jóvenes y adultos jóvenes estaba la mayoría de los que marchaban, pero en realidad ví de todo.

La marcha de la tarde saliendo de la plaza de Quilicura, y subiendo por Matta (alrededor de las 17:00)

Y hacia las 20:00, el inicio del toque de queda, un caceroleo bastante largo, que calculo habrá durado más de una hora, con la gente -de hecho- ocupando la calle. Así finalizó el cuarto día de observaciones de este cronistas, con un incremento del nivel de la protesta, al menos al nivel de la comuna donde vivo.

Caceroleo en la calle tras el toque de queda. Quilicura un poco pasadas las 20:00 horas

Inicialmente había querido escribir esto una vez cerrado el episodio, pero sin saber cuando ello ocurrirá, y dado que la expectativa que el episodio ya pasó ya no se ha cumplido y que este día fue incluso mayor, prefiero escribir ahora antes que se me olviden las cosas. Aunque, claro está, como los procesos sociales no hay quien los pueda predecir, quizás el episodio cierre este miércoles. La vida social, al final, hace lo que quiere.

La (vieja) caída del estructuralismo. Una reflexión a propósito de Fernand Braudel

Yo soy estructuralista por temperamento (F. Braudel, El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II, Conclusión de la 2a edición, III, p 795 del vol 2 de la edición castellana)

Pocos declararían ese temperamento en la actualidad. De hecho, las últimas décadas han visto una recuperación no sólo de la historia política (que, al fin y al cabo, era posible recuperarla bajo una mirada estructural), sino del acontecimiento; y pocos tienen esa mirada global y de largo plazo que era el sello de Braudel. Así, por ejemplo, lo señala von Bavel en su estudio reciente sobre economías de mercado, que ‘the more structural approaches to history, which were dominant in the decades after the Second World War, have waned’, The Invisible Hand? Oxford University Press, 2016: p. 19).

Esta caída del estructuralismo y resurgimiento del acontecimiento en historia (o de la agencia en ciencias sociales) requiere ser explicada. Y hay bastante que se puede entender de ello en la propia obra citada, la primera obra clásica de Braudel, que es el representante de una historia estructural y de largo plazo.

Lo primero es hacer notar que la tensión entre estructura y acontecimiento, o para ser precisos entre los tres niveles que distingue Braudel (larga duración, estructura y coyuntura, y acontecimiento) es algo que estructura el texto. Cada nivel es una parte de la obra, y es aquí donde encontramos las discusiones más largas de Braudel sobre acontecimientos.

Las tensiones entre el estructuralismo y el acontecimiento aparecen de inmediato, al inicio de dicha parte. Braudel parte casi disculpándose:

Sólo después de muchas vacilaciones me he decidido a publicar esta tercera parte bajo el signo de los acontecimientos: al hacerlo así la vinculo a una historiografía francamente convencional (3a Parte, Los acontecimientos, la política, los hombres, p. 335)

Y aunque nos dice porque vale la pena: Porque no se puede dar la totalidad sin dar el acontecimiento, porque para dar la perspectiva de quienes vivieron no queda más que narrarla como su drama (que es como lo vivieron), que es finalmente una historia válida.

Pero cada razón se da con una limitante. Es parte de la totalidad, pero lo esencial lo da la larga duración y las estructuras. Ese drama que les dió sentido a sus vidas es más que probable que sea una ilusión. En última instancia el acontecimiento es superficie (‘el efímero polvo de la historia’ p. 335). El acontecimiento puede iluminar lo que es esencial (y así nos dice que los usó al mostrar las estructuras) pero en sí mismo no es mucho lo que importa.

Y sin embargo, a pesar de todo ello, da la impresión que no es sólo eso. La parte de los acontecimientos es bastante extensa (casi 450 páginas en la edición en castellano). Además se nota que Braudel la narra con garbo, es una narración interesante. Nadie dedica toda esa extensión, un capítulo completo a defender que Lepanto si tuvo consecuencias a pesar de la impresión aparente, o todas esas páginas dedicadas a negociaciones diplomáticas entre Madrid y la Sublime Puerta (contando las aventuras de personajes menores, y buscando información sobre ellos) si es que no está genuinamente interesado en todo ello. Braudel, en esa parte, entra en todas las discusiones tradicionales, en discutir las opciones y los posibles errores (y éxitos) de los actores etc.

Por otro lado, la misma narración de acontecimientos no se puede hacer sin volver a los temas estructurales (y de larga duración). Para entender por qué Felipe II vuelve a España, Braudel hace una revisión del estado de España en esos años que da más claridad al respecto que lo que hace en la revisión estructural (p. 406-p.422). La discusión sobre el procedimiento de ventas públicas realizadas para saldar los problemas financieros no sólo muestra con claridad lo que se ha dicho de las limitaciones de los Estados en la época, sino que nos hace más claro el funcionamiento de la estructura (la hace más precisa y específica, mientras que la descripción estructural puede ser muy general). Pensemos en la siguiente cita:

Muchas aldeas aprovechan la ocasión para comprarse a sí mismas, es decir, para redimirse, como se había hecho antes en Nápoles, liberándose así de las jurisdicciones urbanas que las acogotaban. Fue de este modo como Simancas, por ejemplo, se sustrajo a la dominación de Valladolid (3a parte, Cap 1, IV, p 418)

La cita muestra la operación de una concepción de los derechos públicos, de las jurisdicciones (como bienes privados patrimoniales), que nos permite entender con más claridad los límites y problemas de las crecientes burocracias que la misma discusión sobre estos temas en la parte 2 de la obra. Podría decirse que bastaba con mover esa discusión a la parte 2, sacarla de la cadena de los acontecimientos, para subsanar ello.

Ese contra-argumento no es suficiente. La discusión sobre la necesidad de esas ventas es necesaria en la parte 3, porque es parte de la cadena de acontecimientos que se está narrando. Y esa conexión con la cadena nos permite entender ese tema estructural (como se conectan las dificultades de fondos, como ellas se producían, cuáles alternativas podían discutirse dadas las circunstancias etc.). Y si se moviera ello, pasaría lo mismo en otro lugar. A menos que transformarámos la parte estructural incluyendo a los acontecimientos siempre pasaría lo mismo: porque el acontecimiento tiene la característica que es ahí donde operan las conexiones en concreto.

Esto último permite entender porque Braudel al mismo tiempo le quita importancia conceptual al acontecimiento y hace una brillante historia de acontecimientos (política y diplomática). Se debe a que su concepción del acontecimiento (como superficial) no corresponde a su práctica. Pensar la relación entre acontecimiento y estructura como una relación superficie/ profundo no nos permite comprender el acontecimiento. El acontecimiento no es superficial, es la materia concreta donde ocurren las cosas. La estructura no es algo más profundo que el acontecimiento, es una forma de sintetizar (de ver patrones) en esos acontecimientos. Pero lo que ocurre, y a través de los cuales se forman las conexiones que conforman una estructura, son los acontecimientos. Mirado así es que podemos comprender como alguien con talante estructural puede dedicarse a una narración tan detallada, y porque combina la apertura estructural con las preocupaciones sobre alternativas (tan tradicionales), y los hace cuando discute de acontecimientos.

Al final de la introducción de la 3a parte, Braudel recuerda una conversación donde se le sugiere que podría haber escrito las partes al revés. Partir con el acontecimiento (superficial) para ir progresivamente en partes profundas. Braudel dice que la imagen del reloj de arena que se invierte permite entender que los dos caminos son posibles (p. 337). Y sin embargo, creo que hay algo más poderoso. La sugerencia es la ‘normal’ si de verdad se piensa el acontecimiento como superficial, la obra te mostrará ello al ir develando las capas. El hecho que Braudel no hiciera eso, muestra que en su práctica de historiador, de historiador estructural y de larga duración, sabía que el acontecimiento no era eso.

El que el estructuralismo, en su auto-concepción, le quitara relevancia al acontecimiento (y a la agencia), cuando de hecho ello no corresponde desde esa visión, ayuda a explicar su decadencia. Cuando llegó la hora de quienes darle más realce al acontecimiento y al actor, no tenían mucho que responder. Ahora bien, lo que queda es preguntarse porque aparecen quienes desean recuperar el acontecimiento y la agencia. Es lo que intentamos responder a continuación.

Hay razones para la caída de estructuralismo. En última instancia, y eso es aún más claro en el examen de la vida cotidiana que quizás en la historia, no termina de dar cuenta de la vida social. El nivel de determinismo que está inscrito en el estructuralismo es demasiado alto para lo que se encuentra en la realidad (pensemos tantos análisis que muestran efectos estructurales con r2 francamente ridículos). En términos puramente conceptuales, además, resulta difícil pensar en mecanismos tan perfectos que reduzcan realmente al agente a ser un mero conducto de la estructura (nunca es tan claro como operaría ello en la práctica).

Quizás más crucial, en todo caso, que esas razones, existen motivos para esa caída. Y ellos son siempre los mismos (y son nombrados por Braudel en la conclusión citada): la libertad de las personas. El estructuralismo, incluso cuando declara que esa posición es independiente de la pregunta por la libertad, al final vuelve a decir que ella no existe. Braudel, de hecho, dice ello (‘me resisto a discutir sobre todas estas cuestiones concernientes a la importancia de los acontecimientos y la libertad del hombre’ p 794) y en la siguiente página declara que cuando piensa en los individuos ‘tiendo a imaginármelo prisionero de un destino sobre el que apenas puede ejercer un influjo’ (p 795). La segunda parte del epílogo de Guerra y Paz es una de las versiones más famosas de la posición que equivale estructuralismo y falta de libertad.

Ahora bien, queremos sentirnos libres. Una teoría que nos dice que ello es una ilusión será irritante y buscaremos (por lo menos, nos alegraremos) que ella esté equivocada En nuestras ideas de una buena sociedad, de una buena vida social, no hay efectos estructurales. Una socialidad donde fuéramos perfectamente libres no tendría estructura. He ahí la motivación que vuelve tan difícil tener ese temperamento estructuralista que menciona Braudel.

Y sin embargo, ello no es todo. Vale la pena notar las últimas palabras de la conclusión:

Pero el estructuralismo de un historiador no tiene nada que ver con la problemática que preocupa, bajo el mismo nombre, a las otras ciencias del hombre. No tiende a la abstracción matemática de relaciones que se expresan en funciones, sino hacia las auténticas fuentes de vida en lo que ella tiene de más concreto, cotidiano, indestructible, y de más anónimamente humano ( Conclusión de la 2a edición, III, p 795 del vol 2 de la edición castellana)

Lo que está en juego en ese párrafo no es la idea de la prisión que limita la libertad. En esas últimas palabras está en juego otra cosa.

Para entender eso que está en juego se hace menester disolver la idea que la libertad implica la importancia del acontecimiento, y en general la disolución de todo efecto estructural. Es lo que veremos a continuación.

La idea del acontecimiento (y del instante decisivo) no muestra la libertad de los agentes. La libertad de los agentes no se muestra en mostrar que Lepanto pudo pasar de múltiples formas, y que las consecuencias tan diversas de esos resultados mostraría que los seres humanos son libres y que el efecto estructural es mentira (si tal cosa hubiera pasado entonces el mundo sería tan diferente).

Lo que muestra es un mundo en que pocos agentes importan (y ello en pocas ocasiones) y el resto sigue en su marco estructural; el marco que permite que transcurran esos efectos del acontecimiento clave y sin los cuales no se puede ser un momento clave. Para que A sea decisivo (para que Lepanto sea decisivo en esa forma de mirar la historia) se requiere que A tenga las consecuencias B, C y D, y que esa cadena sí ocurra; entonces mientras que A es algo libre, sus efectos (y entonces esos otros acontecimientos) no lo son. Si cada acontecimiento es igualmente poco determinado, entonces nada tiene grandes consecuencias (porque esa consecuencia inmensa depende que ocurran otros acontecimientos que también son indeterminados). La idea del acontecimiento decisivo no es una expresión de libertad, es una expresión de dominación. Para que don Juan de Austria o Andrea Doria sean actores claves se requiere asumir que el resto no lo son.

Más aún, si nos tomamos en serio a ese resto, si nos tomamos en serio al conjunto de los actores, entonces podemos darnos cuenta porque un mundo donde todos los actores son libres sigue teniendo efectos estructurales. Esos efectos son una consecuencia directa de la pluralidad del mundo. La mera existencia de ese conjunto de actores, con las acciones que determina cada uno de ellos como agente libre (o al menos como agente no determinado por el propio actor) basta para producir efectos estructurales. Es por ello que el estructuralismo, que de forma ingenua parece anular al actor, al factor humano, puede aparecer como un resultado de su operación.

Al fin y al cabo, los actores realizan sus acciones y generan sus efectos a través de esas estructuras. Son estructuras (en el caso de Lepanto, estructuras y organizaciones militares, desde las tácticas para usar galeras, la existencia de las galeazas venecianas, de los tercios españoles, de la forma en que la armada turca se organiza etc.) los que permiten entonces que don Juan de Austria pueda tomar decisiones, y que ellas sean relevantes (si ellas no existen, o fueran distintas, no se puede ser el héroe que gana o el villano que pierde la batalla). El actor opera con las estructuras, y a través del entramado de otros actores. Sin eso no puede operar. Y eso es válido para todos los niveles (desde los comandantes hasta un soldado cualquiera o un remero), todos ellos son agentes, y es a través de las estructuras dadas que hacen lo que hacen.

Si una estructura es algo que no se puede cambiar, un límite de la acción; sucede que las acciones se hacen usando esos límites y aprovechándolos. Puedo cruzar una montaña precisamente porque trabajo con los límites de la acción (que es lo que me permite tomar las precauciones adecuadas para poder cruzarla).

Es esta conciencia, sumado a lo que dijimos al principio, que la estructura o el largo plazo no anulan el acontecimiento, lo que permite, quizás, rescatar el temperamento estructural de un Braudel. Un temperamento que, con todos los problemas que pueda tener, permitió escribir un texto tan fundamental y tan brillante como la que hemos comentado.

NOTA. Las citas son con respecto a la edición del Fondo de Cultura Económica de 1976 (que es la que traduce la 2a edición francesa de 1966).

La irrelevancia y la identidad. De los usos de la cultura en el ‘progresismo’ contempóraneo.

Décadas ha, cuando desde las ciencias sociales se intentaba mostrar que la cultura era algo relevante, no un fenómeno superficial, se intentaba mostrar su importancia causal: Tal o tal rasgo cultural tenía efectos en el resto de la vida social, efectos que no eran completamente explicados por otras dimensiones. De este modo era que se podía defender que la cultura era relevante.

Esta forma tradicional de incorporar la relevancia de la cultura en las ciencias sociales choca con algunas tendencias, que en los sectores que uno puede llamar de manera muy genérica ‘progresistas’, son bastante comunes.

Básicamente, bajo el progresismo todas las culturas tienen igual valor. Lo que tradicionalmente era un tema metodológico, se transforma en un tema de la realidad. Pensar que hay mejores o peores culturas es algo que no se puede hacer (en algunos casos incluso eso puede llevar a acusaciones de racismo, aun cuando me da la impresión que eso es confundir biología con cultura, pero ello es otra discusión). Esta visión produce tensiones con cualquier hipótesis causal basada en rasgos culturales. Si tal situación se puede explicar por aspectos culturales, y si esas situaciones son graduadas normativamente, entonces esa explicación generaría una valoración diferente de las culturas (sería mejor aquella que produjera esos resultados que se valoran mejor). Como lo último es lo que se prohíbe, entonces una forma bastante simple de evitar ello es eliminar la posibilidad que la cultura pueda explicar resultados: Todas las culturas tienen el mismo valor porque ninguna situación (que podemos valorar como mejor o peor) puede asociarse o explicarse a través de la cultura.

Ahora bien, como concluir de ello la irrelevancia de la cultura no sería adecuado -puesto que las posiciones ‘progresistas’ usualmente le da importancia a este aspecto de la sociedad (en parte porque representan a esos sectores, a los grupos con mayor capital cultural que económico para hablar en bourdieuano)- lo que queda es el énfasis en el carácter identitario de la cultura. La cultura sería relevante porque a través de ella se realiza la pertenencia a un grupo y sólo por ello. El énfasis en la importancia de la diversidad cultural es parte de ello, al ser una celebración de la diversidad de los segmentos.

Empero, toda esta celebración no deja de ser algo vacía, puesto que es una identidad que no produce nada más que la pertenencia a grupos que, al ser culturales, se definen sólo por esa identidad. Las diferencias culturales, que se reclaman son inapreciables, y toda pérdida invaluable, no pasan de ser miles de formas de remarcar una identificación con una distinción; pero su contenido en sí no tiene mayor relevancia: Esto dado que cualquier cosa puede servir como marcador, y el uso de la cultura es sólo como marcador. Ir más allá de esa función de señal tiene el peligro de otorgar a las culturas diferentes valores, lo que no puede ocurrir.

La cultura serían miles de formas de vida distintas cuya diferencia no tiene la menor relevancia como tal.

Hay dos formas de evitar la anterior conclusión. La primera es la defensa que la diversidad como tal es valorable -la heterogeneidad es en sí misma mejor que la homogeneidad, sin necesidad de que esas heterogeneidades tengan algún valor concreto y específico. La cocina resulta aquí un buen paradigma: Como es un asunto de mero gusto, y donde ir variando tiene en sí mismo algún valor, entonces la diversidad de las cocinas es algo valorable sin necesidad de entregarles un valor distinto a esas diferencias culinarias. La cocina X tiene tal rasgo, y la cocina Y tiene este otro; pero como en ocasiones nos interesa el primer rasgo y en otras el segundo, entonces la distinción no produce una diferencia de valoración. La cultura, en ese caso, queda como una ampliación del menú a elegir.

La segunda forma es más sencilla, y quizás no tan coherente, pero no por ello deja de ser común. Se acepta una diferencia de valor entre culturas, y sólo una: La cultura dominante, de los grupos dominadores, es una cultura de menor valor que otras culturas. Bajo esa visión, las culturas dominadas son buenas culturas (y muchas veces terminan siendo todas tratadas como si fueran lo mismo, la expresión ‘el sur global’ tiende a indiferenciar muchas tradiciones bien diferentes entre sí), mientras que los rasgos de la cultura dominante son negativos al producir resultados negativos. Aquí se puede volver al tema de la cultura como explicación, con tal que lo que se explique sea como la cultura dominante produce un mundo negativo. Dado que uno de los rasgos básicos de la cultura progresista es un rechazo, una desconfianza basal, en lo dominante, esta forma de volver a la dimensión cultural causalmente relevante resulta atractiva, incluso si no es plenamente coherente con sus posiciones.

Si esos dos intentos evitan efectivamente la conclusión de una visión de la cultura como mera marca de identidad que es en sí irrelevante, se deja como ejercicio para el lector.

La experiencia del presente

Je compte, autrement dit, sur le fait que je peux refaire pour ne pas faire; que je peux relire pour ne pas lire. La seconde fois profilée permet d’enjamber la première, et aucune fois n’advient jamais (François Jullien, Philosophie du vivre, Gallimard, 2015, Capítulo 1, III, p. 31)

La cita está en el contexto de la presencia del presente: Por un lado, podemos pensar que siempre estamos en el presente, que eso es lo único de lo cual tenemos experiencia. Sin embargo, lo que enfatiza Jullien en el texto es lo difícil que resulta estar efectivamente en ese presente, que solemos escamotearnos esa experiencia. Lo que tenemos más bien usualmente es una ausencia de la presencia. El libro parte con la experiencia común de sacar una fotografía en un determinado momento, y cómo toda esa operación (que la sacamos pensando en poder verla después, en lo que hacemos para enmarcarla bien) lo que hace es no permitirnos estar ‘directamente’ en el presente.

Ahora bien, ese estar en el presente no deja de ser complejo. La cita nos llama a evitar ese hacer donde ya pensamos que podemos volver, porque así nunca llega la experiencia. Y sin embargo, cuando queremos ‘quedarnos’ en la experiencia, en el presente, muchas veces lo que hacemos son operaciones de intensificación, de estar atentos. Y esas son, sigamos con el ejemplo de la lectura, las operaciones que Jullien nos dice no nos permiten estar en el presente, por ejemplo, el marcar citas (que no es, entonces, sólo una lectura atenta, sino una forma de ya estar pensando en la relectura).

No es en la atención entonces donde se puede recuperar la experiencia del presente o acceder a la presencia (‘l’attention n’est pas suffisante pour constituer du présent’, Cap 1, IV, p. 36). Jullien encuentra más bien en el pensamiento chino, en el concepto del dao, una forma de acercarse al presente. En el dejarse afectar por las cosas y dejar que ellas tengan sus consecuencias: Volviendo al ejemplo de la lectura. Leemos algo y esa lectura produce un efecto, pero no porque lo busquemos o lo deseemos, simplemente, por así decirlo, atrás de la conciencia y de la acción, genera posteriormente un resultado -un cierto pensamiento, una cierta conexión. Ese efecto diferido, que es distinto al ‘reporte’ (al releer) es como opera el presente.

Plutôt que de vouloir d’emblée le résultat par son action, mieux vaut mettre discrètement en route un processus qui de lui-même y aboutisse -et tel est l’art du «non-agir» (wu-wei) Cap 1, VI, p. 45

Un pensamiento de procesos sería el más adecuado para pensar el presente.

Pensé en escribir esta nota en primer lugar porque me llamó la atención la frase de la cita inicial. Y por la tensión entre ese llamado a no re-leer (o si se quiere, a no estar ya en al hacer orientado al re-hacer) y el hecho que nuestros intentos para estar en ese presente suelen ser intensificaciones que llevan a ese re-hacer. Y dejarlo sólo en la dificultad de pensar el presente. En ese momento, no había leído todavía el resto del capítulo y la aparición del daoismo.

Esa aparición volvió más interesante la entrada (que podría haber quedado, como tantas otras ideas, en el tintero). Porque el daoismo me parece una forma de pensar la acción sin quedar en las categorías tradicionales bajo las cuales lo pensamos (medio-fin, o la acción consciente como decisión), algo que ya me había sido interesado cuando leí El Artesano de Sennett por primera vez, cuando muestra precisamente en el hacer el artesano como lo describen los textos daoistas una forma de acción muy atenta que no pasa por la lógica de una decisión electiva para seleccionar un medio para un fin, donde se hace lo que aparece como adecuado en lo que se está haciendo -y que justo por estos días estaba releyendo. La aparición del daoismo en este contexto -en el de poder pensar el presente (que es también una forma de poder pensar la acción si se quiere) me vuelve entonces (a riesgo de hacer lo que la cita decía era una forma de no estar en el presente) a ese interés: A la búsqueda de una forma de pensar la acción y la experiencia que difiere de unas categorías que no terminan de dar cuenta de ella. Una búsqueda que creo, subyace a muchos pensamientos: en el habitus de Bourdieu, en la razón práctica aristotélica, o incluso en el juicio reflexionante kantiano. Todas ellas formas de pensar formas de acción que no pueden pensarse inscritas en una matriz raciocinante en que la acción es pensada como equivalente a la razón epistemica (y que en la actualidad, cuando la vida se nos algoritmiza cada vez más ‘coloniza’ el mundo de la vida, para usar la expresión de Habermas).

En ese esfuerzo, el daoismo entrega buenos elementos. Alguna vez dije, casi en broma, que no estaría de más hacer una escuela de sociología daoista, y a estas alturas creo que debiera dejar de decirlo en broma.

Sobre el pensamiento y el talante conservador

Leyendo la excelente antología de Andrés Bello que editó Iván Jaksić, me encuentro con la siguiente cita, a propósito de las críticas a sus propuestas de reforma de la ortografía:

Todas / estas expresiones, si algún sentido tienen, sólo significan que la práctica que se trata e reprobar con ellas es nueva. ¿Y qué importa que sea nuevo lo que es útil y conveniente? ¿Por qué hemos de condenar a que permanezca en su ser actual lo que admite mejoras? Si por nuevo se hubiera rechazado siempre lo útil, ¿en qué estado se hallaría hoy la escritura? En vez de trazar letras, estaríamos divertidos en pintar jeroglíficos, o anudar quipos (en Indicaciones sobre la conveniencia de simplificar y uniformar la ortografía en América, pp 146-147 de Repertorio Americano, edición de Jaksić, Penguin Clásicos, 2019).

En ese mismo texto, y en otros dedicados al mismo tema, Bello defiende las reformas bajo la idea que toda la ortografía debe seguir un principio ‘racional’ -cada letra representa un sonido, cada sonido representa una letra, si se quiere-, y en más de una ocasión critica a la Academia española por ser, finalmente, timorata y no sistemática en los cambios que propone; y plantea que si bien ello es esperable de un cuerpo colegiado, la propuesta de un individuo puede ser todo lo sistemática y conveniente que se desea. Los tópicos y argumentos (derivar toda la propuesta de un principio racional, la ventaja de una propuesta individual -que está en Descartes de hecho) son los de los reformadores y revolucionarios, y son planteados por alguien que fue autoridad bajo gobiernos conservadores, que los defendió, que desarrollo sus políticas, y que en general siempre tuvo un talante conservador. Alguien que en una de sus cartas se pone más bien como escéptico, siempre defensor del orden (la libertad entendida como interior al orden), que -en sus escritos políticos- denostaba a las ideas utópicas y poco realistas. Esa es la persona que critica como irracional la crítica a un cambio por el hecho que no es lo acostumbrado, siendo la defensa de la costumbre -por el hecho que ya es la costumbre- uno de los elementos usuales del conservadurismo.

Una respuesta a lo anterior sería pensar que estamos simplemente frente a una inconsistencia, una producida por diferencias de edad (el texto de las Indicaciones es de 1823, y si bien continuó con la propuesta, es la idea de un hombre joven) y de tema (una cosa es propuestas de ortografía y otro asunto son propuestas políticas). Ambos argumentos son razonables, y probablemente sean ciertos en más que una parte importante; sin embargo aquí me interesa aprovechar esa diferencia para argumentar una distinción entre el pensamiento conservador y un talante conservador.

El pensamiento conservador es aquella doctrina que defiende por principio lo antiguo y establecido, que rechaza la innovación como tal, con un fuerte rechazo a la pretensión de modificaciones sistemáticas, y que plantea una serie de argumentos para defender que nada cambie. Dicho así resulta claro que el pensamiento conservador presenta casi siempre problemas. Presentar argumentos y razones resulta tensionante para un pensamiento que, finalmente, plantea que todo debe seguir existiendo tal cual es -el mero hecho de presentar argumento permite pensar la posibilidad de que las cosas sean diferentes; y desarrollar argumentos que tengan lógica implica un grado de creación de sistema que es rechazado.

Es la razón por la cual, en general los pensadores conservadores nunca abrazan por completo esa idea, y que prontamente le ponen límites. El más sencillo es decir (como lo plantea Burke en Las reflexiones sobre la revolución en Francia, donde son distinguidas con fuerza) que no se rechaza el cambio en sí mismo, sino el cambio radical, el cambio fundamental. Sin embargo, la diferencia entre el cambio menor -aceptable para el conservador, que incluso puede plantear que es necesario (como lo hace el mismo Burke que plantea que esa posibilidad es obligatoria para la estabilidad)- y la diferencia entre el cambio mayor -inaceptable-; resulta muy poco precisa: ¿cuando algo es demasiado importante para que no sea menor? El criterio sólo excluye con claridad a las revoluciones, pero no se requiere ser conservador para rechazarlas; y, por otro lado, el pensamiento conservador tiende a disminuir el carácter innovador y revolucionario de los procesos que aceptan, como es el caso de la independencia de EE.UU, donde el carácter revolucionario del invento producido se le quita perfil, siendo lo cierto que el tipo de gobierno generado (federal, ejecutivo elegido por la población, Corte Suprema, Senado) no tenía precedentes y se basaba en varios elementos ‘teóricos’. El argumento es sencillo, y el hecho que no tenga reglas claras sino que tenga que evaluarse caso a caso es algo atractivo para el temperamento conservador; pero no resulta suficiente en última instancia.

Otro argumento es diferenciar entre cambios naturales y cambios deliberados, y aceptar los primeros -que se producen por tendencias que nadie dirige- mientras que se rechazan los segundos -una intervención inaceptable en lo que sucede naturalmente. Ahora, sigue ocurriendo que el argumento no funciona. Al fin y al cabo, es natural que entre seres humanos existan intervenciones deliberadas: dado que las personas piensan y planean, muchas de las acciones que realizan personas y organizaciones son intervenciones deliberadas al interior del conjunto de la sociedad (es deliberadamente que una empresa lanza un producto por ejemplo). Al mismo tiempo, es inevitable que el conjunto de las actividades realizadas por los seres humanos sea imprevisible y no deliberado, por el sólo concurso del hecho que son múltiples las voluntades que concurren a su desarrollo (como dice Arendt en una frase que me gusta mucho al inició de The Human Condition, ‘live on the earth and inhabit the world’. Debido a ello, entonces lo que ocurre con cada intervención deliberada por un actor en concreto, ya no depende de ese actor (cada actor propone, la sociedad dispone, si se quiere). La diferencia tampoco puede radicar allí.

Una tercera versión, que de hecho acerca al conservadurismo a posiciones liberales, es distinguir ahora entre cambios ‘libres’ y cambios productos de la coerción del Estado. Sólo los primeros, que no son producto de ninguna voluntad particular, pueden aceptarse, ya que serían producto de procesos naturales; mientras que los segundos serían producto de intervenciones que no corresponden a la deriva natural de la sociedad (esta es la versión conservadora, la versión puramente liberal de lo anterior rechaza la coerción sólo por ser coerción). Ahora bien, esto tampoco se mantiene, por el sólo hecho que la producción de una agencia con capacidad coercitiva (o sea, el Estado) es -en sí- una deriva natural de los procesos sociales. En prácticamente todas las situaciones en que ha crecido la complejidad social se ha generado un Estado; y dado que esto ocurrió de manera independiente en casi todas las civilizaciones primarias (de oeste a este: Mesoamérica, los Andes, Egipto, Mesopotamia y China; he escuchado quienes defienden que eso no ocurrió en el valle del Indo, pero no está claro y sería el único caso, al menos claramente no es lo más común y ‘natural’ como deriva) podemos plantear que la dirección con menor costo y trabas -una afinidad electiva entre Estado y complejidad social. Luego, dado que a través de procesos naturales se genera esa agencia con capacidad de coerción, entonces exigir que ella no haga lo que ‘naturalmente’ realiza, constituye una intervención contra un proceso natural, que contradice la idea.

En general, entonces, el pensamiento conservador no logra producir lo que necesita: una diferencia clara entre el buen y el mal cambio, lo que necesita dado que no es sostenible un rechazo a todo cambio como tal (y de hecho, que no hacen eso, es una de las primeras defensas del conservadurismo).

Ahora bien, lo que he dicho es cierto para el pensamiento conservador, pero no aplica al talante conservador. Y a ello se debe la distinción que pusimos al principio de la nota. Porque el talante conservador, como un tema de temperamento, es más bien la idea de ser cauto, de sentir que hay que tener cuidado en no arrojar el niño junto al agua del baño (para usar la expresión inglesa), de pensar que algo ya se ha hecho y algo ya se tiene (algo que habría que tener cuidado en conservar). Todo ello es, como dije, un asunto de temperamento -quien siente así de todas formas puede proponer y apoyar cambios importantes y de largo alcance, o basados sólo en la aplicación de principios básicos. Ese es, precisamente, el caso de Bello con el cual iniciábamos la entrada: Una propuesta de cambios importantes, justificado por que corresponden a la aplicación directa de un principio racional. Alguien de temperamento conservador bien puede hacer eso, con tal que se sea cauto y cuidadoso (y así, Bello propone sus cambios en dos etapas, y su principal crítica a la Academia no es que hiciera los cambios de a poco, sino que ellos no seguían una simple regla).

El talante conservador, en ese sentido, no cae bajo las críticas que hemos hecho al pensamiento conservador; y difícil sería criticar -en sí mismo- el hecho de ser cauto y cuidadoso, bien se puede defender que eso coadyuva a realizar transformaciones. A quienes defienden grandes transformaciones no estaría de más recordar dichas diferencias; aun cuando, quizás, la pretensión de hacer diferencias precisas y hacer matices, algo tiene de temperamento conservador.

El punto es la crueldad. Una cita de las memorias de Zweig y la llegada del nazismo a Viena

Hitler n’était pas depuis huit hours maître de la ville qu’on prit un arrêté bestial interdisant aux Juifs de s’asseoir sur un banc -une de ces mesures qui visiblement n’avaient été inventées que dans le dessein sadiqur de tourmenter perfidement (Stefan Zweig, Le Monde d’hier, p 473, Le Livre de Poche)

El Mundo de Ayer, las memorias de Stefan Zweig, literato vienés de ascendencia judía. es un libro bien interesante para observar el cataclismo que sobre la civilización burguesa de Europa significó la 1a guerra mundial, y todo lo que ella desencadenó. Hacia los capítulos finales aparece el régimen nazi, y su implantación en Austria, y ahí aparece la cita anterior.

En años recientes se ha discutido bastante, a propósito de los populismos de derecha, sus similaridades (y diferencias) con esta versión anterior de populismo de derecha; y muchas veces se ha mencionado que todo partió con pasos pequeños. No se llega al lager en un solo paso, sino a muchos pasos pequeños. De hecho, en unas páginas antes de la cita Zweig hace notar todo la sorpresa que implicaba para él, ciudadano formado en la vieja civilización burguesa, el hecho que la policía fuera a realizarle un interrogatorio en su casa. El simbolismo de esa barbarie algo se ha perdido, porque efectivamente ya no vivimos en ese mundo burgués para el cual eso era radicalmente inaceptable.

En la cita aparece, en una práctica de un hecho muy cotidiano, todo el odio al que es diferente. Zweig compara esa decisión (la prohibición de sentarse) con otras (la decisión de quitarles sus propiedades) y nos dice que esto último tenía alguna explicación económica (expoliar a un grupo se puede comprender, por más ilegítimo que se lo encuentre), “mais refuser à une vieille femme ou à un vieillard épuisé le droit de reprendre haleine quelques minutes sur un banc, cela était réservé au XXe siècle et à l’homme que des millions de gens adorent comme le plus grand de ce temps” (Ibid, p. 474).

En años recientes la idea de hacerles la vida imposible a los grupos inmigrantes (era la política de May en el Reino Unido cuando era ministra del interior si no me equivoco) sigue la misma idea: A estas personas no se les extiende la cortesía de la vida civilizada (el de poder sentarse tranquilo en el parque) sino que deben ser hostigados a cada momento. Puesto que al final no son personas como uno. En la actualidad, una abogada del gobierno de Estados Unidos ha defendido que los niños tengan acceso a cepillos y pasta de dientes en sus centros de detención no es parte necesaria de las condiciones sanitarias. Todo ello es comparable a esa regla que los judíos no pueden sentarse en los bancos públicos.

Cuando uno quiera pensar en cuáles pueden ser los peligros del futuro, no estará de más recordar que la barbarie mayor, partió con la producción cotidiana de la indignidad.

 

El derecho a (no) tener derechos. Una nota sobre Agamben

L’usage, opposé ainsi au droit de propriété, n’est cependant aucunement défini. Il n’est donc pas étonnant que Hugues de Digne, comme nous l’avons vu, puisse encore présenter la condition franciscaine en termes juridiques certes peut-être de manière ironique, comme le droit d n’avoir aucun droit (De la très haute pauvreté, III 3, 1, p. 1028 en mi edición, Homo Sacer, L’intégrale, Editions du Seuil, 2016)

Hacia el final de Altísima Pobreza, Agamben describe el esfuerzo de los franciscanos por buscar una forma de existencia fuera de la noción de propiedad, lo que implicó -de maner muy directa- un rechazo a ser inscritos en el mundo del derecho: Una forma de existencia más allá de la idea de ley. Describe los conflictos que ello produce con la Iglesia, que había elegido más bien crear su propio derecho y su propia ley.

En medio de esas discusiones aparece la idea, que se menciona en la cita, del derecho a no tener derecho alguno. La misma idea se repite varias veces. Al interior del texto es claro que Agamben estima que esta tentativa es una tentativa de salir fuera de la matriz general del mundo occidental, y por eso mismo resulta tan difícil de pensar.

Ahora bien, una de las tesis centrales de todo el proyecto del Homo Sacer es que, en la actualidad, el núcleo y centro a lo que llevan las tradiciones de pensamiento occidental no es ya (¿o nunca fue?) la idea de la polis, sino llevan ineludiblemente al campo de concentración. Hay una razón por la cual el texto sobre Auschwitz ocupa el centro de la investigación. Y en relación con los campos uno puede recordar (y estaría casi seguro que Agamben conoce el texto) la idea de Arendt en torno a que una de las invenciones del totalitarismo es precisamente la persona que no tiene el derecho a tener derechos, y que el derecho a tener derechos es el tema más básico -y precisamente lo que aparece contrario a las pretensiones totalitarias que llevan al lager.

No tengo tan claro cuál es la relación entre este derecho a no tener derechos y el derecho a tener derechos, ni sus respectivas consecuencias sobre cómo se llega al campo de concentración; pero hay ahí algo a pensar. La idea en sí del derecho (que las ciencias sociales no han pensado en profundidad desde hace un buen tiempo creo, con la excepción quizás de -precisamente- el mundo alemán, Habermas y Luhmann) no deja de ser crucial para comprender la vida.

Sobre el PNUD, el Desarrollo Humano y la Subjetividad cotidiana

Habiendo ya salido del PNUD desde hace más de un año, y habiéndose cerrado no sólo mi periplo personal allí, sino en realidad también el proyecto concreto que eran los Informes de Desarrollo Humano ahí, al menos en la forma en que se hacían tradicionalmente, no estará de más, creo, realizar una pequeña mirada retrospectiva.

Al menos internamente, para ser precisos, al menos eso fue lo que me fue dicho en variadas ocasiones, lo que distinguía el esfuerzo que eran los Informes en Chile era una mirada específica, que reivindicaba la subjetividad de las personas, el punto de vista del ciudadano de a pie si se quiere, y en particular, con una preocupación particular de pensar e investigar desde la vida cotidiana. Eso habría sido la diferencia que traían los Informes al debate público: Intentar en vez de discutir sólo desde las formas y estructuras de pensamiento de los actores de ese debate, traer las formas y estructuras de pensamiento que tiene la población (los que no siempre coinciden).

El caso es que esa auto-comprensión me parecía, y así sigo pensando, equivocada; y en un aspecto, esa equivocación es total. Los Informes pueden haber sido sobre subjetividad, lo que es claro que nunca fue lo de interés, fue la vida cotidiana. Lo que interesaba, más bien, era la aproximación de Lechner hacia esos temas: No la vida cotidiana como tal, sino la cotidianeidad para la política. En otras palabras, lo que desde la vida cotidiana puede ser relevante para la vida política. La concepción de política de los Informes, que en esto siguieron de manera permanente a Lechner, nunca fue institucional (y menos contingente), siempre fue más orientada a la política como lugar donde se juega la concepción de la vida en común, y de lo que somos en común. Para usar términos que los Informes se apropiaron hacia el final, preocupados de lo político más que de la política. Preocupados, en ese sentido, de la construcción de una subjetividad común y de la posibilidad misma de actores colectivos. Y desde ese lugar, entonces preocuparse de cómo la vida cotidiana se relaciona (afecta y es afectada) por ellos.

Lo que no era, entonces, era una preocupación por la vida cotidiana como tal. Mi experiencia es que cada vez que aparecía algo que podía ser interesante en los datos desde la sola vida cotidiana, la pregunta inmediata era por la relevancia de ello. A menos que contactara con la vida política -con la posibilidad de construir acción y sujeto colectivo-, la vida cotidiana no parecía relevante en sí misma.

Ahora bien, lo anterior puede ser relevante como simple precisión: Hay que entender los Informes no como se pensaban a sí (como miradas construidas desde la vida cotidiana) sino de una forma distinta (como miradas centradas en la relación cotidianeidad y política). Sin embargo, esto tiene una consecuencia algo más fuerte, porque afecta temas conceptuales.

Pensar la vida cotidiana en su relación con la política tenía como consecuencia, fortalecido además por tendencias que provenían de las conceptualizaciones de desarrollo humano, una comprensión de la subjetividad como proyecto. En otras palabras, de lo que se trata es potenciar la dimensión proyectiva de la vida de las personas, y pensar su carácter de actor en torno a la categoría de proyecto.

Lo cual puede ser muy útil en muchos casos, pero presenta un problema básico en relación con la vida cotidiana. Puesto que la vida cotidiana no se orienta ni construye en torno a la noción de proyecto; y cuando pienso la acción en términos de proyecto, entonces observo aquello donde no hay proyecto como un momento de desagenciamiento. Lo cual es una forma muy inadecuada de pensar la cotidianeidad. En la cotidianeidad hay actores, que despliegan su vida de múltiples formas; pero eso no implica la existencia de proyectos, que es una forma, si se quiere, racionalizante y de largo plazo hacia la acción. En la acción cotidiana hay cosas que uno quiere hacer y uno se plantea posibilidades (‘hoy podría juntarme con tal persona, o ver una película, o limpiar la casa, o…’), pero esos realmente no corresponden a proyectos. En la vida cotidiana se pueden realizar proyectos (el proyecto de educarse implica, por ejemplo, la acción cotidiana de ir al colegio, hacer tareas, estudiar etc.). Pero en cuanto se está en la cotidianeidad no se está en el proyecto. Pensar desde la cotidianeidad es obligarse a pensar en una forma de acción (e insisto de acción, no automatismos o cosas no pensadas, casi fuera del mundo del sentido como Weber planteaba como límite de la acción tradicional), que simplemente no corresponde a la mirada reflexiva, racionalizante de la proyección.

Al pensar la vida cotidiana en su relación con la política, y estudiarla siempre desde las potencialidades (y dificultades) hacia ella, lo que terminaba haciendo los Informes de Desarrollo Humano en Chile era no observar la vida cotidiana en toda su gloria, en su carácter de vida cotidiana como tal. Ahora bien, hay que decir que, a pesar de la existencia de una tradición de estudio sobre ella, en nuestros lares la vida cotidiana, lo que se vive todos los días, no interesa tanto finalmente a los sociólogos. Por dar un ejemplo que me ha llamado la atención recientemente, porque algo (tampoco tanto) me dediqué al tema: Está lleno de estudios sobre conflictos y movimientos territoriales, pero por sobre lo que implica vivir en un lugar, pues bien, los hay bastante menos. Y a menos que de ese vivir se puedan sacar conclusiones en torno a sujetos colectivos, tampoco será tan interesante.

El mero hecho de la vida social no parece resultar tan interesante para quienes, se supone, se dedican a su estudio.

La crisis de la sociedad abierta. Una hipótesis sobre tendencias de cambio desde los 1980’s y la situación actual

La afirmación que las últimas décadas se han caracterizado por tendencias de mayor liberalización económica y social, una economía y sociedad más global y en genera por un ambiente relativamente refractario a la regulación y a la planificación y a la participación del Estado en general concita relativo consenso. El nombre que se le puede dar a ello son variados y discutibles. Neo-liberal creo que es lo más adecuado: en su conjunto son tendencias a liberalización, y dado que este no es el primer momento de liberalización social y económica (eso corresponde al siglo XIX) y esto ocurre tras un período de mayor peso del Estado, el prefijo neo- aparece correcto. Sin embargo, como esa palabra se usa de múltiples formas, y ha perdido significado, mejor buscar otra. Recordando el viejo texto de Popper lo nombraremos, entonces, como tendencia a una sociedad más abierta.

Si bien el grado en que esas tendencias han marcado las últimas décadas es algo en discusión (y no faltan las voces que recuerdan que en varias de las economías más ‘liberalizadas’ hay presencia importante del Estado, o de cómo la globalización de los mercados y la caída de barreras ha ido aparejada muchas veces de regulación) en líneas generales es claro un cambio comparado con la situación de los ’50 o ’60. La situación de las socialdemocracias del mundo es, en cualquier caso, una señal clara: Un programa socialdemócrata moderado de esa época parecería ahora más bien radical. Ello debiera ser suficiente para mostrar la magnitud del cambio.

Los primeros programas de esta nueva época nacen en los ’70. Sin embargo, mi impresión es que resulta mucho más clave lo que sucede con Mitterand en Francia. Elegido en 1981, siendo la primera vez que la izquierda ganaba una elección presidencial en Francia, y bajo la esperanza de poder realizar, finalmente, los cambios deseados. Y sin embargo, el gobierno se vio obligado a retroceder: la reacción negativa de los mercados financieros volvió inviable el programa. El momento en que un gobierno de izquierda no pudo realizar su programa y se sintió obligado a plegarse a las tendencias mencionadas es el momento en que se puede decir que dichas tendencias de liberalización estaban ya completamente instaladas. Por las siguientes décadas, en general en todos los países se avanzó en esa línea.

Lo anterior no quiere decir que no existieran diferencias. Es posible diferenciar en este movimiento hacia una sociedad más abierta un ala derecha y una ala izquierda. Mientras el ala derecha enfatizaba menor regulación, menos impuestos, menos barreras comerciales; el ala izquierda enfatizaba mayor diversidad, menor discriminación. Las líneas no eran iguales pero el movimiento basal era común y, en cierto sentido, coherente y compatible. No estará de más recordar que, por ejemplo, son las grandes compañías globales las que ‘más avanzadas’ están -en comparación con pequeñas empresas- en lo relativo a combatir la discriminación.

Ahora bien, desde la crisis del 2008 se aprecian grietas en estas tendencias. O si se quiere: varias preocupaciones que habían estado escondidas previamente porque, con todo, había una imagen de lo que era viable, resurgen. Pensemos en la desigualdad. El que estas tendencias habían aumentado la desigualdad (o, para dar una preocupación paralela, todas las discusiones sobre ganadores o perdedores de la globalización) era sabido de antemano, y las tendencias en sí ya llevaban tiempo; pero no parecían ser preocupaciones muy fuertes. A partir de la crisis es que esos temas adquieren relevancia pública. Es ahí donde emerge el hecho que parte importante de las clases medias (y de las clases trabajadores) de los viejos centros desarrollados (Europa y Estados Unidos) se encuentre ante una crisis, o que quede más claro la ausencia de perspectivas, la sensación que los años futuros no serán mejores, y bien puede ser peores, que los presentes. Antes de la crisis esos mismos grupos podían pensar, todavía, en su futuro de manera relativamente positiva, pero después -al parecer- ya no pueden.

Una vez que estos grupos se piensan a sí como perdedores de las tendencias de las últimas décadas, la reacción usual es compararse contra quienes han sido los ganadores, y en particular contra las elites. Aquí queda recuperar a Bourdieu, porque el discurso de izquierda en particular es aquí donde se pierde. Con élite la izquierda piensa en los grandes empresarios y hubiera esperado entonces que la crisis de la globalización liberal debiera implicar una mirada negativa hacia el ‘1%’ -lo cual, por cierto sí sucedió, el hecho es que no es lo único que sucedió. Sin embargo, bien podemos recordar que el viejo modelo de Bourdieu siempre distinguió entre los dominantes dominantes y los dominantes dominados: hay dos élites (una económica y una cultural), y una por cierto es más poderosa que la otra, pero desde la perspectiva del resto de la población ambas son élites.

Luego, para grupos que se ven a sí mismos no sólo con desventaja, sino perdiendo lo que antes habían tenido, el rechazo a la élite es algo relevante. Pero ¿cuál élite? La élite cultural bien puede ser para ellos doblemente sospechosa -en tanto es élite y en tanto no se percibe en ellos ninguna razón para ser élite: Su capital cultural no tiene legitimidad para ellos. Del otro lado, bien pueden reconocer en la élite económica razones para que sean élite -y que les permiten a ellos identificarse de alguna manera (‘personas de trabajo’, no habría que olvidar que parte de estos grupos son lo que antes llamábamos pequeña burguesía). Luego, que la reacción contra la élite se centre en lo que puede pensarse como una falsa élite (la élite cultural, que suele ser de izquierda en el mundo occidental en los últimos siglos) es una alternativa relevante.

Por otro lado, tenemos los grupos tradicionalmente discriminados  (mujeres, migrantes, no-blancos, minorías sexuales etc.). Estos segmentos, en general, han experimentado una mejoría en su situación: Ahora parece completamente insuficiente en, por ejemplo, derechos de LGBT, aspectos que 30 o 40 años atrás eran percibidos como revolucionarios. Las décadas de la globalización liberal han sido beneficiosas para estos grupos. Más en general, con ello ha venido todo un paradigma en que la discriminación aparece como uno de los principales males. Como ya dijimos, esta ha sido una de las banderas que la izquierda ha tomado en las últimas décadas -no teniendo mucho que decir en el plano social y económico más que banderas de retaguardia (defender lo construido por los Estados de bienestar previos) he aquí donde tenía una mirada de un buen futuro, adecuado para la izquierda, y compatible con una sociedad cada día más abierta. En todo caso es importante recordar lo que se dijo antes sobre el efecto de la globalización liberal. Puesto que, entonces, cabe perfectamente que estos grupos una vez que ya no se sientan discriminados (lo que no ha ocurrido, puesto que -avances y todo- la discriminación sigue existiendo) abandonen esa alianza con la izquierda y se sientan a gusto (al menos sus respectivas élites) con lo que permite el mundo de la globalización liberal.

Entonces tenemos una (a) clase media y trabajadores en los países centrales que se sienten cada día en peor situación, que rechazan a lo que consideran élite, y que tiene un particular rechazo por la élite cultural (de izquierda), y (b) grupos tradicionalmente discriminados que han tenido una mejoría de su situación en las últimas décadas y que se sienten más alineados con esa élite cultural. No voy a entrar en prognosis que dependen de examinar fuerzas relativas y que, finalmente, olvidan la posibilidad de emergencia de nuevas alternativas y posibilidades de recombinación. Sólo hace notar que la tendencia bajo (a) es, de hecho, similar a las razones por las cuales las pequeñas burguesías europeas abrazaron el fascismo y similares en los ’30. La tendencia de (b) es más bien nueva -al menos en su extensión y desarrollo-, pero hay algo que sí es recurrente: La consecuencia que esto aumenta la sensación de pérdida de poder de los grupos medios es algo que también había pasado en los ’30: El temor a la ‘ideología de género’ es análogo, en ese sentido, el temor al del ‘bolchevismo’.

Lo que sí se puede decir es que la configuración que permitió durante varias décadas darle solidez a una tendencia de mayor liberalización / globalización / apertura de la sociedad (la combinación de una derecha liberal económica y de una izquierda liberal cultural) ya no existe más: lo que era combinable, lo que era alas de un mismo movimiento, ha dejado de ser. Y ello es, entonces, la crisis de las sociedades abiertas.